Jugando con la ley. Capitulos 17 y 18.

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    Ilenia on #252422

    Prólogo https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley/
    Capitulo 1: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-2/
    Capitulo 2: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-2-una-no-oferta-y-una-fantasia/
    Capitulo 3: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-3-un-sirope-y-escalofrios/
    Capítulo 4: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-4-control-de-alcoholemia-y-el-salto-del-tigre/
    Capítulo 5: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-5-un-deseo-desvelado-y-ojos-dilatados/
    Capítulo 6: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-6-un-hombre-de-champions-league-y-ajustar-cuentas/
    Capitulo 7: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-7-una-orden-y-un-limite/
    Capítulo 8: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-8-un-trago-de-cerveza-y-una-detencion/
    Capítulo 9: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-9-una-risita-y-una-noche-divertida/
    Capítulo 10: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-10-una-pared-fria-y-sospechas-confirmadas/
    Capítulo 11: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-11-mayday-mayday-houston-tenemos-un-problema/
    Capítulo 12: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-12/
    Capítulo 13: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-13-una-camiseta-peculiar-y-una-tumbona/
    Capítulo 14: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-14-un-loro-chillon-y-veinte-segundos/
    Capitulo 15 y 16: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-capitulos-15-y-16/
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    Capítulo 17: Sesenta euros y un teléfono apagado.

    Me pasé toda la noche dando vueltas en la cama, por más que intenté dormir no fui capaz. Serían las tres y algo de la madrugada cuando abrí el portátil y busqué por internet cual era el procedimiento de traslado a la cárcel.
    En realidad, había varios, según del tipo de delincuente que se tratase, pero ninguno parecía especialmente peligroso.
    Llegó un punto, cuando ya eran las cinco de la mañana y seguía buscando y buscando, en el que me di cuenta de que lo único que estaba haciendo era intentando encontrar algún caso de traslado de asesinos peligrosos que hubiese salido mal, para así poder tener motivos verdaderos con los que justificar mi estado de nervios.
    No quería reconocer que, desde la muerte de mi hermano, había desarrollado un problema de inseguridad, no lo quería reconocer y tampoco lo haría. Estaba en mi completo derecho de preocuparme por el bienestar de mi pareja.

    No quedarían más de dos horas para que comenzara a amanecer, el sueño me pudo y caí rendida con el ordenador encendido en mis piernas. Por suerte no solía moverme mucho y al despertar, no se había caído al suelo.

    No tenía idea de que hacer, estaba segura de que iba a ser un día demasiado largo, por lo que deseaba que mi cabeza comenzara a hacer planes entretenidos que me hicieran la espera más amena.
    Cuando bajaba por las escaleras, la persona que más se preocupaba por mí en esa casa, entraba por la puerta: mi madre. Me preguntaba de donde vendría, a esa hora las tiendas no estaban abiertas.
    Por la ropa que llevaba y los auriculares en sus oídos, me podía imaginar que había salido a correr.
    No sabía que después de tanto tiempo, siguiera manteniendo aquella manía de salir a correr hiciera calor o frio. Alguna vez me atreví a intentar seguir su ritmo, pero no lo conseguí.
    Solía correr siete kilómetros diarios. Debía reconocer que en ese sentido la admiraba y me hacía sentir mal.
    Solía hacer cuatro veces a la semana abdominales para mantenerme un poco en forma.
    –He preparado tostadas de tomate, atún y queso, también hay napolitanas de chocolate y café–dijo mi padre asomándose por la puerta de la cocina. Me preguntaba cuanto rato me habría quedado parada en mitad de las escaleras metida en mi mundo.
    En otra ocasión, ese suculento y generoso desayuno me habría despertado mis cinco sentidos, pero ese día no sería uno de ellos.
    No quería que sospechara que algo andaba mal, por lo que decidí bajar a desayunar con normalidad, sabía que en el momento que notara que algo no iba bien me sometería a un intensivo interrogatorio de los suyos.
    –La fiesta de ayer fue genial. Os lo agradezco, me hacía falta distraerme un poco.
    – ¿Qué te pasa?
    –Cosas de trabajo–me daba la impresión de que quería evadir el tema.
    –Puedes contármelo–pareció dudar durante unos minutos, pero finalmente habló.
    –Me he dado cuenta que todos los días hay un coche de policía aparcado cerca del almacén. Todos los días cambia de posición, pero siempre está ahí.
    –Quizás yo también sea una paranoica, pero no parece una situación muy normal–yo no era precisamente de esas personas que pensaba que todo lo extraño que pasaba a su alrededor eran simples casualidades. Tenía bastante imaginación, pero sabía diferenciar lo raro de lo creativo y aquello era raro. –Ayer estuve a punto de pedirle a Daniel si me podía dar información confidencial, pero en el último momento me dio vergüenza–no creía que Daniel supiese nada de aquello y confiaba en que si en alguna ocasión tuviera información de que algo iba mal en el negocio de mi padre me lo comunicaría.
    – ¿Hoy le vas a ver? –aquella pregunta me quitó el poco apetito que me había entrado al ver las tostadas.
    Tuve la esperanza de que mi padre no hubiese notado el drástico cambio en la expresión de mi cara, pero por la forma en que me miraba la esperanza voló y yo volé con ella.
    – ¿Qué pasa?
    –Él está cumpliendo con un traslado.
    – ¿Y por eso pones esa cara de viuda desolada? –creo que, si no le hubiese fulminado con la mirada, se hubiese echado a reír.
    –Son dos asesinos muy peligrosos.
    –Deja el drama, es su trabajo, ha sido entrenado para ello–no dijimos nada más. Me acabé el café y me fui.

