Jugando con fuego. Cap 12: El destino y una llamada.

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    Capítulo 12: El destino y una llamada.

    A los pocos minutos de comenzar el trayecto y a pesar de la tensión latente que había entre nosotros, mi cuerpo sin poder impedirlo, comenzó a relajarse hasta tal punto que a la tercera cabezada me quedé profundamente dormida.
    Me desperté agitada y lo primero que hice fue mirar por la ventanilla del coche. Aún estaba oscuro, pero por la hora y el color del cielo, quedaban pocos minutos para que amaneciera.
    —¿Qué hacemos aquí? —estábamos aparcados en la esquina de lo que parecía la entrada a un bosque en el que no había estado nunca. De hecho, al observar todo el paisaje, que era precioso, me di cuenta que no me sonaba nada de ese sitio. No tenía ni idea de donde estaba.
    —Esperar a que amanezca.
    —¿Por qué?
    —Ya lo verás —podría haber seguido interrogándole, pero al girarme hacia él y observarle, me di cuenta de que también estaba cansado, por lo que decidí ser paciente y esperar.
    Veinte minutos después arrancó el coche y se adentró en el bosque. La vegetación era asombrosa e increíblemente verde. Cuanto más nos adentrábamos más altos se volvían los arboles y más abundante era la flora, hasta tal punto que costaba diferenciar el camino.
    Estaba maravillada ante aquel espectáculo de la naturaleza. Bajé la ventanilla y saqué un poco la cabeza para aspirar el aire limpio de ese sitio.
    —Mira al frente —fijé la vista en el camino, pero aparte de la vegetación no vi nada más.
    —¿Tengo que ver algo?
    —Fíjate bien —dijo con una sonrisa.
    Intenté fijarme en cada mínimo detalle, pero por más que mis ojos se movían de un lado para otro, no conseguí ver nada fuera de lo normal hasta que el coche estuvo a menos de cinco metros y vislumbré lo que parecían dos cuadrados grandes en mitad del bosque que partían la vegetación. Entrecerré repetidamente los ojos intentando forzar la vista. ¿Qué diablos es eso?
    Necesité un par de minutos y estar a un metro de distancia para darme cuenta de que eran dos ventanas de una casa que estaba prácticamente cubierta por toda la vegetación.
    —¿Ya lo has visto? —dijo Daniel a la vez que detuvo el coche y apagó el motor.
    —¿Es una casa?
    —Son casas “fantasma.” Son muy complicadas de visualizar. De noche son imposibles de localizar aunque conozcas el camino. Las usamos como centros de protección para víctimas en alto riesgo o para reuniones donde manejamos información confidencial relacionada con los delitos más graves como el terrorismo.
    —¿Por qué me has traído aquí?
    —Para hablar con tranquilidad sin miedo a ser escuchados u observados —se bajó del coche y yo le imité.
    Me llevó hacia la entrada que estaba totalmente cubierta por las ramas de una planta que tuvimos que apartar para poder encontrar las tres cerraduras de la puerta. Primero abrió la de la parte superior, después la inferior y finalmente con una llave el doble de larga que las otras dos, a la quinta vuelta la puerta se abrió.
    El recibidor era enorme. Vislumbré dos puertas a la derecha y un arco a la izquierda que parecía dar paso al salón. Al fondo estaban las escaleras que llevaban a la segunda planta. Parecía una casa completamente normal.
    —Ven —cogió mi mano. Pasamos el arco y entramos a una habitación que era mitad cocina y mitad salón como había intuido.
    En la parte próxima a la cocina había una enorme mesa de madera con asiento para diez personas. No bromeaba cuando dijo que allí hacían reuniones.
    Él me dirigió a la parte opuesta adornada con dos sillones largos negros que formaban una L en frente de una chimenea de piedra.
    Miré hacia el ventanal y no vi nada que no fueran hojas verdes que ni tan siquiera permitían a los rayos del sol colarse entre ellas.
    —Antes de que digas nada, quiero pedirte perdón. Me ha costado entenderlo, pero sé que me mentiste por mi seguridad. Todo se ha complicado demasiado —suspiré.
    —Se ha complicado porque no sé qué buscabas con esa complicidad con Montoya —debía estar de broma. Me estaba disculpando de corazón porque sabía que me había equivocado en muchas cosas y él me hablaba de Montoya como si fuera el principal motivo de nuestros problemas.
    —¿Yo lo he complicado todo? —me puse en pie prácticamente gritando. No sé de dónde salió esa rabia repentina.
    —Cálmate —su petición me enfureció más.
    —No me voy a calmar. Me has traído aquí para que no me contenga ¿Verdad? Pues entérate, me he sentido muy decepcionada contigo, prácticamente cada semana descubría una mentira nueva. Me has hecho llorar, sentirme como… —tuve que parar antes de que se me quebrara la voz, pero no había acabado—. Llegué a creer que solo me habías usado y nunca sabrás la desolación que sentí de solo pensar que el amor de mi vida era una farsa. Así que no me hables de terceros porque no tienen nada ver con todo esto.
    —¿Y sabes cómo me sentía yo cada vez que me apartabas o me echabas de tu casa? —se puso en pie. En cada palabra que pronunciaba su tono de voz se elevaba hasta que comenzó a gritar al igual que yo —¿Tienes idea de lo que sentí cuando creí que te perdía?
    —¡Pues dímelo! No intentes arreglarlo con sexo.
    —Tampoco oí que te quejaras, al menos no de disgusto —me dio miedo las enormes ganas que sentí de mandarlo al infierno. Necesitaba alejarme antes de perder por completo la cabeza y acabar haciendo o diciendo algo de lo que pudiera arrepentirme para siempre.
