¿Cuándo fue la última vez que pensaste en el daño que has ido provocando a tu paso? ¿Alguna vez te has parado a pensar en esa persona a la que rompiste el corazón en tus años más alocados y a la dejaste sola para que recogiera sus pedazos uno a uno? ¿Y en ese amigo al que dejaste de contestar a los mensajes aún sabiendo lo que sentía por ti?

Cuando alguien nos decepciona e incluso decide alejarse de nuestras vidas como si fuéramos insignificantes motas de polvo, sentimos como si nos arrancaran una parte de nosotros mismos. De repente, nuestra mente tiene que asumir que no conocíamos a esa persona tanto como creíamos y, en los peores casos, nuestro cuerpo tiene que acostumbrarse a vivir sin ella de la misma forma que lo haría si perdiéramos un brazo. Duele, duele tanto que quema e incluso piensas que nunca volverás a sentir con la misma intensidad que cuando estabas a su lado. Te llenas de rabia, resentimiento y confusión. Y, por mucho que te esfuerces en lo contrario, acabas pensando que cruzarte con esa persona fue lo peor que te pudo pasar en la vida, que encontraste al villano de tu historia en aquél que pensabas que era el príncipe.

Por tanto, acabamos olvidando que todos somos humanos. Que no podemos esperar la perfección en nadie, ni siquiera en nosotros mismos. Sí, te han roto el corazón y, probablemente, también hayan roto tu confianza. ¿Pero acaso tú nunca has hecho lo mismo con otras personas? Todos hemos sido la persona que cambió en algún aspecto a otra. Todos hemos significado algo más para otros de lo que ellos eran para nosotros. Y todos, absolutamente todos, hemos hecho daño a alguien, incluso sin haberlo pretendido. 

Me alegra pensar que las ocasiones en las que cambiamos la vida de una persona para mejor superan con creces a aquellas donde hemos provocado tal devastación que algunos incluso pensarían en ponerle nuestro nombre a un huracán. Pero ¿acaso no todo ocurre por una razón, incluso nuestro dolor? Cualquier momento difícil puede convertirse en una oportunidad para aprender una lección que cambiará nuestras vidas a mejor.

Entonces, ¿por qué resulta más fácil perdonarnos a nosotros mismos que a los demás? Entendemos que hemos hecho daño a alguien y nos duele, pero reconocemos que teníamos que priorizarnos a nosotros mismos. ¿Por qué no podemos perdonar que alguien haga lo mismo con nosotros y aceptar la lección que la vida nos da a través de esa experiencia? Siempre hay dos caras en una moneda, dos versiones de la misma historia y, por tanto, dos personas que intentan hacerlo lo mejor que creen en el momento que lo hacen. Puede que ahora mismo sientas que el mundo se cae a pedazos, pero muchas otras personas sintieron lo mismo a raíz de tus acciones. Incluso algo que tú pensaste que era insignificante pudo arruinar el día de otra persona. 

Todos tenemos sentimientos, tanto las personas más sensibles como aquellos que no saben demostrarlos como querrían. Todos vibramos con odio, rabia, rencor, amor, perdón y resiliencia. No pretendas que eres la única persona que lo siente. No pasa nada si a veces nos toca ser el malo. No pasa nada por cometer errores y comportarnos como seres humanos. No olvides que todos somos el malo en la historia de alguien. Intenta aprender de cada una de estas experiencias y nunca olvides que perdonar nos ayuda más a nosotros mismos que a los demás.