Jugando con fuego. Cap 11: Primero corre y después pregunta 2.0

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    Capítulo 11: Primero corre y después pregunta 2.0

    Justo después de salir de la cama y poner los pies en el frío suelo, decidí que era hora de encontrar el valor suficiente para ir a hablar con mi padre.
    Lo había dejado pasar varios días excusándome en que había estado ocupada, pero no era cierto, al menos no del todo. Si hubiera querido sacar unas horas para dar la cara lo habría hecho.

    Normalmente cuando iba a mi casa avisaba, pero en esa ocasión no lo hice, no quería darle la oportunidad a mi padre para marcharse o prepararse una bronca. Quería cogerle de imprevisto y que pasara lo que tuviera que pasar.
    El avisar era más bien para que mi madre no sospechara. No era una mujer tonta y aunque nunca me había preguntado abiertamente por mis conversaciones con su marido, estaba convencida de que tarde o temprano empezaría a sospechar.
    Temía ese día. De solo pensar que pudiera averiguar toda la verdad sobre Raúl me cortaba la respiración.
    Agité la cabeza con fuerza en un intento de que los malos pensamientos se esfumaran de mi paranoica mente, pero solo sirvió para que recordara que en cuanto abrí los ojos había visto en la pantalla del Nokia dos llamadas pérdidas de Daniel.
    De la primera no me percaté porque aún estaba dormida, pero la segunda si hubiese querido, me habría dado tiempo a sacar el móvil de su escondite y responder, pero una vez más fui cobarde.
    A pesar de que no quería, pensé demasiado en todo lo que había pasado. Conforme pasaban las horas, más cuenta me daba de lo exagerada y egoísta que había sido mi reacción. Ya no estaba enfadada, sino más bien avergonzada.

