Ayer tarde, tras la siesta. Calma chicha en nuestra casa. Mi señora suegra, una mujer de 80 años, había venido a comer y después de la siesta de rigor ella y mi hija de 4 años jugaban en el salón.
Yo tenia trabajo acumulado y estaba en mi despacho escuchándolas. Mi suegra a pesar de ser mayor es muy vital, de esas que se tiran por el suelo y hace la cucaracha si hace falta.
Al cabo de un rato escucho a mi hija decirle que van a jugar a los coles y que lo primero es ponerse en la fila y que ella será la profesor y le tomará la temperatura. La escucho que va de un lado a otro de la casa marimandando sobre mi suegra que se ve que no estaba siendo todo lo obediente que debía. Entonces le dice ‘ponte aquí, a ver, no tienes fiebre, pasa a la clase’.
Escucho que mi suegra le pregunta cuanta temperatura tiene y mi hija le dice ‘tres’ (número aleatorio, claro). ‘No no, pero déjame ver, qué temperatura dice?’ seguía curiosa mi suegra.
‘Tres abuela, tres’ le dijo ya mi hija un poco aburrida por su insistencia.
‘Pero este termòmetro dónde marca la temperatura?, Es de juguete?’
‘Noooo abuela, es de mamá, a ver, ponte que te apunto otra vez’.
Empecé a sentir curiosidad al escuchar mi nombre y me acerqué a la sala. Allí estaban las dos tiradas en el suelo. Mi suegra de rodillas a la soltura de mi hija, que le apuntaba a la frente directa con mi Satisfyer. ¡Tierra trágame!
‘Ay hija! Ya me explicarás cómo funciona este termómetro porque bonito es un rato, pero no hay manera de que nos diga la temperatura!…’