La primera vez que ganas un sueldo te sientes el rey del mundo. Esa primera vez eres capaz de comprar cosas que antes sólo podías mirar en los escaparates. Y así lo hice con el primer sueldo que gané: me compré un reloj. Ese reloj vivió batallas en mi muñeca, años de aventuras, historias marcando las horas, hasta que dejó de funcionar. Aún así yo lo conservé en un cajón. Nunca me deshice de él.

Muchos años después, un sábado cercano al verano quedé con una buena amiga para ir al teatro con más gente. Soy de los que piensan que los regalos más especiales no tienen que darse en fechas señaladas, y los que más se valoran no son los más caros; creo que los más maravillosos son los que llevan la esencia de la persona que los regala y el significado del momento en que se dan. Por eso aquel día llevé conmigo aquel reloj que tantos años llevaba guardado en un cajón, que tantos años llevaba sin funcionar, y al encontrarme con mi amiga lo saqué y se lo di.

– ¿Y esto?

– Un regalo, para ti.

– ¿Por qué?

– Porque sí.

– Porque sí es el mejor motivo.

– Es un reloj, pero no funciona. Lleva muchos años parado pero quiero que lo tengas tú aunque no marque la hora. Fue mi primer reloj.

– Sí que marca la hora aunque esté parado, mira: son las 5:20. Muchas gracias Miguel, es un detalle precioso. A partir de ahora siempre serán las 5:20 para nosotros.

Se puso el reloj en la muñeca mientras me sonreía ilusionada, y a partir de aquel momento, como ella dijo, siempre fueron las 5:20 para nosotros, a cualquier hora del día. Las 5:20 no como hora sino como concepto de la amistad, de los buenos momentos, de vivir la vida… Las 5:20 como sinónimo de felicidad.

Cuando acabó la obra decidimos ir a cenar todos juntos. De camino al restaurante mi amiga me dijo: «Mi amigo está en Madrid de visita, ese amigo del que tanto te he hablado viene a cenar con nosotros, así le conoces». Su amigo, del que tanto y tanto me había hablado. «Me encantará conocerle», le contesté.

Y así fue. Fuimos a cenar todos juntos y a mitad de la cena llegó él. Llegó él y se paró el mundo. Llegó el y se paró el tiempo. Noté que la piel se me erizaba y el corazón me dejó de latir los suficientes segundos como para que la realidad dejara de importar y solamente existiera él. Callado, casi ausente, atractivo a rabiar, de esas personas que cuanto más intentan no llamar la atención más la llaman. Se sentó con nosotros y mis ganas se pusieron de pie. Y a partir de ese momento el resto de la noche fue para mí una carrera para llamar su atención, unas ganas locas de invitarle a dormir conmigo, un miedo a que se fuera sin mí, una emoción que me dio valor. Y lo tuve: cuando estábamos a punto de despedirnos le dije: «No necesitas invitación si quieres dormir conmigo esta noche. Tenía que decírtelo». Él se quedó callado, mirándome con una sonrisa. Yo no sabía si pararme en seco o echar a correr. Y cuando mis ilusiones casi lo daban por perdido me contestó sin dejar de sonreír: «Me encantará dormir contigo hoy». Y con ese «sí», ese «sí» tan grande que me hizo creerme inmortal en aquel instante, me sentí la persona más afortunada del mundo, aunque sólo fuera por esa noche.

Solamente me puso como condición acompañar a nuestra amiga a casa para que no fuera sola. Y así lo hicimos. Y cuando estábamos en el umbral de su casa nuestra amiga nos abrazó y nos besó para despedirse, ilusionada de vernos juntos, abrió la puerta y miró el reloj de pared de su pasillo puede que para decirnos que ya era tarde, se quedó muy quieta y se volvió hacia mí con la misma cara que un niño cuando recibe su regalo de cumpleaños, con los ojos muy abiertos y una expresión emocionada en su cara, y sonriéndome como si hubiese visto una estrella fugaz me dijo: «Miguel, no te lo vas a creer: son las 5:20»

Y en ese preciso y precioso instante, las 5:20 de aquella noche, las 5:20 de nuestro reloj, las 5:20 de nuestra vida, él y yo nos cogimos de la mano y fuimos caminando juntos hasta mi casa. Y el resto, amigos, es historia.

¿Que si seguimos juntos él y yo? No, aquello ocurrió hace años y duró lo que tenía que durar. ¿Que si fue bonita nuestra historia? Fue preciosa e inolvidable ¿Que si aún nos queremos? Con locura. ¿Que si sigue en mi vida? Igual o más que por aquel entonces. Hoy en día es la persona que riega mis plantas cuando me voy de vacaciones. Y nunca, nunca, han dejado de ser las 5:20 para nosotros.