Jugando con la ley. Cap. 6: Un hombre de Champions League y ajustar cuentas.

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    Ilenia on #229795

    Prólogo https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley/
    Capitulo 1: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-2/
    Capitulo 2: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-2-una-no-oferta-y-una-fantasia/
    Capitulo 3: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-3-un-sirope-y-escalofrios/
    Capítulo 4: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-4-control-de-alcoholemia-y-el-salto-del-tigre/
    Capítulo 5: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-5-un-deseo-desvelado-y-ojos-dilatados/
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    Capítulo 6: Un hombre de Champions League y ajustar cuentas.

    Apenas llegué a la casa, subí a toda prisa al baño para darme una ducha de agua bien fría, no me puse el termómetro por miedo de que sobrepasara los cuarenta grados.
    Después de la ducha me sentí mucho mejor, más relajada y tranquila. Aún no me lo creía. Me veía tan niña a su lado. Ciertamente no lo era, me consideraba una mujer de los pies a la cabeza, pero a su lado me había sentido tan pequeña. Me costaba entender que sintiera deseo por mí. No solo por sentirme una niña a su lado sino por todo en general. Las dos ocasiones anteriores en las que nos habíamos visto me había tratado con indiferencia e incluso con un desprecio que golpeó duramente mi orgullo de mujer. Quizás ese orgullo restaurado era el que me estaba provocando unas ganas enormes de hacer el pino puente. Pero como toda una mujer deseada por un hombre de Champions League, me controlaría.

    Con cuidado de que nadie me oyera ni me viera, bajé a la cocina para prepararme algo rápido y subirlo a mi habitación, pero no tuve suerte, antes de poder comenzar a subir las escaleras, mi padre me llamó, maldije para mí.
    –Tenemos que hablar–dijo muy serio a la vez que se sentó en uno de los taburetes de la cocina.
    –Papá no me quites el apetito–mi tono de resignación pareció aplacarlo un poco.
    –Está bien, come tranquilamente, pero ni se te ocurra irte, en diez minutos vuelvo.
    Tal y como dijo diez minutos exactos después regresó, era un fanático de la puntualidad. Yo hacía rato había acabo, incluso limpiado lo que había ensuciado con el sándwich.
    Se volvió a sentar donde antes y me miró. Estuvo un tiempo callado, pensativo, como si no supiera por dónde empezar la conversación, no era para menos, aquel tema no era nada fácil para ninguno.
    –Voy a ser directo, nada de rodeos. Necesito saber si de verdad piensas que…–hizo una pausa. No le iba a ayudar con aquello. Creía saber lo que me iba a preguntar, pero para mí también era demasiado doloroso pronunciar aquellas palabras. Respiró hondamente y consiguió continuar.
    –Si piensas que tu madre quiere verte… eso–la palabra era muerta. No se atrevía a decirla y yo tampoco quería que lo hiciera, como tampoco quería que me hiciera aquella pregunta. No sabía la respuesta a esa pregunta, por un lado, el comportamiento de mi madre me hacía sentir mal y llegar a pensar en lo peor, pero por otro lado no me cabía en la cabeza que una madre pudiera desear la muerte de su hija. Me parecía algo demasiado doloroso e inhumano.
    –No lo sé. Creo que no, pero tampoco me demuestra lo contrario–mi voz fue un susurro, no quería seguir hablando de aquello.
    –Lo siento mucho Alex, esto no es justo para ti–realmente se veía dolido y confundido. Había intentado que todo fuera a mejor, pero lo cierto era que las cosas se complicaban cada día más. Quizás por mi culpa o por la de mi madre, no lo sabía, pero lo que si sabía era que el único que estaba luchando por levantar aquel árbol caído era mi padre, y solo por él intentaría que no volviera a ocurrir nada parecido a lo que había sucedido hacía unas pocas horas.
    –Déjalo estar, no cuento con ella, pero sé que contigo sí y con eso me basta-no era cierto, quería a mi padre y agradecía todo lo que estaba haciendo, pero necesitaba infinitamente a mi madre. Mi padre sonrió levemente, no dijo nada más, se bajó del taburete dispuesto a marcharse de la cocina.
    –No hay mal que dure cien años, o al menos eso espero–sin decir nada más se marchó de la cocina. Agradecía que no esa conversación tan incomoda no se alargase.