    Tardé más tiempo del normal en desayunar y vestirme. Prácticamente el medio día ya se me había echado encima. Siempre que estaba a punto de salir por la puerta recordaba que tenía que hacer algo.
    Acabé poniendo dos lavadoras, limpiando el salón y ordenando mi cuarto mientras esperaba para tender la ropa.
    Cuando ya no tuve más excusas cerré la puerta y un escalofrió me recorrió de pies a cabeza. Respiré hondamente y emprendí el camino hacia mi coche que estaba aparcado cuatro calles más arriba.
    El aparcamiento por mi zona cada vez se estaba volviendo más complicado. En ocasiones había tardado más de media hora en encontrar un hueco donde dejarlo, lo peor era que quedaba muy lejos de mi casa. Cuando aún quedaba sol me daba igual, pero por las noches no me hacía gracia tener que pasar por ciertas zonas sola.
    La idea de alquilar una plaza de garaje cada vez me parecía menos loca, más teniendo en cuenta que había un garaje que se dedicaba a ello a tan solo dos minutos de mi piso.
    Aparqué el coche en la entrada de mi casa, justo detrás del de mi padre. Mi esperanza oculta de que no estuviera se esfumó tan rápido como mi idea de hacer dieta cada vez que me ofrecían ir de tapas.
    No quise dar más vueltas y fui directamente donde creía que lo encontraría, pero no estaba ni en su despacho ni en su taller trabajando.
    En mi recorrido no vi a mi madre, por lo que me imaginé que estaría pintando.
    —Hola —me asusté al escuchar la voz de mi padre justo detrás de mí.
    —Te he dicho mil veces que no hagas eso —dije con fastidio a la vez que me llevaba la mano al pecho.
    —¿Qué haces por aquí? —no parecía enfadado, pero no estaba sonriente como cada vez que me veía.
    —Quería hablar contigo.
    —¿De qué? —por su mirada y su forma de huir hacia el salón, pude intuir que en el fondo sabía perfectamente de lo que quería hablar.
    —Aquí no —la casa estaba microfoneada. A pesar de que la policía ya conociera toda la verdad, no creía que tuvieran porque saber todo lo que hablábamos.
    —¿Por qué? —me miró extrañado.
    —Pues… —alcé la mano y señalé toda la habitación con el dedo índice. Al principio me miró como si me hubiera vuelto loca, pero a los pocos segundos comprendió lo que quería decir.
    —No te preocupes. Retiré todos los micros hace un par de días. Ya no son necesarios. Puedes hablar con tranquilidad —se sentó en el reposabrazos del sofá.
    —Quería pedirte perdón. Entiendo que estés enfadado conmigo por no contarte la vedad, pero lo hice pensando en tu seguridad y la de mamá.
    —No estoy enfadado porque guardaras silencio —lo examiné con detenimiento. Parecía sincero, pero estaba convencida de que había una parte que no me estaba contando.
    —¿Y por qué te marchaste de aquella manera? Intenté hablar contigo y me ignoraste.
    —Alex, acababa de enterarme de que mi hijo al que creía muerto desde hacía más de dos años está vivo, escondido en sabe Dios que zulo porque un mafioso con poder quiere matarlo. Necesitaba espacio para digerir toda la información —lo que decía tenía bastante lógica. Incluso me empecé a sentir un poco tonta por no pensarlo antes de sacar conclusiones precipitadas que me habían quitado el sueño y el apetito.
    —¿Entonces no estás enfadado conmigo? —mi mente paranoica necesitaba un claro y rotundo no para poder relajarme.
    —Sí estoy enfadado, pero no contigo —suspiró con pesadez.
    —¿Por qué?
    —Soy vuestro padre. Es mi responsabilidad cuidaros y no he sabido hacerlo —bajó la mirada al suelo. Me sentí realmente mal por él.
    —Nada de lo que está pasando es tu culpa —negó con la cabeza y volvió a mirarme.
    —Sí que lo es. Debería haberme dado cuenta de que mi hijo había escogido un mal camino. Debería haber estado ahí para ayudarlo a rectificar.
    —No podemos hacernos responsables de las malas decisiones de los demás. Yo era la que más horas pasaba con él y jamás sospeché nada. Raúl cometió un error que ha desembocado en todo esto.
    —¿Lo ves? Tendría que ser yo quien te consolara a ti, no al revés —mi padre había cogido la fusta y no parecía dispuesto a soltarla con facilidad. Utilizaba todos mis argumentos para echarse más peso en la espalda.
    No sabía hasta donde sería capaz de aguantar. Era un hombre fuerte, pero no invencible. Me daba miedo que toda la situación que atravesaba mi familia acabara por romperlo.
    —¿Qué haces aquí? —mi madre apareció por la puerta del salón y me miró con sorpresa y una sonrisa en la cara.
    Me quedé totalmente en blanco. Mi mente trabajó a toda máquina en busca de una excusa, pero aun así tardé en reaccionar.
    —Me aburría —me miró extrañada. Normal. Estabas deseando largarte y ahora de repente cuando te aburres vas a verlos. No hay quien se lo trague.
    Mi madre miró fugazmente a mi padre y después volvió a centrarse en mí.
    —Últimamente cuchicheáis mucho. Me estáis ocultando algo.
    No era una pregunta. Lanzó una acusación directa a la que nuevamente no supe cómo reaccionar. Por suerte mi padre me ayudó a salir de esa situación tan incomoda.
    —No digas tonterías y ayúdame a prepararle un buen almuerzo a tu hija. Es el único recurso que tenemos para que sea nuestra para siempre —se levantó del sofá y se dirigió a la cocina.
    —Ya lo es —mi madre me lanzó una sonrisa perturbadora.

    Decidieron cocinar pollo al curry con verdura y cous cous, unos de los platos preferidos de mi madre. Lo decidieron juntos pero finalmente acabó cocinando solo el chef de la casa. En cuanto vio la cantidad de sal que mi madre le puso al pollo, le pidió muy amablemente que dejara que él se encargara de todo.
    A pesar del tono amable, por la expresión de su rostro era más que evidente que no le había sentado bien ser relegada.
    Sabía que mi madre no se quedaría con la espinita clavada y en algún momento le lanzaría alguno de sus irónicos comentarios y como no me apetecía presenciar una “discusión” absurda entre ellos, decidí marcharme y entretenerme poniendo la mesa.