    En todo trabajo, siempre puede haber algo que salga mal, por muy bien que se te de lo que estés haciendo. Todos pensaban que el Titánic no podía hundirse y su único viaje duro cuatro escasos días.
    De nuevo pensando en lo mismo, sacudí con fuerza la cabeza y sin pensarlo donde veces, cogí las llaves del coche y me dirigí al piso de María, estaba segura de que estaría allí. La invitaría tomar un helado, más tarde podríamos llamar a Tania e ir las tres juntas a la playa. Hacía un día estupendo, el sol estaba radiante y no se movía ni una sola hoja.
    Cuando por fin llegué. No fue mi amiga quien me abrió la puerta sino su compañera de piso. Me fijé en su rostro, parecía frustrada, después escuché las voces que provenían del interior de la casa, y lo comprendí.
    Obviamente eran Álvaro y María los que estaban discutiendo a grito pelado, con insultos de alto calibre incluidos.
    Llegué al amplio comedor donde se encontraban ellos dos. Para mi sorpresa, Álvaro no llevaba camiseta y tenia los pantalones desabrochados, y mi amiga no llevaba pantalones, solo una camisa que le tapaba hasta el comienzo de las bragas.
    –Hola Alex–me saludó Álvaro acercándose a mí.
    – ¡No me ignores! –chilló María. Hacía tiempo que no la veía tan enfurecida.
    Era cierto que no recordaba mucho la noche que tuve sexo con Álvaro, pero juraría que no era tan malo como para enfadarse de aquel modo.
    – ¡Deja de gritar, loca! –vi en los ojos de María una furia nunca antes vista. Antes de que se abalanzara sobre Álvaro conseguí frenarla, con esfuerzo, pero lo logré.
    –Cálmate y explícame que ha pasado–dije sentándola en uno de los sofás. Ella se dejo hacer, pero en cuanto comenzó a explicar lo que había pasado, se puso en pie de nuevo.
    –Este imbécil, que para una vez que pone la lavadora, se carga mis pantalones preferidos.
    –Ha sido un accidente.
    – ¡Mentira! Estoy segura que lo has hecho a posta porque eres un resentido.
    –La resentida eres tú que te hace falta que te dé más…
    – ¡Cállate! –le frené antes de que dijera una barbaridad y allí estallará la tercera guerra mundial.
    – ¿A quién se le ocurre poner en la misma lavadora un albornoz rojo con unos pantalones blancos? –miré de reojo a Álvaro. La verdad era que su metedura de pata tenía delito. Podía entender que no tuviera mucha mano poniendo lavadoras, pero hay cosas como no mezclar ropa de color con ropa blanca que eran de pura lógica.
    María desapareció del comedor y volvió unos segundos más tarde con los pantalones que Álvaro se había cargado. En cuanto los vi entendí a la perfección su enfado, se enamoró de esos pantalones desde el primer momento en que los vio.
    Estábamos en época de rebajas y las tres fuimos a mirar tiendas. Fue la primera en verlos, pero justo cuando se los iba a llevar para probárselos, una chica comenzó a tirar de ellos. Se armó una gran pelea en la que Tanía y yo tuvimos que intervenir.
    Creo que la chica, al ver cómo nos acercamos a nuestra amiga, se sintió intimidada y por ello se marchó sin decir nada más. En rebajas, una podía ver de todo y no solo en las secciones de ropa femenina.
    –Relájate, te los pagaré si así dejas de gritar ¿Cuánto te costaron? –dijo Álvaro sacándose la cartera del bolsillo trasero de sus vaqueros desgastados.
    –Sesenta euros–miré incrédula a María. Esos pantalones ni por asomo le costaron ese dinero apenas fueron treinta euros.
    Estuve a punto de intervenir, pero María me lanzó una mirada de: o estás conmigo o contra mí.
    –No te voy a dar sesenta euros por esos horribles vaqueros. En realidad, te he hecho un favor, deberías pagarme tú a mí–Álvaro habló con una serenidad que me asombró. Incluso se dio el lujo de seguir provocando a mi amiga sentándose en el sofá y poniendo los pies encima de la mesa de enfrente, cosa que María odiaba profundamente. Era una chica con bastantes manías, unas normales y otras bastante raras.
    Me fijé en María, se veía bastante acalorada y respiraba con urgencia. Por otro lado, Álvaro no la miraba con enfado, al contrario, juraría que sus ojos estaban más oscuros de lo normal.
    Algo hizo clic en mi cabeza y me di cuenta de que estaba sobrando allí. Me excusé diciendo que tenía cosas mejores que hacer que escuchar a un par de locos gritar y desaparecí.
    Ya le preguntaría a mi amiga como acabó la pelea con ese chico al que supuestamente odiaba tanto, suertuda ella, estaba a punto de tener sexo y yo, por el contrario, estaba muy nerviosa por no saber nada de Daniel.
    Miré el móvil. La tentación de llamarlo o enviarle un mensaje eran inmensas, pero sabía que no debía hacerlo, él me había pedido que esperara a que fuera él el que se pusiera en contacto conmigo, de hecho, insistió mucho en ello, por algo seria.

    Pasaron las horas y Daniel no llamaba. El medio día ya había pasado. Mis nervios estaban consumiendo mis uñas. Miraba el móvil cada cinco minutos, asegurándome que el volumen estuviese a tope, vigilando que no hubiese ningún mensaje sin leer o una llamada pérdida.
    Quizás se le había olvidado, no sería la primera vez que hubiese tenido en mente llamarme, pero por tener demasiado trabajo no lo había hecho. Si era así, en cuanto le viera, lo mataría por hacérmelo pasar tan mal.
    De vez en cuando mi padre daba una vuelta por donde yo estaba, intentaba ser disimulado, pero no lo lograba, en algunas de sus vueltas esporádicas, me hacía preguntas tales como: ¿Hoy no sales? ¿Te han llamado tus amigas para hacer planes? Le respondía con monosílabos. No me sentía con ánimos para comenzar ninguna conversación,
    No sabía hasta cuando sería capaz de soportar la incertidumbre de no saber dónde estaba y como.

