Me presento: Para este escrito he decidido escoger un nombre ficticio y el de hoy será Claudia. Tengo 23 años. Encantada.
Por lo que veo últimamente, está de moda estar triste, está de moda tener ansiedad. Ojo, no generalizo, hay gente que sí que la tiene y en muchos casos es perfectamente válido tenerla. Pero, ¿que el 95% de los chavales de mi edad tengamos ansiedad y/o enfermedades mentales varias? Desde mi punto de vista nos falta una hostia bien dá, así de claro.
Nos han educado en un mundo en el que los niños no teníamos que saber nada de lo malo que pasaba a nuestro alrededor, un mundo en el que a la hora de comer se ponían dibujos porque las noticias eran demasiado agresivas, un mundo en el que papá/mamá venía a defendernos frente a los profes porque no habíamos hecho los deberes en todo el año pero si suspendíamos nos inventábamos que “la profe me tiene manía” y papá/mamá allá que iba, armadx hasta los dientes, para sacarnos del apuro y el aprobado. Un mundo en el que no luchábamos nuestras propias batallas, un mundo en el que si el trabajo que nos habían dado en el cole era difícil, era papá/mamá quien se quedaba hasta las mil por la noche para acabarlo, porque “pobre críx no se va a quedar el(la) a hacerlo”, cuando papá/mamá no tenían ni idea de que el trabajo nos lo mandaron hace un mes pero nos dio pereza hacerlo. Un mundo en el que los progenitores se iban a quejar a la escuela si no les parecía bien algo que los niños les habíamos contado.
En definitiva, nos han criado entre algodones de azúcar y nos han hecho ver un mundo que en realidad nunca ha existido. ¿El problema? Que ahora nos estamos dando una hostia gorda como un pan de payés de pueblo.
Y ahora estamos creciendo, y papá/mamá no está ahí para salvarnos del jefe, ni para ayudarnos con los deberes de la uni/grado/máster/vida, ni para hacer nuestras horas extra cuando vamos desbordados de trabajo. Y todo eso nos supera. Y nos duele. Y nos incomoda. Y no podemos con la realidad, con la vida que nos han montado porque por primera vez en la vida, hemos descubierto lo que es de verdad el esfuerzo, y no podemos con él.
Tantas atenciones, y tanto amor que nos dieron nuestros padres, amores incondicionales, ellos que han hecho lo que creían mejor para nosotros. No los culpo. Probablemente yo haría lo mismo. No les estoy echando la culpa a ellos, solo quiero visibilizar que muchas veces (NO TODAS, antes de que me saltéis a la yugular) esa “ansiedad” o esa “depresión” no es más que un cúmulo de hostias contra la cruda realidad que no queremos afrontar y escribo esto con la esperanza de que, si hay alguna persona de las generaciones millenial o generación Z, se dé cuenta de que no están tan mal, simplemente habían estado muy, muy bien hasta ahora.
Saludos.