Llevaba tiempo con ganas de escribir, porque me encanta WeLoversize pero a veces me siento una vieja al leer tantas historias de veinteañeras y tan pocas de cuarentañeras. Así que pensé que quizás debería lanzarme yo misma a enviaros una de mis aventuras. Porque sí, las divorciadas también usamos Tinder, y las historias son igual o más rocambolescas que las de la juventud (o primera juventud, qué coño, porque yo tengo 44 y estoy estupenda).

Como os contaba, me divorcié con 41 años y desde entonces me he entregado al mundo de las citas sin mayor pretensión que pasarlo bien y darle al cuerpo todo el mambo que mi ex marido no aprovechó en su momento. Tuve varias citas curiosas pero ninguna como la de X.

Me pareció una monada desde que hicimos match. Reconozco que los tíos que parecen mayores no me gustan, y X me atrajo porque a pesar de superar los 40 tenía cara de crío y un pelazo que ya lo quisiera yo.

Yo ya no estoy para andar días y días mareando la perdiz, así que me lancé y le propuse quedar. Nos tomamos un vino en un bar del centro, y además de guapete me pareció que era mucho más divertido en persona. Al segundo vino ya tenía claro que me lo quería llevar al huerto, y aunque a él parecía que le costaba pillar mis indirectas, finalmente me invitó a su casa y empezamos a dar rienda suelta a la pasión.

Os juro y rejuro que yo no sospeché nada. También es verdad que si lo hubiera sabido me habría dado igual, pero la coña fue que no me di cuenta para nada y lo que pasó a continuación me pilló de absoluta sorpresa.

Que me lío.

Ya entramos en casa besándonos como adolescentes. Nos saltamos el tour de ‘te enseño mi casa’ y pasamos directamente a la habitación. Me saco el vestido, se desabrocha la camisa. Lanzo las bragas disparadas y a él le falta tiempo para quitarse pantalones y calzoncillos.

Me siento a horcajadas sobre él. Estamos tan cachondos que vamos directos al mambo y tras ponerse el condón (chicas, preservativo SIEMPRE), empiezo a cabalgar cual vaquera del oeste. X está muy bien dotado y se mueve tan bien que en cuestión de unos minutos siento que mi orgasmo ya llega. Cuando esto sucede yo soy muy escandalosa, y grito, y me dejo llevar, y acaricio, y muerdo, y tiro del pelo, y…

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Me quedé con su maldito peluquín en la mano. Peluquín o postizo o yo no sé qué coño era aquel pequeño hámster que llevaba X en la cabeza. Era como que él tenía pelo por los laterales y por detrás, pero en la parte de delante se ponía un tupé postizo de estos que están tan de moda entre los de Mujeres Hombres y Viceversa.

Conseguí no reírme y esperé a ver cual era su reacción. ¿Y la verdad? Me conquistó aún más cuando lejos de avergonzarse, cogió el hámster de mi mano, lo lanzó al suelo, me quitó de encima y bajó al pilón para hacerme una de las mejores comidas de parrocha que me han hecho jamás. Que él se había quedado sin pelo, pero por sus cojones yo no iba a quedarme sin orgasmo después del corte de rollo.

Por si lo estáis pensando, sí, le pregunté por qué se ponía aquello, si no le hacía falta. Entre risas me comentó que era algo reciente, que estaba en ‘periodo de prueba’ pero que visto el riesgo que suponía, mejor se dejaba su pelambrera natural.

X y yo seguimos quedando de vez en cuando, sin postizos de por medio. No hay nada mejor que un hombre que sabe reírse de si mismo. Bueno sí, un hombre que te come el coño de escándalo. Y él tiene las dos cosas. 

Rosa

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