“Más linda que una azucena, más limpia que una patena.” Este dicho ha resonado en mis oídos toda la vida porque mi abuela, mi tía y mis primas lo decían constantemente.

Cuando se lo dije a mi suegra, se río en mi cara.

Yo pensaba que era porque le parecería repipi la rima, pero no nena, se reía porque ella no piensa ni que sea linda ni que sea limpia.

No voy a decir que sea una experta ama de casa, pero una intenta tener las cosas arregladitas.

Llevo semanas entrando a casa y viendo cosas colocadas en sitios que no tocaban y notando olores que no son comunes en mi hogar.

El otro día llegué más pronto de lo normal y me encontré el percal, mi suegra se cuela en casa a limpiar.

En primer lugar, no tenía ni idea de que tuviera una llave de mi casa, porque pensaba que mi pareja no se la había dado, pero encima verla en zafarrancho de limpieza, me pareció tremendo.

Cuando la descubrí, primero hizo como si no pasara nada, luego se puso a la defensiva y terminó diciendo: “hija, es que trabajas mucho para ti, pero poco para tu casa”.

Este primer argumento sonó hasta bonito, pero al rato me dijo: “eres muy trabajadora, pero eres un poco marrana”

Como vio que me ofendía, me dijo que la comprendiese porque para una madre es importante que sus hijos estén bien cuidados y que no les falte de nada.

Esto ya me tocó la pepitilla. ¿Si un día hay una pelusa por casa a su hijo le va a dar un parraque? ¿Eres peor mujer por no ser tan pulcra?

Ahora resulta que hemos vuelto al neolítico y me tengo que quedar en una cueva limpia y reluciente para ser buena esposa, porque si no, la madre de tu marido se pensará que lo tienes viviendo en una ciénaga.

Lo mejor de todo es que se ha hecho la longui a la hora de devolverme las llaves, porque, según ella, nunca se sabe cuándo necesitar a tu suegri.

Así que nada, ahora soy la cochina de la familia y ella la suegra salvadora que me presta su mopa para poder sacar brillo a mi pocilga.

 

Anónimo