Jugando con la ley. Capítulos 15 y 16.

Inicio Foros Querido Diario Relatos Jugando con la ley. Capítulos 15 y 16.

  • Autor
    Entradas
  • Ilenia
    Invitado
    Ilenia on #250697

    Prólogo https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley/
    Capitulo 1: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-2/
    Capitulo 2: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-2-una-no-oferta-y-una-fantasia/
    Capitulo 3: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-3-un-sirope-y-escalofrios/
    Capítulo 4: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-4-control-de-alcoholemia-y-el-salto-del-tigre/
    Capítulo 5: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-5-un-deseo-desvelado-y-ojos-dilatados/
    Capítulo 6: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-6-un-hombre-de-champions-league-y-ajustar-cuentas/
    Capitulo 7: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-7-una-orden-y-un-limite/
    Capítulo 8: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-8-un-trago-de-cerveza-y-una-detencion/
    Capítulo 9: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-9-una-risita-y-una-noche-divertida/
    Capítulo 10: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-10-una-pared-fria-y-sospechas-confirmadas/
    Capítulo 11: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-11-mayday-mayday-houston-tenemos-un-problema/
    Capítulo 12: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-12/
    Capítulo 13: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-13-una-camiseta-peculiar-y-una-tumbona/
    Capítulo 14: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-14-un-loro-chillon-y-veinte-segundos/
    .
    .
    .

    Capítulo 15: Un cumpleaños y chin chin

    Sentía que cada semana que pasaba veía menos a Ross, en las últimas tres semanas solo le había visto cuatro veces, lo que había provocado en mí un estado de frustración que no conseguía manejar.
    Estaba segura que si no fuera por su peligroso trabajo, mis alarmas no saltarían si pasaban más de dos días y no tenía noticias suyas. Comenzaba a pensar que me estaba haciendo demasiado dependiente de él.
    No podía ser que no se diera cuenta que su trabajo me angustiaba, arriesgaba su vida todos los días. Quizás eso era un poco exagerado ya que vivíamos en una ciudad tranquila la mayoría del tiempo, pero de vez en cuando si saltaban las alarmas como la vez que sacó de la celda por el criminal que habían atrapado.
    Él debía comprender que una llamada por la noche para confirmarme que estaba perfectamente, sin un balazo en la cabeza hacía que me fuera a la cama tranquila y relajada.
    En esas cuatro veces que nos habíamos visto en tres largas semanas, había intentado comentarle de pasada mi problema, pero no le daba importancia, se lo tomaba a risa.
    Estaba decidida a volver a hablarlo con él e intentar que en esa ocasión se lo tomara enserio y tuviera la amabilidad de hacerme caso, pero no sabía cómo empezar el tema. No quería parecer una neurótica y asustarlo con mis ataques de pánico, pero no parecía haber otra opción.

    Bajé a desayunar aún enfrascada en mis pensamientos, no vi que el ángulo de curva que hice fue tan pequeño que mi dedo meñique del pie izquierdo se dio de lleno contra la barandilla de mármol.
    Grité y de mi boca salieron unas cuantas maldiciones muy feas. No era la primera vez que algo así me pasaba. Debía comenzar a prestar mayor atención por donde caminaba antes de quedarme sin dedos en los pies.
    Prácticamente cojeando entré a la cocina, allí estaba mi padre, que parecía estar aguantándose las ganas de reír, seguro había visto el golpe y por supuesto habría escuchado mis aullidos de dolor, tenía que haberlos escuchado hasta el vecino del final de la calle.
    –Ten más cuidado–por lo menos no hacía la ridícula pregunta de: ¿Te has hecho daño? No entendía porque la gente cuando veía a alguien caerse hacía esa pregunta.
    –Para la próxima–me limité a decir mientras rebuscaba en el frigorífico que desayunar.
    Había todo tipo de ingredientes para preparar suculentos y deliciosos desayunos, pero no tenía ninguna gana, por lo que opté por un cuenco de leche con cereales de chocolate.
    Todas las mañanas me encontraba en la cocina con mi padre y desayunábamos juntos, solía preguntarme por Daniel, como nos iba, si lo vería… parecía haberle caído bien y estar conforme, pero esa mañana no lo había hecho, cosa que me extrañó.
    No solo eso, ciertos detalles que fueron transcurriendo a lo largo de la mañana me llamaron la atención. Mi madre solía estar las veinticuatro horas del día encerrada en su estudio, pero esa mañana estaba tranquilamente en el comedor viendo la televisión. Podría haber hecho la prueba y haberme sentado con ella y comprobar cuanto tiempo tardaba en irse, pero no lo hice, odiaba los momentos en los que se alejaba de mí.
    Por otro lado, mi padre se tiró más de una hora con el teléfono pegado a la oreja hablando con dios sabe quién, pero no parecía especialmente contento, empezó a alzar la voz hasta que acabó pegando gritos, finalmente colgó, no sé cómo no se cargó el teléfono.
    Salió como una bala y hasta bien entrada la tarde no regresó, y aún seguía con cara de muy pocos amigos.

