Yo siempre he sido muy curiosa con mi cuerpo, de estas personas que se miran en el espejo en bolas durante quince minutos antes de meterse en la ducha. Pues estaba el otro día a puntico de darme un baño polaco (lavarme los pies, el coño y los sobacos), cuando de repente me di cuenta de que OH DIOS MÍO… Tenía telarañas en el coño. 

Perdón por el dramatismo, pero no era consciente de que llevaba sin mojar el churro siglos, así que algo había que hacer al respecto. ¿Solución rápida? Tinder.  

Me descargué la aplicación y en cinco minutos ya era una experta en el noble arte del ligoteo 

Pues de repente me sale un maromo que casi me caigo de espaldas. Gordibueno con ojos penetrantes, brazacos pa’ colgarme de ellos como si fuera Tarzán y una melena vikinga que me puso on fire en cero coma. Le puse una velita a la Virgen para que hubiera match y recé cuatro Ave Marías.  

O diosito me escuchó o yo estoy más buena de lo que pienso, porque el muchacho me devolvió el like. Total, que empezamos a hablar de la vida, del trabajo y del amor, lo típico, y acabamos haciendo buenas migas. 

Llega el día de la cita y yo me planto un vestido que iba a necesitar ocho bomberos para quitarme, porque iba embutida no, lo siguiente. Me la sudó, me quedaba de putísima madre y me sentía la Beyoncé de Algeciras. Y nada nenas, que llegué al rincón dónde me esperaba el amor y el chaval estaba hasta más bueno de lo que yo había pensado. 

Nos fuimos a un bar, bebimos cerveza y nos pillamos un buen pedal. Next stop: su casa.  

Llegamos, nos desnudamos y empezamos a enrollarnos como animales, pero pronto llegó el drama. ¿Veis la canción esa de “Yo quiero bailar”? Esa parte en la que dice “cuando llega el calor los chicos se enamoran… Es la brisa y el sol”. Pues una mierda pa’ Sonia y Selena por componerla, porque lo que de verdad pasa cuando llega el calor al sur es que salen las cucarachas, y en la casa de este muchacho había un puto ejército.  

Noté que algo me rozaba la pierna y oye, me dio hasta gustirrinín, pero di un pasito palante María y oí un crujido. ¿Mi corazón? Noooo… Una cucaracha del tamaño de un cojón. Me cagué en todo lo cagable y empecé a gritar, porque nada me da más ascazo que esos seres de las cloacas. Total, que cogí mi ropa y al levantar la camiseta sale una cucaracha de allí. PÁNICO, SEÑORAS, PÁ-NI-CO. 

Me piré corriendo en sujetador mientras sacudía la ropa por las escaleras, y el muchacho amablemente vino detrás de mí para explicarme que tenía una plaga muy bestia en su edificio porque era viejuno. ¿Viejuno? ¿Plaga? Toda la población cucarachil de Andalucía estaba en esa casa, así os lo digo. 

Y nada, que el chaval me ha dicho de volver a quedar, pero yo ando debatiéndome entre tener telarañas en el coño o cucarachas en la ropa.  

 

Anónimo