    Intenté marcharme, pero no terminé de rodear el sillón para salir por el arco del salón cuando él me alcanzó y me abrazó por la espalda apretándome contra su pecho.
    —Lo siento —me susurró al oído. Cerré los ojos e intenté respirar para calmarme. Me sentía totalmente perdida. Deseaba arreglar nuestros problemas, pero parecía imposible, era como si el destino nos quisiera hacer entender por las malas que no podíamos estar juntos, que habíamos matado poco a poco y con saña nuestro amor.
    Me sentía tan débil que quise dejarme caer en el suelo. Daniel me lo permitió, pero en cuanto estuve sentada, él se arrodilló en frente de mí.
    —De verdad que lo siento —cogió mi rostro mojado por dos lágrimas que no pude contener y las limpió con sus pulgares. Acercó su rostro un poco más y me besó con delicadeza. Cerré los ojos y me dejé llevar por la dulzura de sus labios. El destino podía, con todo el respeto del mundo, ir a darse un paseo, y bien largo.
    Rompí el beso para mirarle a los ojos. Intentó comenzar a hablar, pero puse un dedo en sus labios pidiéndole que me dejara a mí volver a empezar.
    —Lo siento. He sido muy dura contigo y aun así has seguido a mi lado —entrelazó nuestras manos.
    —Porque te he entendido en todo momento. Tienes todo el derecho a estar enfadada conmigo, te he hecho sufrir y aunque tú me llegaras a perdonar, voy a tardar mucho tiempo en perdonarme a mí mismo.
    —No Daniel. Se acabaron las culpas, por favor —supliqué. Volvió a besarme, esta vez más desesperado, pero antes de que pudiera rodear su cuello, separó sus labios de los míos y lo miré sin entender que pasaba.
    —No quiero, pero tengo que preguntártelo ¿Sientes algo por él? —lejos de enfadarme, entendí lo que pasaba. Estaba inseguro y necesitaba que lo ayudara.
    —Absolutamente nada Daniel, solo estás tú —no pudo evitar sonreír. Lo conocía muy bien y estaba segura de que iba a hacer algún comentario que estropeara el momento.
    —Sé que eres muy orgullosa y no me vas a preguntar, pero quiero que sepas que entre Marta y yo no hay nada. Mírame bien Alejandra —levantó mi mentón y me miró directamente a los ojos—. Soy completamente tuyo —sin soportarlo más me lancé a sus labios haciéndolo caer hacia atrás conmigo sobre su cuerpo.
    Comencé a desabrocharle la camisa con desesperación. Quería acariciar su cuerpo. Se movió debajo de mí haciéndome sentir su erección apretando contra mi entrepierna. Solté un gemido desesperado. No tenía que contenerme y eso me calentaba la sangre.
    A la vez que acariciaba su pecho, asalté su boca para fundir su lengua con la mía. Coló sus manos por debajo de mi camisa acariciándome la espalda con dulzura, provocándome escalofríos de puro deseo.
    —Cariño, arriba hay una cama —me mordió el cuello con suavidad consiguiendo que perdiera la poca cordura que me quedaba.
    —No. Aquí —jadeé en su oído. Lo sentí temblar y de un giro me colocó debajo de su maravilloso cuerpo.
    Entrelazó sus manos con las mías llevándolas detrás de mi cabeza mientras se entretenía besando primero mi cuello para después descender por mis pechos, besándolos por encima de la tela de mi camisa que ya me estorbaba.
    Quise soltarme para poder deshacerme de mi ropa, pero no me lo permitió.
    —Espera —susurró mientras me besaba el estómago.
    Desabrochó el botón de mi pantalón con la boca provocándome un gemido. Soltó mis manos para poder bajar los pantalones junto con mi ropa interior.
    Besó mi monte de Venus acelerándome la respiración. Usó sus dedos para separar mis labios y darle mejor acceso a su lengua que comenzó a juguetear en el lugar exacto provocando que todo mi cuerpo se tensara y yo no parara de emitir gemidos sin contención alguna. Me sentía libre.
    La reacción de mi cuerpo era su incentivo para seguir dándome placer. Introdujo dos dedos en mi interior sin que su lengua dejara de torturarme.
    Estaba rozando la cima de la que caería al vacío. Comencé a convulsionar y él aceleró el ritmo de su lengua y sus dedos dándome el primer orgasmo de la noche. Grité sin control hasta que no pude más.
    Me dio unos segundos de cortesía para recomponerme mientras él terminó de desnudarse. Nunca me cansaría de admirar su cuerpo desnudo.
    Comencé a desabrocharme la camisa con desesperación, no tardé demasiado en despojarme de ella y el sujetador. Cogí sus manos y las llevé a mis pechos, adoraba como me daba placer con sus manos.
    Me ayudó a incorporarme, obligándome a pasar las piernas por su cintura, sentándome encima de él. Sentí su pene erecto rozando con mi estómago y una oleada de calor se instaló en mi entrepierna. Quise levantarme para introducirlo en mi interior, pero no me lo permitió. Bajó su boca a la altura de mi pecho derecho y succionó mi pezón erecto como si quisiera arrancarlo. Dejé escapar varios gemidos a la vez que bajaba las manos por su pecho, clavándole las uñas como respuesta a la desesperación que me producía su boca sobre mi piel.
    Alcancé su pene y comencé a masajearlo con suavidad. Tembló bajo mi cuerpo y no pude evitar sonreír con satisfacción. Aumenté la presión y él como respuesta succionó con más fuerza.
    Gruñó desesperado cuando dirigí su pene hasta mi intimidad, impregnándolo con mi humedad provocada por sus caricias.
    Metió las manos debajo de mi trasero para poder alzarlo mientras yo lo dirigía hacia mi interior. Me dejó caer y se introdujo en mí de una estocada que nos dejó a ambos unos segundos sin respiración.