    Me volví loca buscando por todos lados mi bolso. Revisé las habitaciones en las que había estado desde que llegué.
    Después de más de diez minutos buscándolo comencé a entrar en pánico de solo imaginar que lo había perdido. La cartera, la documentación y las llaves de mi piso era lo que menos me importaba. La falta de aire me la provocaba pensar que había perdido el móvil que Daniel me dio para poder comunicarnos.
    Algo en mi mente se iluminó y como una bala fui a mi coche. Solté un sonoro y profundo suspiro cuando vi el bolso en el asiento trasero.
    Había llegado tan nerviosa que se me olvidó sacarlo a pesar de que no me gustaba dejar objetos de valor a la vista por si llegaba algún kamikaze y me destrozaba la ventanilla para poder robarlo.
    Mientras entrada de nuevo a mi casa, lo abrí para compro-bar que todo estuviera en orden.
    Todo el rato que estuve dando vueltas buscando mi bolso, fue tiempo suficiente para que mi padre terminara el almuerzo. Cuando entré en el comedor estaba sirviendo los platos y mi madre sentada en su sitio. Colgué el bolso en el respaldo de mi silla y me acomodé.
    Por las caras que tenían, parecía que habían llevado el pi-que a otro nivel. Los conocía demasiado bien y sabía que aún no habían terminado. En el fondo tenía que reconocer que me gustaba verlos así. Hacia demasiado tiempo que no presenciaba una de sus escenas que eran muy típicas cuando éramos una familia normal.
    —La verdura está sosa —señaló mi madre después de dar el primer bocado. Que comience el combate.
    —Mézclala con el pollo, parece que está cocinado con agua del mar Muerto.
    Mi teléfono comenzó a vibrar y sin pensarlo dos veces porque estaba muy entretenida viendo volar los cuchillos entre mis padres, metí la mano en el bolso sin prestar atención al móvil que cogía y descolgué la llamada.
    —Dígame.
    —Hola —me quedé helada. El tenedor se me cayó al suelo llamando la atención de mis padres que dejaron de lanzarse indirectas para centrarse en mí.
    —¿Quién es? —preguntó mi madre con cierta preocupación por mi estado de shock.
    —¿Esa es mamá? —el corazón se me aceleró. No sabía cómo reaccionar. Mis padres me miraban atentamente mientras tenía al otro lado de la línea a su hijo.
    —María espera un momento —me levanté como un rayo de la silla y salí a la zona de la piscina cerrando la puerta para asegurarme de que no podían escuchar la conversación.
    —Lo siento, no he pensado que podrías estar con ellos.
    —No te preocupes ¿Cómo estás?
    —Bien —su tono fue seco, como solía ser cuando mentía.
    —Vale. Ahora dime la verdad —respondí automáticamente. Se quedó en silencio. Probablemente se le formó un nudo en el estómago por mi respuesta, ya que era lo que siempre le decía cuando creía que me ocultaba algo.
    —Bueno… todo lo bien que se puede estar veinticuatro horas al día solo. A veces Daniel me hace una visita, pero tampoco es que él sea el alma de la fiesta —sabía que Raúl solo confiaba en Daniel. Formaron una amistad tras todas las horas que pasaron juntos, lo que me hacía dudar de si Daniel tendría informado a mi hermano sobre cómo era nuestra situación como pareja.
    —Me encantaría poder visitarte.
    —Es mejor continuar así enana. No quiero que te expongas más. Si algo te pasara por mi culpa… —su voz se quebró y unas enormes ganas de llorar me atravesaron el corazón.
    —No me va a pasar nada y a ti tampoco —intenté sonar lo más firme posible.
    Lo poco que habíamos hablado me bastó para darme cuenta de que la culpa lo consumía día a día. Necesitaba que alguien lo sostuviera, y aunque fuera desde la distancia, haría todo lo posible para que siguiera en pie.
    —Te quiero mucho Alejandra —un escalofrío me recorrió la espalda al escucharle pronunciar mi nombre. Sin poder evitarlo una lágrima resbaló por mi mejilla que inmediatamente limpié cuando vi a mi madre venir hacia mí.
    —Y yo a ti Raúl, muchísimo. Tengo que colgar, mamá me está llamando.
    Colgué y guardé el móvil en el bolsillo trasero de mis va-queros y traté con disimulo recomponerme. Al igual que la última vez que hablé por teléfono con Raúl, me sentía rota, pero en esa ocasión tuve los brazos de Daniel para consolarme y refugiarme.
    —¿Pasa algo malo? —me preguntó mi madre mientras nos dirigíamos de nuevo a la mesa.
    —María tiene un problema, pero nada importante que no se pueda solucionar —mentí como toda una maestra. No hizo más preguntas y lo agradecí enormemente.
    Cuando me senté de nuevo en mi sitio, mi padre me clavó la mirada. Me observó muy serio durante unos segundos. Algo en mi interior me decía que él sabía quién me había llamado.

