Jugando con fuego cap 14: Un ojo morado y tres manzanas.

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    Capítulo 14: Un ojo morado y tres manzanas.

    Salí del juzgado devastada, el Juez impuso prisión sin fianza porque consideraba que existía riesgo de fuga, todos los argumentos de nuestro abogado fueron inútiles. Era ridículo, lo que estaba ocurriendo no tenía ningún sentido. Se me escaparon varias lágrimas de pura impotencia. Sentía que mi familia y yo estábamos totalmente desprotegidos por quienes supuestamente debían cuidarnos.
    A los pocos minutos las puertas del juzgado volvieron a abrirse y apareció Montoya con la subinspectora Castro detrás, nuestras miradas se conectaron un segundo antes de que siguiera su camino hacia su coche, por desgracia se dio la vuelta y se dirigió hacia mí. Crucé los brazos y esperé.
    —Siento mucho todo lo que está pasando.
    —Más lo vas a sentir cuando te des cuenta del grave error que estáis cometiendo —nunca pensé que llegaría a detestarle, siempre fui reacia a confiar al cien por cien en él, pero aún así no pude evitar tenerle cierto aprecio por todas las veces que se había portado bien conmigo.
    —Las pruebas son…
    —Falsas —le interrumpí.
    —Es tu padre, entiendo que necesites creer en su inocencia, pero todo apunta a lo contrario —me miraba como si yo fuera un pobre corderito al que iba a mandar al matadero.
    —Le han tendido una trampa y quizás tenga ante mí al responsable.
    —¿Qué estás insinuando? — su mirada compasiva desapareció. Su rostro se endureció y dio un paso hacia mí, pero no retrocedí, no conseguiría intimidarme aunque sacara las esposas.
    —No insinúo nada.
    —Basta, este no es el momento ni el lugar —Marta llegó por detrás e interrumpió nuestra conversación. El contacto visual entre Javier y yo se rompió cuando Marta comenzó a tirar de él por el brazo, se resistió un poco, pero finalmente se marchó con ella.
    Suspiré con fuerza y giré la cabeza hacia la derecha, Daniel estaba allí, no sabía cuánto tiempo llevaría allí y cuanto habría escuchado, pero por la expresión de su rostro y la forma de negar con la cabeza, supuse que lo suficiente.
    Sabía que acababa de cometer una imprudencia, pero no pude contenerme, no después de que ese imbécil que era cómplice de la situación por la que estaba pasando mi padre se atreviera a dirigirme la palabra.
    Mi madre apareció en escena junto con Carlos, se habían quedado dentro hablando de cuales serían los siguientes pasos de cara al juicio.
    Apenas habíamos hablado entre nosotras. Deseaba arreglar mi situación con ella, pero sentía que no era el momento y tampoco tenía ni idea de como sacar el tema. Nunca se me pasó por la cabeza que pudiera pensar que tenía celos de mi hermano. No era cierto, en alguna ocasión si sentí que le prestaba más atención, pero eso no significaba que a mi no me consintiera o me tratara peor. Siempre lo achaqué a que mi hermano era más apegado a ella como yo lo era con mi padre.
    —Voy a hacer los trámites para poder visitarlo esta semana. —pasó por el lado de Daniel sin siquiera mirarlo, es más este se tuvo que apartar para que mi madre pasara. Fue un gesto de total y absoluto desprecio hacia su persona. Por un lado me molestó, pero otro, era exactamente lo que debía hacer.
    —Iré contigo.
    —Tu padre le ha dicho a Carlos que quiere que vaya sola.
    —¿Por qué? ¿No quiere verme? —pregunté angustiada.
    —No es eso—se apresuró a responder—. Creo que tiene que ver más con el hecho de que no quiere que le veas así, al menos no hasta que él mismo lo asimilé y pueda aparecer fuerte ante ti y no hecho polvo.
    —¿Cuándo podré verle?
    —La semana que viene, solo puede recibir una visita por semana de unos cuarenta minutos y ya sabes que debes solicitarla con tiempo —respondió Carlos que fue el último en salir del juzgado. Se despidió y se fue. Daniel también se había marchado por lo que mi madre y yo nos quedamos solas, aunque acompañadas de un silencio realmente incómodo.
    —Cuando le vea te llamaré y hablaremos — ¿Hablar de qué? ¿De la pelea o de la cárcel?
    Me quedé allí parada observando como se marchaba. Me dirigí a una cafetería cerca de allí para desayunar algo. Mi estómago llevaba rato quejándose por la escasa ingesta de alimentos.
    Todo lo que podía hacer era esperar y se me daba fatal, entraba dentro de mi lista de las diez cosas que peor sabía hacer y debía mejorar.
    Tras dar un par de vueltas por un centro comercial con la intención de mantener la mente distraída y no conseguirlo, decidí marcharme a mi piso, allí al menos podría descansar. Ilusa.
    Las llaves de María estaban en el cuenco de la entrada, ya había regresado de la universidad, esa misma a la que yo llevaba unos días faltando.
    Fui a la cocina y allí estaba sentada en el taburete ojeando el periódico de la universidad, de vez en cuando lo repartían a los alumnos.
    —Hola —me saludó mientras doblaba el periódico.
    —Hola —le devolví el saludo y me llené un vaso de agua
    —Vaya cara tienes, pareces un zombi.
    —Estoy un poco cansada. He tenido pesadillas y no he podido descansar bien —mi vida en sí era una pesadilla.
    —Entonces supongo que será mejor que hablemos en otro momento —me giré hacia ella, su rostro no mostraba la misma seriedad que sus palabras, pero igualmente me inquieté.
    —Si quieres hablar podemos hacerlo ahora, no te preocupes —me senté, la vi vacilar, pero finalmente aceptó.
    —¿Por qué no me habías contado que Álvaro y tú pasasteis una noche juntos? —dejé de respirar. No sabía que responder, estaba bloqueada.
    —Pasó hace muchísimo tiempo, aún no había pasado nada entre vosotros, te lo juro —me apresuré a decir cuando conseguí reaccionar.
    —Alex tranquila, lo sé —sonrió. No entendía que estaba pasando—. Álvaro me lo contó anoche, al parecer el tema llevaba un tiempo agobiándole y ha preferido decírmelo.
    —No te lo dije porque habíamos pasado por una mala época y al volver a quedar y contarnos lo que te estaba sucediendo con él, me preocupó que si te lo decía nuestra relación se volviera a enfriar, lo siento.
    —No te disculpes —me miró como si me hubiera vuelto loca—. Lo entiendo. Solo quería comentarte que lo sé por si como él te sentías mal. Sé perfectamente que sois buenos amigos, no te estoy reprochando nada, todos tenemos pasado, simplemente no quiero que esa tontería con el tiempo genere algún tipo de tensión entre nosotras.
    —Que buenas eres —suspiré aliviada.
    —Eres mi mejor amiga, tengo confianza plena en ti y sé que jamás me harías daño.
    —De verdad que eres muy buena —me levanté y la abracé, la pilló por sorpresa, pero igualmente me abrazó.
    —¿Seguro que estás bien? —supongo que le sorprendió que la abrazara, no solía ser extremadamente cariñosa, a pesar que de si me gustaban los abrazos, pues los sentía como una fuente de energía positiva.
    —Perfectamente, voy a echarme un rato.
    Reconocía que me sentía aliviada al haber hablado del tema con María. No significó nada, pero no podía negar que alguna vez cuando habíamos estado los tres solos o incluso acompañados, si me había sentido incomoda, no por estar con ellos, sino porque sentía que de algún modo estaba engañando a mi amiga.

    Después de cuatro días, mi madre pudo visitar a mi padre. Tal y como dijo, me llamó para que fuera a casa y habláramos. Supuse que no fue un encuentro fácil, no había ningún factor que ayudara a serlo, pero lo que me hizo intuirlo fue que la visita fue por la mañana y mi madre me llamó cuando prácticamente había atardecido.
    Llegué y aparqué el coche, respiré hondo en repetidas ocasiones antes de entrar, las últimas veces que había estado allí nada había salido bien. Tardé más de media hora en encontrar valor, pero finalmente lo hice.
    La única luz que estaba encendida era la de la cocina y hasta allí me dirigí, conforme me acercaba más se me encogía el estómago.
    —¿Una cerveza? —pregunté sorprendida cuando la vi sentada en un taburete con una en la mano.
    —¿Quieres una?
    —Pues la verdad es que sí —cogí dos, ya casi se había terminado la suya. Por un instante me dieron ganas de beberme cinco de golpe para intentar conseguir el valor que me faltaba, o al menos ebria me costaría un poco menos soportar sus acusaciones.
    Las abrí y le ofrecí el botellín y me senté en el taburete que había en frente de ella.
    —¿Cómo está? —me atreví a preguntar para romper el silencio. Mi madre no parecía tener muchas ganas de hablar, solo bebía.
    —Intenta hacerse el fuerte, pero llevamos demasiados años casados como para poder engañarme —ya casi se había acabado la cerveza y yo apenas le había dado un trago. Comenzaba a preocuparme el estado en el que se encontraba.
    —Vamos a salir de esta —bajé la mirada porque yo misma comenzaba a dudarlo.
    —No será con mi ayuda. He fallado en todo, como madre, como esposa, soy la reina del fracaso.
    —No es verdad —se levantó y como no quedaban cervezas, abrió una botella de vino y se sirvió una copa hasta arriba.
    —Sí lo es y lo sabes, no me di cuenta de los errores que estaba cometiendo mi hijo, no sé como ayudar a mi marido y luego estás tú, te abandoné y cuando por fin encuentro el valor para regresar a tu vida, me recibes con los brazos abiertos y yo vuelvo a fallar —estaba en plena fase de culpabilidad, por la que todos habíamos pasado. Nada de lo que le dijera la consolaría, debía dejarla que se desahogara y ella sola avanzara hasta la siguiente fase.
    —Yo tampoco estuve muy afortunada.
    —Alejandra es cierto que cuando erais pequeños me centraba más en tu hermano, pero no por lo que crees. Siempre terminabas los puzles antes, dibujabas mejor, fuiste la primera en hablar, incluso seguía mojando la cama cuando tú ya no lo hacías. Lo llevamos al médico porque pensé que no era muy espabilado —casi se me escapa una carcajada, pero conseguí contenerla, no era el momento.
    —Mamá no tienes que darme más explicaciones —estiré el brazo y puse mi mano sobre la suya—. Sé que nos quieres por igual.
    —Lo siento —acarició mi mano y me sonrió. Una punzada me atravesó el estómago dificultándome la respiración. Tuve que hacer un gran esfuerzo para que la emoción no me desbordara—. Y por favor, no le digas a tu hermano que creí que era cortito —en esa ocasión no fui capaz de contenerme y me reí con ganas.
    Como debía hacer para poder visitar a mi padre, solicité la cita previa a través de una llamada de teléfono al centro penitenciario, me la concedieron para el jueves de la semana siguiente. La espera fue más amena gracias a que Daniel estuvo muy pendiente de mí, me llamaba casi todas las noches y cuando no podía me enviaba un mensaje de texto.
    Con la intención de distraerme y no pasarme los días encerrada en mi habitación, retomé las clases en la universidad. Al principio de curso me propuse que ese sería mi último año, lo que no esperaba era que todo se fuera a convertir en un caos. Aún así no eran demasiadas asignaturas las que me quedaban pendientes y al haberlas estudiado en años anteriores, nada me sonaba a chino, quizás con un poco de esfuerzo conseguiría mi propósito.