    Comencé a moverme en círculos, despacio, quería torturarlo como él había hecho conmigo, pero después de soltar un gemido que se ahogó en su garganta, me agarró por las caderas y yo me aferré a sus hombros para comenzar a moverme sobre él.
    —Te quiero —susurré extasiada.
    —Y yo a ti, mi vida —en un arrebato, me tumbó en el suelo, colocó mis piernas en sus hombros y comenzó a penetrarme con vehemencia.
    Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo dentro de mí. Me estaba volviendo loca de placer y quería volverlo loco a él también. Tensé mis caderas para crear mayor fricción en su miembro, sus gemidos me llenaron de lujuria, bajé las piernas de sus hombros y me alcé lo suficiente para alcanzarlo con mis brazos y obligarlo a cubrir su cuerpo con el mío. Quería besarlo, devorar su boca mientras sentía como entraba y salía de mí con brío llevándome al borde de la desesperación por explotar junto a él.
    Sentía el clímax cada vez más cerca, cerré los ojos y mordí mi labio inferior en un intento desesperado por aguantar la oleada de placer que amenazaba con arrasar todo mi ser.
    Comencé a gemir desatada como nunca lo había hecho, el orgasmo se apoderó de todo mi cuerpo como un volcán en erupción. A los pocos segundos comenzó a temblar, apretaba los dientes desesperado por derramarse dentro de mí.
    Cuando todo acabó, nos quedamos tumbados en el suelo incapaces de movernos, nos hizo girar para colocarme sobre su cuerpo. Apoyé la cabeza sobre su hombro y él extendió los brazos hacia los lados.
    —Es como si cada vez fuera mejor. Me ha encantado eso que has hecho de… —apretó las caderas debajo de mí.
    —Eres un idiota —le miré a los ojos y no pude evitar reírme con cierta vergüenza. Cogió mi rostro con ambas manos y me acarició con suavidad las mejillas.
    —No sé si alguna vez te lo he dicho, me pierdo en tu sonrisa.
    —Y yo en tus ojos, mi amor —besé sus labios con ternura.
    Me abrazó sin dejar de besarme, fue suave durante unos minutos, pero el deseo comenzó a crecer de nuevo en mi estómago provocando que mi boca se volviera más exigente. Nos separamos jadeando y mirándonos con deseo—. Enséñame la cama de la que me has hablado —dejé un reguero de besos por su mejilla hasta llegar a su cuello el cual mordí provocándole un escalofrío.
    Solo podía pensar en nuestros cuerpos unidos de nuevo, por lo que al subir las escaleras de la segunda planta no me fijé en nada que no fuera él.
    Entramos en una de las habitaciones, por el tamaño era obvio que era el cuarto principal. En medio había una enorme cama con el cabecero de madera oscura.
    —Túmbate —puse una mano en su pecho y le empujé haciéndolo caer en la cama. Él obedeció dócilmente sin dejar de sonreírme.
    Me subí a horcajadas sobre su cuerpo desnudo y comencé a besarlo y acariciarlo como me encantaba hacer.
    Alzó sus brazos en busca de mis pechos, pero no le dejé.
    —Déjame tocarte —susurró posando sus manos sobre mis caderas.
    —No. Es mi turno de saborearte —soltó un gemido ante mis palabras que me encantó.
    Volví a subir hasta su cuello, mordiéndolo sin ser suave, mordí su mejilla y me apoderé de su boca con fiereza. Volvió a intentar acariciarme, pero le aparté las manos sin dejar de besar sus labios, exigiéndole que me lo diera todo.
    Tardó pocos minutos en volver a estar duro. Descendí por su pecho, siendo esta vez más lenta y dulce. Mis labios besaban el camino marcado previamente por mis manos.
    Llegué a su pene, pero pasé de largo hacia sus muslos. Lo vi apretar las sábanas de la cama, su respiración era tan apurada que podía escucharla a la perfección llenándome de satisfacción.
    Acaricié sus testículos y me introduje en la boca todo lo que pude de su falo para después chuparlo hasta abajo, volví a subir por su longitud hasta llegar al glande, moví la lengua en círculos humedeciendo aún más la zona, con mi mano libre lo masturbé antes de volver a metérmelo en la boca y chuparlo con vehemencia. Sus gemidos me calentaron tanto que aumenté el ritmo, volví a bajar lamiendo la zona de los testículos. Quise volver a introducírmelo en la boca, pero me hizo girar y se colocó encima de mi cuerpo.
    —Aún no he terminado —protesté.
    —No quiero acabar en tu boca. Aquí es mucho mejor —me penetró de una sola embestida que me dejó sin aliento unos segundos.
    Se puso de rodillas y colocó sus manos en mis muslos abriéndolos más para tener mayor acceso.
    El cabecero de la cama golpeaba la pared con fuerza. Sin dejar de embestirme, alargó su mano y comenzó a masajear mi clítoris desatando la locura en mí.
    —Daniel… —no fui capaz de acabar la frase, me sentía totalmente sobrepasada por el placer.
    Se dejó caer poniendo sus brazos a los lados de mi cabeza y me besó, enredando su lengua con la mía para luego morder mi labio inferior y tirar de él.
    Estaba a punto de estallar, sentía como el orgasmo comenzaba a invadir todo mi cuerpo llevándome a la locura. No podía más, necesitaba explotar o me desmayaría allí mismo. Una estocada más y de nuevo fui arrasada al mismo tiempo que él, de su garganta escapó un gemido desgarrador.
    Después del intenso orgasmo no podía moverme, no tenía ni una gota de energía en el cuerpo. Me sentía como si estuviera flotando en una nube.
    Daniel se desplomó a mi lado. Giró la cabeza para mirarme y sonrió, le devolví la sonrisa y con la poca fuerza que me quedaba me acerqué a él y le abracé.

