Persona encuentra a persona y ¡boom! Se enciende la luz…. Perdón, quería decir el feeling, porque la luz más bien se apaga después de esa explosión. ¿Quién no ha experimentado ese momento? Sí, ese en el que aparece un ser que destaca, quién sabe por qué razón, en mitad de la pista de baile – o de cualquier otro entorno, en su defecto -. Cuando esa persona enciende tu núcleo estriado del cerebro, por mucho que lo niegues, ya ha provocado el cortocircuito mental.

En cualquier caso, como tu lógica fugazmente ha decidido irse de vacaciones, comienzan los juegos de miradas. Entonces, si el feeling es mutuo, uno de los sujetos rompe el hielo con la primera frase que se le ocurre – o eso es lo que dice, porque en realidad la tarea lleva horas de meditación-. Por cierto, esas frases son tan patéticas que quedan grabadas en la mente. Por muy vacía que esté. «Yo a ti te conozco». Y tanto, nos vemos cada día, vives en el piso de abajo.  «¡Oh, lo siento! ¿Te he hecho daño?» La verdad es que no he notado ni tu presencia, pero disculpas aceptadas. «¿Tienes hora?» Claro, es exactamente la misma que la de tu móvil.

Superada la primera ronda de preguntas estúpidas, llega el intercambio de números. ¡Sorpresa! Cuando llegas a casa repasas las conversaciones y ahí está, su primer mensaje. Ha comenzado oficialmente la etapa de las charlas interminables. Para hacerlas un poquito más emocionantes entran en escena las sonrisas estúpidas – de las que es consciente hasta el perro, por mucho que tú las niegues hasta el infinito – y los intentos por superar el ingenio en cada respuesta. Horas de risas y complicidad. «Louis, presiento que éste es el comienzo de una gran amistad» o quizás… No.

De repente llega «el día» en el que a la fuerza suprema, que decidió crear el universo,  le apetece que este pasatiempo tome un nuevo rumbo. Como tus neuronas hace tiempo que se vieron anuladas – por el monstruo de las hormonas – aceptas sus caprichos pensando que eres el capitán del barco y que manejas perfectamente el timón. Entonces firmas el pacto y cambias los juegos de palabras por unos más… Palpables.  Eso es, habéis pasado al siguiente nivel. ¿Los amigos especiales? ¿Amigos con derechos? ¿Algo más que amigos? ¿Qué más da? El concepto es lo de menos. Pero no te engañes, solo por el momento.

El experimento ha comenzado y los sujetos están listo para dar rienda suelta a una ecuación química. Tres, dos, uno… ¡Go! En teoría ambos deberían correr a la misma velocidad con un único objetivo, una meta común. En teoría. Nadie avisó que la práctica es mucho más complicada. Que uno de ellos podría encontrar obstáculos en la carrera. Unos obstáculos que conducirían a cruzar una meta distinta. 

El sujeto número dos se ha perdido en una película y ¡vaya! Hay malas noticias, es de las románticas y con final real. Ha pasado de la lógica de las operaciones matemáticas, donde uno más uno es igual a dos, a tropezar con el irrefrenable palpitar del corazón que grita «tú y yo sumamos uno». Llegados a este punto tiene seguro el suspenso en cálculo pero nada ni nadie le quitará la esperanza de aprobar, aunque sea rozando el cinco. Tiene dos opciones para resolver el último problema, la primera consiste en el tiempo y la segunda en el espacio. Continuar a su lado esperando su improbable caída o, por mucho que duela, retirarse de la competición a tiempo. En cualquier caso se acaba la partida y el resultado del juego está claro. Game over.

Y tú ¿Con cuál de las dos opciones te quedarías?

J.R.