Jugando con la ley. Cap. 8: Un trago de cerveza y una detención.

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    Ilenia on #234031

    Prólogo https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley/
    Capitulo 1: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-2/
    Capitulo 2: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-2-una-no-oferta-y-una-fantasia/
    Capitulo 3: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-3-un-sirope-y-escalofrios/
    Capítulo 4: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-4-control-de-alcoholemia-y-el-salto-del-tigre/
    Capítulo 5: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-5-un-deseo-desvelado-y-ojos-dilatados/
    Capítulo 6: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-6-un-hombre-de-champions-league-y-ajustar-cuentas/
    Capítulo 7: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-7-una-orden-y-un-limite/
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    CAPITULO 8: Un trago de cerveza y una detención.

    Me desperté enredada en las sábanas de una cama que no era la mía. A mi lado no había nadie, todo estaba en completo silencio. A medida que fui recordando la espectacular noche que había pasado, las mejillas comenzaron a arderme y entendí el motivo del cansancio de mi cuerpo.
    En el espejo del enorme armario que ocupaba toda la pared lateral de la habitación blanca, vi un papel pegado. Me levanté a cogerlo en vuelta en la sábana pues estaba completamente desnuda.

    Buenos días.
    Te he dejado el desayuno preparado, está dentro del microondas. Tu ropa está encima del escritorio.
    P.D. Tu padre llamó, había muchas llamadas pérdidas. Le envié un mensaje diciéndole que te habías quedado a dormir en la casa de una amiga.
    Mi padre debía estar hecho una furia. Busqué mi móvil y lo encontré en la mesita de al lado de la cama. Como bien decía la nota había más de veinte llamadas pérdidas y varios mensajes posteriores al que había mandado Daniel por mí. Preferí no responder pues en el último mensaje decía que cuando llegara a la casa hablaríamos, eso me sonaba a escena.
    Estaba deseando vestirme y salir de allí. No entendía por qué diablos me había dejado el desayuno hecho. Quería mentalizarme de que solo habíamos tenido una noche de sexo que siendo sincera, había sido la mejor de toda mi vida. No me arrepentía, pero no creía que fuera buena idea repetir. No quería estar enganchada físicamente a una persona que a nivel personal era un completo desconocido. Por más compatibles que fuéramos en la cama podía pasar que no conectáramos emocionalmente. Estaba empezando a desvariar. Ni siquiera sabía si le volvería a ver. Era tan paranoica. A veces me odiaba por darle tantas vueltas a las cosas ¡Basta, solo ha sido sexo, no se va a casar contigo pedazo de idiota!

    No me comí el desayuno, pero sí que deambulé un poco por su casa. En la planta de arriba conté tres dormitorios y dos baños. En la primera planta había una enorme cocina abierta al salón donde había una impresionante televisión de plasma. También contaba con un aseo y una habitación que por la decoración y los muebles parecía su despacho, aunque había tantas estanterías llenas de libros que podría ser perfectamente una pequeña biblioteca. Estuve tentada a husmear los libros, saber qué clase de literatura le gustaba, pero no lo hice. No quería saber nada de su vida personal, al menos no así.
    Las llaves de mi coche estaban en un cuenco de madera que había sobre un mueble de la entrada. Durante nuestra discusión previa al sexo salvaje, las dejó ahí. Se me habían olvidado por completo, por suerte antes de salir por la puerta principal las vi.

    Lo único que quería hacer era prepararme un buen desayuno y después darme un baño relajante e intentar aclarar mis ideas, pero por supuesto no sería así, antes de nada, debía soportar las quejas de mi padre que venía enfilado hacía mí. No me dio tiempo a entrar en la casa, aparqué el coche en el garaje y en cuanto me bajé comenzó con sus reclamos
    –No vuelvas a darme esos sustos, si piensas quedarte en la casa de una amiga o lo que sea me avisas con tiempo, no cuando te venga en gana y si te llamo coge el móvil que para algo lo tienes–parecía realmente indignado. Me hacía gracia la forma en que agitaba el dedo índice pero una risa en ese momento hubiera sido una provocación en toda regla.
    –No lo volveré a hacer–me regañaba como si aún tuviera quince años. Frunció el ceño, pero no dijo nada más y yo continúe mi camino hacía el frigorífico donde maravillosos manjares me esperaban.