    Tania llegó a la casa unos segundos después de que yo terminara de arreglarme, ni siquiera fue necesario que me esperara en el salón. No me gustaba hacer esperar. Al contrario que ella. Me dieron ganas de pagarle con la misma moneda y quedarme en mi habitación veinte minutos mirándome los pies, pero me pareció una actitud absurda e infantil por lo que me puse mi perfume favorito, salí a la calle y me monté en su coche.
    Esa noche sería ella la que condujera no porque tuviese miedo por lo pasado días atrás, sino por la localización de la discoteca a la que María nos había sugerido ir. Si hubiese sido yo quien llevara el coche, a la hora de dejar a Tania en su casa habría tenido que dar una vuelta innecesaria.
    Por el lugar donde mi amiga nos había citado, pude deducir que esa noche no íbamos a tomar un par de copas mientras charlábamos tranquilamente. Se trataba de una de las discotecas más caras y conocidas de la zona. Conocida sobre todo por tener que hacer horas y horas de cola. Para nuestra suerte, María conocía al hijo del dueño y le regaló entradas gratis. Te sentías poderosa cuando diciendo tu nombre te dejaban pasar sin ningún problema, a la vez también sentías miedo por todas esas miradas asesinas procedentes de la cola que observaban muy cabreados como te colabas.
    Ser Vip tenía su morbo. No hacíamos cola para nada. Ni para entrar, ni para pedir copas.
    El alcohol tardó poco tiempo en comenzar a hacer efecto en mis amigas. Me preocupaba que Tania estuviese bebiendo de aquel modo. Sospechaba que me tocaría llevarme el coche de vuelta a casa, como muchas otras veces ya había ocurrido. Por su parte, María se veía bastante normal, siempre me sorprendió el autocontrol que tenía con el alcohol. Se necesitaban muchas copas para conseguir tumbarla, yo estaba en un término medio.
    La música de ese sitio era estupenda, toda actual y de muy buen ritmo, pero el ambiente ya comenzaba a agobiarme. Cada vez entraba más gente y aunque fueran las tantas de la madrugada, nadie se iba, todos seguían bebiendo y bailando y por el olor en los servicios de la discoteca estaban haciendo algo más que fumar simple tabaco.
    Pensaba que esa noche no me sucedería, pero como siempre que pisaba una discoteca, tarde o temprano el agobio, el calor y el asqueroso olor a marihuana estaban comenzando a marearme, a sabiendas de que si salía quizás no podría volver a entrar, necesitaba con urgencia salir de allí.
    Para mi suerte esa discoteca estaba en frente de la playa, el aire fresco y la brisa marina me ayudarían a relajarme y despejarme. Me sentía un poco decepcionada, a pesar de la buena impresión del principio, al final resultó ser otra discoteca más de tantas como había, solo que mucho más cara.
    La actitud de las personas que comenzaban a salir de la discoteca no me gustaba para nada. A mi alrededor solo veía gente al borde del coma etílico, otros vomitando y otros drogados hasta las cejas. No sabía qué hacer ni dónde meterme, solo sabía que debía actuar con normalidad para no llamar su atención. Podían llegar a ser como los perros, capaces de oler el miedo. La verdad aquella escena me parecía bastante lamentable.
    Me acerqué a la puerta de la entrada cuando me pareció ver caras conocidas.
    – ¿Qué hacéis aquí? –me quedé muy sorprendida cuando vi los coches de mis amigos. Por la forma de frenar delante de la puerta de la discoteca, me dio a entender que no venían con buenas intenciones.
    –He venido a ajustar cuentas–no entendía absolutamente nada de lo que me estaban diciendo.
    –Joseph cálmate ¿De qué estás hablando? –intenté frenarlo antes de que cometieran una locura de la que saldrían muy mal parados. Los porteros de la entrada ya se habían puesto en alerta y se acercaban amenazadoramente hacía nosotros.
    –No me voy a calmar Alex. El hijo del dueño de esta mierda de sitio violó a Sandra hace dos noches–me quedé totalmente helada. Siempre había sentido mucha ternura por Sandra. Apenas acababa de cumplir dieciocho años. Creció sin padres y sin familia que cuidara de ella. Estuvo con varias familias de acogida, pero ninguna resultó ser la adecuada.
    –Tened cuidado–me quité de en medio. No intenté detenerlos. Quería que dieran una paliza a ese desgraciado. Nadie mejor que Joseph para hacerlo. Desde que Sandra apareció en nuestras vidas, él había cuidado de ella como un hermano mayor.
    Los porteros de la discoteca les plantaron cara, pero ellos sacaron unas barras de hierro. Con solo dos golpes, ambos gorilas estaban en el suelo retorciéndose de dolor. A los pocos segundos la gente comenzó a gritar y a salir de la local completamente desesperada. Algunos inmediatamente arrancaban sus coches y salían de allí a toda velocidad, los más curiosos esperaban fuera a una distancia adecuada para comprobar que estaba sucediendo. Se escuchaban gritos y cristales rompiéndose.
    A los pocos minutos tres coches de policía aparecieron. Los primeros en bajarse comenzaron a dispersar la zona mientras los demás se dirigían a la entrada de la discoteca.
    El corazón se me paró cuando le vi a Daniel. Estaba allí dispuesto a entrar. Era una locura. Sabía que Joseph no se iría de allí sin conseguir su propósito. Le daría igual a quien tuviera que llevarse por delante.
    Antes de que me diera cuenta ya estaba corriendo hacía él, no sabía exactamente qué hacer para evitar que entrara. Le agarré del brazo para darle la vuelta, conforme se giró hacía mí, estampé mi mano derecha contra su mejilla. Levantó la mano con la que sujetaba la porra, yo cerré los ojos esperando el golpe que nunca llegó.
    –¿Alejandra? –para mi suerte en cuando se dio cuenta de quién era frenó en seco y no me golpeó con la porra. No dije nada, de nuevo alcé la mano y volvió a estamparla contra él, cerré muy fuerte los ojos y comencé a lanzar patadas y golpes. No le costó demasiado trabajo bloquear mis brazos y mis piernas con su cuerpo que parecía de hierro. Yo seguía poniendo resistencia para que estuviera distraído en todo momento. Contra mi voluntad, fue llevándome hacía un lugar apartado. No lo hice aposta, pero le solté una patada en la espinilla, él rugió de dolor y me soltó.
    –Lo siento–le dije totalmente arrepentida y acercándome a él para ver como se encontraba. No quería que mis amigos lo molieran a golpes, de eso ya me estaba encargando yo. Tenía un modo bastante irónico de salvar a una persona de recibir una paliza.
    Levantó la cabeza tan sorpresivamente que consiguió asustarme, por su mirada podía darme cuenta que estaba muy enfadado, pero a pesar de su enfado me sentía aliviada de haber evitado que entrara a la boca del lobo.
    – ¿Se puede saber a qué demonios ha venido eso?
    –Lo siento de verdad, pero tenía que evitar que entraras ahí dentro.
    – ¿Por qué? –no sabía que responder. La verdad era que ni yo misma sabía con claridad porque había sentido esa necesidad imperiosa de evitar que entrara allí, simplemente no quería que le hicieran daño, pero el por qué no sabría responderlo.
    –Lo siento–repetí. Pasó de mirarme con confusión a mirarme con ternura. Se acercó a mí y al ver que no me alejaba me abrazó apretándome fuerte, me aferré a su espalda y suspiré profundamente a la vez que cerré los ojos y apoyé la mejilla en su pecho. Hasta ese preciso instante no me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba un abrazo. Aunque también sentí miedo al sentirme tan cómoda en sus brazos.
    –Alejandra. No tienes por qué preocuparte. Soy todo un profesional, y como profesional ahora debería detenerte por agresión a un policía–me puse muy tensa y alcé la cara para mirarle a la vez que intentaba alejarme de él, pero no me lo permitió.
    –Tranquila, no lo voy a hacer, pero me debes una–sonrió malicioso, no sabía si era miedo o excitación lo que me provocaban sus palabras.
    –Ahora tengo que irme a trabajar antes de que pierda más la cabeza–rompió nuestro abrazo y se marchó sin siquiera despedirse como me habría gustado.
    Yo también regresé a la puerta de la discoteca. Habían llegado un par de ambulancias, pensé lo peor. A lo lejos pude ver como los agentes se llevaban detenidos a Joseph y dos chicos más que no conseguí distinguir. Me estaba comenzando a exasperar. Necesitaba saber qué diablos había pasado, si alguien estaba herido, pero aquel apelotonamiento de gente no me permitía pasar, ni siquiera reaccionaban a mis empujones para que se apartaran.
    Intenté colarme por diferentes ángulos, pero me fue imposible. Tampoco veía a mis amigas, el pensamiento de que algo malo les pudiese haber pasado me ponía demasiado nerviosa.
    A lo lejos conseguí distinguir a Tania, comencé a llamarla a grito pelado y alzando los brazos para que me viera. Le llevó unos segundos encontrar de donde procedían los gritos, pero por fin me vio. De su mano iba alguien, era María. Me quedé horrorizada cuando la vi, la sangre cubría su cara. Tenía un corte con muy mal aspecto en la frente. Como pudimos, Tania y yo empujamos a las personas que había allí para intentar llegar a una de las ambulancias donde atenderían a nuestra amiga.
    No tuvimos que decir nada, apenas nos vio llegar, un paramédico se acercó a nosotras a toda velocidad y enseguida comenzó a limpiar la sangre de mi amiga y el corte.
    Para nuestro alivio no fue nada grave, ni siquiera necesitó puntos, pero si le aconsejaron que mantuviera el vendaje limpio y no lo mojara.
    María no había sido la única herida. Mientras curaban a nuestra amiga, Tania me contó que antes de que llegara la policía, Joseph y los demás consiguieron llegar a la sala privada donde se encontraba aquel desgraciado. Le dieron una fuerte paliza, y hubiesen podido llegar a matarlo a golpes si no hubiese sido por la rápida intervención de la policía.
    Fue después cuando la policía intentaba desalojar por completo la discoteca cuando un chico empujó a María con tan mala suerte que cayó encima de unos cristales rotos.
    Por suerte, Álvaro se dio cuenta de que María estaba tirada en el suelo, la ayudó a levantarse y sacó de allí antes de que pudiera pasar algo peor, pero a pesar de eso, María comenzó a arremeter contra él y a insultar a todos los causantes de ese alboroto.
    Álvaro fue inteligente y salió por la puerta de atrás, no le habían pillado como a los demás, pero antes de irse, se aseguró de que dejaba a María en buenas manos. No entendía que María se cegara tanto por la rabia y no se diera cuenta de que si no hubiese sido por la intervención de Álvaro probablemente habría acabado mucho peor.
    –Vaya noche–ninguna de las tres estábamos para ánimos de nada. Hacía rato que no habíamos abierto la boca. Fue Tania la que se atrevió a romper el silencio.
    –Todo es por culpa de esos delincuentes que tenéis por amigos–María comenzó de nuevo a escupir veneno sobre mis amigos.
    –No hables de lo que no sabes–no estaba dispuesta a escuchar ni un insulto más.
    – ¿Los vas a defender?
    –No te atrevas a criticar a mis amigos como si los tuyos fueran mejores. Ese cabrón ha recibido lo que se merecía. Violó a Sandra.
    – ¿Qué? –Tania se quedó muda tras escucharme, no debí soltar aquello de sopetón. Sandra era muy importante para ella. Las lágrimas brotaron de los ojos de mi amiga y yo no pude hacer nada, solo sentirme terriblemente culpable.
    – ¿Quién es Sandra? –María se hizo muy pequeña.
    –Apenas es una niña. Ha tenido una infancia tan dura y ahora esto– Tania no podía parar de llorar. Yo me tapé la cara con las manos, todo aquello parecía una pesadilla.

    Ya prácticamente no quedaba nadie allí, la discoteca había cerrado las puertas y la policía y las ambulancias se habían marchado. Solo quedábamos unos pocos intentando recomponernos de todo lo sucedido.
    Cuando conseguimos estar más tranquilas iniciamos el rumbo hacía casa. Antes de subir a su coche, María me pidió perdón por haber reaccionado de ese modo. En el fondo podía llegar a entenderla. Ella simplemente creía estar de fiesta con sus amigas y de repente sin saber por qué todo se convierte en un caos y para colmo acaba con la cabeza vendada.
    Tanía estaba demasiado nerviosa por lo que me ofrecí yo para conducir y le dije que podía quedarse en la casa a descansar. No dijo nada, se limitó a asentir con un breve movimiento de cabeza.

    Hacía rato había amanecido, en la casa probablemente todos estarían despiertos. Mi padre por supuesto me preguntaría porque llegábamos tan tarde, pero tenía la esperanza de que la presencia de Tania lo aplacar y nos dejará subir a mi habitación sin hacernos demasiadas preguntas.
    Tuvimos suerte, no nos cruzamos con nadie. Le presté uno de mis pijamas a mi amiga. Gracias al cansancio acumulado y a todas las emociones sufridas, se quedó dormida en pocos minutos.
    Antes de intentar descansar unas cuantas horas preferí darme un buen baño para intentar relajarme en la medida de lo posible.
    Cuando me dirigí al baño, por el pasillo me encontré a mi padre, por supuesto comenzó a hacerme preguntas.
    –Me estoy empezando a cansar de tu actitud –mi cerebro intentaba reunir respuestas. Me encontraba demasiado agotada como para enfrentarme a una discusión con mi progenitor.
    –Tienes razón–era mejor darle la razón y contarle nada de lo que había sucedido ¿Para qué? A mí no me había pasado nada y no quería darle material para que empezara a quejarse de mis amigos e intentara por enésima vez separarme de ellos.
    –No me des la razón como a los tontos.
    –¿Y qué quieres? –elevé un poco el tono, comenzaba a exasperarme–sí no te doy la razón mal y sí te la doy también mal–solté un largo suspiro de agotamiento mezclado con frustración.
    –No quiero palabras Alejandra. Quiero hechos–nos quedamos unos segundos mirándonos a los ojos hasta que mi padre chasqueó la lengua y siguió su camino.
    Me cansaba su comportamiento. Comprendía que estaba intentado volver a hacer las cosas bien y no podía negar que me encantaba tener a mi padre de regreso, pero tampoco iba a soportar ciertas cosas. Ya no era una niña, era una mujer de veintitrés años. A esas alturas las escenas por llegar tarde estaban fuera de lugar.
    Volví a suspirar y me marché a mi habitación donde intenté descansar un par de horas.
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    Quería aprovechar para daros las gracias a todas las que estáis leyendo y sobretodo a aquellas que habéis dedicado unos minutos para dejar vuestros comentarios. De verdad cada uno de ellos me han hecho muchísima ilusión y son un chute de energía para continuar con lo que considero mi pasión.
    PD: muy atentas al próximo capítulo. La tensión no resulta no puede esperar más.
    Nos leemos.

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    Roberta
    Invitado
    Roberta on #230185

    Hola…. Sigue encantándome…. Eso querer decir y tener que callarlo entre los dos….. R.

    Responder
    Sct
    Invitado
    Sct on #230223

    Me encanta, me paso el día mirando si hay capítulo nuevo ??????

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    Jus
    Invitado
    Jus on #230624

    Para cuando el siguiente???

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    Mery
    Invitado
    Mery on #230692

    Me encanta la historia, me tiene enganchada. A modo de crítica constructiva he de decir que has mejorado mucho en tu redacción. Bravo

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    Malamaraya
    Invitado
    Malamaraya on #344287

    Estoy pilladisima con tu historia! He comenzado esta tarde a leer y no puedo parar. Me gusta cómo describes y haces facilísimo transportarse a todos lo sitios y sentimientos que cuentas. Menos mal que he pillado la historia escrita entera! No hubiera podido esperar a las publicaciones poco a poco! Sigo leyendo!!¡;)

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Respuesta a: Responder #230223 en Jugando con la ley. Cap. 6: Un hombre de Champions League y ajustar cuentas.
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