Jugando con Fuego. Cap10: Una mujer interesante y una invitación.

Inicio Foros Querido Diario Relatos Jugando con Fuego. Cap10: Una mujer interesante y una invitación.

  • Autor
    Entradas
  • ilenia
    Invitado
    ilenia on #302844

    Capítulo 10: Una mujer interesante y una invitación.

    Por la mañana Javier me llamó para pedirme que fuera a comisaría. Tenía nuevamente que reconocer a Mario porque habían detenido a varias personas y su aspecto, como ya informé en su momento a Montoya, había cambiado.
    La escena parecía sacada de una película. Estaba en una habitación diminuta sin ventanas, con un enorme espejo por el que deduje, podría ver a los sospechosos.
    A mi derecha estaba Daniel y a mi izquierda Montoya. Este último me había sonreído y saludado de muy buen humor cuando me vio aparecer, sin embargo, Daniel me dedicó un seco buenos días, y probablemente por disimular. Estaba convencida de que si nos hubiésemos cruzado en un pasillo vacío habría pasado por mi lado sin siquiera mirarme, como había hecho durante toda la hora que llevaba allí metida.
    No entendía porque los trámites policiales eran tan lentos. Sólo tenían que exponer a cinco personas con su correspondiente número para que yo identificara.
    Por fin la puerta se abrió y fueron colocándose en fila horizontal de cara al espejo que impedía que ellos vieran a la persona que les observaba.
    Lo reconocí desde el primer momento, a él y dos más que formaban parte de mi grupo de amigos.
    –El uno–me dirigí a Montoya porque no me consideraba con capacidad suficiente para hablar con Daniel y que mi rabia no me controlara. Me parecía increíble su comportamiento. Había ido a mi piso, me había faltado el respeto y se daba el lujo de ser él el enfadado.
    Intenté respirar hondamente y concentrarme en los tipos que tenía delante antes de que la sangre se me subiera a la cabeza.
    –Número uno, un paso al frente–Montoya presionó un botón y habló por el micro. Mario obedeció y esbozó una sonrisa que no me gustó en lo más mínimo. Por un momento sentí como si él supiera que era yo quien estaba detrás del cristal.
    –¿Por qué sonríe? –no pude ocultar mi nerviosismo.
    –Porque es un delincuente–por segunda vez Daniel abrió la boca, pero no me dirigió la mirada.
    –No te pongas nerviosa. Te aseguro que no puede verte–Montoya me pasó la mano por la espalda repetidas veces intentando transmitirme calma. No pasó desapercibido para mí como Daniel suspiró y apretó el puño. –Número 1 esto no es un photocall. Ponte de perfil izquierdo–volvió a ordenar Montoya, esta vez siendo más rudo. Mario dejó de sonreír y obedeció.
    –¿Estás segura de que es él? –Daniel parecía impaciente porque acabara el reconocimiento.
    –Sí–me límite a responder.
    En cuanto dieron por concluido el reconocimiento, busqué el pomo de la puerta para salir de allí cuanto antes, pero Montoya, cuando ya había salido de la habitación me frenó.
    –¿Tienes mucha prisa?
    –No, estaba ya agobiada de estar ahí dentro.
    –Lo entiendo, y lo siento–con esa mirada dudaba que alguna vez en su vida no le hubieran aceptado unas disculpas.
    –No pasa nada–le sonreí ampliamente. Debía reconocer que mi sonrisa se debió a que justo en ese momento Daniel salió de la habitación.
    –Si no tienes prisa, ¿Me aceptarías una invitación a almorzar? –¿¡Qué!? No me lo puedo cre…
    –Vale–¿¡Pero qué dices!?
    Incluso Montoya parecía sorprendido por mi respuesta afirmativa, pero sin duda el que más traspuesto se quedó fue Daniel, que por primera vez me miró unos segundos. Después desapareció de nuestro campo de visión a pasos agigantados sin siquiera despedirse, acto que no pasó desapercibido para Javier.
    –No le hagas caso. Lleva toda la mañana con un humor de perros–volví a centrar mi atención en él que estaba más cerca de lo que me habría gustado.
    –No parece una persona muy agradable–dije dando un paso hacia atrás.
    –Tiene días mejores, pero no es un mal tipo.