    Después del desayuno y del baño, me tumbé en mi cama. Intenté no pensar en él, pero fue inevitable, los recuerdos fluían calentándome la sangre. Podría haber intentado negarlo, jurar mil veces que solo había sido sexo, pero entre todos esos pensamientos había uno, era él más pequeño, pero gritaba como ninguno, se habría hueco como una apisonadora: te gusta.

    En un intento por apartar todo ese caos, recordé que para esa tarde tenía que hacer varias cosas empezando por ir a visitar a mis amigos que hacía pocas horas habían dormido en el calabozo, también quería visitar y comprobar cómo seguía Sandra, por último había recibido un mensaje de María, quería hablar con Tania y conmigo lo antes posible. Demasiadas cosas para una sola tarde.
    No creía que me diera tiempo a visitarlos a todos, por lo que decidí dar prioridad a Sandra. Sabía que los chicos estaban bien, podía decir que hasta acostumbrados a lo de dormir de vez en cuando “fuera de casa” y no creía que lo de María fuera tan grave como para no poder esperar al día siguiente.

    Llamé en varias ocasiones a la puerta del piso de Sandra, pero nadie me abría, algo muy raro, esa casa no solía quedarse nunca sola, más que nada porque sus compañeras de piso eran menos sociales que un pez.
    Cuando iba a darme por vencida, una de las chicas abrió la puerta, me miró muy mal, tenía cara de estar oliendo mierda.
    –Sandra no está–fue lo único que dijo antes de cerrar la puerta en mis narices dejándome con la palabra en la boca. Si hubiese sido otra persona le habría reprochado pero esa chica no tenía pinta de andarse con tonterías y yo no era tan valiente como quería aparentar.
    Si Sandra no estaba en su casa, debía estar en el almacén donde se reunían mis amigos todas las tardes. Debía empezar a acostumbrarme a avisar antes de presentarme en los sitios.
    Acerté, allí estaba, sentada en uno de los sofás hablando con otra amiga, algunos chicos hablaban entre ellos y otros jugaban al futbolín que habían cogido “prestado” de un bar cercano. Parecían actuar como si nada hubiese pasado, cosa que tampoco me extrañaba demasiado, casi siempre era así.
    Me acerqué a Sandra y ella me sonrió al verme. No parecía tan triste, las ojeras no le llegaban al suelo y su cara tenía color. Me alegraba verla mejor, estaba segura que en eso Joseph tenía mucho que ver.
    No quería acosarla a preguntas, ni estar recordándole en todo momento lo que debía hacer como si fuera su madre. No quería que mi comportamiento le recordara la situación tan desagradable que acababa de vivir, por lo que intenté comportarme normal, sin ningún trato especial ni miradas de pena. Después de media hora charlando con ellas me levanté para ir al baño.
    La conversación que estaban manteniendo no despertaba mi interés y desde hacía un rato Joseph me miraba fijamente, como si esperara a que me dirigiera hacía él. Estaba apartado de los demás, sentado en la barra del mini bar que habían construido ellos mismos con tablones de una obra abandonada.
    Tenía una cerveza en la mano y cara de pocos amigos. Estaba segura de que seguía dándole vueltas a lo sucedido hacía un par de noches. Lejos de lo que pudiera aparentar por su fachada de tipo duro, Joseph era una persona muy sensible.
    – ¿Qué te pasa? –me senté en el taburete que había a su lado y apoyé la espalda contra la barra. Dio un trago a la cerveza y tardó algunos segundos más en responderme.
    –Creo que es hora de dejar de engañarme.
    –No te entiendo.
    –Todo este tiempo pensaba que la veía como una hermana, pero no es verdad, la quiero Alex–no tenía nada de lo que sorprenderme. En más de una ocasión había dudado pero un hermano no mira a su hermana como Joseph miraba a Sandra. Estaba casi segura de que lo que le impedía dar el paso era la diferencia de edad, pero diez años tampoco era una barrera infranqueable.
    –Quiero matar a ese…–apretó los dientes y los puños con rabia.
    –Si de verdad la quieres lo que debes hacer es decírselo, estar a su lado y no meterte en más problemas, eso le hace daño–le quité la cerveza y di un trago.
    – ¿Y qué hago con la culpa que no me deja tranquilo? –Así era mi tan querido amigo Joseph. Al ser el mayor de el grupo siempre se sintió un poco responsable de todos. Se había ganado el amor y el respeto de todo el grupo por sus acciones. Siempre que había un problema ahí estaba él para hacerse cargo de todo.
    –Solo hay un culpable y no eres ni tú ni ella. Creo que por ahora lo único que podemos hacer es dejar pasar el tiempo para que sanen las heridas.
    –Siempre me ha gustado hablar contigo–me miró a los ojos y me dedicó una preciosa sonrisa. Sin duda alguna el punto fuerte de Joseph era su sonrisa. Era rubio e iba rapado al uno, tenía los ojos grises y grandes, en mi lista de ojos más bonitos que había visto, los suyos estaban en el puesto número tres. Era un hombre de constitución fuerte, en conjunto era muy guapo, aunque él siempre se quejaba de su altura, no estaba muy contento con su metro ochenta. –Gracias por venir.
    –No hay de qué–le di un beso en la mejilla y me despedí de todos.