    El día de la visita me desperté acelerada y más torpe de lo normal. Tuve que romper un vaso, quemarme la lengua con la leche que había calentado demasiado, golpearme el dedo pequeño del pie con la pata de la mesa de la cocina para sentarme un momento en el sofá del salón y respirar hondo en busca de serenidad.
    Tras un rato de meditación, me puse en pie y fui a mi habitación en busca de una toalla para darme una ducha de agua caliente que expulsara de mi cuerpo toda la tensión acumulada.
    Decidí arreglarme un poco, utilicé maquillaje para disimular las ojeras que se me habían acentuado por lo mal que estaba descansado, también me pinté la raya del ojo, quería verme bien para la visita con mi padre, no por mí, sino por él, le conocía a la perfección y era consciente de que si me veía desanimada y cansada se culparía.
    Había aparcamientos específicos para las visitas, aparqué el coche en uno de los más alejados, igual que hice las primeras veces que fui a comisaría.
    Al llegar por supuesto me tuve que identificar y me cachearon, la mujer que me cacheó no fue amable, no sonrió en ningún momento, pero tampoco me puso de cara a la pared ni me desnudo.
    Pasé a una sala con bastantes mesas donde había otros familiares realizando su visita. No quise mirar a nadie, no podía negar que estar rodeada de delincuentes me ponía muy nerviosa, más que nada porque no sabía que habían hecho, quizás un robo, un asesinato o una violación. Por suerte opté por una camisa color vino de manga larga, así nadie podría percatarse de que tenía los pelos de punta.
    Me senté en la mesa que me indicó la funcionaria y esperé a que fueran en busca de mi padre. Me quitaron el móvil al entrar por lo que no sabía cuando tiempo estuve esperando, pero a pesar de mi nefasto sentido del tiempo, juraría que se estaba demorando demasiado.
    Observé como la funcionaría que me había cacheado se acercaba hasta mí haciéndome un gesto para que me levantara de la mesa.
    —Lo siento chica, pero tu padre ha declinado la visita.
    —¿Por qué? —no podía creerlo, mi padre no quería verme. Intenté controlar con toda mi fuerza mis nervios, no estaba en un sitio apropiado para montar una escena.
    —No lo sé —se hizo a un lado y me indicó que saliera, pero no moví ni un solo musculo de mi cuerpo.
    —Por favor espere, vuelva a buscarlo, dígale que quiero verlo —supliqué al borde del llanto. Mi reacción debió conmover a aquella mujer de mediada edad, pues me dedicó una mirada compasiva y me confesó la verdad.
    —No va a venir, ayer dos presos le dieron una paliza en el patio —me quedé aún más estática si es que era posible. Empecé a hiperventilar de tal manera que la funcionaria se apresuró a agarrarme del brazo para sacarme de allí, me llevó a una salita, me obligó a sentarme y me ofreció un vaso de agua.
    —¿Qué le han hecho? —susurré tras beber.
    —Nada grave, los guardias intervinieron rápido, solo tiene un ojo morado, pero no quiso que se os informara.
    Incluso encerrado en aquel agujero intentaba protegernos, parecía no darse cuenta que quien estaba corriendo verdadero peligro era él.
    Le di las gracias a la funcionaria por la información y su atención y me marché a toda velocidad. No le diría nada de lo ocurrido a mi madre, no quería preocuparla, pero el problema era que sabía de mi visita y probablemente me llamaría más tarde para preguntarme como lo había encontrado y de que habíamos hablado.
    Durante el trayecto a mi piso estuve maquinando que mentira sería más creíble para engañarla, incluso practiqué tonos de voz desenfadados. No era tan complicado, solo tenía que seguir la regla número uno de cualquier buena mentira, no dar demasiada información, cuantos más datos, más fácil sería caer en el error.

    Al abrir la puerta vi pasar por el pasillo en dirección al salón a Álvaro. Alerta, situación incómoda se aproxima. Por desgracia tenía que pasar por allí para poder llegar hasta mi cuarto, no había forma de evitarlo, así qué resoplé y me encaminé hacia el salón donde efectivamente estaban ambos viendo una película de acción.
    —Hola —saludé intentando aparentar la mayor calma posible.
    Ambos me devolvieron el saludo, pero la única voz que se trabó fue la de Álvaro, eso y su cara desencajada me dieron a entender que sin duda el más incómodo era él.
    Nos quedamos en silencio, la situación era muy violenta, comenzaba a pensar que en realidad no había sido buena idea contarle la verdad a mi amiga.
    —Por Dios ¿Podéis parar? Pensaba que todo estaba aclarado —María nos miró como quien mira a un par de críos de cinco años.
    —Es que es raro —respondió Álvaro. Yo me limité a estar allí de pie.
    —¿Y antes no lo era?
    —Antes no lo sabías —ese idiota siempre tenía que decir algo inapropiado. María lo miró con cara de pocos amigos, pero aún así mantuvo la calma y me invitó a ver la película con ellos, pero por suerte mi móvil comenzó a sonar. La salvadora. Como vaticiné, era mi madre.
    —Es mi madre, además esa peli ya la he visto —me despedí antes de que ninguno de los dos pudiera añadir nada más y me encerré en mi habitación.
    —¿Cómo ha ido? —recuerda, no des demasiados datos.
    —Bien —tampoco seas tan escueta hija —Dentro de lo que cabe, bien.
    —¿Seguro? —intenté no ponerme nerviosa y seguir aparentando normalidad.
    —Sí, pero no es fácil. —por suerte no me insistió más.
    Después de unos cuatro minutos de conversación con mi madre, colgué y me tiré encima de la cama. Me quedé observando el techo hasta que perdí la noción del tiempo. La cabeza no paraba de darme vueltas, necesitaba descubrir quién era la rata traidora que había metido a mi padre en la cárcel, pero por desgracia poca cosa podía hacer, no era policía, no podía ponerme a jugar a los detectives. El único que me podía ayudar era Daniel y me aterraba que algo malo le pudiera llegar a pasar. No solo tenía que lidiar con la mafia que ya en una ocasión intentó liquidarlo, sino que también debía mantener los ojos muy bien abiertos debido a que uno de sus compañeros era un topo.
    A pesar de que él no quería descartar a nadie, en mi cabeza solo tenía presente dos nombres, intentaba que los percances sufridos con ellos no me nublaran el juicio, pero me costaba demasiado.