    Estaba muy aburrida, creía que ir a la playa con mis amigas me despejaría un poco pero solo me sirvió para escuchar los lamentos de mis amigas.
    Era cuestión de tiempo que Tanía no pudiera mantener esa máscara de hierro que se había creado para no mostrarnos lo dolida que estaba por el abandono de la persona que más había querido en mucho tiempo.
    Esa tarde no aguantó más y explotó como nunca antes lo había hecho, desnudando sus sentimientos por completo a nosotras, las cuales en un principio nos quedamos bloqueadas sin saber qué hacer, pero conseguimos reaccionar y lo único que se nos ocurrió fue abrazarla y hacerla saber que tenía personas que la querían y la apoyarían en todo lo que necesitase, incluyéndonos a nosotras.
    Cuando llegué a mi casa me sentía emocionalmente muy cansada. No podía evitar que los problemas de mis amigas me afectaran, lo vivía en primer plano y no era precisamente agradable.
    Mi madre ya no veía la televisión, no habría que ser un adivino para saber dónde estaría. Mi padre se había puesto el delantal y estaba preparando la cena, era muy buen cocinero, pero como él decía la comida había que cocinarla con amor, y él tenía cara de muy pocos amigos, no estaba muy convencida de que le saliera una cena muy rica.
    Iba a subir las escaleras, pero me paré en seco, siempre que mi padre me veía mal, me preguntaba que me pasaba e intentaba ayudarme porque quería que tuviéramos una relación más comunicativa, sentí que debía hacer lo mismo, era su hija, debía interesarme por sus problemas. Reconstruir una familia no era algo de una única persona.
    Me senté en el taburete y le observé. A diferencia de otras ocasiones, la cocina estaba hecha un desastre, platos sucios por todos lados, ollas usadas… le daba la vuelta a la comida con tanta fuerza que el aceite salpicaba, veía que le caía en el brazo, pero no se quejaba, con lo que eso quemaba, lo sabía por experiencia.
    – ¿Qué te pasa? –era mejor preguntar directamente que intentar sacar el tema de un modo disimulado con alguna pregunta irónica.
    –Nada–dijo lanzando una de las sartenes al fregadero. Pegó un buen golpe y todo el aceite salpico a la pared.
    –No lo parece–le vi respirar profundamente y apagó la vitro. Se dio la vuelta y se sentó en un taburete en frente de mí. Por la expresión de su rostro, había cambiado de un estado muy enfadado a la tristeza.
    Empezaba a preocuparme de verdad. Al verlo discutir por el teléfono pensé que sería cualquier cosa del trabajo, algo sin importancia, solo que él acostumbraba a ser muy exagerado y a querer que todas las esculturas y entregas salieran a la perfección.
    –No ha sido una buena tarde para los negocios. Hoy se me ha caído una venta muy cuantiosa y encima he perdido el dinero del transporte–
    –¿Qué ha pasado?
    –Hace unos meses una señora nos pidió una pieza de coleccionista muy cara, pero en el barco en el que venía desde Italia se hundió anoche. He perdido los cinco mil euros que pagué para el traslado y los setenta y cinco mil que ella me iba a pagar y por supuesto la clienta que se puso echa una furia después de que le comunicara lo pasado.
    – ¿Era a ella a quien le gritabas?
    –No. Era a un idiota al que voy a despedir–parecía bastante frustrado, tomarse tan a pecho su trabajo no le hacía bien.
    –Haz como si nunca hubiese existido ese cliente.
    –Eso intento, pero ese dinero iba a ser un buen ingreso. La crisis me está volviendo loco.
    –Papá no inventes, ya estabas loco antes de la crisis–por fin lo vi reírse y me sentí bastante bien por ser yo la causante de esa carcajada.
    Después de hablar pareció calmarse. Limpió toda la cocina y encargó un par de pizzas. Después de hacer el pedido se subió a su habitación y escuché abrir el grifo. Lo mejor era que se diera un buen baño de espuma para relajarse y descargar toda esa tensión.
    Ni siquiera se para que encargó nada, él no parecía tener apetito y yo bastante menos. Llevaba toda la tarde con el móvil en el bolsillo del pantalón deseando que sonara, pero no lo hacía. De vez en cuando comprobaba que el volumen estuviera a tope por si acaso llamaba y no me daba cuenta.

    Me dejé caer sobre la cama y estuve un par de minutos mirando el techo de mi cuarto, pensando en lo de siempre, al ritmo que iba se acabaría convirtiendo en una paranoia.

    Justo en el único momento del día en el que me despegué del móvil, fue cuando este sonó. El móvil estaba en mi cuarto y yo había bajado a la cocina a por una botella de agua fría. Subí corriendo las escaleras y por suerte conseguí llegar al teléfono antes de que se cortara la llamada.
    No me había dado tiempo siquiera a mirar en la pantalla de quien se trataba, por eso el corazón se me aceleró cuando escuché su voz al otro lado de la línea. Llevaba todo el día esperando aquella llamada y por fin la recibí.
    Quería que nos viéramos en el paseo marítimo para dar una vuelta. Me hubiese gustado vacilar más al responderle, pero no pude evitar que me saliera un desesperado sí. Intentar controlar mis sentimientos cada día se me hacía más complicado.
    Bajé las escaleras y vi a mi padre en la entrada pagándole las pizzas al repartidor.
    –Ya está aquí la cena–. De repente se me abrió el apetito, esas pizzas tenían una pinta increíble pero tenía que irme–He quedado con Daniel–dije con cuidado, rogando porque no tuviera una mala reacción.
    –Mejor, más para mí–dijo cogiendo un trozo de una de las pizzas, le dio un buen bocado y cerró los ojos de puro placer. –Te guardaré unos cuantos trozos para cuando vuelvas, pero no será lo mismo.
    –Lo sé–dije resignada.
    –Te dejo intimidad con la pizza.
    –Gracias, pensé que nunca captarías el mensaje. La semana que viene es mi cumpleaños, dile a tu amigo que venga y volveremos a hacer una barbacoa en la piscina–me quedé sin palabras, realmente la conducta de mi padre me sorprendía. Daniel tuvo que caerle realmente bien como para invitarle a su cumpleaños. Me limité a darle las gracias con una sonrisa sincera antes de salir de la cocina.
    Ya sabía que era su cumpleaños. Hacía varios días había comenzado a pensar que regalarle, también había pensado en hacerle una fiesta sorpresa, pero ante la nueva información de querer hacer una barbacoa en la piscina esa idea quedaba desechada.
    No me gustaba hacer los típicos regalos. Una colonia, una camisa… siempre nos gustó hacerles regalos originales a nuestros padres y hasta la última vez que en aquella casa se celebró un cumpleaños, lo habíamos conseguido.
    Me quedaba poco tiempo para pensar y encontrar algo original. Tendría que dar un largo paseo por las tiendas de mi centro comercial favorito hasta dar con algo.
    Era consciente de que intentaba pensar únicamente en el regalo de mi padre para retrasar lo máximo posible el hecho de que estaba a punto de ver a Daniel después de varios días divagando y pasándolo mal sin saber nada de él.
    Estaba contenta, pero a la vez me sentía muy enfadada con él. Odiaba que me mantuviera fuera de su vida. Apenas me contaba nada de su trabajo, siempre que le preguntaba me cambiaba de tema o me daba uno de esos besos que me hacían olvidar hasta mi nombre.
    Quería ir allí y mostrarme seria con él, decirle todo lo que no creía que estuviera bien entre nosotros, pero sabía perfectamente que en cuanto él me mirara o me sonriera, todo mi enfado se iría por la alcantarilla. Sonaba patético, pero era la realidad y cuanto antes la aceptara, mejor.

    No quedamos en un lugar fijo. Miré por todos lados, pero no le veía. Decidí no alterarme y dar un tranquilo paseo mientras admiraba la playa.
    El sol comenzaba a esconderse, dando lugar a un precioso atardecer. Me encantaban esas vistas, de hecho, mi fondo de pantalla en el móvil era un atardecer en la playa de uno de los pueblos de Almería.
    De vez en cuando, me gustaba hacer turismo por mi tierra y encontraba lugares muy interesantes en los que me habría quedado a vivir sin ninguna duda. No solo visitaba los lugares más remotos de Almería. Había viajado por toda Andalucía, amaba cada rincón de mi tierra.
    Seguí paseando enfrascada en mis pensamientos. Ya no le buscaba a él, prefería que fuera Ross quien se tomara la molestia de encontrarme.
    –Va a ser una bonita noche–susurró en mi oído. No me hacía falta girarme para saber que era él. Su aroma y su voz me lo habían confirmado.
    Decidí jugar un poco con él y seguí caminando, ignorando por completo su presencia, cosa que no era nada fácil.
    Parecía que él también quería jugar, pues simplemente se puso a mi lado y camino conmigo, sin decir nada, ni tan siquiera cogerme de la mano como una pareja normal de tantas como había allí.