    María volvió a enviarme un mensaje, de nuevo le urgía hablar con Tania y conmigo, tanta prisa comenzó a despertarme el interés de cuan grave era lo que quería contarnos. Hice un par de llamadas y quedé con ellas en la heladería de Ángela.
    Los chicos insistieron bastante en que esa noche, Tania y yo fuéramos para allá pues tenían preparado algo muy divertido. No quisieron contarme nada para crearme intriga, pero no les prometí nada, pues no sabía cuánto se alargaría la conversación con María.
    Álvaro que llegó diez minutos antes de que yo me fuera, se decepcionó cuando le dije que ya me marchaba, pero lo que realmente llamó mi atención fue su reacción cuando le dije que había quedado con Tania y María. Se puso bastante tenso y se marchó prácticamente dejándome con la palabra en la boca. Su reacción fuera de lo normal, me hizo sospechar por donde iría encaminada la historia de mi amiga. Al parecer va a ser más interesante de lo que me había imaginado. Genial.

    Conduje hasta la heladería, las prisas de mi amiga y los nervios de Álvaro habían conseguido despertar la intriga en mí de tal modo que me moría por llegar ya y que María comenzara a hablar.
    Estaba tan metida en mis pensamientos que no me di cuenta de que rebasaba en más de cincuenta kilómetros la velocidad permitida. Lo peor fue que un coche de policía me paró. Probablemente me habría pillado un radar móvil. Maldije mi suerte, nadie me libraría de la multa.
    No podía negar que en cuanto vislumbré el coche oficial el corazón se me aceleró de solo pensar que pudiera ser Daniel quien estuviera realizando el control, pero no fue así, no sabría decir si me sentí aliviada o triste.
    Lo primero que me pidió después de bajar la ventanilla ese agente con pinta de dictador, totalmente rapado, gafas de sol y pose seria, fueron los papales del coche. Oír esa frase me hizo entender que aquello iba para largo.
    Cogió los papeles y se fue con ellos al coche oficial. Se los dio a su compañero, un hombre de aspecto más maduro, pelo algo canoso y unos kilitos de más. El agente que me había detenido no paraba de dar vueltas alrededor del coche mientras anotaba cosas en su libreta, parecía buscar indicios de robo o de que ese fuera el coche de algún narcotraficante. Aquello comenzaba a parecerme demasiado ridículo.
    Claro, no iban a desperdiciar la oportunidad de sacarme las entrañas con la multa que estaba segura me iban a poner. Por fin, después de casi veinte minutos metido en el coche oficial apuntando y mirando los papeles del coche, ese tipo se dirigió hacía su compañero que aún seguía observando mi coche.
    –Señorita los papeles de este coche no están en regla, debió pasar la inspección técnica hace once meses y no es así, siento decirle que tendremos que ponerle una multa e inmovilizarle el vehículo–no daba crédito a lo que estaba escuchando. ¡Inmovilizarme el coche!
    –Agente no puede hacerme esto, ¿Cómo regreso a mi casa? –dije con un tono suplicante, estaba a unos quince kilómetros de mi casa a treinta grados, ese tipo no podía pretender que me fuera andando.
    –Señorita no se ponga nerviosa y abandone el vehículo.
    –Pero agente por favor ¿Es que no lo entiende? Estoy lejos de mi casa, por favor–volví a repetir sin bajarme del coche, lo que me estaba pasando era inaudito. Mataría a mi padre, a él siempre le había gustado llevar todos los papeles en regla, como se había podido olvidar de algo tan importante como llevar al día la documentación del coche.
    –Señorita no me haga perder la paciencia, tranquilícese y baje del vehículo si no quiere que la arresté– ¡encima ese imbécil se atrevía a amenazarme!
    No sé en qué momento no fui capaz de controlar mi afilada lengua y se me escapó un pequeño insulto que el policía con su buen oído consiguió escuchar. Se dio la vuelta y enfilado hacía mí, me puso contra el coche y me esposó.