    El almuerzo se volvió un poco incómodo. Mi padre me lanzaba alguna mirada de vez en cuando como si quisiera comunicarse conmigo por gestos. Tras el tercer intento pareció entender que no era ni el momento ni el lugar.
    Mi madre, que parecía ajena a todo era quien más hablaba. Quien lo iba a decir hace un par de meses.
    Después de dejar mi plato en el fregadero, prácticamente hui de mi casa. No quería tener que responder ninguna pregunta. Necesitaba un rato de soledad para poder recomponerme.
    Mi padre no trató de detenerme y se lo agradecí. Quizás por primera en su vida, comprendió que necesitaba que respetara mi espacio y que no podía venir a rescatarme cada vez que algo me afectara.

    Anduve por el paseo marítimo una media hora. Mis pensamientos me estaban consumiendo. Estar sola no había sido la mejor decisión. Sentía que necesitaba distraerme antes de que la pena me consumiera.
    Recordé que Sandra se marcharía al día siguiente y como me quedé con un mal sabor de boca en su fiesta de despedida por los comentarios que me lanzó, decidí ir al garaje, donde probablemente estaría pasando sus últimos momentos con sus amigos hasta dentro de mucho tiempo. Quería poder despedirme de mi amiga en condiciones, que tuviera la certeza de que la quería y la extrañaría muchísimo.

    Al llegar allí divisé a Sandra y Joseph en la barra hablando tranquilamente. Parecían estar manteniendo una conversación muy divertida, pero lo que realmente me impactó fue ver sus manos entrelazadas.

    —Ya era hora —dije mientras me acercaba a ellos dos. Ambos se giraron y en cuanto se percataron de mi presencia me dedicaron una sonrisa.
    —En parte ha sido gracias a ti —miré a Joseph extrañada, pero cuando volví a ver sus manos unidas no pude evitar dibujar una amplia sonrisa en mi rostro. Se merecían el uno al otro.
    —¿Qué he hecho?
    —Despertar sus celos —Joseph señaló a Sandra que le propinó un golpe con el puño en el brazo a la vez que sus mejillas se tornaban rosadas.
    —Cállate —Joseph no pudo evitar soltar una carcajada ante la vergüenza de ella.
    —Explícame eso y con detalles —cogí un taburete para tomar asiento en frente de ellos.
    —Nunca se había atrevido a decirme nada sobre sus sentimientos porque pensaba que estaba enamorado de ti en secreto —miré a Sandra y no pude evitar estallar en carcajadas.
    —Siempre que vienes estáis juntos, te cuenta cosas que al resto no. Tenéis química y además cada vez que sale tu nombre te idolatra ¿Qué querías que pensara? —intentó excusarse sin éxito. Cada vez estaba más roja.
    —Podrías haberme preguntado —dije con obviedad. Éramos amigas desde hacia un par de años, debería haber tenido la confianza suficiente para hablar conmigo.
    —Supongo que me daba miedo escuchar una respuesta que no me gustara.
    —Pues para tu tranquilidad querida amiga —me levanté y apoyé mi brazo izquierdo sobre el hombro de mi amigo que me rodeó la cintura—. Joseph y yo somos el claro ejemplo de que la amistad entre un hombre y una mujer existe.
    —Exacto.
    —Espera —me puse seria—. ¿Me has estado odiando en secreto todo este tiempo?
    —No. No podía, pero anoche me tomé unas cuantas copas y al veros todo el rato juntos en una fiesta en la que suponía que yo era la protagonista, no pude evitar enfadarme —Joseph cogió la mano de Sandra y la acercó a su boca para depositar un beso en la palma.
    —¿Y cómo lo vais a hacer para poder veros?
    —No me voy. He hablado con mi tía esta mañana y lo ha entendido. Ahora no puedo irme —miró a Joseph a los ojos y le dedicó una sonrisa preciosa. Estaba enamorada, no había ninguna duda.
    Por su parte, mi amigo rompió los centímetros que lo separaban de ella y la besó con ternura.
    El corazón se me aceleró al presenciar la bonita escena. Sonreía como una tonta e incluso un sentimiento de alegría me inundó.
    —¡Esto sí que hay que celebrarlo!
    Llamé a María para que viniera con nosotros a tomar algo. Estaba con Álvaro, habían planeado ir al cine y después a cenar, pero en cuanto le conté la nueva noticia comenzó a gritar emocionada y por supuesto aceptó la invitación.
    Sandra se quedó sorprendida por la reacción de mi amiga. Había gritado tanto que no hizo falta que activara el altavoz del teléfono para que pudieran escucharla.