    Abrí los ojos con dificultad, todo lo que vi a mi alrededor me pareció desconocido hasta que los recuerdos llegaron a mi cabeza provocándome una sonrisa de felicidad.
    Miré a mi izquierda y vi a Daniel aun dormido. Se veía guapísimo con el pelo despeinado. Parecía muy relajado, como hacía semanas que no lo veía.
    Los rayos del sol brillaban con fuerza y unos cuantos conseguían colarse por la ventana a pesar de la vegetación que la ocultaba. Me incorporé y me vestí con cuidado de no hacer ruido. No quería despertarlo, era consciente de que proteger la vida de mi hermano le había quitado muchas horas de sueño y tranquilidad, merecía dormir un par de horas más.
    Tenía sed y hambre, no había comido nada desde la noche anterior. Recordé la cocina y me encaminé hasta allí rezando porque estuviera equipada de todo lo esencial. Aunque lo que más me urgía era un vaso de agua, tenía la boca seca como un trapo.
    No pude bajar ni un escalón porque me quedé petrificada en el sitio. El corazón me latía tan rápido que incluso dolía. Pensé en pegarme un pellizco en el brazo para conseguir reaccionar, pero ni un solo músculo de mi cuerpo me obedecía.
    —Hola hermanita —su voz. Hice el mayor esfuerzo de mi vida por no caer al suelo desmayada. Mis pies por fin reaccionaron y bajé las escaleras de dos en dos hasta que por fin pude saltar a sus brazos.
    No era un espejismo, no me di de bruces contra el suelo, abracé a mi hermano como si no fuera a soltarlo nunca más. Sin poder evitarlo comencé a llorar sin control. El llanto surgió con tanta intensidad que sentía como me oprimía el corazón, como si me hubiesen atravesado el pecho y clavado mil agujas.
    Tuve que hacer un esfuerzo enorme para intentar relajarme antes de que mi estado de nervios me provocara un ataque de ansiedad.
    Mi hermano temblaba en mis brazos, pero aun así no dejaba de acariciarme la espalda con suavidad para intentar ayudarme a relajarme, cuidándome como siempre.
    Fue él quien decidió romper el abrazo y mirarme a los ojos con una sonrisa en los labios. Me pregunté cuanto tiempo haría que no sonreía de esa manera. La emoción se apoderó de mí y volví a abrazarlo con fuerza.
    Cuando por fin me sentí con suficiente valor, me separé de él y me fijé en cómo había cambiado después de tanto tiempo.
    Los rasgos de su cara seguían siendo los mismos, pero más maduros. Era todo un hombre. Debajo de sus ojos marrones claros que eran una copia de los míos, observé unas marcadas ojeras, pero lo que más me llamó la atención fue su pelo.
    —¿En serio, rubio platino? —intenté bromear. Llevaba un corte de pelo al dos de maquinilla con los lados degradados. La barba que no era demasiado frondosa, aunque si estaba descuidada, era castaña clara que era su color natural de pelo y aunque se veía extraño, estaba guapísimo, siempre había sido un conquistador.
    —Esto no es nada —bufó—. Al principio me dejé crecer el pelo y la barba. El pelo me llegaba por debajo de los hombros y la barba se movía con el viento. Una noche en un arrebato me afeité la cabeza y solo me dejé la barba. A los pocos meses también me la afeité, parecía una bola de billar.
    Siguió contándome todos los desastres que se había hecho en la cabeza mientras nos dirigíamos a la cocina. Fue él quien me sirvió el agua mientras yo le observaba con detenimiento. Parecía conocer la casa a la perfección.
    —¿Has estado antes aquí? —me senté en el taburete de la barra de la cocina.
    —He vivido aquí —apoyó las manos en la barra y volvió a sonreír. No había parado de hacerlo, me encantaba verlo así.
    —¿Te descubrieron?
    —No. Me escondí aquí después de la última vez que casi me cogen, pero la semana pasada Daniel pensó que era mejor trasladarme a la casa que hay a unos quince kilómetros de aquí porque tiene mejores salidas estratégicas, sobre todo es más segura si tuviera que huir de noche. Salir al bosque en plena oscuridad es prácticamente un suicidio.
    Tenía tantas preguntas en la cabeza que no sabía por donde empezar, tampoco era mi intención cometerlo un tercer grado, quería que estuviera relajado y tranquilo, pero necesitaba algunas respuestas.
    —¿Cómo has sabido que estaría aquí?
    —Conseguí sonsacárselo a Daniel. No he querido venir antes porque me he imaginado que… bueno… Un inspector de policía no está nada mal eh—me guiñó un ojo y sentí las mejillas arder. Me dieron ganas de cavar un hoyo en el suelo y meter la cabeza, no dejaba de ser mi hermano y no quería entablar con él ninguna conversación que tuviera que ver con Daniel y yo desnudos.
    —Cállate —intenté sonar seria, pero sinceramente no fui muy convincente.
    —No me sorprendió demasiado, siempre te obsesionaron los uniformes —estalló en carcajadas. No te respeta ni tu hermano.
    —¿Quieres que te cuente lo que hemos hecho? Tienes las manos en el lugar exacto —se apartó como si acabara de tocar agua hirviendo, esta vez fui yo la que no pude evitar reírme ante su cara de horror. Fue al fregadero para lavarse las manos el muy exagerado —Es broma idiota, pero no te sientes en el sofá.
    —¡Basta! —se echó un vaso de agua fría y se lo bebió de un trago, parecía realmente traumado al imaginarse a su hermana teniendo sexo.