    Como él me había avisado, no llamó en todo el día, me fui a la cama mucho más nerviosa que el día anterior, pero todo acabaría ese día, tenía que llamar sí o sí.
    A pesar de toda aquella insufrible espera, aun no me había atrevido a marcar su número. Sabía que era miedo, miedo a confirmar mis sospechas de que algo había salido mal y él no se encontraba bien.
    Me repetía como mil veces al día que debía dejar la cobardía de lado y hacerle frente a lo que estuviera pasando. Debía obtener noticias antes de que me volviera loca.
    Busqué su número en la agenda y me quedé mirándolo durante unos minutos antes de por fin ser capaz de pulsar la tecla de llamada. No daba señal, tenía el móvil apagado y como una estúpida comencé a llorar, necesitaba desahogarme y no encontraba mejor medio que aquel.
    Me fui al baño y cerré la puerta con seguro, me desplomé en el suelo y comencé a sacar todo aquello que tenía en el pecho.
    No sé cuanto rato estuve llorando, pero al menos, había logrado sentirme un poco mejor, aunque no demasiado, la preocupación seguía estando presente. Por más que pensaba no se me ocurría nada para poder dar con él y eso me exasperaba.
    Pegué un grito y un salto hacia atrás cuando al abrir la puerta del baño me encontré a mi padre. Estaba serio, parecía preocupado. Le había dado motivos para hacerlo, mi cuerpo llevaba casi veinticuatro horas sin ingerir ningún alimento.
    No lo hacía a propósito, pero tan solo pensar en comida me revolvía el estómago. Me pidió hablar y para ello nos dirigimos a su despacho donde nadie nos molestaría.
    – ¿Has hablado con Daniel?
    –No–dije en un susurro casi inaudible. No quise parecer tan débil, pero era como estaba.
    –Vuelve a llamarle– ¿me había estado espiando?
    Saqué mi móvil del bolsillo, busqué su número y de nuevo me quedé paralizada, no comprendía porque me pasaba aquello, solo era una llamada.
    Tras unos minutos, sin que me diera cuenta, mi padre me arrebató el móvil de las manos y llamó él.
    –Está apagado–sus palabras fueron como puñales directos a mi corazón.

    Miré el reloj, las diez de la noche. Su móvil llevaba apagado cinco horas, quizás fueran más pero no tenía modo de saberlo. No podía saber si se había quedado sin batería, si le habían robado el móvil, si no tenia cargador donde quisiera que estuviera.
    Tampoco sabía llegar a su casa, me fijé en una ocasión en el camino, pero lo había olvidado por completo. Ni siquiera sabía si tenía teléfono fijo en su casa. A sus padres solo los había visto en una ocasión y tampoco sabía el teléfono de ninguno de los dos y mucho menos llegar a su casa que estaba a hora y media de allí.
    Analizándolo, en realidad no conocía mucho de la vida de Daniel, él sabía bastante más de mi que yo de él.
    – ¿Sabes donde vive?
    –No.
    – ¿No has estado nunca en su casa? –por cómo me miraba mi padre no parecía creerme.
    –Si he estado, pero no recuerdo el camino.
    – ¿Te comentó que las cosas pudieran alargarse o que tuviera que pasar unos días por allí?
    –Si, pero no tanto.
    –Quizás se alargó, los asuntos policiales son así. En realidad, nunca sabes cuánto puede durar–no respondí. Por un lado, sabía que tenía razón, pero por otro, sabía perfectamente que diría cualquier cosa para que me sintiera mejor.
    Tendría esa esperanza, me agarraría a que quizás había tenido que hacer algún tipo de papeleo o le habrían encargado otro asunto, pero tan solo esperaría un día más. Si en veinticuatro horas no recibía noticias de él, haría cualquier cosa por obtener información, sin importarme que pensara que era una neurótica porque probablemente, un poco sí que lo era.
    Por si acaso, volví a marcar su número, pero como las dos veces anteriores, su móvil seguía estando apagado y le odiaba por ello.
    Tenía tal agotamiento físico y mental, que apenas unos minutos después de apoyar la cabeza en la almohada de mi cama, caí rendida.

    Esperé y esperé, pero en todo el día no recibí una llamada de él ni de nadie que mediera noticias de Daniel. Por la tarde me había atrevido a volver a llamarle, pero como las últimas veces el móvil seguía apagado.
    Tres días, tres malditos días sin saber absolutamente nada. Ya estaba harta, no quería ir a ese lugar, pero era el único sitio donde me podrían dar información de él, no me importaba si tenía que poner el grito en el cielo, golpear a quien fuera, lo haría con tal de saber algo de él.
    Mientras iba camino de la comisaria, intentaba concienciarme de que quizás no querrían darme tan fácilmente información de un agente de policía y que debía mantener la calme a inventar cualquier excusa para que cedieran.
    Aparqué cerca de la comisaria, pero no en sus aparcamientos. Antes de entrar respiré hondamente y me encaminé hacía la entrada.
    Como de costumbre, no estaba demasiado lleno. Antes de hablar con nadie, analicé todas las caras, en busca de la que me diera mejor sensación.
    No tuve paciencia para aquello y me encaminé hacía uno de ellos, que estaba sentado en una de las mesas. Parecía estar bastante concentrado en su trabajo.
    Me paré delante de la mesa sin saber que decir, él seguía mirando la pantalla del ordenador, no parecía haberse dado cuenta de mi presencia o directamente me estaba ignorando. Me sentí un poco ridícula y nerviosa, sin saber muy bien que decir ni cómo actuar.
    –Hola–fue lo único que se me ocurrió decir. El policía alzó la cabeza y me miró de arriba abajo.
    – ¿En qué puedo ayudarla? –sabía muy bien lo que quería, pero no podía llegar a una comisaría pero no sabía como pedirlo.
    –Acabo de llegar viaje y he estado en la casa de mi primo y lo he llamado por teléfono pero no hay modo de encontrarle, ya han pasado tres días. Me preocupa que le pueda haber pasado algo y como es agente de esta comisaria, he decidido venir para ver si se encontraba por aquí, pero no le veo. Se llama Daniel Ross ¿Lo conoce? –al pronunciar el nombre de Daniel, vi como el policía se tensó, su reacción me puso más nerviosa de lo que ya estaba, algo iba mal y ese hombre lo sabía.
    –Señorita siento mucho tener que ser yo quien se lo comunique, pero el agente Ross falleció hace tres días–me quedé totalmente helada.
    Tenía que haber oído mal, o ese hombre debía estar gastándome una broma, no podía ser cierto, él no podía estar muerto, él me prometió que todo iba estar bien. Mi corazón iba a mil por hora, no sabía qué hacer, me sentía acalorada y angustiada.
    –Señorita ¿se encuentra bien? –con dificultad abrí los ojos. La cabeza me iba a explotar, no sabía dónde estaba, solo que ese hombre estaba muy cerca de mí y me miraba con preocupación. Miré a mi alrededor, estaba en un cuarto, por los objetos, parecía ser un despacho de la comisaria, estaba tumbada en un sofá. –Señorita se ha desmayado-me levanté del sofá, pero aquel policía me obligó a mantenerme sentada.
    –Por favor, cuénteme que pasó.
    –Daniel estaba realizando un traslado junto a otros agentes. A pocos kilómetros de su destino, el furgón volcó y explotó con todos dentro. Uno de los asesinos consiguió escapar y el otro está muy mal herido, es prácticamente imposible que sobreviva. Sospechamos que lo provocaron ellos, pero algo salió mal. Todos los policías encargados murieron–dijo con la mirada perdida. –La explosión fue tan brutal que los cadáveres estaban irreconocibles. Algunos dientes y dedos nos ayudaron a reconocerlos.
    – ¡Pare! Por favor, no me cuente nada mas–grité con las lágrimas resbalando por mis mejillas.
    –Lo siento–se levantó y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir volvió a girarse hacía mí. –Sepa que ayer se celebró su entierro en la residencia de sus padres–no quería escuchar nada más, me levanté del sofá y salí lo más rápido que pude de allí.