    Al día siguiente fui a la universidad, pero no llegué a asistir a todas las clases, se me hizo imposible estar allí encerrada atendiendo al profesor de turno, prácticamente no me había enterado de nada en ninguna de las dos horas que había tenido.
    Decidí no ir a la última, creo que en gran parte porque se trataba de la asignatura de Andrés y no me apetecía que, como en otras ocasiones, al final de la hora me hiciera esperar a que todos se marcharan para preguntarme si me pasaba algo, ya que me había notado muy distraída a lo largo de la explicación.

    Unos de los pensamientos que ocupó mi mente desde que me desperté, fue la paliza que le intentaron dar a mi padre. Estaba convencida que los atacantes serían tipo pagados por Conte. También pensé en la alta posibilidad de que Daniel tuviera contactos dentro de la prisión, entre los funcionarios o incluso entre los presos a los que le podría pedir que vigilaran y protegieran a mi padre desde la distancia, sin que él se diera cuenta. Sabía que era pedirle demasiado, pero al menos debía intentarlo, estaba convencida de que esos tipos volverían a atacar a mi padre en cuanto salieran de aislamiento.

    Al caer la noche, le envié un mensaje a Daniel para vernos, necesitaba preguntarle si tenía medios para proteger a mi padre allí dentro, pero también deseaba estar con él y abrazarle, solo eso, no necesitaba nada más. Por desgracia, mientras esperaba su respuesta, me quedé dormida, pero al despertar no había ninguna llamada pérdida ni mensaje de él.
    Mi cabeza comenzó a crear mecanismos de defensa para no caer presa de los nervios, existía la posibilidad de que hubiera tenido turno de noche o que no llevara encima del móvil o que estuviera con mi hermano, desgraciadamente esa última duda no podía confirmarla porque no tenía el número de Raúl y desde nuestro encuentro no volvió a animarse a llamarme.
    Intentando convencerme de que quizás estaba dormido porque había estado trabajando hasta tarde, me dirigí a la cocina para prepararme algo para comer e intentar hacer tiempo. Aún era temprano, cuando pasaran unas cuantas horas más volvería a llamarlo para ver si corría con mayor suerte.
    El medio día ya había pasado, volví a llamarlo hasta en cinco ocasiones, pero en ninguna tuve suerte, era imposible que siguiera dormido. Decidí que si al atardecer seguía sin tener noticias de él, iría a comisaría para intentar averiguar donde estaba, no iba a esperar tanto como la última vez.
    En cuanto oscureció no pude aguantar más. Cogí las llaves de mi coche y salí disparada. No sabía que excusa me inventaría para justificar estar allí preguntando por él, pero tampoco me importaba, lo único que deseaba era que me dijeran que estaba bien, era lo único que necesitaba para calmar el temblor constante que se había instalado en mi cuerpo y que ni siquiera me permitía conducir con seguridad.
    —Necesito hablar con el inspector Ross ¿Está? —pregunté al policía de la entrada sin poder ocultar la desesperación de mi voz.
    —No —respondió aquel tipo sin mirarme. No sabía si conocería todas las entradas y salidas de todas las personas de la comisaría para responder con esa seguridad sin siquiera haberlo buscado o preguntado, pero tampoco iba a discutir.
    —¿Y el inspector Montoya está?
    —Sí —siguió con la mirada baja. Otro imbécil más a la lista.
    —¿Podría decirle por favor que necesito hablar con él? —Por fin levantó la mirada y enarcó una ceja.
    —Dígaselo usted misma, está en su despacho—ni tan siquiera se preocupó por preguntarme si sabía donde estaba su despacho, pero me dio igual, no le daría ni un segundo más de mi tiempo.
    A toda velocidad fui hasta allí y toqué la puerta, pero no esperé a recibir permiso para entrar.
    —¿Qué haces aquí? —miró su reloj y me dedicó una sonrisa que no comprendí muy bien.
    —¿Sabes donde está el inspector Ross? Tengo que hablar con él.
    —No lo sé ¿De qué tienes que hablar con él?
