Antes de que me juzguéis, os explico cómo he llegado hasta aquí. Más de un año saliendo con un hombre casado y totalmente obsesionada con una relación que no avanza y unas promesas que nunca se cumplen ni se cumplirán.

Hace algo más de un año que le conocí. Trabajamos en el mismo edificio (aunque en oficinas diferentes) y coincidimos a diario esperando al autobús para volver a casa. Al principio solo nos sonreíamos, creo que fue evidente desde el principio que los dos nos gustábamos físicamente. Una tarde se sentó a mi lado y me dio conversación. A los pocos días me dijo que por qué no nos tomábamos un café antes de que llegase el autobús. Ese café después del trabajo pasó a ser diario, y después del café besos, y magreos y arrumacos varios.

La atracción era tan bestia que lo hacíamos en cualquier parte y a veces no nos daba tiempo ni de llegar a mi casa. Siempre he ligado bastante (sí, con una talla 46-48), pero he de reconocer que él fue el primero que me hizo sentir como una diosa de la sensualidad. Disfrutaba de todas mis carnes por igual y conseguía sacar la empotradora que llevo dentro.

Nunca me dijo que estaba casado ni que tenía pareja y lo cierto es que durante un tiempo ni lo sospeché. Me contestaba a los whatsapps a cualquier hora del día y accedía a casi todas mis propuestas para quedar, incluso los fines de semana. Yo ignoraba que se inventaba constantes viajes de trabajo para justificar sus ausencias en casa hasta que un día le pillé.

Deberías haberle dejado en ese mismo instante, pensaréis muchos.

Ya, claro, esa habría sido la opción ideal si yo no estuviera ya enamorada hasta las trancas. Pero con corazones gigantes cegándome los ojos le creí cuando me dijo que estaba fatal con su mujer, y que no me había dicho nada porque estaba esperando al momento ideal para dejarla y empezar algo serio conmigo. Que a ella ya no la quería, que era conmigo con quien quería estar el resto de sus días. Conmigo y con mis enormes pechos, sí, algo así dijo. Supongo que esos detalles deberían haberme abierto los ojos pero no hay más ciego que el que no quiere ver.

El caso es que consiguió comerme la oreja durante un montón de meses y mantuvo mi obsesión por él gracias a polvos salvajes y palabras de amor. Me planteé cien veces dejarlo pero nunca fui capaz. El enganche que tenía, que tengo, es más fuerte que todo lo demás y me ha mantenido esperando e intentando no pensar en el daño que le hago a su mujer, en el daño que me hago a mi misma en esta ‘relación’ sin sentido.

La semana pasada tuvo un par de feos conmigo (actitud cada vez más habitual en él) y yo exploté como nunca antes había hecho. Le dije todo lo que llevaba meses acumulando, a lo que él me respondió:

Sí, tienes razón, me he portado fatal contigo y tienes que saber la verdad. Me encantas, me vuelves loco, pero no soy capaz de dejar a mi mujer por ti. Me excitas mucho, pero lo cierto es que no estoy preparado para tener una novia gorda, no sé cómo se lo tomaría mi familia, mis amigos, y no quiero arriesgarme. Me encantaría seguir viéndote pero como hasta ahora, en privado y que quede entre tú y yo.

Creo que más o menos esas fueron sus palabras. Creo, porque me puse a llorar como una loca y me fui corriendo a casa con la intención de no volver a verle más. Durante una semana no le cogí el teléfono (a pesar de que me llamaba cada 2×3) y pillé taxis al salir de la oficina para no cruzármelo.

Ayer me esperó a la salida del trabajo y tras una hora recordándome lo maravilloso que era el sexo entre nosotros y la diosa que soy entre las sábanas, acabamos follando en un portal. 

Es algo superior a mis fuerzas, como una atracción animal que me empuja a estar con él a pesar de saber que no está bien, que merezco algo mejor, que me ha engañado durante meses y que encima es un cobarde gordofóbico como los que yo siempre he criticado.

Sé que debo romper todo contacto con él pero trabajar en el mismo edificio no ayuda. Sé que debo avanzar pero no soy capaz. No saco nada bueno de esto y sin embargo no puedo evitar pensar cuando será nuestra próxima vez.

Anónimo