    No podía parar de llorar, ¿Por qué él? Por qué la vida me volvía a arrebatar las ganas de vivir de aquel modo. Primero mi hermano y después el único hombre que había conseguido llegar a mi corazón, que me complementaba, el primero que había sabido ponerme en mi lugar, él había vuelto a darle luz a mi vida después de tanto tiempo sumida en el abismo.
    No lo quería creer, tenía que estar equivocado, él no podía estar muerto, él me lo prometió. No podía incumplir su promesa, no podía.
    – ¡No puedes! –chillé desplomándome al lado de mi coche. Me llevé las manos a la cara y comencé a llorar sin parar.
    Me sentía la persona más miserable del mundo y no sabía cómo dejar de sentirme así. Odiaba todos los sentimientos que me estaban ahogando, odiaba incluso amarlo como lo amaba. Lo supe desde la primera vez que el corazón me dio un vuelco al verlo, supe que debía alejarme de él, que no debía permitir que me robara el corazón pero todo esfuerzo fue inútil.
    Me limpié las lágrimas, pero no sirvió de nada, en cuestión de segundos, nuevas lágrimas sustituyeron a las anteriores. Me sentía totalmente perdida, no tenía idea de cómo asimilar todo aquello.
    Quería sentirme bien, no estar así, no lo soportaba, mi corazón no lo soportaba. Tuve unas ganas horribles de comenzar a chillar, de sacar todo aquello que tenía atravesado en el pecho.
    Entré dentro del coche, quería largarme de allí, que nadie me viera en aquella situación, pero no me fiaba de mi misma. Comencé a golpear el volante del coche con toda la rabia que sentía, lo golpeé hasta que me desvanecí encima de él comenzando a llorar de nuevo con desesperación.
    Quería despertarme de aquel mal sueño, mirar al lado de la cama y verle dormir plácidamente, abrazarme a él y que el calor de su cuerpo calentará el mío.
    No entendía que error, que mal tan grande había podido causar para ser castigada de aquel modo, para que me arrebataran a todos los seres más queridos e importantes de mi vida, mi hermano, Daniel, incluso mi madre me había sido arrebatada en vida.
    Harta de estar en aquel horrible lugar, arenqué el coche y salí de allí a más velocidad de la permitida.

    Fui al único sitio donde nadie me molestaría, el piso donde vivía los meses de universidad. Durante el periodo de verano no lo teníamos alquilado y legalmente no podía entrar, pero la casera confiaba tanto en nosotras que nos permitía quedarnos con las llaves durante el periodo de vacaciones.
    No tenía porque enterarse de que había entrado a su propiedad sin permiso y si lo hacía, estaba segura que me comprendería. Era una señora bastante sabía y digna de admirar.
    Todo estaba como lo habíamos dejado Tanía y yo antes de irnos, los muebles tenían un poco de polvo. Me dirigí a mi habitación y me dejé caer sobre la cama. Me sentía tan sola y tan vacía que me asustaba.
    Allí una vez más, comencé a llorar de nuevo recordándole, cada beso, cada caricia, cada palabra que jamás volvería a escuchar.
    El miedo de olvidar también su voz como había olvidado la de mi hermano me atravesó el alma. Pensaba que no me podía sentir peor, pero de nuevo como tantas veces, me había equivocado.
    Escuché mi móvil y el corazón me dio un vuelco, pero obviamente no era él, era mi padre. Sentí tanta rabia, que estampé el teléfono contra la pared. No sabía si se había roto, pero tampoco me levantaría para comprobarlo. Lo único que quería era llorar y llorar hasta que no me quedarán lágrimas.
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    Capítulo 18: Sopa y lágrimas.

    Me pasé toda la noche en vela, no deseaba dormir y tampoco me sentía capaz de hacerlo. Mi móvil comenzó a sonar a más de las dos de la madrugada, no paró hasta que definitivamente decidí apagarlo, no quería hablar con nadie ni explicarle nada a nadie, no me sentía preparada.
    Las primeras llamadas volvían a ser de mi padre. El maldito teléfono no se había roto. Más tarde, a las suyas se sumaron las de mis amigas. Me imaginé que mi padre intentó localizarme a través de ellas, lo que no sabía era como había conseguido sus números, quizás ellas no tenían nada que ver con mi padre y me necesitaban para otro asunto. Lo sentía mucho, pero en esos momentos no estaba disponible para absolutamente nadie, ni siquiera para mí misma.