    Decidimos ir a una terraza de un bar del paseo marítimo que solíamos frecuentar. Era un lugar espectacular a pie de playa. Los asientos eran sillones blancos muy cómodos alrededor de una mesa redonda de madera.
    No estaba especialmente cerca, por lo que decidimos ir cada uno por nuestra cuenta y reunirnos allí para luego no tener que volver.

    Tuvimos suerte, justo cuando llegamos un grupo de amigos dejó unos sillones libres. Estaba lleno, situación perfectamente comprensible teniendo en cuenta que era domingo y aún hacía buen tiempo. Era el sitio perfecto para disfrutar con tus amigos.
    Apenas un par de minutos después de que llegáramos, aparecieron María y Álvaro. Mi amiga, que en un primer momento llegó calmada, fue incapaz de contener su emoción cuando vio a Sandra y Joseph sentados juntos. De hecho, estaban tan pegados que ni una ráfaga de aire hubiera pasado entre ellos.
    —¡Lo sabía! Él invita por perdedor.
    —¿¡Cómo que invito!? Ese no fue el acuerdo —dijo Álvaro indignado.
    —¿Qué acuerdo? —pregunté.
    —Él estaba convencido de que no se atrevería a declarase y yo aposté que sí —lo miró y le sacó la lengua como una niña pequeña—. Perdedor.
    —Aposté que no sabiendo que sí porque quería perder.
    —Ya, invéntate algo mejor —sonrió con suficiencia.
    —¡Es verdad! ¿Quién no querría perder si…?
    —Dilo y será lo último que hagas —amenazó María visiblemente nerviosa. Álvaro sonrió, pero no continúo hablando.
    No necesitaba ser adivina y poseer una bola de cristal para saber que la apuesta fue sexual. Era el único tema que ponía nerviosa a mi amiga, aunque solo cuando su pareja estaba presente.
    En muchas ocasiones, cuando compartíamos tiempo en el salón de nuestro piso, acabábamos hablando de sexo sin ningún problema, era un tema muy recurrente.
    —Joseph cuenta porque Sandra no se atrevía a hablar contigo —desvié por completo el tema.
    —¡No por favor! —Sandra escondió la cara en el hombro de su recién estrenado novio, pero su súplica no sirvió de nada.
    Esperé de mis amigos una reacción parecida a la mía, pero ninguno de los dos mostró signos de sorpresa. Al contrario, María esbozaba una sonrisa de: lo sabía.

    Eran más de las doce de la noche. Llevábamos allí sin exagerar más de seis horas que se me hicieron muy cortas porque estuvimos hablando y riendo mientras nos tomábamos unas copas. Más tarde cuando el hambre nos picó pedimos tapas de jamón acompañado de patatas fritas y aceitunas que no pararon de rular.
    Hubo un momento en que comenzamos a pedir de dos en dos porque no duraban más de tres minutos en la mesa, en gran parte por culpa de Joseph y Álvaro que comían como una lima.
    Al tener la responsabilidad de conducir, al principio me tomé un par de copas y después con el jamón únicamente me tomé una cerveza, siendo consciente de que aún estaríamos allí un rato más que sería tiempo suficiente para que el efecto del alcohol se me pasara.