    —¿Desde cuándo no lo ves? —ignoré su pregunta.
    —Desde ayer por la tarde. Pensaba que no te caía bien —se levantó de su sillón y rodeó su escritorio para apoyarse en el justo delante de mí.
    —No importa como me caiga, al menos conoce el paradero de mi hermano y como se encuentra.
    —Siento no poder ayudarte—dijo serio.
    —Empiezo a acostumbrarme —giré sobre mis talones dispuesta a irme, pero me detuvo con un leve roce de su mano en mi brazo.
    —Espera, necesito que entiendas que yo no he buscado encerrar a tu padre, las pruebas están ahí, era mi obligación como policía, si finalmente es inocente saldrá libre, pero te pido por favor que intentes separar mi trabajo de lo que pueda pasar entre nosotros —¿Qué?
    Me quedé tan impactada que no me di cuenta de que me había rodeado por la cintura con sus brazos y pegado por completo a su cuerpo, conseguí reaccionar cuando alzó su mano derecha y acarició mi mejilla hasta mi cuello con suavidad.
    —¿Qué estás haciendo? —intenté separarme poniendo las manos en sus hombros y empujando, pero no me permitió despegarme ni un centímetro.
    —Sé que tú también lo sientes, aunque ahora lo niegues porque estás enfadada conmigo —mostraba una seguridad que me dejó aún más desconcertada, nunca antes lo había visto así.
    —No sé de estás hablando, suéltame —intenté de nuevo despegarme de su cuerpo, pero fue inútil, estaba agobiada por tenerlo tan cerca.
    —Si no lo sabes quizás deba mostrártelo —me agarró por la nuca para evitar que siguiera echando la cabeza hacia atrás.
    —No me obligues a gritar —estaba al borde de la desesperación. El solo pensamiento de sus labios contra los míos me producía ganas de llorar, era un hombre atractivo y fuerte, pero no era lo que deseaba.
    —Eso es justo lo que quiero provocarte desde hace mucho tiempo —no pensé que tras esas palabras me soltaría, pero lo hizo y se posicionó detrás de su escritorio, acto que agradecí.
    —No vuelvas a acercarte a mí de ese modo, no hay nada entre nosotros —abrió la boca, pero no le permití comenzar a hablar—. Si alguna vez así lo has sentido, estás muy equivocado.
    —No me suelo equivocar —la intensidad de su mirada me abrumó, pero no podía mostrar un ápice de debilidad.
    —Más de lo que crees. Quizás si no estuvieras pensando en estupideces harías mejor tu trabajo —intenté marcharme, pero volvió a rodear el escritorio para ponerse delante de la puerta. Parecía realmente enfadado, como si hubiera tocado una fibra sensible.
    —¡No te voy a consentir que dudes de mi profesionalidad! ¡Te he ayudado en todo lo que he podido! —cualquiera que hubiera pasado cerca de su despacho podría haber escuchado perfectamente los gritos.
    —Sí, ya veo para que —crucé los brazos sobre mi pecho y le mantuve la mirada. Quería que supiera que por más que gritara e intentara intimidarme, no lo conseguiría.
    —Créeme que mi trabajo está muy por encima de ti —si las miradas mataran, yo habría caído fulminada al suelo.
    —¿Y de la mafia? —te vas a meter en un lío.
    —¿Qué quieres decir? —sabía perfectamente lo que estaba insinuando, pero parecía querer comprobar si me atrevería a acusarlo directamente sin tapujos, y claro que me atrevía, era así de kamikaze o de estúpida, según como se mire.
    —Que quizás tengas más de un jefe — en esta ocasión si retrocedí asustada, su cara echaba fuego, las venas del cuello se le marcaban por la ira contenida.
    —Jamás vuelvas a atreverte a decir algo así. Mi padre murió delante de mí cuando tenía catorce años por una bomba que esa lacra colocó bajo su coche después de desmantelar una red de tráfico de drogas —sus ojos se enrojecieron a tal punto que se los frotó con fuerza para evitar que las lágrimas le traicionaran. Por primera vez vi a ese hombre débil. Se alejó y se sentó en su sillón, parecía abatido. Con apenas un hilo de voz y sin mirarme, me pidió que me largara. Sabía muy bien lo que era vivir con el dolor de la pérdida y me sentí culpable por haberle hecho viajar hasta aquel recuerdo tan horrible, aun así, no fui capaz de pronunciar ni una sola palabra, ni tan siquiera para disculparme, abrí la puerta y en silencio me marché. Antes de salir de comisaría, bajé las escaleras en dirección al baño, necesitaba refrescarme para lograr tranquilizarme, habían sido muchas emociones en poco tiempo. No sabía que parte fue peor. Estar acorralada en sus brazos me creó un sentimiento de desesperación e impotencia que nunca había sentido con nadie, pero eso se había quedado muy pequeño ante su ataque de sinceridad, no se me pasaba por la cabeza la idea de que hubiese sido una actuación para intentar confundirme, era imposible, vi en su mirada un dolor desgarrador cuando mencionó a su padre, a pesar de estar enfadada, no podía negar que le entendía, probablemente mejor que nadie.
    Cuando solo me faltaban dos escalones, sentí la mirada de alguien en la nuca, me giré y observé a la subinspectora Marta entrando por la puerta, tenía los ojos clavados en mí y cara de pocos amigos, era como si por primera vez no fingiera que me soportaba, a pesar de que siguió mirándome fijamente, la ignoré y seguí mi camino. Una vez sola en el baño pude bajar la guardia. Abrí uno de los grifos y me lavé las manos para después acariciar mi cuello. Lejos de sentirme mejor, unas enormes ganas de llorar me invadieron, las opciones se me agotaban y Daniel no aparecía. Literalmente no tenía ni idea de que más hacer para encontrarlo ni donde buscarlo, nunca me quiso decir donde estaba viviendo y mucho menos llevarme allí. Por más que trataba de resistirme los pensamientos negativos comenzaban a derrocarme.
    Mis pantalones vibraron, me sequé rápido las manos y saqué mi móvil, era un mensaje de Daniel, el alivio me invadió de tal modo que casi me caigo al suelo. Abrí el mensaje y en seguida supe que algo no iba bien, me pedía que nos viéramos donde siempre, supuse que se refería a mi piso, algo malo debía haber pasado para que contactara conmigo desde su móvil personal a mi número habitual en vez de al número que él me facilitó para poder mantener contacto sin correr riesgos.
    Salí de comisaría directa a mi coche, no vacilé en ningún momento, arranqué y me dirigí a mi piso. Tenía los nervios a flor de piel, pero eso no me iba a detener. Me llevé la mano al pecho y seguí conduciendo, deseaba que todo fuera producto de mi imaginación, pero en lo más profundo de mi ser sabía que no me equivocaba, la noche iba a ser muy larga, pero debía enfrentar lo que fuera con tal de acabar con la pesadilla, si es que no acababa antes conmigo, pero si era así, mientras el resto de mis seres queridos pudieran seguir adelante, no me importaba, me daría por satisfecha.
    Tuve que aparcar tres manzanas más arriba porque como de costumbre en mi calle no había aparcamiento.
    Bajé del coche y un escalofrió me recorrió de pies a cabeza. Era tarde, no había nadie en la calle, el silencio era tal que podía escuchar el zumbido de las farolas que iluminaban vagamente la calle.
    Caminé sin pausa, no sabía si era real o producto de mi aterrada imaginación, pero unos sigilosos pasos llegaron hasta mis oídos, no me iba a parar a comprobar que pasaba, aceleré el ritmo intentando no llamar la atención, estaba cerca de la calle principal, por allí pasaban coches y estaba muy bien iluminada, si realmente alguien me estaba siguiendo no se atrevería a atacarme en un lugar donde cualquiera podría verle. No me di cuenta de que una de las losas de la acera estaba más levantada que el resto y tropecé de tal manera que caí al suelo, intenté levantarme, pero un fuerte golpe en la cabeza me lo impidió, no sé qué más pasó después, ya que todo se volvió negro en cuestión de segundos.
    .
    .
    .
    Perdón por la espera. He estado de vacaciones y no he podido subir antes. Quería agradecer a todas las personas que seguís leyendo y comentando a pesar del retraso.
    Ya solo queda un capítulo que espero subir pronto.
    Un abrazo.

    Responder
    Bibi
    Invitado
    Bibi on #331887

    UF UF UF, que infartito todo… la espera ha merecido la pena, pero por favor, sube el ultimo pronto!!
    y como siempre, increíble, que lo estoy pasando super mal mientras leo… y eso poca gente sabe trasmitirlo

    Responder
    SAN
    Invitado
    SAN on #332077

    Madre mía!!! en su solo capítulo me da que van a pasar muchas cosas!!!
    Lo esperamos ansiosas!!!! =)

    Responder
    MarSoñadora
    Invitado
    MarSoñadora on #332192

    No me puedo creer que quede solo un capítulo! Qué ganas tenía de leer un poquito más!
    Espero que no nos dejes en ascuas mucho esperando el final, esto está más interesante que nunca ;)

    Responder
    Científica empedernida
    Invitado
    Científica empedernida on #332483

    El capítulo final debe de ser apoteosico…con este párrafo final me has dejado sin palabras! La espera ha merecido

    Responder
    Oly
    Invitado
    Oly on #335682

    Ayyyyyy que nervios! Y que ganas de que llegue el ultimo y a la vez que pena que se acabe!
    Como siempre un gustazo leerte

    Responder
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Respuesta a: Responder #335682 en Jugando con fuego cap 14: Un ojo morado y tres manzanas.
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