    Después del medio día decidí que era momento de volver a la casa, antes de que mi padre moviera cielo y tierra para encontrarme. En medio del camino, no pude evitar comenzar a llorar de nuevo. Los recuerdos eran demasiado fuertes como para lograr aplacarlos, no conseguía hacerlos a un lado por más de cinco minutos seguidos.
    Llegué a la casa, unos segundos después de abrir la puerta, escuché unos pasos acercarse muy rápidamente, era mi padre, lo vi suspirar aliviado cuando comprobó que era yo.
    De verdad que hubiese querido disimular, pero mis ojos hinchados de tanto llorar, mis ojeras por no pegar ojo, en general mi horrible aspecto me delató.
    –Alex ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde te habías metido? ¿Cómo me haces esto? –No pude soportarlo más y me derrumbé, caí al suelo y comencé a llorar de nuevo. Mi padre se acercó rápido hacía mí y me abrazó.
    –Hija ¿Qué te pasa? –en su voz podía ver la desesperación, intentó levantarme, pero mi cuerpo no tenía fuerzas para mantenerse en pie.
    –Alex por favor–volvió a intentarlo, pero no lo consiguió.
    –Papá déjame–dije con un hijo de voz entre lágrimas.
    No volvió a intentar levantarme, pero se quedó conmigo sentado en el suelo abrazándome, sin preguntar más que me pasaba, simplemente dejándome desahogarme en sus brazos.
    Cuando por fin conseguí levantarme del suelo con su ayuda, vi en las escaleras a mi madre mirándonos fijamente, no sabía cuánto tiempo llevaría allí pero tampoco me importaba.
    Sin hacer caso a las llamadas de mi padre, subí las escaleras, pasando al lado de mi madre lo más rápido que pude. Realmente no sabía qué hacer, ya estaba cansada de llorar y llorar y lo peor era que sabía perfectamente que me quedaban muchas lágrimas por derramar.

    Al verme en el espejo del pasillo, cuando iba camino de mi cuarto, decidí darme un buen baño, tenía un aspecto que sobrepasaba lo horrible.
    Cuando entré al baño y me apoyé contra la puerta, todo lo que llevaba en las manos se cayó al suelo. De nuevo sentía esa opresión en el pecho, esa necesidad de llorar como si no hubiese un mañana, me sentía terriblemente mal.
    No podía pensar en otra cosa que no fuera él. Me preguntaba si habría sufrido, si todo había sucedido en un momento. Me odiaba por no evitar que fuera a esa misión, habría pensado que estaba loca, pero al menos estaría vivo, allí conmigo, abrazándome, haciéndome sentir protegida, disfrutando de su compañía.
    Con el paso de los días, él se había convertido en lo único necesario en mí vida para ser feliz, verle sonreír me hacía feliz, su sonrisa era adictiva, había logrado convertirse en el centro de mi mundo para más tarde destruirlo.
    Mentira, él no había destruido nada, habían sido esos asesinos. Jamás pensé en mi vida, que llegaría el día en el que me alegraría de la muerte de alguien, pero llegó.
    Deseaba que el asesino que se encontraba en estado crítico muriera y que el otro fuera atrapado y sobre él cayera todo el peso de la ley. El mal de esos dos seres horribles no me devolvería a Daniel, pero en esos momentos no podía pensar con la cabeza, los sentimientos de mi corazón me dominaban, no podía sentir otra cosa que no fuera tristeza y rabia. La tristeza era tan grande que me hundía en un pozo sin fondo.
    Después de unos minutos apoyada en la puerta, reuní las fuerzas necesarias para meterme en la ducha. El agua caliente cayendo por mi cuerpo no me ayudó. Deseaba que, con el agua, se marcharan todas mis tristezas por el desagüe, pero no fue así.

    El paso de las horas no hacía que me sintiera mejor, tampoco lo deseaba, lo que deseaba era un imposible, lo único que me quedaba era intentar resignarme, pero no lo lograba. No conseguirlo me hacía enfadarme por la impotencia que sentía al saber que no podía hacer nada, nada por él ni nada por mí misma. Nadie podía.
    Esa tristeza la vivía yo sola. Ya con la muerte de mi hermano, soporté todas las miradas de pena y las palabras de ánimo.
    Muy pocas personas conocían sobre mi relación con Daniel. Mis amigas conocían parte de ella, pero desde hacía bastantes semanas que no les comentaba nada, estaba casi convencida que se habían olvidado por completo del tema, o quizás al ver que yo no lo había vuelto a mencionar, lo tomaron como algo pasajero que ya había acabado.
    Por otro lado, estaban mis padres, más bien mi padre, tarde o temprano tendría que confesarle porque me encontraba en ese estado, sabía que no pararía hasta saberlo y lo que menos necesitaba era que me avasallaran y agobiaran a preguntas. Necesitaba tranquilidad, estar sola. Dejar pasar las horas, los días, las semanas, dejar que fuera el tiempo el que sanara las heridas.
    Sabía que no llegaría el día en que todo ese dolor desapareciera por completo, hacía dos años que mi hermano había muerto y todavía pasaba algunas noches en vela pensando en él, sintiéndome terriblemente sola.

    Después de ducharme y mirarme al espejo, me di cuenta que la ducha había mejorado mi aspecto mínimamente. Los signos de cansancio seguían ahí. Un par de noches más sin conseguir conciliar el sueño y las ojeras me llegarían al suelo.
    Estaba en mi habitación, metida en mi cama. Alguien llamó a la puerta principal, solo esperaba que la visita no fuera para mí. Debió ser una visita muy rápida, pues apenas dos minutos después de escuchar abrir la puerta, la cerraron.

    Un olor picó mi nariz, era comida, más concretamente comida china. Probablemente mi padre había encargado mi comida favorita para intentar animarme, pero lejos de abrirme el apetito, me produjo ganas de devolver.
    Alguien abrió la puerta de mi habitación sin siquiera tocar. Era mi padre, parecía preocupado, sentía causarle dolores de cabeza, pero no lo hacía a propósito. Ojalá hubiese podido convencerlo de que me dejara tranquila, que todo aquello era mi problema, no el suyo.
    –He pedido comida china–dijo suavemente, acercándose hacía mí. Se sentó en la cama y me miró con cautela.
    –No tengo hambre–deseé que mi voz no hubiese demostrado aquella derrota y debilidad, pero no pude evitarlo.
    –Alejandra por favor–se limitó a decir lanzándome una mirada de súplica. No me apetecía discutir, bajamos a la cocina, allí había dejado las bolsas del pedido. Demasiada comida que se guardaría para el día siguiente. Mi madre ya estaba allí sirviéndose su parte. Mi padre se había propuesto hacerme comer e intentar alegrarme, pues había pedido todo lo que más me gustaba, sin dejar ni una excepción.

    Me serví un rollito de primavera y unas cuantas rodajas de pollo al limón. Cuando iba a dejar el plato por servido, por el rabillo del ojo vi la mirada reprobatoria de mi padre. Con desgana, cogí otro plato más pequeño y me serví un poco de tallarines con ternera.
    Estaba haciendo acoplo de mi mayor entereza para no romper a llorar delante de ellos dos. Quería comer lo antes posible para marcharme, pero no tenía fuerzas para abrir la boca, de solo imaginarme comiendo todo aquello se me revolvía todo.
    No pude soportarlo más y comencé de nuevo a llorar. Solté el tenedor y me levanté para irme de allí, necesitaba alejarme, pero mi padre me lo impidió, estiró el brazo y me agarró por la muñeca impidiendo mi huida. Me obligó a sentarme de nuevo en la silla y se puso de rodillas enfrente de mí, se le veía triste y preocupado como cuando me había visto desplomarme en la entrada.
    –Alejandra por favor, dinos que te pasa–mi llanto se intensificó. El saber que tendría que pronunciar esas palabras me provocaba un dolor que hacía un par de años no experimentaba.
    Intenté controlar mi llanto respirando hondamente, pero fue inútil, no había nada en esos instantes que consiguiera controlar todo lo que estaba sintiendo.
    –Te lo dije, sabía que era peligroso, pero pensaste que exageraba–dije entre lágrimas y rabia.
    –No te entiendo–dijo angustiado.
    –Ha muerto papá, ¡Daniel ha muerto! –exploté. Mis sollozos se hicieron más audibles, las lágrimas salían de mis ojos sin control. Me levanté de la silla y salí de allí corriendo, en esa ocasión mi padre no me detuvo, se quedó petrificado al escuchar mis palabras.
    Cerré la puerta con un fuerte portazo, necesitaba golpear algo, descargar toda la rabia que llevaba dentro y me estaba consumiendo segundo a segundo. Encontré un cojín y comencé a golpearlo con fuerza, con toda mi ira acumulada. No paré hasta que sentí mis fuerzas flaquear.
    Aquello no había servido de nada, solo para sentirme más débil.
    En algún momento el cansancio pudo conmigo y me quedé dormida. Cuando desperté, me di cuenta que la almohada estaba empapada por mis lágrimas, también observé que alguien me había quitado el calzado y echado una manta por encima, probablemente cuando mi padre dejó de escuchar mis sollozos entró a comprobar si estaba bien.
    Tenía la garganta totalmente seca y el dolor de cabeza estaba acabando conmigo. Bajé a la cocina y estuve a punto de tomarme una pastilla para el dolor, pero recordé que llevaba más de veinticuatro horas sin ingerir alimento, por lo que no me la tomé por seguridad. Simplemente bebí un buen trago de agua y volví a mi habitación con una botella llena para no tener que volver a salir de mi cuarto.
    Todo aquello era deprimente y no estaba poniendo nada de mi parte para salir adelante, pero tenía todo mi derecho a ahogarme en mi miseria esos días. Sabía perfectamente que en algún momento tendría que volver a salir al mundo exterior. El verano no era para siempre, prácticamente ya había acabado y me alegraba, necesitaba cambiar de aires, irme de esa casa, volver a estar ocupada para no tener tanto tiempo para pensar, volver a tener parciales, cientos de trabajos, profesores a los que odiar profundamente…

    No sé cuantas horas pasé allí encerrada, mirando a la nada, recordando todo lo que había vivido con él. No había sido muy largo, pero si muy intenso y maravilloso, él había sido un hombre capaz de llenar mi vida de dicha, pero igual que la llenó, con su muerte, me dejó completamente vacía.
    Salí de la cama y me senté en la silla de mi escritorio, miré las fotos que tenía pegadas en el corcho y me di cuenta que no tenía ninguna con Daniel, de hecho, en todo ese tiempo juntos no nos habíamos sacado fotos juntos. No tenía ni una sola imagen del amor de mi vida.

    Escuché unos golpes en la puerta, a pesar de que no di paso para entrar, mi padre abrió y entró. Cargaba una bandeja con comida, parecía no querer entender que no tenía hambre. En la bandeja había un plato de sopa humeante que debía reconocer, olía muy bien, además, al lado de la sopa, estaba el plato en el que me había servido el pollo al limón y los tallarines del almuerzo.
    –Papá…–comencé, pero él no me dejó acabar.
    –Lo entiendo Alejandra, pero no voy a permitir que te enfermes, no me voy a ir de aquí hasta que te lo comas todo–mostró bastante firmeza en sus palabras y conociéndolo como lo conocía, sabía que cumpliría con su amenaza. No protesté más y comencé a cenar.

    La sopa estaba deliciosa, era lo que necesitaba, algo caliente en el cuerpo, pero a pesar de estar muy buena, me costó horrores acabármela, como con el resto de la comida.
    Al acabar de comer, me levanté del escritorio y me senté en la cama. Mi padre seguía allí, por la expresión de su cara, sabía que quería hablar conmigo, pero las palabras no le salían.
    –Se que decirte que lo siento mucho no te va a ayudar, pero soy tu padre y mi obligación es protegerte. Voy a estar aquí para todo lo que necesites y si en algún momento necesitas hablar, no dudes en avisarme.
    –Lo sé–claro que lo sabía, pero hablar no me iba a ayudar en nada, solo para recordar y que fuera más doloroso. Yo no era una de esas personas a las que contar sus problemas le desahogaba, a mí, como persona extraña, me pasaba lo contrario, me ahogaba.

    De nuevo las lágrimas me amenazaban, salí de mi habitación, no quería que mi padre me viera llorar de nuevo, también odiaba eso, llorar delante de los demás. Si alguna vez lo había hecho había sido por una razón más que justificada. Podría ser que tuviera un problema para expresar mis sentimientos en público, tampoco era algo que me preocupaba, me gustaba mi forma de ser y no iba a cambiarla para volverme más débil.

    Me metí en el baño y cerré la puerta. Me apoyé en el lavabo y me miré en el espejo, tenía los ojos rojos y cargados de lágrimas, las cuales no podría retener por mucho tiempo más. Una a una, comenzaron a resbalar por mis mejillas, observé como lo hacían y me odié por ello. Me puse de espaldas al lavabo para dejar de mirarme. Odiaba aquella imagen, me era demasiado familiar.
    Fui cayendo poco a poco hasta quedarme sentada en el suelo. Intenté controlarme, pero mis sollozos cada vez eran más audibles. Escondí la cabeza en las rodillas y coloqué las manos en mi cabeza, pareciendo un ovillo.
    La puerta del baño se abrió, debí haberle puesto el seguro para que mi padre no me fuera persiguiendo por todos los rincones en los que me escuchara llorar.
    Lo sentí acercarse hasta mí, pero yo seguí sin levantar la cabeza para mirarle, no deseaba hacerlo, no quería ver la pena reflejada en sus ojos, no deseaba que intentara consolarme, no lo iba a conseguir, sería una verdadera pérdida de tiempo para ambos.
    Se paró justo enfrente de mí, podía sentir su espacio vital invadiendo el mío. El tacto de sus manos posadas en mis rodillas hizo que me sobresaltara y alzara la cabeza. Me quedé completamente estática.
    No era mi padre la persona que me estaba mirando directamente a los ojos con pena, no era él quien se había puesto de en cuclillas frente a mí y me acariciaba tiernamente las rodillas en señal de ánimo, era mi madre.
    No sabía que decir, que hacer, no tenía idea de cómo reaccionar. Tenerla allí delante de mí, teniendo actos de afecto hacia mí era más de lo que mi cerebro podía procesar.
    –Deja de llorar–después de dos años, la volví a escuchar hablar.
    No sabría muy bien como describir lo que sentí en ese momento. Llevaba tanto tiempo deseándolo, había llegado a sentir tanto miedo de olvidar su voz, pero allí estaba, pareciendo querer ejercer su papel de madre, ese que había dejado olvidado por tanto tiempo.
    –Siento muchísimo lo que ha pasado. Sé que de verdad te habías enamorado de él– ¿Qué decir? ¿Qué hacer? ¿Cómo reaccionar? Necesitaba que aquella persona que supiese las respuestas para mis preguntas, viniese corriendo junto a mí y me las dijera.
    – ¿Por qué? –me limité a decir. La vi suspirar, ella sabía que me debía muchas explicaciones, las cuales yo necesitaba, de verdad deseaba que tuviera un buen motivo que me hiciera comprender porque se había alejado de mí durante tanto tiempo.
    –Hija, cuando tu hermano murió, me sentí la peor madre del mundo. Sentí que había fracasado como madre. Había perdido a un hijo y veía como mi hija sufría y sufría y yo no podía hacer nada. Fue entonces cuando me di cuenta que no me necesitabas para seguir adelante. Decidí que no me interpondría en tu camino. Estaba segura de que te iría mejor sin mí, pero cuando te he visto derrumbada en el suelo llorando en los brazos de tu padre, he sentido una angustia horrible, la misma que sentí cuando me avisaron del accidente de tu hermano. La madre que llevo dentro, esa que he intentado enterrar con tanta fuerza, ha resurgido, he sentido que me necesitabas–escuché cada una de sus palabras. No me sentía molesta, no tenía fuerzas para ello, no me sentía capaz de apartarla de mi lado por resentimiento, simplemente porque no quería, la necesitaba demasiado.
    –Yo pensé que me odiabas–dije con total sinceridad. Me enjuagué los ojos para evitar que las lágrimas me volvieran a traicionar.
    –Yo no te voy a odiar nunca–dijo esbozando una pequeña sonrisa. El corazón me dio un vuelco, no recordaba la última vez que la había visto sonreír.
    –Mamá… me siento muy mal–dije con un hilo de voz. Todas mis lágrimas comenzaron a escapar. Comencé a llorar sin controlarme en lo absoluto porque no era capaz.
    Sentí como se acercó aún más a mí y me abrazó con fuerza. Me aferré a ella todo lo que pude, temiendo porque pudiera marcharse en cualquier momento y me volviera a dejar sola.
    Tras unos minutos, me ayudó a ponerme en píe. Con un gesto me hizo seguirla, se me fue acelerando el corazón con cada paso cuando me di cuenta hacía el lugar que me llevaba, su estudio. Se paró frente a la puerta, pero no la abrió, me miró a mí y se hizo a un lado, con la mano me ofreció que fuera yo quien abriera la puerta. Hacía tanto tiempo que no entraba en aquel lugar, no sabía si estaba preparada para ver que había allí, a que se había dedicado mi madre durante aquellos años.
    No quería montar escenas delante de ella, intenté aparentar la mayor normalidad posible. Abrí la puerta y entré, di dos pasos, pero no fui capaz de dar más. fue demasiado para mí, fue como sentir una oleada del pasado golpear mi pecho.
    Pude ver cuadros que habíamos pintado mi hermano y yo cuando éramos pequeños, incluso había otros de cuando ya no éramos tan pequeños y habíamos conseguido perfeccionar nuestra técnica. Lo que consiguió dejarme estática fueron las fotografías que antes no había allí. La gran mayoría eran de mi hermano y yo juntos, en otras estábamos todos en algunos viajes familiares que habíamos realizado.
    Conseguí que mis piernas reaccionaran y bajé las pocas escaleras. Quería revisar aquel lugar con mucho cuidado, no sabía cuándo volvería a entrar y quería recordarlo a la perfección.
    Me quedé mirando un cuadro y no pude evitar que la nostalgia me invadiera. Ese cuadro era el que yo misma había tapado el día que mi hermano murió. Ese día aún no estaba acabado, pero ya si lo estaba, incluso mi madre lo había colgado en la pared. –Sabes lo que mi estudio y todo lo que hay en él significa para mí–afirmó mi madre justo detrás de mí. –Esto fue lo que me ayudó a salir adelante, pero nunca fue mi intención olvidaros, por eso llené este lugar con vosotros. Siempre os tengo presentes.
    –Yo te podría haber ayudado si me hubieses dejado– ¿Era un reproche? Quizás, consideraba que estaba en todo mi derecho a hacerlos.
    Sabía que no estaba siendo nada justa. Había perdonado a mi madre desde el momento que se había explicado en el baño, sin embargo, le puse las más complicadas a mi padre.
    –Lo sé. Puede que me equivocara, por eso quiero que me perdones y que sepas que voy a estar contigo siempre–respiré hondamente en busca de calma. La necesitaba, tenerla de vuelta era un sueño hecho realidad. Pero no conseguía sentirme feliz, el vacío que Daniel había dejado en mí era demasiado grande.
    Comencé a llorar de nuevo. Estaba harta de llorar, me sentía tan estúpida. Eran demasiadas emociones para un solo día. Lo único que quería era irme a mi cuarto e intentar dormir, solo dormida conseguiría apaciguar mi dolor, solo esperaba no tener pesadillas.
    Con el corazón exaltado por todo lo que acababa de vivir me encaminé hacía mi habitación, pero antes de llegar escuché pasos que irremediablemente pertenecían a mi padre. Lo quería con todo mi corazón y sabía que no lo hacía con toda su buena intención pero su actitud sobreprotectora en lugar de ayudarme, me estaba asfixiando aún más.
    No necesitaba hablar más ese día, sólo dormir y conseguir descansar todo lo que la noche anterior había sido imposible. Sintiéndome realmente mal, me escondí de él.
    .
    .
    .

