Hacía bastante que lo había dejado con mi pareja, así que si no tenía apps de ligar era por vaga y desconfiada. Lo típico, tus amigas te insisten y tú las mandas a tomar por culo, pero descuidas tu móvil y te instalan Tinder.

Enseguida le pillé el gustito a aquello de dar match o dislike y más pronto que tarde me salió Pablo. Joder con Pablo, estaba el chiquillo que quitaba el sentido. No tardamos ni dos segundos en empezar a hablar y a la media hora ya nos estábamos dando la turra por Whatsapp. A las tres horas habíamos pasado del «oye eres ideal» al «joder me encantaría meterte la polla hasta reventarte el coño», así que entenderéis que la urgencia por quedar era más que palpable.

Lamentablemente, Pablo, tenía una vida muy ocupada que no le permitía poder quedar conmigo hasta las dos semanas, pero entre lo que me ponía y las cosas que me decía pensé que no me costaría nada esperar. Cada día que pasaba todo era más cerdo e intenso. Nos mandamos fotos subiditas de tono y hasta le mandé audios diciéndole todo lo que iba a hacer con su polla. Pablo siempre me pillaba el teléfono, pero hablábamos muy poco porque en su piso no tenía mucha cobertura, pero me compensaba por mensajes de texto.

Pasaron las dos semanas y, misteriosamente, Pablo se resfrió y tuvimos que cancelar nuestra cita otra semana más.

Al cabo de una semana Pablo tuvo una visita sorpresa de sus padres y, claro, no podía quedar conmigo porque tenía que estar con ellos.

La cosa empezó a sonarme fatal y le dije que o quedábamos o se podía ir olvidando de mí. Así que aceptó y decidimos quedar esa misma tarde en la Gran Vía de Madrid. Quedamos en la puerta de Primark (muy inteligentes) y decidí llegar un poco tarde por aquello de hacerme la indignada. Al llegar aquello estaba abarrotado y no veía a ningún tío como Pablo, solo habían mujeres y algún chico aguantando todas las bolsas de su novia.

Me puse a esperar un rato más y decidí llamarle, buzón de voz. ME CAGO EN TU MADRE.

Cuando ya pensaba que tendría que cagarme en sus muertos se me acercó una chica y me saludó. Pensé que era alguna chica de la universidad o del colegio y no la conocía, pero cuando habló se me congeló la sangre.

Hola, soy Paula.

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«Y yo la persona que te va a ahostiar», pensé. 

Me quedé en shock, la voz de aquella chica era la misma que la de Pablo. Vale, Pablo tenía una voz bastante femenina pero no es la primera vez que conozco a tíos con voz más fina que yo, pero siempre la había notado con puntito masculino.

No sabía qué decir y ella se explicó. Me dijo que se había hecho Tinder porque le atraían las mujeres pero que no se veía capaz de reconocerlo y de ponerse una foto suya, así que lo de Pablo se le había ido de las manos conmigo. Se llamaba Paula y a mí me dio por llorar.

Paula, muy maja, me dijo que lo sentía muchísimo pero que llegó un momento en el que no sabía cómo parar la bola y que se había pillado de mí. La cabeza me daba mil vueltas y solo quería matar, pero lo único que conseguí fue dar media vuelta y largarme de allí.

Pocas semanas después me volvió a hablar diciéndome que seguía pensando en mí y que le diera una oportunidad, pensé que tenía muchas preguntas que hacerle y que me iría bien descargar toda mi tensión con Paula. Lo que no sabía es que al quedar con ella, hablar con ella y mirarla bien, iba a sentir que mi corazón corría más de lo normal y que me ponía la almeja a cantar bajo el mar.

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Ya hace 2 años de aquella quedada en el Primark de Gran Vía, y ya hace 2 años que Pablo desapareció para convertirse en Paula, mi pareja y compañera.

Hay veces que las mentiras salen bien.

P.