    Conforme nos íbamos acercando a un restaurante cercano a la comisaría donde él y muchos de sus compañeros almorzaban, me fui arrepintiendo más de haber aceptado. No iba a negar que solo lo hice para molestar a Daniel, aunque tampoco tuve mucho tiempo para procesar su pregunta, antes de que llegara a mi cerebro, mi boca había respondido.
    Nos sentamos en una de las mesas que pegaba al gran ventanal que estaba abierto. Entraba una brisa muy agradable. Si hubiese sido de noche, sólo habría bastado una vela aromática en el centro de la mesa para crear un ambiente romántico.
    Después de ojear la carta, un camarero se acercó a nosotros para tomarnos nota.
    –Para mí lo de siempre–el camarero no necesitó apuntar el pedido de Javier.
    –¿Y la señorita? –me dedicó una amplia sonrisa.
    –La ensalada de la casa–¿Estás de broma?
    –Normalmente no eres tan amable–dijo Javier dirigiéndose al camarero con una risa.
    –Cuando empieces a dejar propina lo seré–el camarero fingió seriedad.
    –Seguro que piensa que soy una clienta nueva y quiere asegurarse de que vuelvo–me uní a la broma.
    –Exacto, mal pensado–el camarero soltó una carcajada y se marchó.
    –Ya, seguro que es por eso–dijo siguiendo unos segundos con la mirada al camarero antes de centrarse en mí.

    Unos minutos después nos sirvieron mi ensalada y un plato de aguja a la plancha para Javier.
    Sinceramente creía que la ensalada tendría mejor pinta que la que tenía. Es una jodida ensalada. ¿Qué esperabas? ¿Trocitos de chorizo entre la lechuga?
    –Espero que no te hayas sentido obligada a aceptar la invitación–dijo Montoya a la vez que se remangó las mangas de su camisa hasta los codos.
    –Para nada–pero era mejor que no me preguntara porque había aceptado.

    Al poco rato de estar allí, varios uniformados comenzaron a entrar por la puerta, supuse que era la hora del almuerzo para muchos, pues el restaurante prácticamente se llenó en cuestión de segundos. Casi me atraganto con un trozo de lechuga cuando vi a Daniel entrar por la puerta del restaurante y sentarse en la barra ya que no quedaban mesas libres. Se sentó dándonos la espalda, pero estaba casi convencida de que desde esa distancia podía escuchar nuestra conversación.
    –Desde que hablé contigo la primera vez, me pareciste una mujer muy interesante y me gustaría saber más de ti.
    –Bueno, no hay mucho que saber. Creo que lo más importante lo tienes ya archivado en tu despacho en una carpeta que lleva mi nombre en letras gigantes–intenté parecer divertida, aunque no se me solía dar muy bien.
    –No quiero conocerte como policía, sino como un hombre que está interesado en ti–me quedé paralizada con el tenedor a medio camino de mi boca.
    –¿Qué? –fue lo único que conseguí articular.
    –No quiero parecer atrevido y quizás no es la mejor situación, pero me apetecía mucho tener esta conversación contigo.
    –No sé qué decirte–preferí ser sincera a decir alguna de las estupideces que solían salir de mi boca cuando no tenía ni idea de que responder.
    –Entiendo que ahora tu familia está pasando por una situación muy complicada, pero no puedes dejar de vivir por eso y me encantaría que me dejaras invitarte a tomar un café o una copa.
    –No creo que sea muy buena idea que te relaciones conmigo, la mafia podría poner su atención sobre ti–se echó a reír.
    –Alejandra, soy uno de los inspectores encargados del caso de tu hermano, la mafia tiene el ojo puesto en mí desde hace mucho tiempo.
    –Entiendo–estaba muy bloqueada. Tenía ante mí a uno de los hombres más atractivos que había conocido proponiéndome que nos conociéramos a nivel personal, mientras que el amor de mi vida estaba a mi espalda, muy probablemente escuchando toda la conversación.
    –No me tienes que dar una respuesta ahora. Simplemente piénsalo–estiró su mano derecha y la posó sobre la mía que estaba encima de la mesa. Primero miré nuestras manos y después a él que me dedicaba una sonrisa arrebatadora, no pude evitar devolvérsela a la vez que notaba como mis mejillas se encendían.
    –Háblame de ti. Conoces muchas cosas de mí y yo apenas sé tu nombre y a que te dedicas–dije en un intento de romper el momento tan incómodo para mí.
    –No hay mucho que contar. De adolescente fui un poco rebelde, pero nada que la chancla de mi madre no pudiera arreglar. A los veintidós años decidí que era hora de hacer algo con mi vida y entré en el grado de Derecho, pero en el primer año descubrí que no era lo mío. Tuve un tiempo de desmotivación hasta que un día vi un cartel donde anunciaban que se iban a ofertar plazas para la Policía Nacional y no me lo pensé dos veces. Comencé a prepararme y a los veinticinco años conseguí entrar.