    Después de unos largos minutos conseguí tranquilizarme y analizar y comprender todo lo que había pasado, habían inmovilizado el coche de mi padre y una grúa vino a por él, el policía me arrestó y en esos momentos estaba camino del cuartel donde me aseguró que pasaría la noche por desobediencia a la ley. No suficiente con aquello, me había colocado una multa de doscientos euros.
    Todo aquello me parecía tan sumamente absurdo que me dieron ganas de estallar en carcajadas, pero como pude lo evité, ya había cumplido el cupo de desastres diarias.
    Bueno, según había visto en las películas, cuando te metían en la pequeña celda del cuartel con otras cinco o seis personas más, te solían conceder una llamada. Mi idea era llamar a mi padre y que viniera a socorrerme. Era un alivio que nuestra relación hubiese mejorado, no sabía que habría hecho en esa situación cuando estábamos como el perro y el gato.
    Viéndolo por el lado bueno, sería una buena experiencia que contarles a mis hijos cuando me preguntaran por mi vida delictiva dentro de unos cuantos años.
    Llegamos a la comisaria en la que había estado no hacía ni veinticuatro horas
    El agente abrió la puerta y de un tirón me sacó del coche, me hizo daño, pero no le di el gusto de demostrárselo. Estaba segura de que me saldría un buen morado en el brazo del que ese animal había tirado. Me llevaba a empujones hacía dentro como si fuera una de las criminales más buscadas del país.
    Por fin me quitó los grilletes y me encerró en una de las celdas. Antes de irse, esbozó una sonrisa de superioridad, apreté la mandíbula intentando reprimir los deseos de gritarle todo lo peor que se me pasara por la cabeza.
    Me miré las muñecas, estaban muy rojas por la fuerza con la que ese bruto había apretado las esposas, también observé mi brazo izquierdo, tenía un color rojo demasiado intenso.
    Hubo un momento que me dieron ganas de llorar por la rabia y la impotencia que sentía, no había hecho nada malo, ni siquiera me había dejado explicarme.
    – ¿Qué ha pasado? –cuando creía que no me podía ir peor apareció él. Me miraba con incredibilidad, pero a su vez me pareció ver que reprimía esbozar una sonrisa.
    –Que tienes compañeros muy idiotas–dije acercándome a los barrotes.
    –Estoy de acuerdo ¿Qué has hecho? –no me gustaba que diera por hecho que había hecho algo, es decir, que yo me había buscado estar encerrada en esas cuatro paredes.
    –No he hecho nada–estaba indignada y como una buena tonta sentí un pinchazo en el pecho acompañado de unas enormes ganas de llorar.
    Sin decir nada se alejó. Mis sospechas eran ciertas, no le importaba en lo más mínimo. Me sentía tan decepcionada, que hubo un momento en el que dudé si lloraba por lo injusta que era mi situación o por él.

    Perdí la cuenta de cuando rato estuve allí intentando conseguir sin éxito que alguno de esos tipos se girara hacía la celda en la que me encontraba encerrada y me hicieran caso. Quería reclamar la llamada a la que tenía derecho, pero por más que intentaba ser escuchada, todos me ignoraban.
    Miré en todas direcciones, había más policías que la última vez que había estado allí. Desde hacía unos minutos, tuve la sensación de que algo estaba pasando, iban con prisa, chocaban unos contra otros. Un señor alto con el uniforme más oscuro que lo demás apareció de la nada y comenzó a dar órdenes a diestro y siniestro.

    Antes de que pudiera darme cuenta, ya no estaba encerrada en aquellas cuatro paredes. Estaba siendo arrastrada por Ross hacía la salida trasera de la comisaria donde la cantidad de policías era menor. Juraría que lo que estaba haciendo era ilegal y muy perjudicial para él, pero todos iban tan enfrascados y acelerados hacía la entrada principal que ni cuenta se dieron de nuestra presencia en dirección opuesta a la de ellos.
    Miré a Ross, no había abierto la boca para darme ninguna explicación. Después de unos segundos observándole, me di cuenta que no iba uniformado, sino vestido como un ciudadano de a pie. Juraría que cuando le vi, llevaba el uniforme.
    Llegamos a los aparcamientos y me hizo entrar en uno de los pocos coches no oficiales que había allí aparcados. Después de ambos estar dentro del vehículo, echó los cerrojos de seguridad y dejó las llaves en el contacto, pero no arrancó el coche. Miraba en todas direcciones como si esperara alguna especie de señal.
    – ¿Qué está pasando? –me atreví a preguntarle cuando le sentí más calmado.
    –Nada bueno. Si la información que han transmitido por radio es cierta, no podía dejarte ahí dentro.
    –No te entiendo–me sentía un poco frustrada. Solo quería que se dejara de acertijos y rodeos y me contara que estaba pasando desde el principio para que pudiera llegar a comprender el ajetreo que se había montado en un segundo y por qué él mismo parecía acelerado.
    –Supongo que has oído hablar de las últimas tres violaciones que se han producido en la ciudad. Hace un par de días una chica vino a denunciar que un tipo había intentado secuestrarla. Por la descripción que nos dio, coincidía con el violador. Parece que han localizado el piso en el que se está escondiendo. Varias patrullas han ido a por él. Si consiguen atraparlo lo traerán aquí. No quiero que estés ni a mil kilómetros de un ser tan despreciable–me dieron unas ganas terribles de lanzarme sobre él y abrazarlo. –Por suerte, como no tienes antecedentes y mi superior es una persona comprensiva no me han puesto demasiadas pegas para poder dejarte libre. Aunque creo que me hubiese dado igual si me hubieran dado una negativa. No te habría dejado ahí dentro–mi corazón cabalgaba desbocado y sin saber muy bien por qué las malditas lágrimas comenzaron de nuevo a derramarse por mis mejillas. Intenté limpiarlas lo más rápido que pude para que él no las viera, pero fue inútil. No me permitió enjuagarme el rostro.
    Con una mano atrapó la mía. Me sorprendí ante su acto y nuestras miradas se cruzaron. Con la mano que aún le quedaba libre, él mismo limpió mis lágrimas con suaves caricias, recorriéndome las mejillas hasta llegar a mi boca. Recorrió el contorno de mis labios con tranquilidad, mojándolos con mis lágrimas, de mis labios fue bajando poco a poco por mi mandíbula hasta llegar a mi cuello. Yo me mantenía muy quieta, sintiendo cada caricia. Era como si el recorrido de sus dedos se quedara marcado a fuego lento en mi piel.
    No me miraba a los ojos, miraba el recorrido de sus dedos. Yo tenía la mirada clavada en su boca, quería recordar cada detalle de aquellos labios que me moría por besar poco a poco, sintiendo cada caricia de su lengua, quería tener unos segundos de dulzura en su boca antes de devorarla. Quería morderlos, chuparlos, dejar mi marca en ellos.
    No entendía como Ross con una simple mirada conseguía poner todos mis sentidos en alerta, cuando me miraba me sentía como un corderito acechado por un tigre deseoso por cazar a su víctima.
    Su mano siguió bajando por mi vientre hasta llegar al final de mi camiseta por donde se introdujo para acariciar mi estómago. Una corriente eléctrica me sacudió por completo al sentir la calidez de la palma de su mano contra mi piel desnuda.
    Su mano libre la dirigió hacia mi nuca, me acarició el pelo con suavidad y poco a poco fue acercando su rostro al mío, con una lentitud torturadora, parecía disfrutar haciéndome sufrir. Alternaba su mirada entre mis labios y mis ojos, esbozó una sonrisa preciosa mientras miraba mis labios, dejándome más claro aun lo que pretendía hacer, algo que yo permitiría encantada.
    Intenté acercarme a su boca, pero él me aferró por el pelo para detenerme, no me hizo daño, pero si me hizo sentir dominada, él llevaba el control de la situación y no me permitiría arrebatárselo.
    Rozó sus labios con los míos y no pude evitar que mi cuerpo temblara, él sonrió mientras seguía acariciando mi boca con la suya, parecía contento al conseguir con un simple roce provocar esas reacciones en mi cuerpo. Me sentí un poco avergonzada, pero no tuve mucho tiempo para pensar en ello pues profundizó el beso.
    Su lengua incitaba a la mía a ser más juguetona, a seguir ese ritmo frenético. Así lo hice, devolviéndole un beso cargado de deseo. Tiró de mi labio inferior, mordiéndolo hacía abajo demostrándome quien mandaba, Si pensaba que me iba a someter a él, estaba muy equivocado. Rodeé su cuello con mis brazos atrayéndolo más hacía mí. Intensifiqué el beso asaltando su boca con mi lengua, apretando sus labios contra los míos deseando que fuéramos uno solo.
    Quiso volver a aferrarme por el pelo para hacerse con el control, pero no se lo permití, cogí su mano y la encaminé hacía mi espalda, la acarició con tanta suavidad que no pude evitar estremecerme.
    Peleábamos por ser quien mandara en aquel maravilloso encuentro. No se lo iba a permitir, él siempre ganaba, pero esa vez me había propuesto ganar yo.
    Sin esperármelo, separó nuestros labios y me miró directamente a los ojos.
    –No quiero que te surjan dudas como ayer. No haremos nada de lo que no estés segura–necesitaba que parara de hablar. Cada palabra que pronunciaba iba directa a mi corazón.
    –No tengo nada que pensar–rodeé su cuello nuevamente y atraje su boca a la mía. Le deseaba con locura y se lo iba a demostrar hasta que mi cuerpo se quedará sin una gota de energía.
    –Vámonos de aquí–por primera desde hacía mucho tiempo, estaba completamente segura de lo que iba a hacer.
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    Dejadme en los comentarios vuestras observaciones, tanto buenas, regulares, malas o si os da verdadero asco.
    ¡Nos leemos!

    Responder
    Roberta
    Invitado
    Roberta on #234434

    ¡ ¡ ¡ ¡ ¡ ¡ ¡ ENGANCHADíSIMA!!!!!!

    Responder
    Sumire
    Invitado
    Sumire on #235219

    Me encanta !!! Me has dejado intrigada por partida doble, la charla con María y el encuentro con el Casanova ?

    Responder
    Científica empedernida
    Invitado
    Científica empedernida on #235406

    Yo te acabo de descubrir y me he leído todos los capítulos de golpe. Me gusta que la historia no se centre solo en Ross y Alex…por cierto, a él ya me lo estoy imaginando!!!

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Respuesta a: Responder #235219 en Jugando con la ley. Cap. 8: Un trago de cerveza y una detención.
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