Loversizers, vengo a contaros una cita que tuve hace varios veranos y que no tiene desperdicio.

En este caso no fue una primera cita, sino la cuarta que es aún peor. Las cosas parecían marchar estupendamente con un chico al que conocí en POF y con el que tenía muchísimas cosas en común. Misma edad, misma profesión, mismos gustos en música… Era nuestra cuarta cita y yo estaba en una nube porque de verdad pensé que había encontrado a LA persona.

Al chaval vamos a llamarle Fran.

Pues bien, Fran me vino a buscar en su coche y me dijo que tenía una sorpresa. Me dijo que quería que tuviéramos una cita de película… y me llevó al pueblo de al lado que estaba en fiestas para ir a la feria. 

Hasta aquí pues bien, no soy yo una fanática de las ferias pero me pareció un detalle querer compartir una tarde de diversión conmigo.

Como no me gustan las atracciones (me dan miedo, qué le voy a hacer), a mi lo que me gusta de las ferias es probar las guarrindongadas que venden en los puestos y darme un homenaje. Al fin y al cabo comer chuches forma parte del ritual feria, o eso pensaba yo.

Cuando me fui a pedir el clásico algodón de azúcar ya noté que Fran me miraba raro, pero no dijo nada. Dimos un paseo, probamos suerte en alguna tómbola y me atreví a subir a los coches de choque. Todo iba estupendo hasta que antes de irnos le dije que me acercaba a por unos cacahuetes garrapiñados, que a mi madre le encantan y no iba a perdonar que no llevase unos pocos.

Entonces me miró de arriba abajo y me soltó medio en broma medio en serio:

  • Oye, que yo no te he traído aquí para que te pongas más gorda de lo que ya estás JE JE JE

Ostrás, me dejó totalmente descolocada. No la vi venir.

Yo sé que estoy gorda, de hecho él delgado tampoco está precisamente. Y aunque no tengo que darle explicaciones a nadie, es que encima como sano habitualmente pero coño, si me llevas a una feria qué quieres que haga… ¿que me lleve zanahorias para merendar?

Le dije que eran para mi madre, que encima era cierto. Pero ya en el coche le pregunte que a qué había venido aquello, y su discurso fue a peor. Que si a él no le importa que esté gorda, pero que tengo que mirar por mi salud, que a lo mejor si me apunto al gimnasio puedo bajar unos kilitos y estar más guapa, que no es que él vaya a obligarme, pero que oye, que le gustaría todavía más si tuviera unas tallas menos, que lo decía por mi bien.

Toda la ilusión que tenía puesta en él se fue en aquella conversación. Él en todo momento hablaba de mí, de mi físico y mi salud, y yo solo podía pensar en todas las hamburguesas que le había visto cenar en nuestras tres citas anteriores. Vamos, que él podía estar gordo y comer lo que le diera la gana, pero ojo con que yo me tome un algodón de azúcar.

Y como desgraciadamente ya he vivido situaciones similares en relaciones anteriores, no quise seguir adelante y le dije que era mejor dejar las cosas en la cuarta cita ya que buscábamos cosas diferentes. Sí, fui una señora, no entré al barro porque pa’ qué.

Me quedo con lo importante: ya sé detectar idiotas y alejarme antes de que sea tarde.

Leonor

 

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