    —Ya no soy una chica inocente —sonreí con suficiencia, sin embargó Raúl soltó una risa sarcástica.
    —Nunca lo fuiste hermanita —se cruzó de brazos y estuvo a punto de apoyarse de nuevo en la barra de madera de roble, pero antes de hacerlo vaciló y me miró.
    —¡Que no! —se apoyó más tranquilo. Sonrió de nuevo, aunque percibí en su mirada un deje de tristeza.
    —Pensé que nunca más volveríamos a estar así —un nudo me oprimió el estómago, pero intenté disimular y sonreír. No lo quería ver triste ni afligido.
    —¿Como conseguiste mi número de teléfono? —la respuesta era más que obvia, pero no se me ocurrió nada mejor para intentar desviar la conversación.
    —Daniel me lo dio. No se lo había pedido antes porque pensé que me llevaría un rotundo no y no me apetecía discutir con la única persona que veo de vez en cuando, pero llegó y simplemente me dio un papel donde estaba apuntado.
    Fui consciente de que suspiré como una tonta enamorada, pero no me importó, a fin de cuentas, lo estaba, y mucho. Raúl rodó los ojos y bufó.
    —¿Por qué no quieres que nadie más sepa dónde estás?
    —Porque no confío en ellos. Daniel dice que soy un paranoico y que es una acusación muy grave, pero no puedo evitarlo.
    —Bueno lo más importante es tu seguridad y tu tranquilidad —me quedé pensando en las palabras de mi hermano, pero este llamó mi atención.
    —Sabes… casi me muero cuando escuché la voz de papá. Intento pensar en palabras que solíais usar para recordar vuestras voces en mi cabeza, pero cada me cuesta más…— se quedó en silencio unos segundos hasta que me volvió a mirar con angustia—. Alex no quiero olvidaros —su voz se quebró y sus ojos se enrojecieron. Bajé de un salto del taburete para rodear la barra y abrazarlo. Me apretó como si fuera su soporte.
    Sentía tanta rabia e impotencia por no poder hacer nada por él que no fuera abrazarle. Sabía que cualquier cosa que dijera no sería suficiente. Nada le consolaría, su alma estaba destrozada en mil pedazos, solo se volvería a recomponer cuando volviera a casa, pero igualmente estaría marcada para siempre.
    —¿Qué haces aquí? —Raúl se separó de mí y ambos observamos a Daniel que estaba a un escaso metro de nosotros con cara de pocos amigos—. ¿Te has vuelto loco? —parecía realmente enfadado y no entendía el motivo.
    —No tengo que pedirte permiso para ver a mi hermana —usó un tono tranquilo.
    —Te expones saliendo y viniendo aquí la expones a ella.
    —Te recuerdo que has sido tú quien la ha traído — el tono pausado de Raúl cambió. La acusación no le sentó nada bien a Daniel que endureció la mirada y se acercó dispuesto a responderle, pero lo cogí de la mano y me lo llevé fuera de la habitación para hablar con él antes de que las cosas fueran a mayores. Al principio se resistió, pero una sola mirada bastó para que se dejara hacer.
    Intenté alejarme lo suficiente para que Raúl no nos escuchara.
    —Entiéndelo —susurré.
    —Lo hago, pero no debería estar aquí —resopló.
    No pude evitar sonreír. Alcé la mano para acariciar su rostro y acercar sus labios a los míos. Nos fundimos en un tierno beso que fue tornándose más apasionado con el roce de nuestras lenguas. Me aferró por la cintura para atraerme más a su cuerpo, no había pasado desapercibido para mí que solo llevaba puestos los pantalones del uniforme. Posé las manos en su pecho y lo acaricié como no me cansaría nunca de hacer. Hizo mayor presión en mis labios para que abriera más la boca, le rodeé el cuello con mis brazos e introduje los dedos en su pelo aferrándolo con fuerza.
    —¿Intentas seducirme? —susurró cuando bajó sus labios hasta mi cuello para morderlo con cuidado provocando que me estremeciera.
    —¿Funciona? —pasé las manos por sus hombros para después descender por su fuerte espalda hasta abrazarlo por la cintura.
    —Siempre —me aferró por el trasero y me apretó contra su cuerpo haciéndome notar su protuberante bulto.
    —¡Joder! —me separé de golpe de Daniel cuando escuché la voz horrorizada de Raúl, estaba parado justo en la entrada del salón con la cabeza ladeada para no mirarnos.
    Por el rabillo del ojo pude ver la sonrisa de satisfacción de Daniel, le pegué un pequeño codazo en las costillas para que la quitara, pero me ignoró por completo.
    —Iré a comprar algo para comer. No tardaré —ignoró a mi hermano y depositó un casto beso en mis labios antes de subir las escaleras para terminar de vestirse. Cuando desapareció de nuestro campo visual Raúl resopló de mala gana, me miraba con el ceño fruncido y no pude evitar soltar una risita, rodó los ojos y se dirigió de nuevo a la cocina. Fui detrás de él, necesitaba nuevamente un buen vaso de agua fría. Que sean dos.
    Rebusqué por todas las taquillas y cajones en busca de algo de comida, pero fue inútil. La cocina estaba completamente vacía. Algo lógico si nadie vivía allí.
    Cuando me di por vencida, me percaté de que mi hermano llevaba unos minutos sentado en el taburete bastante callado. Tenía las manos entrelazadas, apoyadas sobre la barra, su mirada estaba fija en ellas, parecía completamente ido.
    —¿En qué piensas? —pregunté acercándome a él.
    —En nuestros padres. Háblame de ellos ¿Cómo han llevado…? Ya sabes —la pregunta me cogió por sorpresa. Tampoco sabía muy bien que responder. Si le contaba la verdad sabía que le haría daño, pero no quería mentirle y mucho menos que pareciera que la muerte de su hijo no les afectó demasiado.
    Oculté ciertos detalles, como que mi madre había dejado de hablarme y se había dejado arrastrar por una profunda tristeza que la mantuvo encerrada prácticamente las veinticuatro horas del día en su estudio de pintura.
    Acabó preguntándome porque me había marchado a un piso de alquiler, esa parte la adorné en exceso, estaba convencida de que si le contaba mis verdaderos motivos para marcharme, se culparía, aunque él realmente no era responsable de que mis padres olvidaran por un tiempo que tenían otra hija.
    Achaqué mi decisión a que sentí la necesidad de probar como era la vida fuera de casa. Añadí un dato que era cierto y él conocía para que mi versión fuera más creíble: la universidad estaba lejos de nuestra casa y después de varios meses, el viaje se volvió demasiado tedioso.
    Hablamos durante bastante rato de mis padres. Intentaba relatarle hechos cotidianos que lo mantuvieran distraído y lejos de la tristeza. Comenzó a reír sin parar cuando le conté la historia de la camiseta que mi padre se puso la primera vez que invité a Daniel a casa para que le conociera.
    —Creía que te habías desecho de ella —consiguió decir cuando su ataque de risa disminuyó.
    —¡Era otra! ¡Otra maldita camiseta! —estalló en carcajadas. Estuvo a punto de caerse del taburete y fue mi turno para echarme a reír.
    Había pisado terreno seguro, por lo que después vino deleitarle con mi experiencia conociendo a los padres de Daniel, en especial le hablé del condenado loro y de la repipi de su madre.
    Hubo un momento que pensé que le daría un ataque al corazón si seguía riéndose de esa manera. Ciertamente era más divertido contarlo que vivirlo. Cuando su madre se enfadó por tener que esperar a que me cocinaran un filete de carne sin ninguna salsa que me enviara derecha al hospital, no supe donde meterme, incluso me hizo sentir mal.
    A lo lejos escuché la melodía de mi teléfono, estaba dentro de mi bolso que se encontraba encima de unos de los sillones. Fuiste hasta él y casi se me salen los ojos de las órbitas cuando vi quien me estaba llamando. Raúl se puso en alerta ante mi reacción, pero le hice un gesto con la mano para que se tranquilizara. Relajó un poco el cuerpo, pero me miraba preocupado. Cogí aire para intentar llenarme de valor y descolgué la llamada.
    —Dime papá —no le quité el ojo de encima a Raúl para ver su reacción. Se puso pálido, las manos comenzaron a sudarle e intentó marcharse de la habitación, pero le agarré del brazo antes de que lo hiciera. Solo era una llamada de teléfono, no tenía por qué huir.
    —Alex ¿Dónde estás? —odiaba que esa fuera siempre su primera pregunta y más cuando me veía obligada a mentirle y mi cerebro tenía que emplearse a tope en poco tiempo.
    —Dando un paseo —¿a eso lo llamas trabajar?
    —Quiero hablar contigo de algo importante, si no estás muy… —no estaba prestando atención a lo que mi padre decía, no podía dejar de observar a Raúl, comprendía que no fuera fácil para él saber que mi padre estaba al otro lado de la línea, pero iba más allá. Ni tan siquiera me miraba, tenía la mirada clavaba en el suelo, no paraba de mover la pierna a causa de su nerviosismo, incluso noté que las manos le temblaban
    —Papá ¿Dónde estás? —Una idea muy loca pasó por mi cabeza.
    —En mi taller de casa ¿Por qué? —clavé la mirada en Raúl unos segundos y le ofrecí el teléfono. Me miró como si me hubiera vuelto loca. Puse la mano sobre el móvil para que mi padre no nos escuchara.
    —Lo sabe. Cógelo —volví a ofrecerle el teléfono. Se quedó totalmente descompuesto ante mi revelación, probablemente no fue la mejor manera de decírselo, pero en ocasiones era necesario ser brusca.
    Al ver que no reaccionaba, cogí su mano y deposité sobre ella el móvil, incluso le obligué a ponérselo en la oreja.
    —Ho…hola —un silencio sepulcral invadió la estancia. Mi hermano no dijo nada más, tampoco escuché ninguna respuesta.
    Empecé a sudar frio al darme cuenta de que lo que había hecho, a cada segundo que pasaba estaba menos segura de que hubiese sido buena idea. No me paré a pensarlo, simplemente le miré y lo hice, porque creía que ambos se lo merecían.
    —Estoy bien —los ojos de mi hermano comenzaron a humedecerse, verlo así me provocó unas ganas terribles de llorar, pero me contuve, me tragué todo mi dolor como llevaba haciendo desde el primer instante en que le vi parado al principio de las escaleras—. Y yo a ti papá. Lo siento mucho —colgó la llamada y se desmoronó por completo. Dejó el teléfono encima de la barra y comenzó a llorar como no le había visto nunca, era un llanto silencioso cargado de profundo dolor. Verlo así me rompió un poco más, pero seguí contenida, porque ese era su momento para desahogarse, para que todas las heridas que él mismo se había hecho fruto de la culpabilidad sangraran, solo así podría comenzar a curarse y ante todo a perdonarse.
    Lo único que pude hacer fue abrazarlo con fuerza y susurrarle al oído que todo se arreglaría, aunque en el fondo no lo sabía y no saberlo era lo que me oprimía el pecho hasta el punto de dejarme sin respiración.

    Daniel apareció y nos vio abrazados en el sofá. Se puso serio, pero no dijo nada. No parecía enfadado, eso me relajó, pero aun así la expresión de su rostro me preocupó un poco porque no sabía cómo interpretarla. Dejó la bolsa de comida en la cocina y se marchó, dejándonos espacio y tiempo.
    Mi hermano ya no lloraba, hacía un rato que había conseguido recomponerse un poco. No quise decir nada hasta que no lo hiciera él para no presionarle, me limité a estar ahí para él.
    —Tienes que irte antes de que sea más tarde —la voz de Daniel me sobresaltó.
    —Lo sé —respondió con un hilo de voz.
    —Lo voy a acompañar, en la bolsa hay comida por si tienes hambre —su tono de voz fue más suave cuando se dirigió a mí.
    Raúl se levantó del sofá y yo le imité. Se giró hacia mí e hizo un gran esfuerzo por esbozar una sonrisa sincera. Lo abracé con fuerza y él besó mi mejilla.
    —Cuídate mucho —le susurré al oído.
    —Tú también enana —me sonrió por última vez y se marchó con Daniel detrás de él.
    Me volví a sentar en el sofá y dejé escapar un suspiro. Muchas emociones comenzaron a invadirme, pero no quería ni podía permitirme derrumbarme. Me levanté y fui a la cocina, no tenía hambre, pero igualmente pensé que sería buena idea preparar algo para cuando llegara Daniel. Probablemente él tampoco habría comido nada y eran más de las seis de la tarde.
    Abrí la bolsa y lo único que encontré fue una bolsa de pan de molde y embutidos. No se había esmerado demasiado con la compra, supuse que no esperaba que estuviéramos allí tanto tiempo.
    Preparé un par de sándwiches para él y otro para mí y los puse en un plato que guardé en el microondas hasta que él llegara.
    Después de dos horas esperando comencé a preocuparme. Mi hermano me dijo que la casa estaba a unos quince kilómetros, en dos horas podía ir y volver diez veces. Exagerada.
    También mencionó lo peligroso que era estar en el bosque de noche. Ciertamente el Sol aún no se había escondido, pero no tardaría demasiado en hacerlo. Intenté tranquilizarme y no montar un drama. Tenía que empezar a controlar mi desquiciada cabeza, no podía ponerme siempre en lo peor.
    Escuché la puerta y corrí hacia la entrada como una loca. Al verle sentí un inmenso alivio.
    —¿Por qué has tardado tanto? —no pude evitar usar un tono acusatorio. Estaba enfadada y no sabía muy bien por qué.
    —Me ha contado lo que ha pasado —contuve la respiración.
    —Y estás enfadado conmigo por dejarle hablar con mi padre —no era una pregunta. Inspiré una profunda bocanada de aire en busca de calma. No quería pelear, no después de por fin solucionar nuestros problemas, pero en el fondo sabía que había cometido una imprudencia y que cualquier reclamo que me hiciera estaría más que justificado.
    —No estoy enfadado —se acercó y me abrazó. Al principio no reaccioné, pero después pasé los brazos alrededor de su cuello y me abracé a él como si quisiera introducirme en su cuerpo, no fui consiente hasta ese momento de lo que necesitaba un abrazo. De nuevo una presión insoportable se instaló en mi pecho, no terminaba de comprender que me estaba pasando.
    —Igualmente sé que ha sido una estupidez por mi parte. Como si no sufrieran ya bastante, voy yo y… —no fui capaz de terminar. Me aferré más a él cerrando con fuerza los ojos para evitar que las lágrimas cayeran.
    —No es por tu seguridad por lo que no quería que vieras a tu hermano, sino por esto. No tienes que demostrar nada a nadie y menos a mí, si necesitas llorar hazlo, si necesitas gritar, hazlo, pero por favor —cogió mi cara con ambas manos y me obligó a mirarlo a los ojos—. No permitas que te consuma. Yo voy a estar aquí para ti, siempre —besó mis labios a la vez que las primeras lágrimas recorrían mis mejillas. Intentó separarse, pero no se lo permití. Profundicé el beso, rozando con las yemas de mis dedos su rostro, fui descendiendo mis caricias hasta alcanzar el primer botón de su camisa.
    —Tú eres todo lo que necesito.
    .
    .
    .

    Cada vez queda menos. Por favor dejad en los comentarios que os ha parecido el capítulo y que final esperáis.

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    SAN
    Invitado
    SAN on #313490

    Me ha encantado el reencuentro entre hermanos :)
    Se me hace larga la espera entre capítulos!! Estoy super enganchada!
    Sigue así!!!

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    AS
    Invitado
    AS on #315514

    A mí me gustaría que diera un giro la historia. Algo inesperado. Porque mi corazoncito quiere que acaben juntos y felices (que se arregle todo bien), pero también me gustaría como que aparezca un dato que los una más o que pase algo así inesperado, en definitiva (como cuando parecía que estaba muerto, pero no jajaja)
    Aún así está súper bien la historia, engancha por todos los detalles que tiene!!

    Responder
    Científica empedernida
    Invitado
    Científica empedernida on #315723

    Qué enganchada estoy!! me ha gustado mucho el capítulo…reencontrarse los hermanos y todo.

    Al contrario de la opinión anterior, yo no pondría nada inesperado…ahora que se ha empezado a desliar tooooodo un poco!

    Responder
    MarSoñadora
    Invitado
    MarSoñadora on #316689

    Buen capítulo, ya necesitaban hacer las paces!
    Yo para el final creo que aún tendrás algo inesperado guardado, no se, me da la sensación. Quizás algo relacionado con los otros policías, que sean corruptos y les delaten en un momento de necesidad.
    Aún así espero que la historia acabe con un final bonito, no me quiero imaginar a Daniel muerto y ahora de verdad.
    Con ganas del próximo!

    Responder
    SAN
    Invitado
    SAN on #320066

    ¿Para cuando el siguiente capitulo? miro todos los días!
    No nos hagas esperar mucho =)

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