    La suerte de que fueran amigos era que se comportaban como tal y no como un par de parejas acarameladas que me habrían hecho sentir fuera de lugar.
    Estar con ellos era muy fácil y agradable. Los miré y no pude evitar suspirar. Era una afortunada en la amistad. Esperaba que formaran parte de mi vida para siempre.

    —Que bien te lo pasas mientras los demás dormimos en el calabozo —me giré y visualicé a cinco tipos acercarse amenazadoramente hacia nosotros. Los reconocía perfectamente, formaban parte de mi grupo de amigos. Dos de ellos, incluido el que habló, estuvieron en esa pequeña sala cuando identifiqué a Mario.
    —Es lo que os habéis buscado por andar con un jodido traficante —Mateo, que así se llamaba el que parecía el cabecilla del grupo, comenzó a reírse y dio un paso hacia nosotros, lo que provocó que inmediatamente Álvaro y Joseph se levantaran.
    —Es mejor que os vayáis —intervino Álvaro con calma. Estaba convencida de que lo último que quería era montar una trifulca delante de María.
    —Ya os dije que no os quiero volver a ver —Joseph empleó un tono frio y menos contenido que el de Álvaro.
    —¡Miradlo! —Mateo alzó la voz dirigiéndose a sus amigos que parecían su escolta. Su grito hizo que la gran mayoría de las personas que estaban allí se giraran hacia nosotros para ver que pasaba—. El nuevo Joseph, se cree moralmente superior a nosotros por estudiar y juntarse con un par zorritas estiradas —Álvaro intentó encarar a ese imbécil, pero Joseph le puso una mano en el pecho impidiendo que avanzara.
    —Por última vez, largaos —no me gustaba ni un pelo el camino que estaba tomando la situación. Tenía los nervios a flor de piel, aunque intentaba disimularlo. Sin duda María era la más afectada, apenas conseguía mantenerse quieta en su sitio y su cara era de puro horror. Sandra por el contrario no mostraba ningún tipo de miedo ni nerviosismo, también era cierto que era la más acostumbrada a presenciar ese tipo de escenas.
    —Oblígame —retó Mateo a la vez que se sacaba de la espalda una barra de metal.
    Ante aquello, la mayor parte de la gente que observaba la escena comenzó a levantarse atropelladamente de sus sitios para marcharse antes de que las cosas se pusieran más feas y el caos reinara. Solo los que estaban más alejados de nosotros permanecieron en sus sitios observando con cierta prudencia.
    Joseph agarró uno de los botellines de cerveza que minutos antes se había bebido y lo estampó contra la mesa quedándose con la parte cortante en la mano.
    Instintivamente le levanté del sillón y tiré de María hasta colocarla detrás de mí.
    Álvaro imitó a Joseph, pero la peor parte vino cuando los tipos que estaban detrás de Mateo también sacaron barras de metal con las puntas afiladas.
    Un escalofrío me corrió de pies a cabeza. Tenía la piel de gallina y el corazón terriblemente acelerado de solo imaginar que alguna de esas barras atravesara la piel de mis amigos impregnando aquel lugar con su sangre.
    Aparecieron dos hombres de seguridad, pero fueron reducidos en pocos segundos. Mis amigos aprovecharon el momento de distracción para abalanzarse sobre ellos y reducirlos, pero Mateo golpeó con su barra en el estómago a Joseph que cayó al suelo de rodillas.
    Sandra corrió hacia él y sin pensarlo dos veces le dio un guantazo en plena cara, pero ese desgraciado no dudó ni un instante en devolverle el golpe con el doble de fuerza, haciendo que Sandra también cayera al suelo.
    María soltó un grito de espanto y yo comencé a temblar sin control. Lo peor era que no sabía qué hacer.
    Álvaro se lanzó sobre él y le golpeó la espalda con una de las barras que había conseguido arrebatar a uno de esos matones que estaba tirado en el suelo retorciéndose de dolor.
    Se posicionó delante de Sandra y Joseph para protegerlos, pero seguía siendo uno contra tres gorilas armados.
    Ante tal escena, María muerta de miedo y con los ojos inyectados en lágrimas intentó soltarse de mi mano para correr hacia él, pero se lo impedí.
    —¡Suéltame! —siguió tirando con fuerza totalmente fuera de sí.
    El sonido de las sirenas a lo lejos provocó que los tres tipos que quedaban en pie dieran un paso atrás. Recogieron a sus cómplices y antes de marcharse, Mateo miró a Joseph para lanzarle una amenaza.
    —Esto no ha terminado —echaron a correr.
    Las pocas personas que quedaban comenzaron a correr en cuanto vieron que no había peligro de salir heridos.
    Corrí hacia Sandra y la ayudé a ponerse en pie, Álvaro hizo lo mismo con Joseph, aunque le costó más levantarse, había recibido un golpe muy fuerte.
    Todos estábamos preparados para comenzar a correr antes de ser atrapados por la policía, pero María se puso en medio impidiendo que pudiéramos huir.
    —¿Qué hacéis? La policía está a punto de llegar, tenemos que denunciar esto —gritó. Era la segunda vez en su vida que vivía una situación tan desagradable.
    —Tienen antecedentes, los meterán en el calabozo sin escuchar a nadie —fue lo último que dijo Sandra antes de salir corriendo de allí de la mano de Joseph.
    —¡Corre, por Dios! —Álvaro la cogió por la cintura y la obligó a correr lo más lejos posible de allí.
    —¡Alto policía! —puse pies en polvorosa sin quiera girarme.
    Era de noche y conocía una zona del paseo marítimo por la que varias farolas estaban fundidas dificultando la visión. A pesar de todas las quejas de los vecinos, el Ayuntamiento aún no se había dignado a arreglarlas y a mí me iba a venir muy bien para darle esquinazo al policía que me perseguía.
    Corrí lo más rápido que pude por la zona oscura, atravesé el parque y me metí por un par de callejones.
    Paré de correr cuando ya no escuché a nadie detrás de mí. Por seguridad no salí del callejón mientras intentaba tranquilizar mi agitado corazón.
    Me faltaba el aire a tal nivel que me doblé y comencé a toser sin control. Veía como el asfalto se mojaba con la saliva que escapaba de mi boca como si de un río se tratara.
    —Tranquila, respira.
    —¡Dios! —grité llevándome la mano al corazón tras escuchar la voz de Daniel que apareció de la nada.
    —¿Eras tú el que me perseguía? —dije incorporándome como pude y limpiando la saliva que se había quedado impregnada en mi barbilla.
    —No, a mí no me habrías conseguido dar esquinazo con tanta facilidad —me miró con una sonrisa burlona.
    —¿Qué haces aquí? —pregunté con el corazón por fin un poco más calmado.
    —He escuchado por radio el altercado. No he respondido el aviso porque había una patrulla más cerca, pero en cuanto he escuchado el nombre de algunos implicados he preferido acercarme —no me miraba enfadado, parecía más bien la mirada de un padre resignado por el mal comportamiento de su hija.
    —Deberías volver con tus compañeros —no quería que se marchara. No entendía porque me empeñaba en alejarlo de mí.
    —No saben que estoy aquí.
    —Entonces supongo que no me vas a detener. Me voy a casa.
    —Tenemos que hablar —me agarró del brazo impidiendo que me alejara.
    —Es muy tarde y estoy cansada —intenté zafarme, pero no me lo permitió
    —Alejandra, por favor —tiró con suavidad de mí intentando acercarme a su cuerpo, pero no se lo permití.
    —¿Me vas a retener en contra de mi voluntad? —miré su mano y después a él directamente a los ojos intentando aparentar firmeza, cuando en realidad sentía las piernas como un par de flanes por el cosquilleo que ese simple contacto me provocaba.
    —No, porque eres una mujer madura y vas a acompañarme sin poner resistencia.
    —No soy tan madura.
    —Lo sé —en un movimiento ágil me cargó en su hombro como si fuera un saco de patatas—. No grites, a menos que quieras llamar la atención y descubrirnos —contuve mi ira y me quedé callada, pero no le pedí que me bajara. Después de casi morir asfixiada por la espantada que tuve que dar, no me parecía mala idea dar un descanso a mis piernas. Además, no me daba ninguna pena que aguantara sobre sus hombros mis sesenta y tres kilos. Sesenta y tres será en la Luna.
    Tras todo lo que había pasado con la falsa muerte de Daniel, perdí el apetito hasta tal punto que dejé cinco kilos y una talla que me obligó a renovar el armario.

    Cuando llegamos a su coche, me dejó en el suelo, abrió la puerta trasera y lo miré con desconcierto.
    —No quiero ir como una detenida —dije indignada.
    —Lo siento, pero estos cristales están tintados y ya sabes que no nos pueden ver juntos.
    —Entonces déjame que me vaya.
    —Después de hablar serás libre de hacer e ir a donde quieras —su mirada y su tono de voz movieron algo dentro de mí. No fui capaz de seguir protestando, por lo que decidí montarme en el coche.
    Mientras él se abrochaba el cinturón de seguridad, miré mi teléfono. Tenía cinco llamadas perdidas de mis amigos. Me había olvidado por completo de ellos, probablemente estarían buscándome preocupados.
    Le envié un mensaje a María en el que le decía que me había ido a dormir a la casa de mis padres para que se tranquilizara y no me esperara despierta lo poco de noche que quedaba, pues tenía el presentimiento de que no iba a llegar.
    —Te voy a dejar cerca de tu coche e irás a una dirección que te voy a dar. Yo iré a comisaria para dejar el coche oficial y fichar. Después nos iremos
    —¿Por qué tanto misterio? Entra en mi piso como haces siempre —dije con hartazgo
    —No. Quiero que podamos hablar alto y claro, sin contención y sin miedo a que nadie nos descubra —estaba tan decidido que opté por dejar de oponerme y enfrentarme a nuestra situación.

    Fui a paso ligero hacia mi coche, la oscuridad de la noche y el silencio sepulcral me ponían los pelos de punta. En cuanto entré puse el seguro y pude respirar aliviada.
    Conecté el móvil ya que apenas le quedaba batería y metí la dirección en el navegador.
    El trayecto no era largo, pero por culpa de mis nervios me equivoqué en un giro y el GPS se volvió loco intentando reconducir el camino. Media hora después llegué a la parte trasera de una residencia de la tercera edad, pero seguí unos metros más porque gracias a las luces de mi coche pude visualizar a Daniel que me hacía un gesto para que continuara.
    La carretera de asfalto se acabó dando lugar a un camino de tierra que llevaba a unos invernaderos. No podía negar que lo tenía todo pensado, pues allí detrás nadie podría reconocernos a menos que estuviera a un metro de distancia.
    Se acercó a la ventanilla del copiloto y me hizo un gesto para que la bajara.
    —Yo conduciré.
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    Siento mucho haber tardado tanto, pero entre el trabajo y la universidad he estado muy ocupada.
    No queda mucho para el final, unos cuatro o cinco capítulos.
    ¿Alguien sabría decir por qué el capítulo se llama «Primero corre y después pregunta 2.0?

    ¡Nos leemos!
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    Links “Jugando con la ley” (Primera parte)
    Prólogo https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley/
    Capitulo 1: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-2/
    Capitulo 2: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-2-una-no-oferta-y-una-fantasia/
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    Capitulo 2: https://weloversize.com/topic/jugando-con-fuego-cap-2-estas-segura-repito-estas-segura/
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    Responder
    AS
    Invitado
    AS on #309882

    No sé la respuesta al por qué del título jaja, pero me encanta esta historia. La pena es que viene de poquito en poquito ?, pero el trabajo de escribir es arduo. Merece la pena esperar por la alegría que me da cuando entro y veo que hay capítulo nuevo ??
    Mucho ánimo para los siguientes!!

    Responder
    Lectora
    Invitado
    Lectora on #311287

    Que pena que quede poquito, la verdad que cada vez estoy mas enganchada a esta historia, miro a menudo a ver si has publicado?. Y la razon del nombre del capítulo será porque es la segunda vez que la acorrala en un callejón no se ?. Esperemos que nos des la repuesta en la próxima publicación, un saludo

    Responder
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Respuesta a: Responder #309882 en Jugando con fuego. Cap 11: Primero corre y después pregunta 2.0
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