    Después de bastantes minutos ignorándonos mutuamente pareció cansarse y frenó mi paso aferrándome por la cintura y atrayéndome hacía su cuerpo. No me negué, pero tampoco le recibí con los brazos abiertos, intenté con todo mi autocontrol, contener a mi cuerpo y que este no me delatase.
    Hizo que ambos nos frenáramos en seco y me giro hacía él, por primera vez le vi y me quede atónita. Mi cara se convirtió en puro horror por lo que estaba viendo. Tenía el ojo morado, un corte en el labio y un golpe en la parte derecha de la frente.
    Cogí su rostro con ambas manos y lo acerqué para examinarlo más de cerca. Parecían golpes hechos no hacía demasiado tiempo. Pasé el dedo por ellos con toda la suavidad que pude para no causarle ningún dolor, lejos de quejarse, sonrió muy tranquilo.
    – ¿Qué te ha pasado? –pregunté después de unos minutos observando cómo le habían dejado la cara.
    –Una pelea en una discoteca. Tuvimos que intervenir y aquello se convirtió en una locura. Hacía tiempo que no veía las celdas tan llenas–hablaba como si aquello fuera lo más normal del mundo, como si le sucediera cada semana.
    –Te han dejado la cara fatal–dije preocupada, volviendo a acariciar su mejilla.
    – ¿Ya no te atraigo? –preguntó burlón. Comenzaba a sospechar que le encanta hacerme ese tipo de preguntas para conseguir sacarme los colores, parecía encantarle como me ruborizaba con sus comentarios o sus caricias.
    –Quiero hablar contigo–dije evitando entrar en su juego. Debía comenzar cuanto antes aquella incomoda conversación antes de que comenzara a distraerme a su modo.
    No dijo nada, simplemente me cogió de la mano y nos sentamos en un banco que había libre. Parecía estar esperando a que me decidiera a hablar, aquello no era nada fácil para mí, me sentía totalmente ridícula.
    –Estos días he estado algo nerviosa. Teniendo en cuenta tu trabajo y que he pasado días sin saber nada de ti… no puedo evitar preocuparme–me sentí orgullosa. Estaba segura de haber empleado las palabras correctas. Le había dicho exactamente lo que me pasaba. Bueno quizás en momentos puntuales, esa preocupación hubiese pasado a un nivel mayor, pero eso él no tenía por qué saberlo.
    –Lo entiendo y lo siento, a veces estoy tan liado que a pesar de tener en mente todo el día, al final no te llamo–pensaba que me miraría como si estuviera loca o algo por el estilo, incluso que me mandaría al diablo por no querer estar al lado de una neurótica. Se hizo el silencio entre nosotros. Odiaba cuando eso pasaba, el aire se volvía pesado y sentía cierta tensión en el ambiente. Era más incómodo aun si por el rabillo del ojo veía como él me observaba fijamente.

    Me agarró de la mano e hizo que me sentara en el hueco de sus piernas. No sabía con qué fin, pero me dejé hacer, sentir su tacto y su cercanía era algo que dudaba que algún día rechazar pudiera rechazar.
    Metió sus brazos por debajo de los míos y entrelazó las manos en mi estómago a la vez que apoyaba la cabeza en mi hombro. Yo cerré los ojos y respiré profundamente, llenándome de aquella tranquilidad.
    Ya casi era de noche, las farolas alumbraban y las estrellas brillaban en el cielo junto con la luna menguante.
    Sentí sus labios sobre mi cuello, él era tan bueno, apenas era un suave roce que me producía cosquillas. Siguió moviendo los labios por mi cuello hasta que con su mano me obligó a girar el rostro para estampar sus labios contra los míos.
    Abrí la boca para él y dejé que su lengua vagara por mi boca. Por su forma de besarme, podía darme cuenta que estaba excitado al igual que yo. Sus besos eran demasiado posesivos y dominantes.
    Chupó mi labio inferior y después con los dientes, sin hacerme daño, tiró de él hacía abajo. Me encantaba cuando hacía eso.
    Se movió un poco a un lado para poder tener mejor acceso a mi boca y poder acariciarme el cuello. Fue movimiento su mano hasta que metió los dedos en mi pelo, comenzó a acariciarme la cabeza.
    Cambió el rumbo de sus labios y me besó la mejilla, después bajó de nuevo hasta mi cuello, y esta vez no se limitó a un simple roce. Me dejó besos húmedos y sugerentes por todo el cuello, dejándome bien claro que quería. Me tocaba a mí.
    Cogí su rostro con ambas manos para que no se moviera. Comencé por un simple beso en la mejilla, vi como sonrió y cerró los ojos dejándose hacer.
    Fui dándole pequeños y dulces besos por la mejilla hasta llegar a su oreja, la mordí y lo sentí temblar, besé el lóbulo humedeciéndolo un poco.
    –Te quiero–le susurré antes de descender a su cuello. Le mordí tomándolo por sorpresa, provocando que un gemido escapara de sus labios.
    –Eres mala–me dijo con una sonrisa maliciosa. Cogió mi rostro con ambas manos y devoró mi boca. Siempre que me besaba lo hacía exigiéndome más. Parecía quererlo todo de mí, hasta la última gota de pasión y fuego que mi cuerpo pudiera crear, y yo se la daba, se lo entregaba todo porque estaba enamorada de él.
    –Yo también te quiero–dijo en mis labios. Se me escapó una sonrisa que él me devolvió.
    – ¿No te duele el labio? –llevábamos varios minutos besándonos y no eran precisamente besos tiernos, no quería hacerle daño o que esa herida se prolongara por más tiempo del debido.
    –No te preocupes, me he puesto un líquido muy bueno. Desde hace un rato no me duele–le acaricié el labio con el pulgar. De reojo le miraba para comprobar si se quejaba o hacía alguna mueca de dolor, no era que no le creyese, pero a veces los hombres intentaban aparentar ser más fuertes de lo que en realidad eran.