    Conforme fueron pasando los minutos, gracias a que él llevaba el dominio de la conversación, me fui relajando. Cuando terminábamos de hablar de un tema, inmediatamente iniciaba otro sin dar tiempo a que se creara un silencio incómodo entre nosotros. Agradecí mucho su agilidad mental.
    Me di cuenta de que era un hombre muy divertido y agradable, hablar con él era sencillo. Sin darme cuenta me descubrí contándole anécdotas de mi vida que nunca había contado porque nadie se había interesado por ellas. A él sin embargo parecía interesarle todo lo que le decía. Fue un almuerzo muy ameno y entretenido. Me hizo olvidar durante una hora todo el caos que había en mi vida y lo agradecí enormemente.
    –Guarda la cartera–ordenó cuando vio que cogía mi bolso.
    –Podemos pagar a medias–ofrecí, pero se negó en rotundo.
    –No te preocupes, para la próxima pagas tú–me guiñó un ojo y no pude evitar ruborizarme.
    Su teléfono comenzó a sonar y en cuanto miró la pantalla se puso serio.
    –¿Pasa algo?
    –Trabajo. Lo siento, me tengo que marchar–dejó unos billetes encima de la mesa y se levantó. Rodeó la mesa y se dirigió hacia mí. ¿¡Que está pasando!? ¿¡Por qué se acerca!? ¡Dios mío, haz algo!
    Me plantó dos besos en la mejilla y se marchó. Me costó unos segundos reaccionar. Me quedé tan descuadrada, que me levanté en dirección al baño para recomponerme.
    Por fin sola pude respirar profundamente. Increíblemente olía bien, no era desagradable como en muchos otros baños públicos.
    Había dos lavamanos y dos cubículos para orinar. Se veía impecable. Había papel, la papelera no desbordaba, el espejo no estaba lleno de gotas y en total conté cuatro ambientadores que se encargaban que oliera a lavanda. Además, disponía de dos ventanas, cada una a un lado que estaban abiertas y permitían que el aire fluyera.
    La puerta del baño se abrió y la tensión volvió a mi cuerpo.
    –¿A qué estás jugando? –Daniel me cogió del brazo y me arrastró hasta el cubículo más alejado de la puerta.

    –No juego a nada. Me ha invitado a comer–intenté darme la vuelta para salir, pero puso la mano sobre la puerta impidiendo que pudiera abrirla.
    –Estoy cansado de esta situación–habló muy cerca de mi boca.
    –¿Qué haces? –di un paso hacia atrás, pero fue inútil con un espacio tan reducido.
    –Desbloquear tu mente–estampó sus labios sobre los míos sin darme opción a respuesta.
    Con uno de sus brazos me aferró por la cintura pegándome a su cuerpo sin dejar un milímetro de espacio entre nosotros. Con su mano libre me acarició la mejilla. Fue bajando por mi cuello, después por mi pecho…
    –Daniel para–suspiré. Casi se me salió el corazón por la boca cuando acarició mi entrepierna por encima del pantalón.
    –¿Eso quieres? –besó mi cuello. Sin que yo lo ordenara, mis brazos rodearon su cuello y aferré su pelo para reconducir su boca hacía la mía, pero no me lo permitió.
    –Responde ¿Quieres que pare? –me miró directamente a los ojos.
    –No–no terminé de responder cuando de nuevo se lanzó a mis labios. Noté como comenzó a desabrochar el botón y la cremallera de mi pantalón, lo bajó junto con mi ropa interior lo suficiente para tener acceso a mi intimidad.
    –Cariño abre las piernas–susurró en mi boca. Obedecí casi al instante. Era tan bueno, sabía exactamente lo que me gustaba y como dármelo.
    Los ojos se me salieron de las orbitas cuando introdujo dos dedos en mi interior.
    El ritmo era lento, desesperándome por la necesidad de más. Estaba convencida de que era su forma de vengarse.
    –Daniel–su nombre salió de mis labios como una súplica que él entendió perfectamente pues aceleró el ritmo haciendo que me tuviera que morder el labio y cerrar los ojos para evitar gritar de placer.
    Sentí sus labios sobre mi cuello, creando un camino de besos hasta llegar al lóbulo de mi oreja.
    –¿Quieres más? –preguntó con un susurro en mi oído
    –Sí–apenas un hilo de voz salió de mi garganta.
    –¿A quién deseas? –mordió mi mejilla provocándome un escalofrío.
    –A ti–comenzó a descender hasta arrodillarse frente a mí. Me dedicó una sonrisa traviesa antes de sustituir sus dedos por su lengua.
    La urgencia de mi respiración parecía ser un incentivo para que su lengua fuera más juguetona, y yo sentía que se me escapaba la vida en cada latido desesperado de mi corazón por poder soportar el placer que me estaba proporcionando.
    Me aferré con ambas manos a su pelo, no para exigirle que me diera más placer, no consideraba que fuera posible, simplemente necesitaba algo a lo que agarrarme para no caer al suelo ya que mis piernas cada vez temblaban más.
    Estaba rozando el clímax con una intensidad que me daba miedo no ser capaz de soportar.
    Comencé a convulsionar desesperadamente. Intenté separar mi entrepierna de su boca porque mi cuerpo no estaba capacitado para aguantar tanto placer, pero con su mano libre me aferró por el trasero impidiéndome alejarme, prolongando el orgasmo más intenso de toda mi vida unos segundos más.

    Cuando se puso en pie me aferré a sus hombros porque el hormigueo de mis piernas me impedía mantenerme estable por mi sola. Él lo entendió y me aferró por la cintura abrazándome.
    –¿Vas a dejar esta noche la puerta abierta? –me separé de él y lo miré desconcertada. Aún no sabría explicar por qué su pregunta me sentó tan mal.
    –No puedes arreglarlo todo con sexo–me separé de él y me coloqué bien la ropa.
    –¿De qué estás hablando? –me miraba incrédulo.
    –Vete, por favor–iba a responderme, pero en el último segundo se calló y se marchó.

    Estuve durante más de dos horas sentada en la fina arena de la playa donde me había ido en busca de soledad y calma con la que poder pensar y aclarar mis ideas.
    No sabía si estaba siendo demasiado dura con Daniel, pero era cierto que creía que nuestros problemas no se solucionarían simplemente con sexo, en ese aspecto fuimos muy compatibles desde la primera vez que estuvimos juntos, pero no era suficiente. Además, estaba convencida de que el arrebato del baño fue producto de sus celos por mi acercamiento con Montoya.
    No podía negar que una parte de mí disfrutaba con ello. Sabía que ese sentimiento no era correcto y que si me alegraba era porque, aunque a él no se lo admitiría, no me gustó que cenara con su compañera. Por primera vez en todo el tiempo que llevábamos juntos sentí una punzada de celos e inseguridad, fundada en gran parte por la situación por la que estábamos pasando, pero había algo más. Había observado como la subinspectora Castro miraba a Daniel, y no lo hacía como una simple compañera de trabajo.
    Era surrealista, desayunaban juntos, podían almorzar juntos, patrullaban durante varias horas al día juntos, y necesitaba quedar con él, que no era su amigo, por la noche, en un restaurante super elegante para contarle sus problemas personales. A otro perro con ese hueso.
    Mis problemas me los guardaba para mí y si los contaba, lo hacía a mis amigos con una bolsa de pipas en un banco de cualquier parque, no con filete de pluma ibérica de veinte euros.
    Probablemente lo que más me molestaba era que Daniel actuara como si la loca fuera yo.

    En un intento por dejar de quebrarme la cabeza, puse rumbo hacia el garaje de mis amigos para comprobar en primera persona como había caído la detención de Mario y algunos más.

    Había sido una redada, lo que significaba caos y destrozo. Por suerte cuando llegó la policía Mario estaba en el callejón de atrás vendiendo su material a unos menores de edad, lo que agravaba su situación.
    La policía también entró al garaje, tumbaron algunas cajas y el futbolín, pero no fue nada grave que mis amigos no pudieran arreglar con un poco de cinta aislante.
    –¿Te has enterado? –me preguntó Joseph cuando me vio aparecer.
    –No ¿Qué ha pasado? –intenté disimular.
    –Anoche arrestaron a Mario. Estaba vendiendo droga aquí atrás–apretó los dientes. Se veía enfadado y frustrado.
    –Ya no lo volverá a hacer, al menos no aquí cerca–intenté tranquilizarlo.
    –¿Cómo no me di cuenta? –se dejó caer sobre uno de los taburetes de la barra.
    Creí conveniente no decirle que Álvaro y yo sí sabíamos lo que estaba ocurriendo. No quería que lo tomara como una falta de confianza o algo peor. Nuestra única intención siempre fue protegerle porque le conocíamos a la perfección y sabíamos que no se habría quedado de brazos cruzados, aunque hubiese tenido en frente al mismísimo Hitler.

    No sabía cómo sacarle del bucle, así que le hice un gesto con la cabeza a Sandra que nos observaba desde uno de los sillones para que se acercara y me ayudara a distraerlo.
    –Estuvo muy bien la cena. Me gusta recopilar buenos recuerdos para cuando me vaya–vaya manera de animarlo.
    No podía enfadarme porque realmente Sandra no era consciente del daño que provocaba su comentario. Obviamente sabía que Joseph estaba triste porque se marcharía, pero no imaginaba hasta qué punto.
    –Me alegro–mi amigo me miró y enarcó una ceja, por supuesto Sandra no tenía ángulo para verlo.
    –Por cierto, el sábado doy una fiesta de despedida en una terraza que voy a alquilar. No hace falta decir que tienes que venir–eso era dentro de dos días.
    A mala hora se me ocurrió la brillante idea de llamar su atención. En vez de animar a Joseph, estaba terminando de rematarlo.
    –Allí estaré–me limité a responder con una sonrisa.
    –Convence a María para que venga. –me pidió muy animada. En mi opinión esa era tarea de Álvaro, la cual le encomendaría en cuanto le viera. Sabía que María tenía la mente más abierta con relación a mis amigos, pero no sabía hasta qué punto.

    Sandra se marchó cuando Ana reclamó su atención. Estaba contenta. Me encantaba verla así. Estaba risueña, como si allí no hubiese pasado nada. No hacía falta preguntarle lo que le importaba la detención de Mario y los otros chicos con los que apenas tenía relación, era más que evidente y no se lo recriminaba, al contrario, me alegraba que los últimos días que iba a estar allí, los pasara con una sonrisa en la cara y no con tristeza.
    –Su tía paga la despedida–me centré de nuevo en Joseph.
    –Me lo he imaginado–me senté en uno de los taburetes que había al lado de mi amigo y lo giré para mirarle de frente.
    –El lunes la dejaré en la estación y simplemente se irá–estaba más amargado que las últimas veces que habíamos hablado del tema.
    No supe que contestar, simplemente me quedé allí en silencio, junto a él, intentando transmitirle compañía y cariño.
    Sabía que lo iba a pasar muy mal el día que se marchara, pero no estaría solo. Iría a verle cuantas veces hiciera falta, todo el tiempo que él deseara. Aunque conociéndole, estaba convencida de que intentaría llevar su dolor en soledad, sin molestar a nadie.

    Álvaro convenció a María para que nos acompañara a la fiesta. En un primer momento se mostró reacia, pero mi amigo recurrió a un arte milenario que dominaba muy bien: el chantaje emocional. Le dijo que era Sandra la que quería que ella estuviera en su despedida. Ante esa información María no pudo negarse. Además, quería ver en primera persona si Joseph a última hora reaccionaba y hacía algo para no perderla. Dudaba mucho que eso pasara, pero si ayudaba como incentivo para que nos acompañara, no sería yo quien la bajaría de la nube.

    Álvaro insistió mucho para que fuera a la fiesta con ellos porque quería darme una vuelta en su nuevo coche. Nos mintió la noche de la cena. Ya había vendido su vieja Express. Finalmente lo hizo por trescientos euros menos del precio que él había establecido, pero se quedó conforme.
    No quiso decir nada hasta no tener todos los documentos de su nuevo vehículo listos porque quería darle una sorpresa a María.
    Se compró un Volkswagen Polo negro por ocho mil quinientos euros. Tuvo mucha suerte con el vendedor. Era un hombre de mediada de edad que se mudaba a otro país por su trabajo. Había vendido otros dos coches, pero con el Polo el tiempo se le echó encima y Álvaro se aprovechó de la situación para que le bajara el precio hasta en tres ocasiones.
    Se veía muy feliz con su nueva adquisición y me alegraba por él, solo esperaba que no hubiese cometido la estupidez de gastar todos sus ahorros en un coche.
    Sabía que le iba muy bien en su trabajo. Llevaba mucho tiempo trabajando en una tienda de informática, su jefe estaba muy contento con él, pero no debía descontrolarse.

    Me dio apuro seguir negándome por lo que finalmente acepté. Mi negativa era por ellos. Los conocía perfectamente y estaba segura de que en el trascurso de la noche el deseo de “estrenar” el coche se apoderaría de ellos y estando yo de paquete no podría ser posible, a no ser que me dejaran tirada en una cuneta. Esperaba que me apreciaran lo suficiente como para no hacerlo. Bueno…

    Llegamos media hora tarde, aunque tampoco pareció darse cuenta nadie excepto Joseph que vino a nuestro encuentro en cuanto nos vio aparecer.
    El sitio era muy bonito. La terraza estaba justo en frente del mar. Todos los muebles eran de madera, desde las pocas mesas que ocupaban una parte del lugar, hasta la barra que era tan larga que formaba una L.
    Lo habían decorado todo con globos coloridos con forma de corazón y una enorme pancarta que ponía: No nos olvides.
    –¡Hola! –Sandra nos divisó y vino corriendo hacia nosotros lanzándose a nuestros brazos. Era más que evidente que ya se había tomado un par de copas.
    –El sitio es precioso–apreció María.
    –Mi tía me dijo que me despidiera a lo grande–cada vez que Sandra mencionaba a su tía a Joseph se le ponía cara de chupar limones.

    Nos unimos a la fiesta y fuimos a la barra a por unas copas con las que comenzar a animarnos. Tenía ganas de pasármelo bien y conseguir aparcar todos mis problemas, aunque solo fuera durante unas cuantas horas.

    A la tercera copa María ya estaba en su salsa, reía, gritaba y hablaba con todo aquel que quisiera escucharla. Álvaro se había ido a hablar con unos amigos, intentó arrastrar a Joseph con él, pero este prefirió quedarse conmigo. Intenté animarlo, hablarle de otros temas para que olvidara durante un rato que la chica de sus sueños se marcharía a quinientos cincuenta kilómetros o lo que era lo mismo, a cinco horas y media en coche.
    Estaba convencida de que por ella sería capaz de solo trabajar para llenar tanques y tanques de combustible para hacer los kilómetros que hicieran falta. Que bonito y a la vez cuan amargo podía ser el amor. Que te lo digan a ti.
    Intenté resetear mi cabeza y pensar en otra cosa antes de que la tristeza, reforzada por el alcohol, se apoderara de mí y acabara montando un espectáculo a causa de mis lágrimas.

    Tiré de Joseph para que bailara conmigo a sabiendas de que lo odiaba, pero conseguiría que esa noche hiciera una excepción.
    Lo cogí de las manos y las alcé junto con las mías al ritmo de la música. Se puso totalmente rojo y yo no pude evitar reírme de él, pero lejos de molestarle, él también se rio y tomó el control del baile haciéndome girar para luego de un tirón atraerme hacia su cuerpo. Se pasó de fuerza y acabé estampándome contra su pecho.
    A nosotros se unió María que había estado un buen rato en la barra intentando conseguir una copa para ella y otra para mí.
    Le di un sorbo y se la ofrecí a Joseph que de un trago se bebió prácticamente la mitad y me miró con superioridad.
    Le arrebaté la copa de la mano y me bebí de golpe lo que le quedaba para devolverle la mirada.

    –¿Sabéis lo que me ha costado conseguir esa copa? No tenéis…–antes de que pudiera seguir hablando, Joseph cogió a mi amiga y comenzó a bailar con ella. Estaba irreconocible. Quizás su cabeza había dado un giro y comprendido que no solucionaría nada sumergido en la melancolía.
    Me uní a ellos y seguimos bailando y bebiendo hasta que el calor hizo estragos y decidimos ir a sentarnos a una de las pocas mesas que había libres. Cuando Álvaro se percató de que estábamos sentados, se unió a nosotros, pero como para él no había silla, María se levantó para que él se sentara y así ella sentarse en sus piernas.
    –No quiero meterme donde no me llaman–empezó diciendo María–. Pero no crees que deberías estar con ella y no aquí.
    –Está divirtiéndose con sus amigos.
    –Tu también eres su amigo–intervine.
    –Sabes que no sé dar buenos consejos. Lo único que te voy a decir es que no tendría a esta mujer aquí sentada en mi regazo si no me hubiera arriesgado–Álvaro pasó los brazos por debajo de los de María y la abrazó a la vez que besaba su hombro. Mi amiga giró la cabeza hacia él con una gran sonrisa antes de juntar sus labios con los de Álvaro. Joder…

    Por la cara de Joseph comprendí que no estaba cómodo con la conversación, por lo que lo agarré del brazo y me lo llevé hacia la barra excusándonos con que íbamos a por algo para beber.
    En realidad lo que quería era alejarme de toda muestra de amor que me hiciera recordar el caos en el que estaba sumergida mi relación, aunque a esas alturas, ya no sabía que era lo que tenía.

    Sobre las cuatro de la madrugada, los que no eran tan amigos de Sandra se marcharon a seguir la fiesta a otros lugares en los que se divertían más o eran más de su ambiente. Me pareció un gesto feo, más que nada porque podrían haber dicho simplemente que se marchaban, no recalcar que el motivo era que comenzaban a aburrirse.
    Sandra no pareció demasiado afectada, allí aún quedábamos los que si íbamos a sentir su marcha.

    –No os he visto en toda la noche–Sandra se acercó a nosotros con paso irregular. Apoyó el brazo derecho en el hombro de Joseph y este le pasó la mano por la cintura.
    –Hemos estado por aquí–respondió Joseph con la sonrisa más bonita de toda la noche. Se le iluminaba el rostro cada vez que ella estaba cerca.
    –Ya veo, siempre juntos–¿Qué ha sido eso?
    –Me ha obligado a bailar–dijo Joseph ignorando el comentario de Sandra.
    –Ya, os he visto–algo no me terminaba de cuadrar en su tono de voz. Nunca me había mirado como lo estaba haciendo en ese momento.
    –María también estaba–puntualicé intentando mantener un tono de voz normal.
    –El lunes me marcho–ignoró mi cometario y me miró como si esperara que me alegrara por ello.
    –Lo sé, te voy a extrañar–se puso seria y centró la mirada en Joseph.
    –Marcharme es lo mejor ¿Verdad? –lo miraba directamente a los ojos como si quisiera encontrar en ellos lo que no obtenía de sus labios.
    –No puedo pedirte que no lo hagas, pero tampoco te voy a decir lo que quieres oír porque no puedo–observé como Joseph apretó la mano que tenía en su cintura atrayéndola hacia su cuerpo.
    –No tienes ni idea de lo que quiero–susurró muy cerca de él ¡Oh Dios mío!

    No se dieron cuenta de que me fui, sobraba totalmente en la conversación. Me moría de ganas por saber como acabaría, pero no me correspondía estar allí, ese momento era de ellos dos.

    A duras penas conseguí arrastrar a María y Álvaro, que estaban observando a lo lejos boquiabiertos, fuera de la terraza. Por supuesto me acribillaron a preguntas en cuanto me acerqué.
    –¿Estás de broma? No nos podemos ir. Este es el momento que llevo esperando toda la noche–protestó María mientras tiraba de ella.
    –Se acabó la fiesta.
    –Eres cruel. Es como cortar una lectura en el mejor momento ¡No puedes dejarme a medias!–. Se quejaba, pero no ponía resistencia. A pesar de todo el alcohol que había ingerido, le quedaba sentido común para entender que era lo correcto.
    Era hora de marcharnos y dejar que las cosas tomaran su rumbo.
    .
    .
    .

    En vista de los últimos comentarios he decidido dejar de partir los capítulos para que no os parezcan cortos, pero empezaré a publicar una semana sí y otra no para que me tiempo a escribir el capítulo y repasarlo.
    ¡Qué paséis una feliz Semana Santa!
    .
    .
    .

    Links “Jugando con la ley” (Primera parte)
    Prólogo https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley/
    Capitulo 1: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-2/
    Capitulo 2: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-2-una-no-oferta-y-una-fantasia/
    Capitulo 3: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-3-un-sirope-y-escalofrios/
    Capítulo 4: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-4-control-de-alcoholemia-y-el-salto-del-tigre/
    Capítulo 5: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-5-un-deseo-desvelado-y-ojos-dilatados/
    Capítulo 6: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-6-un-hombre-de-champions-league-y-ajustar-cuentas/
    Capitulo 7: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-7-una-orden-y-un-limite/
    Capítulo 8: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-8-un-trago-de-cerveza-y-una-detencion/
    Capítulo 9: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-9-una-risita-y-una-noche-divertida/
    Capítulo 10: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-10-una-pared-fria-y-sospechas-confirmadas/
    Capítulo 11: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-11-mayday-mayday-houston-tenemos-un-problema/
    Capítulo 12: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-12/
    Capítulo 13: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-13-una-camiseta-peculiar-y-una-tumbona/
    Capítulo 14: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-14-un-loro-chillon-y-veinte-segundos/
    Capítulo 15: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-capitulos-15-y-16/
    Capítulo 17 y 18: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-capitulos-17-y-18/ç
    Capítulo 19 (final) https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-capitulo-final/

    Links “Jugando con fuego” (Segunda parte)
    Capítulo 1: https://weloversize.com/topic/jugando-con-fuego-cap-1-2a-parte-de-jugando-con-la-ley/
    Capitulo 2: https://weloversize.com/topic/jugando-con-fuego-cap-2-estas-segura-repito-estas-segura/
    Capítulo 3: https://weloversize.com/topic/jugando-con-fuego-cap-3-una-mentira-y-un-perro-que-hace-la-croqueta/
    Capítulo 4: https://weloversize.com/topic/jugando-con-fuego-cap-4-sangre-en-los-labios/
    Capítulo 5: https://weloversize.com/topic/jugando-con-fuego-cap-5-detras-de-la-puerta-y-una-tarjeta/
    Capítulo 6: https://weloversize.com/topic/jugando-con-fuego-cap-6-12-horas-y-una-condena/
    Capítulo 7: https://weloversize.com/topic/jugando-con-fuego-cap-7-un-don-juan-y-una-decision/
    Capítulo 8: https://weloversize.com/topic/jugando-con-fuego-cap-8/

    Responder
    Científica empedernida
    Invitado
    Científica empedernida on #302879

    Muy buena pinta tiene…que Joseph se atreva por faaaavor!

    Responder
    I.
    Invitado
    I. on #302906

    Aiii…. pero cómo nos dejas así?? Científica, estoy contigo #QUEJOSEPHSEATREVA!!!
    Se me van hacer muy largas 2 semanas, pero fijo que valdrá la pena!! ??

    Responder
    SAN
    Invitado
    SAN on #303030

    Espectacular, como siempre!!!! =)

    Responder
    M. Ángeles
    Invitado
    M. Ángeles on #303180

    yupiiiiiii

    Responder
    MarSoñadora
    Invitado
    MarSoñadora on #308623

    ¡Quiero otro capítulo!

    Responder
WeLoversize no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta web por colaboradores y usuarios del foro.
Las imágenes utilizadas para ilustrar los temas del foro pertenecen a un banco de fotos de pago y en ningún caso corresponden a los protagonistas de las historias.

Viendo 6 entradas - de la 1 a la 6 (de un total de 6)
Respuesta a: Responder #303030 en Jugando con Fuego. Cap10: Una mujer interesante y una invitación.
Tu información: