Jugando con fuego. Cap. 9. 1ª parte: Encantado de ayudar y una cena

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    capítulo 9: Encantado de ayudar y una cena.

    Intentando no hacer demasiado ruido porque Daniel seguía dormido, salí de la cama, busqué una toalla y ropa limpia en el armario y me encaminé al baño para darme una ducha. Normalmente me vestía en mi habitación, no me gustaba hacerlo en el baño lleno de vapor porque comenzaba a sudar y me sentía más sucia que antes de ducharme, pero en esa ocasión lo hice así para evitar una situación incómoda con Daniel. ¿Incómoda o excitante?
    –Buenos días–volví a mi habitación, Daniel ya estaba despierto, pero seguía dentro de la cama. Estaba recostado, la sábana azul claro apenas le tapaba hasta la cintura, dejando al descubierto su trabajado torso. La respiración se me aceleró, tuve que beber de la botella de agua que había encima de mi escritorio porque se me había secado la boca. Apenas me mojé los labios para no ser demasiado obvia, al menos no tanto como él. No era estúpida para no darme cuenta que había adoptado esa postura a propósito, Daniel sabía perfectamente como trastornarme, pero tenía cosas más importantes en la cabeza que su perfecto cuerpo desnudo en mi cama.
    Me senté en la silla de mi escritorio para guardar la distancia como muchas otras veces.
    –Tenemos que hablar–no sé si fue la distancia o la seriedad de mi voz, pero la expresión corporal de Daniel cambió. Se incorporó y comenzó a vestirse. ¿En qué maldito momento se había quedado en calzoncillos?
    Esperé a que terminara de vestirse intentando mantener la mirada apartada de su cuerpo, pero a pesar de intentar centrarme con ímpetu en los libros de mi estantería, no pude evitar que el ojo se me fuera un par de veces.
    –¿Qué ocurre? –dijo sin siquiera mirarme. Tenía toda su atención puesta en cerrar la cremallera de sus pantalones. Le conocía lo suficiente para saber que había herido su orgullo.
    –En las fotos que me mostró Montoya reconocí a Mario, la persona de la que te hablé después de que me dijeras que me anduviera con cuidado porque quizás me estaban vigilando a mi también. Está vendiendo droga detrás del garaje de mis amigos. Necesito que lo saques de ahí, que lo encierres, lo que sea, pero antes de que acabe metiendo a mis amigos en un problema, o peor, haciéndoles daño.
    –¿Por qué no lo identificaste? –seguía sin mirarme, en esta ocasión estaba centrado en los cordones de sus zapatos. Respiré hondamente intentando tranquilizarme, pero lo cierto era que me estaba alterando el hecho de que no mostrara ningún interés por un tema que a mí me quitaba el sueño. Me tragué mi rabia lo mejor que pude, no era el momento ni el lugar para discutir una vez más.
    –Porque a pesar de todo no creo que deba confiar en nadie más de esa comisaría que no seas tú–por primera vez clavó sus ojos en los míos. En un principio fue una mirada extrañada que se transformó en cínica.
    –¿En serio? –su tono de voz no me gustó en absoluto. Al contrario, provocó en mi un ramalazo de ira que aún no sé cómo controlé. Se sentó en mi cama manteniendo esa estúpida mirada que acompañó con una media sonrisa irónica.
    –¿Vas a ayudarme? –intenté sonar cortante. Era lo único que me interesaba, saber si haría su maldito trabajo o tendría que buscar una solución por mi cuenta.
    –Ya que a Montoya sí puedes comprenderle, pídele ayuda a él, estará encantado de protegerte–algo en mi cabeza hico clic. Había escuchado la conversación que tuve con el inspector en la sala de interrogatorios.
    –¿Nos espiaste? –en esta ocasión fui yo la que utilizó un tono de voz jocoso que no pareció gustarle nada.
    –No. Cumplía con mi trabajo.
    –Pues entonces haz tu maldito trabajo y encierra a ese delincuente–no pude evitar exaltarme más de la cuenta.
    –No me puedo involucrar directamente. Sería extraño que de repente me pidas ayuda a mí cuando se supone que la primera vez que nos vimos fue cuando tu padre confesó–se levantó de la cama y dio un paso hacía mí
    –¿Y ya está? ¿No vas a hacer nada? –me levanté de la silla para plantarle cara.
    –Ya te lo he dicho. Habla con Montoya, será un placer para él ser tu héroe–prácticamente escupió las palabras. No había ninguna duda de que estaba celoso, pero lejos de halagarme me enfadaba más. Yo no le había dado ningún motivo para sentirse así.
    –Lo haré–estuvo a punto de decir algo, pero no llegó a emitir sonido alguno. Simplemente se marchó y yo dejé escapar todo el aire contenido.
    Cada vez que discutía con Daniel me quedaba agotada mentalmente. Era un problema más que sumar a la lista. Por un lado, estaba mi hermano, escondido porque un criminal quería matarlo, por otro lado, mi padre, el cual no sabía si me odiaba por haberle ocultado la verdad. Era consciente de que tenía que hablar con él, pero no había conseguido encontrar valor suficiente para hacerlo. El problema con mi madre era el que más había dejado aparcado, pero eso no significaba que fuera menos importante. A pesar de haber vuelto a mi vida, sentía que debíamos tener una conversación, en su día me explicó los motivos de su comportamiento conmigo, y yo sentía que debía respetarla, pero algo dentro de mí necesitaba hacerle varias preguntas de las cuales no estaba muy segura de querer conocer la respuesta.
    Mario era otro problema muy serio, no sólo se trataba de mí, que a fin de cuentas era lo que menos me importaba, se trataba del bienestar de mis amigos, las personas que en su día me ayudaron a salir del pozo de oscuridad en que se estancó mi vida durante mucho tiempo. No podía permitir que por mi culpa sus vidas volvieran a torcerse. No podía negar que por quien más miedo sentía era por Joseph, no sabía cuanto tiempo tardaría en descubrir lo que estaba pasando, lo conocía demasiado bien, no se quedaría con los brazos cruzados y sólo pensar que Mario le hiciera daño me producía escalofríos por todo el cuerpo.
    Dejé de pensar en toda esa tempestad. Era hora de comenzar a solucionar mi vida, al menos todo aquello que estaba a mi alcance.
    Busqué en mi bolso y después de volcar todo el contenido encima de mi escritorio porque no disponía de suficiente paciencia para buscar tranquilamente en aquel desastre, encontré la tarjeta que Montoya me dio la primera vez que estuve en su despacho, la misma tarjeta que pensé que nunca usaría.
    Por supuesto la vida siempre me ponía una piedra en el camino. Montoya no estaba en su despacho, pero al decirle que se trataba de un tema importante, me prometió que a las cuatro de la tarde sin falta estaría allí para atenderme. No sabría cómo explicarlo, pero su forma de hablar me reconfortó, parecía tan dispuesto a ayudarme que por primera vez ese día, me sentí un poco tranquila.

    María no estaba, ella y Álvaro se habían ido a pasar el día juntos. Habían conseguido aclarar su situación y yo me alegraba por ellos, pero de verdad esperaba que consiguieran encontrar el equilibrio y peleas tan fuertes como las últimas que habían tenido no se repitieran o podría llegar el punto en el que con el paso del tiempo su relación se desgatara y acabara quebrándose. Estaban en el inicio y era más fácil, pero las discusiones de ese tipo después de, por ejemplo, un año de relación no era tan sencillo subsanarlas.

    Como no tenía demasiada hambre ni ganas de cocinar, bajé a una tienda que tenía cerca de mi piso y me compré una ensalada de lechuga variada, pollo, queso, cebolla frita y salsa césar. Había más ensaladas de diferentes clases e ingredientes que me apetecía probar, aunque siempre acababa cogiendo la misma porque era sin duda mi favorita.
    A pesar de ser una ensalada y que pareciese muy sana, en realidad era consciente de que tenía más calorías que si me hubiera cocinado un par de filetes de pollo con un tomate picado o alguna comida de cuchara, pero de sólo pensar en todo lo que tendría que fregar después me quitó el apetito.
    Tenía el estómago tan cerrado que tiré más de la mitad de la ensalada a la basura. Desde que mi vida se había vuelto caótica, había notado una reducción en mis comidas. No me había pesado, pero estaba convencida de que había perdido peso. Había tenido que ponerme una correa con los pantalones porque se me habían quedado anchos. No quería hacerlo ni llegar a ese punto, pero si debía obligarme a comer lo haría, me gustaba mi cuerpo tal y como era, no quería acabar convertida en un esqueleto a casusa de mi estrés.

    Llegué demasiado pronto a comisaria, pensé en entrar, pero pensar en la posibilidad cruzarme nuevamente con Daniel o con ese idiota que prácticamente me acorraló la primera vez que hablé con Montoya, me hizo deshacer la idea. Tampoco quieres cruzarte con la subinspectora Marta, reconócelo.
    Era una mujer alta y delgada, demasiado para mi gusto, pero a pesar de eso no parecía débil, al contrario, estaba convencida de que se le marcarían los abdominales de ejercitarse en el gimnasio. Tenía el pelo castaño y largo, aunque no sabía a qué altura de la espalda le llegaría porque siempre la había visto con una cola alta. Lo único que podía envidiarle eran los ojos verdes. No podía negar que era muy mujer muy guapa, pero eso no me provocada ningún sentimiento negativo y mucho menos que la viera como una rival. No sabía si vería a Daniel simplemente como su compañero o si se sentiría atraída por él, pero me daba igual. Era lo suficientemente madura cómo para tener claro que nunca rivalizaría con ninguna mujer por un hombre.
    Hubiera sido hipócrita por mi parte negar que sentí un ramalazo de celos cuando escuché cómo lo llamaba, no me gustó ni un pelo su tono de voz, pero eso no significaba que fuera a ir contra ella o a interrogar a Daniel sobre su relación con una compañera de trabajo. Siempre había tenido muy claro que si un hombre quería estar conmigo lo estaría, sin importar cuantas chicas guapas estuvieran a su alrededor.

    Bajé de la nube cuando vi a Montoya llegar en su coche y aparcar justo al lado de la puerta de entrada de comisaria. Debía cobrar bien, no todo el mundo podía conducir un mercedes clase GLS. Me apresuré a bajar de mi coche para alcanzarlo, pero no lo conseguí. Estuve a punto de gritarle para llamar su atención, pero no lo hice y además sin saber por qué me puse roja.
    Pasé el control de la puerta y le vi firmando unos papeles en la ventanilla.
    –Hola.
    –Hola–se giró hacía mí y cuando se percató de mi presencia dibujó una sonrisa en su rostro.
    Terminó de firmar los papeles y se los entregó al hombre de la ventanilla. Me pidió que lo siguiera hasta su despacho, entramos y mientras él se quitaba el cinturón en el que llevaba el arma y unas esposas, yo me senté.
    –¿En qué puedo ayudarte, Alejandra? –preguntó una vez que terminó de acomodarse en su silla.
    –He reconocido a un hombre de las fotos que me mostraste–no dijo nada. Simplemente se levantó y salió del despacho. Pocos minutos después regresó con la misma carpeta de la última vez. Colocó las fotos en orden delante de mí.
    –¿Quién? –miré las fotos y ahí estaba,
    –El tercero–señalé la foto, él la cogió y lo analizó.
    –Ahora está un poco cambiado, por eso no le reconocí–mentí.
    –¿Dónde lo has visto?
    –Se ha metido en mi grupo de amigos, pero eso no es lo peor, está vendiendo droga en un callejón que hay detrás del sitio donde mis amigos suelen reunirse todas las tardes. Tengo miedo de que los meta en problemas. Sácalo de allí, por favor–no entendí por qué, pero me miraba extrañado, como si no entendiera lo que le estaba diciendo. Te ha pillado seguro, eres muy mala mentirosa.
    –Esta persona se ha infiltrado en tu grupo de amigos para vigilarte a ti y ¿lo que te preocupa es que meta a tus amigos en problemas? –sonrió sorprendido.
    –Son muy importantes para mí, me apoyaron en la época más oscura de mi vida.
    –No te preocupes, voy a ayudarte. Meteré a este delincuente en la cárcel lo antes posible. No será muy complicado, le conozco, tiene bastantes antecedentes, se va a pasar una larga temporada meditando–sin poder evitarlo respiré profundamente. Sus palabras me inyectaron calma.
    –Gracias, pero no vas a detener a mis amigos, ¿verdad?
    –El que nada ha hecho nada teme.
    –Ya, pero…
    –No te preocupes, sabemos quién es la persona que debemos detener, quizás si la cosa se pone fea tengamos que arrestar a más gente, pero te aseguro que todos menos este tipo al día siguiente estarán en su casa.
    –Gracias–Montoya parecía experto en calmar los nervios de las personas. Me preguntaba si además de ser policía tendría alguna carrera o ciclo relacionado con la psicología, o quizás los años de experiencia en su trabajo le habían enseñado que decir para mantener la tranquilidad en las diferentes situaciones que englobaban su trabajo.
    –Necesito hacerte algunas preguntas para tener la mayor información posible y así dibujar el operativo.

