Si buscamos el significado de espejismo, entre otros, encontraremos: “Ilusión, apariencia engañosa de algo”.

Todas hemos experimentado alguna vez un espejismo. Esa ilusión que te hace ver algo que realmente no está. Algo que necesitas (o, al menos, crees necesitar). Como el hombre que está sediento en el desierto viendo un oasis, pero no.

Un día normal. En el que te levantas, como otro día cualquiera. En el que vas a trabajar, como otro día cualquiera. En el que estás, como otro día cualquiera.

Aparece.

Te mira.

Te sonríe.

Y sucede.

Ese vuelco al corazón que dura segundos, pero te lo deja desordenado durante mucho tiempo. Desordenado y con taquicardia. Dicen que la casualidad más bonita sucede cuando menos te la esperas. La casualidad detallista, la que te cuida, la que te mira con ganas y hambre, la que te busca a cada instante.

Y, aunque al principio no, al final sí. Te haces amiga del miedo y te dejas encontrar. Porque le ves, le sientes, le crees. Te parece poesía. Se te olvida pensar para sólo sentir. Bendita casualidad.

Pero, un mal día ya no hay detalles, ya no hay miradas, ya no hay búsquedas. Ya no hay nada. Tal vez nunca hubo nada. Tal vez tan sólo fue un espejismo.

Y cómo encajarlo…

Ayer te miraba la boca, y hoy no.

Ayer te acariciaba la espalda, y hoy no.

Ayer contaba las horas, y hoy no.

Ayer te desnudaba, y hoy no.

Ayer sí. Y hoy no.

Toca tragar amargo. Toca echar de menos. Toca comprender que los espejismos son sólo ilusiones y, por tanto, irreales. Cuando pasa el tiempo y sanas, te permites ver los hechos desde cierta distancia. Aprendes a apartarte para que no vuelva a ocurrir. Y funciona, funciona durante un tiempo. El necesario para que regresen los días normales. El suficiente para que ceda el dolor. El imprescindible para que aparezca una nueva casualidad. Y, al principio no, pero al final sí. Porque se te olvidará pensar para sólo sentir. Maldita casualidad…

Autor: Vanessa E.