¿Crees que hay un lugar al que van a parar todos los momentos que vivimos? Algo así como un cementerio de recuerdos.  Un cúmulo de caricias, de besos, de risas entre las almohadas de tu habitación.

A veces me lo imagino con una montaña de escenas apretadas, apiladas entre sí, unas encima de otras de cualquier manera. Como si no contuviesen todo lo que un día quisimos ser.

Mi mano apretando la tuya mientras conduces,  mi lengua haciendo turismo por tu espalda. La caída libre de tus pestañas al sonreír. Ese viaje a Venecia. Aquella última cerveza en el bar. El sonido de mi sujetador al rendirse completamente a tus manos ávidas.

E intento agarrarlos,  a los recuerdos. Esconderlos para que no se vayan también. Bajo la cama, en la cómoda, dentro de mis cajas de zapatos preferidas, en el cajón desastre del maquillaje,  pero por más que me esfuerzo, se desvanecen. Te desvaneces. Y aunque pensé que era imposible que me dolieras más, lo haces, porque te pierdo de nuevo y esta vez es para siempre.

Y si no me queda tu recuerdo, si ya no soy capaz de describir tu sonrisa torcida, si ya no soy capaz de explicar cómo se sentía el tacto de tu pelo entre mis dedos, será como si nunca hubiésemos existido.

Será como si nunca hubiera tenido los labios hinchados de tanto besarte, como si nunca nos hubiésemos gritado hasta perder la voz, para encontrárnosla follando como animales después, desesperados por unir la piel y el alma.

Volveremos a ser dos desconocidos, dos pieles, dos manos, dos lenguas extrañas entre sí. Y ya no habrá nada más.

Puede que algún día nuestros recuerdos se encuentre y quién sabe. quizás se reconozcan.