    Estuve casi dos horas respondiendo sus preguntas. A alguna de ellas no le encontré sentido, pero él era el profesional, alguna razón de ser tendrían, no iba a cuestionarle después de ser tan amable y estar dispuesto a ayudarme. Es su trabajo.
    Lo que más me llamó la atención fue que me preguntó cual era mi cerveza preferida y lo anotó en otra hoja aparte.

    –En cuanto tenga noticias, te llamaré–se puso en pie y yo le imité
    –Muchas gracias Javier– me sonrió y extendió su mano hacía mí y la acepté. Fue un apretón fuerte y a la vez suave, me sentí muy rara cuando estuvimos en contacto, tanto que no tardé más de dos segundos en despedirme y salir de allí en busca de un baño para refrescarme, estaba un poco agobiada por estar tanto rato sentada y encerrada.
    En la mitad del pasillo vi un cartel que señalaba que a la derecha había un baño de señoras. Al girar respiré cuando vi la puerta al final del pasillo, pero no iba a ser tan sencillo.
    –¿Por qué has estado tanto tiempo en su despacho? –Daniel me abordó cuando tan sólo me faltaba medio metro para llegar a mi destino
    –Me ha estado haciendo algunas preguntas. Quería saber… ciertas cosas–sabía que no era un comportamiento muy maduro, pero quería molestarlo y era consciente de que estábamos en un sitio en el que no podría actuar como lo haría si hubiésemos estado solos.
    –¿Qué cosas? –susurró. Me fijé en su boca antes de centrarme en sus ojos, me mordí el labio y sin decir nada le esquivé para entrar en el baño.
    Una vez dentro, presioné el botón de uno de los tres lavamanos y me mojé los dedos para después refrescarme el cuello. Daniel, su mirada, su voz y su maldito uniforme tenían el poder de crear estragos en mi cuerpo.
    La puerta se abrió, era él, abrí la boca, pero antes de que pudiera hacer nada, me agarró por mi brazo derecho y me metió en el último cubículo.
    –No juegues con fuego Alejandra, te puedes quemar–estaba tan cerca y lo deseaba tanto.
    –¿Sí? –susurré en su boca.
    Atrapó mis labios con los suyos en un beso desesperado. Con su mano derecha acariciaba mi pecho y con la otra mano me rodeó la cintura apretándome contra su cuerpo, rozando su erección contra mi entrepierna provocándome un gemido que lo trastornó hasta tal punto que me empotró repetidas veces contra la pared del cubículo haciéndome perder la razón. Tiré de su camisa sin importarme que los botones saltaran, necesitaba acariciarlo, sentirlo mío, sólo mío.
    Escuchamos la puerta del baño abrirse y nos quedamos quietos intentando controlar la urgencia de nuestras respiraciones. Daniel me hizo indicaciones para que tirara de la cisterna y saliera. Era necesario antes de que la persona que había entrado se percatara que donde debería haber sólo dos, había cuatro piernas.
    Me pasé los dedos por el pelo e intenté controlar la respiración para calmar mi corazón que latía como hacía mucho tiempo que no lo hacía.
    Abrí la puerta y me encontré con la subinspectora Marta lavándose las manos. Que oportuna. De verdad que no quería que esa mujer me cayera mal, pero me lo estaba poniendo muy difícil.
    –Hola Alejandra ¿Qué haces aquí? –preguntó con amabilidad.
    –He venido a hablar con el inspector Montoya sobre una persona que me está vigilando. Supongo que os pondrá al corriente–me miró extrañada unos segundos, pero cambió su expresión rápidamente como si se hubiera acordado de algo importante.
    –Lo siento me tengo que ir, he quedado para cenar con el inspector Ross–¿¡Qué!?
    Marta se marchó y yo me quedé allí petrificada intentando digerir la nueva información. Escuché la puerta del cubículo en el que hacía unos instantes Daniel y yo nos estábamos entregando con pasión desenfrenada. Me giré hacía él y ya no era pasión lo que me recorría el cuerpo.
    –No pienses mal, por favor–se acercó a mí, pero conseguí que mi cuerpo reaccionara y salí del baño sabiendo que no se atrevería a perseguirme.
    De camino a mi piso escuché sonar hasta en tres ocasiones el móvil que Daniel me dio para que pudiéramos comunicarnos sin correr riesgos. No me molesté en ninguna ocasión ni tan siquiera en coger el teléfono para colgar las llamadas.
    Conforme pasaban los minutos conseguí relajarme, pero la escena no paraba de repetirse una y otra vez en mi cabeza, lo que provocó que pasara por varias fases. La primera obviamente fue el enfado. Si me hubiese quedado en ese baño a escuchar las excusas de Daniel, no podía prometer que no hubiésemos acabado como el rosario de la aurora. La segunda fase fue el desconcierto, podía entender que desayunara o incluso almorzara con sus compañeros, pero ¿cenar? ¿De verdad quería convencerme de que iba a hablar de trabajo en un restaurante elegante con los uniformes puestos mientras comían chuletas de cordero? Por supuesto tras pensar eso la tercera fase fue la rabia. Son celos, amiga. Nunca había sentido celos por nadie. Nunca habías estado enamorada. Otras mujeres habían intentado flirtear con él en mis narices y nunca me había sentido tan mal. Tu relación no está pasando por su mejor momento, quizás deberías considerar la posibilidad de que te sientas insegura. Era consciente que todo lo que había pasado en las últimas semanas había golpeado duramente nuestra relación, pero a pesar de todo, sentía que lo seguía queriendo. A veces el amor no es suficiente. Mi cabeza me iba a volver loca.

    Por suerte cuando llegué al piso María aún no había regresado, no quería ver ni hablar con nadie, tan sólo deseaba meterme en mi cama y esconder la cabeza debajo de la almohada antes de que me explotara.
    Intenté pensar en otras cosas para apartar a Daniel de mi mente, pero lo único en lo que tenía que pensar era en problemas. Me inquieté mucho por tan sólo pensar que Joseph, Sandra o Álvaro pudieran dormir en el calabozo cuando se produjera la detención de Mario. Era egoísta por mi parte sólo preocuparme por ellos, pero no podía evitarlo, junto con María eran mis pilares fundamentales. Los únicos amigos que perderlos me supondría verdadero dolor. A Sergio en su día también lo consideré un gran amigo, pero desde el episodio tan desagradable que me tocó vivir el día que organicé una barbacoa en mi casa y dos de sus amigos pusieron patas arriba la habitación de mi hermano, nuestra relación se enfrió. Nunca llegué a saber si el motivo del enfriamiento fue porque se sintió avergonzado, ya que esos chicos entraron en mi casa porque él me lo pidió o porque consideró mi reacción exagerada, que en caso de que fuera así, era un idiota, debería haber reaccionado peor. Me quedaría con la duda, fue un momento tan doloroso para mí que lo último que quería era removerlo.

    Estaba sentada sola en una de las mesas comunes del comedor de la universidad. Mis dos compañeras de grupo nuevamente no habían asistido a clases, por lo que me tocó almorzar en soledad. La situación comenzaba a cansarme.
    La mesa era tan grande que me sentía incomoda y pequeña estando allí sentada en la última silla, prácticamente escondida sin que nadie se percatara de mi patética presencia.
    Me habría evitado esa situación si no fuera porque tenía una tutoría con un profesor a las cuatro de la tarde. No me hubiera salido rentable ir a comer con María para luego regresar.

    A la hora en punto llamé a la puerta del despacho 118 y a los pocos segundos la voz varonil del profesor, probablemente más guapo de toda la universidad, me dio permiso para pasar. Allí estaba sentado en la silla de su escritorio con sus grandes gafas cuadradas de pasta negras que le daban un toque muy sexy, ojeando lo que parecían unos exámenes. Si sólo fueran las gafas.
    Además de alto, tenía los ojos grises, el pelo rubio y lo suficientemente largo cómo para meter los dedos y tirar. Y cabalgar.
    No sólo era guapo, además era comprensivo. Hacía seis años que había acabado la carrera y recordaba lo mal que se pasaba como estudiante. De hecho, en la primera clase nos confesó que él tuvo épocas muy malas en las que pensó en tirar la toalla, muchas de ellas provocadas por profesores, según sus palabras, sin alma. Por ello nos aseguró que nos daría todas las facilidades que pudiera para hacer al menos su asignatura amena y que verdaderamente aprendiéramos.

    –Hola Alejandra, siéntate–¡Virgen Santa, se sabe tu nombre!
    –Andrés, se que le gusta que trabajemos en grupo, pero tengo un grupo que es un poco desastre y ahora estoy teniendo una serie de problemas que no me permiten estar pendiente de quedar con ellas para hacer los trabajos. Le pediría por favor que me permitiera hacerlos individualmente–intenté sonar preocupada e inocente.
    –¿Qué te ocurre? Últimamente te he notado distraída en clase–¿Se fija en ti? ¿¡Qué está pasando!?
    –Problemas familiares–mi respuesta fue escueta y esperaba que entendiera que no debía preguntar más.
    –Está bien. Haré la excepción contigo, pero por favor no lo comentes con tus compañeros para evitar conflictos–me guiñó un ojo y me quedé paralizada unos segundos.
    –Muchas gracias–iba a levantarme de la silla para marcharme, pero comenzó a hablar.
    –Anota mi número de teléfono y cualquier cosa que necesites no dudes en comunicármelo–Cualquier cosa relacionada con su asignatura ¿verdad?
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    Siento la demora, no sé que le pasaba a la página que siempre que intentaba publicar me saltaba un anuncio y no me permitía hacer nada.
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    Capitulo 1: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-2/
    Capitulo 2: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-2-una-no-oferta-y-una-fantasia/
    Capitulo 3: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-3-un-sirope-y-escalofrios/
    Capítulo 4: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-4-control-de-alcoholemia-y-el-salto-del-tigre/
    Capítulo 5: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-5-un-deseo-desvelado-y-ojos-dilatados/
    Capítulo 6: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-6-un-hombre-de-champions-league-y-ajustar-cuentas/
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    Capítulo 12: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-12/
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    Capítulo 19 (final) https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-capitulo-final/

    Links “Jugando con fuego” (Segunda parte)

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    Capitulo 2: https://weloversize.com/topic/jugando-con-fuego-cap-2-estas-segura-repito-estas-segura/
    Capítulo 3: https://weloversize.com/topic/jugando-con-fuego-cap-3-una-mentira-y-un-perro-que-hace-la-croqueta/
    Capítulo 4: https://weloversize.com/topic/jugando-con-fuego-cap-4-sangre-en-los-labios/
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    Responder
    Científica empedenida
    Invitado
    Científica empedenida on #297909

    Capitulazo!! Me ha encantado pero esta historia y no se puede liar más…el desenlace cada vez lo veo más lejano, jajajaja

    Responder
    M. Ángeles
    Invitado
    M. Ángeles on #297935

    y ya está???? quiero más!!!!!

    Responder
    SAN
    Invitado
    SAN on #298218

    Estupendo como siempre :)

    Responder
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