    Hola jugadoras.

    ¡Que locura! ¡Sólo queda un capitulo! ¡UNO!

    Gracias a todas las que comentaron en los capítulos anteriores)

    Nos leemos la semana que viene con el último capítulo.

    Responder
    MPigor
    Invitado
    MPigor on #252486

    No puedo creer lo que ha pasado. He leído los dos capítulos con los ojos llenos de lágrimas. Sin duda, una gran historia.

    Responder
    silvia
    Invitado
    silvia on #252488

    dios.. no puede ser.
    como he llorado…
    daniel no se tenia que morir :((((
    que ganas de leer el último capitulo

    Responder
    Lau
    Invitado
    Lau on #252538

    En serio???? No puedo parar de llorar… como muere Daniel?!?!?!?!?!?
    Ay! Me he quedado tocada ???

    Responder
    SAN
    Invitado
    SAN on #252665

    Oooohh dios!!! ¿porque tiene que morir Daniel?
    Que llorera!!! :(

    Responder
    Sct
    Invitado
    Sct on #253121

    No tengo palabras solo ???

    Responder
    Científica empedernida
    Invitado
    Científica empedernida on #253204

    No puede ser!!! qué triste… he tenido que parar de leerlo y volver a comenzar al de un rato. Vaya final nos espera…lloraré fijo

    Responder
    Roberta
    Invitado
    Roberta on #253351

    Hola Ile:
    pero, ¿qué ha pasado? ¿Por qué ha muerto Daniel? He leído estos dos capítulos una cuantas veces, y no sé si sentirme decepcionada o triste………… ¡no puede morir!….. Estaban tan enamorados………………… tengo el corazón encogido………… y, ¿para qué esconderlo?, he llorado…………..
    Roberta.
    PD: De todas formas, escribes muy bien.

    Responder
    Lectora
    Invitado
    Lectora on #253701

    Buenas, yo al principio pensaba que el padre de ella escondía algo con el tema de la empresa y su mal humor… y con eso de un coche de policías casi a diario cerca de la empresa… incluso llegue a pensar que Daniel estaba de incógnito… pero eso de la muerte me ha descolocado, tengo la esperanza de que fuera una muerte fingida… Ya que desde el principio había algo en él, como estar varios días sin dar señales de vidas y demás. Estoy deseando leer el capítulo final, espero que hayan sorpresas.
    Por cierto me encanta como escribes, y espero que vuelvas a escribir pronto otro libro. Gracias!!

    Responder
    Ilenia
    Invitado
    Ilenia on #254018

    Estoy a punto de sentirme mal por haceros sentir como describís en los comentarios… En realidad no, me gusta ver que os he transmitido exactamente lo que quería. Aunque me sorprende que nadie haya comentado el giro de la madre. Supongo que habéis centrado toda la atención en la muerte de Daniel.
    Buenooo… sólo queda un capítulo que probablemente subiré mañana. ¿qué pasará, que misterios habrá? Puede ser mi gran noche. ??
    ¡nos leemos!

    Responder
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Respuesta a: Responder #252488 en Jugando con la ley. Capitulos 17 y 18.
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