    La noche era bastante calurosa a pesar de tener la playa enfrente. Tenía la ligera sospecha de que esa noche tenía más calor de lo normal, no precisamente por el cambio climático, o porque los veranos en mi zona fueran muy calurosos, sino a las caricias del hombre que tenía a mi lado.
    No era ninguna soñadora, no creía en los cuentos de hadas y estaba de acuerdo en que el amor se acababa con el paso del tiempo, pero estaba decidida a disfrutar del amor de Ross todo lo que durara.
    .
    Había dejado de besarme y lo agradecía. Si por mi fuera lo besaría las veinticuatro horas del día, pero no en plena calle donde cualquiera nos pudiera ver. Prefería tener unos minutos para serenarme y que la brisa marina diera a mis mejillas una temperatura adecuada.
    –Mi padre cumple años la semana que viene y te ha invitado–dije observándole detenidamente para ver cómo reaccionaba.
    –Le he caído bien a mi suegro–dijo sonriendo con suficiencia.
    –No ha pasado demasiado tiempo contigo–dije irónica. Él puso cara de ofendido, pero en realidad no lo estaba, apenas podía evitar sonreír, aunque parecía estar haciendo su mayor esfuerzo.
    Se acercó aún más a me acarició la mejilla. Se había puesto serio, me miraba muy fijamente con aquellos ojos. Nunca había visto unos ojos más preciosos que los suyos.
    – ¿Sabes cuál sería mi peor castigo? –preguntó más serio. No entendía el cambio de actitud, parecía estar a punto de confesarme algo muy importante y eso me ponía nerviosa.
    – ¿Qué? –me sentía un poco intimidada.
    –Perderte para siempre–dijo en un susurro.
    –¿Por qué me dices eso?
    –Porque quiero que lo sepas. A veces me da la sensación de que te asusta hablar conmigo por si me agobio y salgo corriendo. Alejandra por si no lo tienes demasiado claro, estoy enamorado de ti–se separó un poco de mí y me besó, esta vez sin ser tan apasionado. Tomándose su tiempo para que ambos nos perdiésemos en los labios del otro. Intentó separarse, pero yo aún no había acabado.
    Cogí su rostro con ambas manos, reteniéndolo junto a mí. Hice que el beso fuera más apasionado, él me correspondió encantado, abriendo la boca para mí, dando rienda suelta a todo lo que sus palabras me habían hecho sentir.

    Estuvimos juntos más de tres horas. Casi tuve que obligarle a marcharse. Le tocaba madrugar demasiado al día siguiente y no quería ser la culpable de que se durmiera en plena jornada.
    Antes de llegar a la casa me paré en la heladería de mi amiga que solía cerrar bastante tarde. Era normal que en pleno verano la terraza estuviera llena o al menos casi llena.
    Me hubiese encantado quedarme allí charlando con ella, pero no quería llegar demasiado tarde. Me había parado para comprarle a mi padre una tarrina de su helado favorito, leche merengada con chocolate. Compré otro para mí y un bote de limonada que a mi padre le encantaba.
    No sé por qué lo hice, peo también compré una tarrina de turrón y vainilla, ese era el helado favorito de mi madre, por supuesto no iría a ofrecérselo, me limitaría a meterlo en la nevera y ya lo vería.
    Entré y, antes de nada dejé el helado de mi madre en el frigorífico. Después fui en busca de mi padre que extrañamente estaba viendo la televisión.
    Alcé la bolsa donde lo llevaba todo y sonrió ampliamente.
    –Me has traído helado–dijo sorprendido. No sabía exactamente como sentirme por su reacción.
    –No solo helado, también te he traído limonada para que tomes un vaso bien fresquito–le dejé el helado y volví a la cocina a por un par de vasos, me senté en el sofá con él y serví la limonada.
    –Chin Chin– chocó su vaso con el mío para después darle un buen trago a la limonada que por culpa del trayecto estaba un poco derretida pero igualmente estaba riquísima.
    – ¿Le has comentado a tu amigo la invitación? –me hacía gracia que se dirigiera a Daniel como mi amigo. A veces me daban ganas de soltarle algún comentario que le quitara el sueño.
    –Mi pareja vendrá encantado a tu cumpleaños, papá–dije haciendo hincapié en mi pareja.
    –Pensaba que se echaría para atrás.
    – ¿Lo has invitado para asustarlo? –Tampoco era que me sorprendiera demasiado.
    – ¡No por dios!
    Nos quedamos sentados disfrutando del helado y la limonada, me sentía muy a gusto en su compañía, aunque mi alegría se ensombreció cuando recordé que mi madre no estaba allí.
    .
    .
    .
    .

    Capítulo 16: embarazada y volver.

    Me levanté más temprano de lo normal, cuando sabía que mis padres aún dormían. Mi plan era hacerle un suculento y delicioso desayuno a mi padre. Sabía que no debía atiborrarlo a azúcar, pero el día de su cumpleaños se podía hacer una excepción.
    Bajé a la cocina y cerré la puerta, tenía exactamente una hora y media antes de que sonara el despertador de mi padre para prepararle un café bien cargado como a él le gustaba, un par de tostadas de mantequilla con mermelada de fresa, su preferida y un gofre de chocolate.
    Mientras se hacía el café y el pan se tostaba, me dirigí al cuarto de Raúl donde había guardado el regalo. Sabía que nadie lo encontraría allí, por lo que ni me molesté en esconderlo, simplemente lo dejé sobre la cama.
    Me costó mis horas de vueltas y vueltas por el centro comercial hasta que lo encontré. En un escaparate se la vi puesta a un maniquí, una chaqueta de motero, totalmente de cuero, con un negro especial. Estaba totalmente convencida de que le encantaría, muchas veces había babeado por una así y gracias a mí por fin la tendría.

    Durante la semana, Ross me llamó todas las noches. En una de ellas, me contó que ya tenía comprado el regalo para mi padre. Por más rato que estuve intentando sonsacarle de que se trataba, no hubo manera pero decía muy convencido que con ese regalo se ganaría para siempre a mi padre.
    Por un momento temí que ambos le fuésemos a regalar lo mismo, pero al menos tuvo piedad y me dijo que no era una chaqueta.
    Me moría de ganas por verlo, pensar que en unas cuantas horas estaría en la entrada de la casa hacía que diera saltitos de alegría y que acto siguiente me sintiera ridícula. Eres ridícula y el pan se te va a quemar.

    Mi cerebro hizo clic y me acordé de las tostadas, bajé corriendo las escaleras y entré en la cocina, se había chamuscado un poco, pero no era nada que no se quitara raspando un poco. El café ya estaba listo, lo dejé en la cafetera para que no se enfriara.
    Eché la masa del gofre y mientras se iba haciendo, unté las tostadas con la mantequilla y la mermelada. Una vez acabé las metí en el microondas para que no se enfriaran demasiado. El gofre ya estaba casi listo. Olía tan bien que esperaba que el olor no llegara hasta la nariz de mi padre y se despertara.
    Cuando vi el desayuno acabado y en la bandeja, tuve unos deseos horribles de comérmelo, debí prepararme algo antes de empezar a cocinar, mi estómago no paraba de gruñir enfadado.
    –Tranquilo, luego te recompensaré–dije mirándome el estómago. No pareció conforme pues se quejó un poco más.
    Cualquiera que me hubiese visto hablar con mi estómago hubiese pensado que estaba mal de la cabeza, pero bueno, allí no había nadie más, nadie se enteraría de mis pequeños delirios ocasionales.

    Llevé la bandeja del desayuno hasta la segunda planta. Abrí con mucho cuidado la puerta del dormitorio para que no se despertaran. Cuando entré, dejé la bandeja con mucho cuidado encima de la cómoda.
    Me era extraño estar en aquel cuarto con el desayuno listo, a punto de despertarle como lo hacíamos Raúl y yo cada cumpleaños, no solo a mi padre, también lo hacíamos con mi madre, aunque con ella éramos menos burros.
    No me había fijado en las fotos que había en la mesita de noche de mi padre, una era de él cuando era más joven, siempre fue un hombre muy guapo, se sabía conservar a pesar de lo que comía, otra de las fotos era de mi hermano y yo juntos cuando apenas teníamos cinco años y la última era de los cuatro en uno de nuestros tantos viajes familiares.
    Respiré hondo intentando tranquilizarme, una tarea bastante complicada. Conté hasta tres y me lancé sobre él.
    – ¡Feliz cumpleaños! –grité. Se pegó un buen susto cuando sintió mi cuerpo caer sobre el suyo. Miró a todos lados horrorizado hasta que se dio cuenta que había sido yo.
    No pude evitar estallar en carcajada cuando vi su cara de espanto, era muy gracioso cuando quería. Yo seguía encima de él, aplastándolo.
    – ¡Ayuda, me ha caído una vaca encima! –gritó. Me hice la ofendida y me volví a tirar encima, pero me esquivó y se puso encima de mí.
    –Te vas a enterar–comenzó a hacerme cosquillas, sabía que no lo soportaba, me retorcía desesperada para que dejara de hacerme cosquillas.
    –Para, por favor, para–dije entrecortadamente. Por fin paró y pude levantarme de la cama. Mi madre en cuanto fue consciente de mi presencia se levantó de la cama, abrió el armario y sacó ropa con la que se dirigió al baño. No iba a dejar que su absurda actitud estropeara el momento. Era el cumpleaños de mi padre, le había preparado un desayuno perfecto, en unas horas Daniel estaría allí, todo sería estupendo o al menos intentaba convencerme de ello.
    Aunque no se lo dijera con palabras, era mi forma de decirle que estaba perdonado. Ya no pensaba en todo el tiempo que me sentí sola, en mi corazón ya no había sitio para el rencor hacía él. Era un buen padre que por un tiempo se equivocó. Cualquier persona tenía derecho a equivocarse y ser perdonada.
    Cogí la bandeja del desayuno y se lo acerqué a la cama, en cuanto lo vio su cara pasó de asombro a hambriento.
    –Espero que te guste.
    – ¡Que buena pinta! –exclamó a la vez que se frotaba las manos. Miraba todo lo que había sin coger nada, como si no supiera por dónde empezar. Finalmente se decidió por darle un darle un sorbo al café y después coger una de las tostadas.
    Salí del cuarto, no me iba a quedar allí parada mirando como desayunaba.

    Recogí un poco la cocina y me preparé algo rápido para desayunar, aún quedaban por hacer muchas cosas, debía preparar la mesa y la barbacoa y quería hacerlo rápido antes de que mi padre saliera de su despacho y se diera cuenta de lo que estaba haciendo y quisiera ser él quien se ocupara de todo. Ese era su día y quería que lo disfrutara sin hacer nada, aunque estarse quieto no era para nada su estilo.
    Sobre las doce del mediodía comencé a echar leña en la barbacoa. Mientras los primeros troncos se convertían en ascuas, saqué las sillas del garaje y aunque estaban limpias porque no había pasado mucho tiempo desde la última vez que las usamos, les pasé un trapo húmedo para que el poco polvo que tenían desapareciera. Después coloqué todos los cubiertos. Llené algunos platos con patatas fritas y otros tipos de ganchitos. Además, de entrantes, coloqué unos canapés de gambas y anchoas, eran los preferidos de mi padre. Estaba segura que después de ver todo lo que le tenía preparado, su amor por mí se multiplicaría por cinco. Para la barbacoa compré su carne preferida, entrecot y aparte, unas cuantas piezas de chorizo.
    No compré nada más de carne porque sabía que entre los entrantes y aquello era suficiente. No quise volverme loca comprando para luego tener que tirarlo.

    Eché un tronco más a la leña. Era demasiado pronto para poner la carne. Daniel ni siquiera había llegado y no quería que todo se pusiese frio.
    Fui a la cocina y abrí el frigorífico para comprobar que la tarta seguía en perfecto estado, era de bizcocho y chocolate, la preferida de mi padre y también la mía.
    Daba vueltas de un lado para otro sin nada que hacer, deseando que el tiempo pasase. Quería verle y besarlo. Lo echaba tanto de menos, no se podía hacer una idea de lo mucho que podía extrañar estar en sus brazos.

    Coloqué la carne en las parrillas y la coloqué sobre las ascuas, varias gotas de grasa cayeron sobre el fuego que hizo que este se revolucionara y yo, por supuesto, me asustará dando un pequeño salto hacia atrás.
    Me choqué contra lo que parecía un armario. Me di la vuelta un poco asustada y vi que era mi padre. Estaba allí parado detrás observándome. Me intrigaba saber cuánto rato llevaría allí detrás. No me gustaba que fuera tan sigiloso.
    – ¿Es entrecot? –preguntó con el rostro iluminado.
    –Si–dije soltando una carcajada. Solo faltaba que se le cayera la baba, pero sin venir a cuento se puso serio.
    – ¿Estas embarazada? –me quedé muda. Debería haber escuchado mal o él haberse equivocado de palabras. Mi boca llegaba al suelo ¿En qué ridículo momento había sacado esa conclusión tan absurda?
    –Sí, de seis meses ¿No se me nota? –dije poniéndome de lado y tocándome la barriga. Creo que ni ensayándolo mil veces mi voz hubiese salido más irónica que en aquel momento.
    –Es raro. Primero me haces el desayuno, ahora preparas mi plato preferido–me miró con desconfianza.
    – ¿Y si te hiciera un regalo entonces seria por qué estoy esperando trillizos? –tanteé el terreno. Aquello sería divertido.
    –Si me has comprado un regalo entonces es que has matado a alguien–lo normal en cualquier persona que hace semejante comentario, seria reírse, pero no, él seguía tan serio como cuando me había preguntado si estaba embarazada.
    –Pues te he comprado un regalo–ahora en vez de serio, se veía pálido, incluso comenzaba a darme pena. Se veía tenso y pensativo, como si buscara el plan perfecto para sacarme del país sin que la policía me atrapara por mis horribles crímenes.
    –Papá deja la estupidez a un lado, es tu cumpleaños, lo más normal es que tenga un detalle contigo.
    –Lo siento. Es que ya había perdido la costumbre de todo esto–no respondí nada. Nos quedamos en silencio durante un rato. Yo me concentré en la carne y mi padre siguió allí detrás durante algunos minutos más.
    Finalmente escuché sus pasos alejarse de mi espalda. Aunque lo intentáramos, había comentarios que no podíamos evitar y aunque no fueran dichos con ninguna mala intención, acababan haciendo daño.

    Miré la hora en el reloj de mi móvil. Hacía diez minutos que Ross debería haber llegado. La carne estaba casi lista y no quería que por su tardanza se enfriara. Aparté un poco las ascuas para poder mantener la carne en las parrillas todo lo posible, dándoles la vuelta con frecuencia para así evitar que se quemara.
    –Que rico huele–dijo justo detrás de mí, en mi oído, con un susurro muy seductor, típico en él.
    Me di la vuelta y allí estaba, con una enorme sonrisa en los labios, muy bien vestido con unos vaqueros pegados negros y una camisa verde pistacho metida por el pantalón, muy formal. Comenzaba a preguntarme si no tenía pantalones de otro color.
    Debajo del brazo izquierdo traía un paquete envuelto en papel de regalo.
    Se acercó a mis labios y los atrapó con los suyos, besándome con dulzura. No se nos podía olvidar que en cualquier parte podían estar mis padres observando.
    –Te he echado de menos–me sentí un poco infantil siendo incapaz de mirarle a los ojos.
    –Estás preciosa–me dijo con una sonrisa pícara en los labios. Usó un tono de voz lo suficientemente bajo como para que solo yo le escuchara
    Nos quedamos allí unos minutos más, disfrutando de la presencia del otro. Podía sentirle detrás de mí, observándome con detenimiento, por supuesto buscando que me ruborizara, cosa que logró.
    Mi padre nos llamó la atención acercándose donde estábamos nosotros. Saludó cordialmente a Daniel y nos invitó a que nos sentáramos en la mesa mientras él se encargaba de servirla.
    Me negué en rotundo, era su día y él no debía encargarse de nada, sino nosotros. Lo Conduje casi a empujones hasta su lugar en la mesa, mientras tanto Ross se quedó en la barbacoa sacando la carne.
    Había dejado el regalo en una esquina. Lo recogí y subí al cuarto de mi hermano donde tenía guardado el mío. Hice un poco de trampas y mientras lo llevaba arriba para guardarlo, lo palpé un poco intentando averiguar que podría ser. Me hacía una idea, pero no estaba del todo segura.
    Cuando volví ya estaban sentados a la mesa. Cuando Daniel me vio llegar, retiró la silla que había a su lado para que me sentara. Intenté no sonreír como una boba delante de mi padre, pero no pude evitarle.
    Le miré de reojo para comprobar si se estaba riendo por lo bajo de mí, pero lejos de eso, sonreía, parecía haberle gustado el gesto.
    Aunque aquella no fuera la primera vez que reunía a mi padre con él, no conseguía liberarme de aquella tensión que me agobiaba, no me quitaba de la mente que por cualquier mínimo detalle la cosa se pudiera torcer. Al menos en esa ocasión mi padre había dejado en el armario su camiseta friki.
    Por otra parte odiaba que mi madre no estuviese allí. Aunque no lo hiciera por mí, era el cumpleaños de su marido, no se molestaba en mostrar interés por nada.
    Apreté los puños por debajo de la mesa. Hice mi mayor esfuerzo por controlar mi rabia y mi impotencia. La hubiese buscado y escupido muchas verdades a la cara. Mis verdades y carencias, pero no era el día, ni el momento y mucho menos el lugar. No tenía por qué poner a Daniel en aquella situación. A fin de cuentas, no debía implicarle en los problemas que yo tuviera con mis padres.
    –La carne te ha salido perfecta. Está en su punto–dijo Daniel volviéndose hacía mí, regalándome una preciosa sonrisa. Si hubiésemos estado solos, habría respondido ese halago con un cálido beso
    –Es cierto. Esta muy buena–coincidió mi padre.
    –Gracias–me limité a decir.
    Después de la comida. Llevé la tarta que había preparado a la mesa. Antes de que soplara las velas, le pedí a Daniel que viniera conmigo para coger los regalos.
    Subimos las escaleras en silencio. Él iba detrás de mí. Podía sentir su mirada clavada en mí nuca, cosa que conseguía ponerme nerviosa y a la vez excitarme.
    Fueron demasiadas veces las que estuve tentada a darme la vuelta y lanzarme a él. Deseaba que sus brazos rodearan mi cintura y me apretaran contra su torso, con brusquedad, siendo duro.
    Un suspiró se me escapó de los labios. Realmente estaba mal de la cabeza. Lo único que esperaba era que él no se hubiese dado cuenta que ese suspiro era de puro deseo.
    Antes de que pudiera abrir la puerta del cuarto de mi hermano, sentí sus brazos rodeando mi cintura, atrayendo mi espalda contra su pecho. Apoyó su cabeza en mi hombro y lo sentí inspirar con fuerza.
    –No me lo estas poniendo nada fácil–me gustó saber que no era yo la única que lo estaba pasando mal.
    –Esa es la idea–dije picara sin volverme hacía él, no me sentía capaz de resistirme a nada que comenzáramos después de ser embrujada por sus ojos.
    –Es muy difícil mantener una conversación coherente con tu padre cuando lo único que pienso es en desnudarte y tenerte solo para mí–dijo con aquella voz ronca que tanto me excitaba. Besó mi cuello consiguiendo que mi piel se erizara. Sentí unas punzadas de deseo en mi bajo vientre debía parar aquello antes de que fuera demasiado tarde, pero el problema era que no tenía ni idea de cómo hacerlo y tampoco quería.
    Volvió a besarme el cuello, esta vez siendo más húmedo, cerré los ojos, sintiendo cada caricia de sus manos y su boca.
    Después de ese beso me soltó la cintura y se alejó unos cuantos pasos de mí, le miré y vi en sus ojos el deseo. Le agradecí que él si tuviera el suficiente autocontrol para controlarse

    Cogimos los regalos y bajamos a toda prisa, estaba segura de que ya me había retrasado de más y lo último que quería era que mi padre fuera a por la pistola que guardaba en el último cajón del escritorio de su estudio. Nunca entendí porque la tenía. Según él era un regalo que había pasado por las manos de su tatarabuelo, después de su bisabuelo y así sucesivamente hasta llegar a él. Pensaba que esa pistola al tener tantos años no funcionaba, pero al segundo día de saber que tenía novio, de un modo casual me hizo saber que estaba en perfecto estado.
    Mi padre seguía sonriente, lo que me produjo un gran alivio, las cosas estaban bajo control. Pareció impresionarse al ver el tamaño de los regalos y no era para menos, el regalo de Daniel además de ser grande era pesado.
    Comenzó primero por el mío. Parecía estar nervioso mientras abría el envoltorio del regalo, tampoco borraba ni un segundo de su rostro la sonrisa. Estaba muy contenta de verlo así, hacía años que no lo veía tan contento, ni sonreír tanto tiempo seguido.
    – ¡Vaya! ¡Es preciosa! –se levantó de la silla y alzó la chaqueta para observarla. Mi chaqueta de motero parecía haber sido todo un éxito. Me agradeció el regalo con una sonrisa y un gran beso en la mejilla. Acto seguido Daniel le ofreció su regalo, mi padre le agradeció en el momento y un poco más relajado abrió su regalo.
    – ¡Increíble! –mi padre parecía haberse quedado mudo. Era un casco de moto precioso, negro por arriba y por la parte de abajo azul oscuro. Se notaba que era de diseño. Solo había que ver como brillaba y los acabados.
    –Cuando Alex me enseñó su moto no vi por ningún lado un casco. Asique pensé que sería buena idea. No quiero tener que multarle–bromeó. Mi padre rio con él y le estrechó la mano agradeciéndole de nuevo el detalle.
    – ¿Os habéis puesto de acuerdo para vestirme de motero?
    –La verdad es que no–todo había sido una pura casualidad.

    Sopló las velas, pero antes de ello, como cuando era pequeña, le recordé que debía pedir un deseo, cerró los ojos y unos segundos después apagó todas las velas de una sola bocanada de aire.
    Iba a partir la tarta, pero Daniel me quitó de las manos el cuchillo y la pala, quería hacerlo él. Yo me senté y le observé. Probablemente me quedé embobada mirándole, pero no podía evitarlo, estaba enamorada de él y no sentía ninguna vergüenza por ello, por lo que no tenía ningún motivo para ocultarlo.
    Finalmente, todo acabó. Mi padre después de unos minutos de habernos comido la tarta, se puso su chaqueta y casco nuevos y se fue a dar una vuelta en moto. Daniel y yo nos quedamos allí terminando de recogerlo todo. Mientras él metía todas las sillas en el garaje, yo limpié la mesa.

    Una vez terminamos, nos sentamos en una de las tumbonas de la piscina. No fue hasta que me senté que me di cuenta de lo cansada que estaba. Era casi las ocho de la tarde. Había sido un día bastante ajetreado pero muy divertido.
    Escuché algo pitar, no me di cuenta de que era hasta que me volví hacía Daniel y lo vi con su móvil en las manos. Después de leer el mensaje noté como se tensó, las facciones de su cara pasaron de relajadas a nerviosas. Algo pasaba y al ver su intento de disimulo, estaba segura de que no iba a querer contarme que sucedía y eso me ponía más nerviosa.
    – ¿Qué pasa? – pregunté al instante de que guardara si móvil en el bolsillo del pantalón. No quería darle opción a mentiras ni a cambios de tema.
    –Te has dado cuenta–era una afirmación desganada.
    –No quería decirte nada hasta que fuera seguro, pero me lo acaban de confirmar–evitaba mirarme a los ojos, cosa que me hacía pensar que lo que tenía que decirme era más grave de lo que yo pensaba. No quería pensar mal, es decir, adelantarme a los hechos, pero su silencio hacía que mi mente vagara libremente sin mi permiso.
    Comenzaba a ponerme muy nerviosa, pero había decidido esperar hasta que comenzara a hablar, no sabía cuán difícil podría ser lo que tenía que decir para él, no quería presionarle, pero si no comenzaba pronto acabaría sin uñas.
    Después de unos interminables minutos mirando al suelo, alzó la vista y me miró. Estaba muy serio, la misma seriedad que había empleado las primeras veces que nos vimos.
    –Hace dos días atrapamos a un asesino–cada vez que hablaba de tipos peligrosos no podía evitar imaginarme sus rostros en mi mente, ojos sombríos, oscuros y pequeños, sonrisas horribles con la mitad de los dientes podridos, con cuerpos corpulentos marcados con tatuajes macabros. ¿Pero tú cuantas películas has visto?
    – ¿Qué ha hecho? –no parecía convencido de contarme los delitos de un criminal, pero tras unos segundos comenzó a hablar.
    –Mató a tres hombres cuando intentó robar un banco, no lo consiguió y tuvo que darse a la fuga. Le seguimos la pista, sabíamos que pronto daría otro golpe y así lo hizo. Robó una joyería, se llevó dos millones de euros en oro, además hirió al guarda para poder huir. Estábamos esperando a que diera un paso en falso, es decir, que intentara cambiar el oro por dinero en efectivo, ahí fue cuando lo pillamos.
    Había gato encerrado, no me había contado que era lo que le acababan de confirmar por el móvil, que cosa le había puesto tan tenso.
    Comenzaba a molestarme que pensara que era idiota, que conseguiría irse sin contarme cual era el epicentro de todo aquello.
    –Daniel ¿Qué pasa? –dije endureciendo mi tono de voz. No quería parecer enfadada con él, pero estaba segura de que si me comportaba de un modo dulce y amable seguiría mareando el asunto hasta que yo me diera por vencida y consiguiera escabullirse de allí sin soltar la parte más fea del asunto.
    –Dos asesinos están encerrados celda con celda, hemos decidido que será mejor no darles tiempo para idear ningún plan, por lo que vamos a trasladarlos a la cárcel de Madrid 2, de Alcalá de Henares-Meco. Mañana mismo a primera hora de la tarde. Yo soy uno de los encargados, junto con otros tres guardias más y el conductor–se me heló la sangre. Daniel me había contado que el otro asesino había conseguido zafarse de más de un traslado y para ello se llevó la vida de varios guardias por delante.
    Sabía que me estaba mirando fijamente esperando una reacción por mi parte, pero por más que lo intentaba no era capaz de salir de mi estado de shock. Eran tantas las emociones que se habían agolpado tras sus palabras que no encontraba el método de expulsarlas.
    Unas enormes ganas de llorar me inundaron, era imposible no tener miedo ante la situación, no se trataba de presos comunes, eran asesinos, criminales dispuestos a cualquier cosa con tal de conseguir su libertad, incluso a matar como ya habían hecho. Intenté con todas mis fuerzas no llorar, mantenerme fuerte, pero fui incapaz. Las lágrimas comenzaron a rodar sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Me sentía mal conmigo misma, lo último que quería era ponerlo más nervioso.
    Sentí sus manos sobre mis mejillas, limpiando mis lágrimas con cuidado. Por sus actos, parecía comprender que la angustia me invadiera, y si él lo entendía quería decir que él mismo sentía miedo por lo que pudiera pasar.
    –Solo es un traslado–no era tan tonta como para no darme cuenta que estaba intentando quitarle hierro a la situación para tranquilizarme.
    Mi vida había comenzado a ser bastante complicada desde hacía unos años, pero tras conocer a Daniel y darme cuenta de la increíble persona que era y lo enamorada que estaba de él, las cosas cambiaron, de nuevo era una persona feliz pero como siempre algo salía mal.
    –No es solo un traslado, son asesinos reincidentes. No intentes quitarle hierro al asunto porque no lo vas a conseguir.
    –Te prometo que en cuanto llegué a Madrid y esos dos estén encerrados, te llamaré, pero si no lo hago mañana mismo no pienses mal, son trámites que se pueden alargar. Te prometo que te avisaré en cuanto todo este en perfecto orden–dijo intentando esconder una sonrisa que a mí no me hizo ninguna gracia. Me levanté de su lado dispuesta a irme a mi cuarto, meterme en mi cama y dormir, no le veía la gracia a todo aquello.
    Sentí sus brazos alrededor de mi cintura, deteniendo mi paso hacia el interior de la casa. Intenté zafarme, pero no pude, me apretó aún más fuerte contra él.
    –No te enfades, por favor. No quiero irme y que estés mal conmigo, puede que sea la última vez que me veas.
    –¡Eres un imbécil! –me daba igual si mi madre me había escuchado o si mi padre ya había vuelto de su viaje en moto y también me había escuchado, era un imbécil y quería gritárselo mil veces más.
    –Mi amor es una broma–intentó coger mis manos, pero se lo impedí, lo que no pude evitar fue que me acorralara contra la pared.
    –No me gastes esas bromas–intenté sonar seria y enfadada cuando en realidad empezaba a ponerme nerviosa tenerlo tan cerca.
    –Lo siento ¿Qué puedo hacer para que me perdones? –comenzó a darme suaves besos por el cuello, en cualquier momento mis rodillas iban a empezar a temblar hasta flaquear. A veces me daba miedo darme cuenta del poder que ejercicio sobre mí, otras, estaba tan excitada que no me daba tiempo a pensarlo.
    –Volver–
    –Aquí estaré–no dijimos nada más. Después de unos minutos volvimos a nuestra tumbona donde estuvimos abrazados hasta que el sol se escondió y dio paso a la luna
    –Es tarde–se limitó a decir mientras continuaba con su frente pegada a la mía.
    –Como se te olvide avisarme, te juro que te arrepentirás el resto de tu vida–podía parecer una broma, pero no lo era para nada.
    –No me asustes.
    –No me provoques–sonrió en mis labios y me dio un cálido y largo beso antes de marcharse.

    Creí firmemente que esa noche no nos dijimos te quiero, por no hacer de aquello una despedida, pues no lo era.
    .
    .
    .

    Hola jugadoras.
    Ya sabéis que podéis dejar vuestras apreciaciones en los comentarios.
    Instagram: https://www.instagram.com/ilenia_autora/?hl=es
    quedan 4 capítulos.
    P.D decidme en los comentarios si se os hace pesado para subir la próxima semana de nuevo dos capítulos o no.
    ¡Nos leemos!

    Responder
    Científica empedernida
    Invitado
    Científica empedernida on #250854

    Me encaaaanta!! me ha gustado mucho eso de doble capítulo, así te quedas con menos ganas…pero el siguiente, promete!!

    Responder
    Silviosa
    Invitado
    Silviosa on #251042

    Qué alegría me he llevado cuando he visto que había dos capítulos! Y qué decepción cuando leí que solo quedan cuatro jeje
    Madre mía, además ahora que se pone interesante… espero que no le pase nada malo a Ross!!
    Por cierto, me encanta el padre de Alejandra, me parto con él :)

    Responder
    Sct
    Invitado
    Sct on #251460

    Noo…. que pena que ya queda poco, pero tengo la sensación de que van a pasar muchas cosas.

    Responder
    Roberta
    Invitado
    Roberta on #251874

    Hola Ilenia:
    ¡me encantaría que subieras dos capítulos! . Ya sabes que estoy enganchadísima con esta novela, quiero siempre leer mucho más. Tenías razón, Daniel es un “cachico pan”.
    Siento que no hayas contestado a las preguntas que te hice en los capìtulos 13 y 14………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………. R.

    PD. Creo (y digo “creo”) que para subir imágenes tienes que pinchar en img, en el espacio de abajo, donde se pueden escribir comentarios.

    Responder
    Ilenia
    Invitado
    Ilenia on #251887

    A Roberta:
    Perdona por no haber respondido a tus preguntas, las vi pero se me pasó.
    Con respecto a si Daniel esconde algo, no puedo contestarte. Esa pregunta no tiene respuesta en este libro, en la segunda parte si, pero te adelanto que no te la responderé porque si lo hiciera te destriparía el libro, es algo que debes averiguar conforme avanza el libro
    Respecto a si me he inspirado en alguien para hacer los personajes, la verdad es que no. Pienso en lo que quiero hacer y los voy moldeando.

    Responder
    Roberta
    Invitado
    Roberta on #251902

    Buenas tardes Ile:

    Tampoco hacía falta que me contestaras tan rápido. ¿Hay otra parte? Pero no puedes decirmelo así, ¡me has pegado un susto padre!

    Ademàs, te cuento algo gracioso.
    En el instituto en que trabajo, la semana pasada vinieron 25 policías ( y digo : veinticinco) con un perro antidroga (controles normales en los instis públicos aquì en Italia). Ademàs, somos una escuela que trabaja mucho para la inclusión de todo tipo de persona y para la legalidad (no legalización, quiero especificar) ….. te he comentado qué tipo de alumnos tengo en los primeros capìtulos de tu estupenda novela. En cuanto todos estos agentes dieron la vuelta del edificio y entraron en la cafetería del interior del insti, yo tomaba café con dos compañeras (teníamos un ratito libre), enseguida pensé en tí (y, fíjate, sin conocerte….) Les miraba, con el rabillo del ojo, no solo por qué me parecían muy guapos (hay que decirlo todo), sino también por qué pensaba en tu novela y en el personaje masculino. Per solo se trató de algunos minutos, y, tras el toque de la campana, todas volvimos a currar.
    Eso para que te enteres lo estupendo que es este relato para mì. Siento mucho las faltas, pero he aprendido una nueva palabra (destriparía).
    Besines. Rob.

    PD: Los perros no encontraron nada. Pero es muy, muy importante que la policìa venga en los colegios para sensibilizar, non hay que olvidarlo.
    PS2: ¿ ¿ ¿ ¿A qué no se me nota que me gustan los hombres en uniforme????

    Responder
    SAN
    Invitado
    SAN on #251958

    Me ha encantado este doble capítulo, entro todos los días en la web para ver si has vuelto a publicar otro.
    No nos hagas esperar tanto porfi!!!!

    Responder
WeLoversize no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta web por colaboradores y usuarios del foro.
Las imágenes utilizadas para ilustrar los temas del foro pertenecen a un banco de fotos de pago y en ningún caso corresponden a los protagonistas de las historias.

Viendo 8 entradas - de la 1 a la 8 (de un total de 8)
Respuesta a: Responder #251902 en Jugando con la ley. Capítulos 15 y 16.
Tu información: