El caso es que llevaba un tiempo de ‘sequía’ intensa. Entre el trabajo y los estudios me era imposible sacar tiempo para poder conocer a algún chico medianamente decente, así que me animé a probar el Tinder. Entre un mar de torsos frente a espejos, selfies con que quien posiblemente fuera su ex, y muchas fotos con perritos creyendo dar a entender lo amoroso y pro natura que es el macho humano en cuestión, encontré a uno que parecía el ideal. Llamémosle Jota.
Comenzamos a hablar por la app y descubrimos que estudiábamos en la misma universidad carreras similares, que a ambos nos gustaban leer y Coldplay como a los que más, y que era fan de Star Wars. ¡Bingo! Decidimos intercambiar números de teléfono y tras una semana hablando por WhatsApp, quedamos para conocernos en persona. Tengo que dejar claro que, por WhatsApp, Jota se mostraba como un chico extrovertido, muy divertido y encantador, y que todos entendemos (yo la primera) lo nerviosos que nos ponemos en una primera cita. Pero, aun así, no estaba preparada para el ‘chico columna’ con el que me encontré.
Habíamos decidido ir a dar una vuelta a un centro comercial y luego al cine, de modo que nos tocaba elegir película. Recuerdo que se había estrenado Posesión Infernal, y que me brillaron los ojos al verla en cartelera. Le pregunté si estaba de acuerdo, y simplemente se encogió de hombros, como buen ‘chico columna’.  Como la película comenzaba a las 10 y todavía nos quedaba una hora de por medio, decidimos ir a dar un paseo. Jota siempre iba dos pasos por detrás de mí, hablando muy  bajito. Yo me ponía a su altura para poder escucharlo mejor, pero él volvía a retroceder dos pasos más. Incluso me plantee si olía mal, así que disimuladamente me acercaba la nariz al sobaquillo a ver si había fallado algo con mi desodorante. Todo en orden en ese aspecto.
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Sintiéndome como Shrek recién salido del pantano, me rendí con lo caminar a su lado, e internamente lloraba por tener que aguantar una cita tan incómoda hasta que terminara la película para no perder el dinero. En un determinado momento, mientras pagaba en la tienda de golosinas mi cargamento de comida para la película y emprendía la marcha, me fijé por el rabillo del ojo cómo Jota empezaba a hacer movimientos extraños al caminar. ASÍ DE LA NADA. Me giré y comprobé que arrastraba una pierna. Evidentemente le pregunté si se encontraba bien, si se había hecho daño con algo en el camino…pero él simplemente siguió arrastrando su pierna hasta que se giró y me dijo muy seriamente:
-No me pasa nada. Es solo que a veces se me olvida cómo caminar.
¿Podéis imaginar mi cara cuando me dijo eso? Durante unos minutos pensé que era el tipo de humor que a lo mejor él encontraba divertido, pero no. Siguió arrastrando la pierna durante todo el camino.
Ya en el cine, sentada con el ser humano más raro que me había encontrado en mis 22 años de vida a mi lado, me di cuenta que se calentaba como un microondas. Rocé su mano sin querer y noté que la temperatura del interior de los volcanes podría ser perfectamente comparable a la de Jota. Estaba rojo como un tomate y una de sus pupilas se deslizaba hacia un lado. La cosa más extraña que había visto en mi vida. Yo solo rezaba para que la película fuera entretenida y pasaran las dos horas lo más rápido posible.
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Como todo lo que puede salir mal, sale mal, la película fue una mierda. Así que se me hizo eterna.
Al salir me cogió de la mano y me dijo sensualmente si quería ir a casa con él, que había traído el coche.
¿Hola? Te comportas como una columna durante toda la cita, y ahora pretendes que me vaya a tu casa. Y encima conduciendo tú, que visto lo visto se te vuelve a olvidar cómo funcionan las piernas y no hay quien pise el freno. Gracias, pero no.

Alba Melo

 

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