Hace algunos siglos que decidimos mudarnos aquí. Un lugar paradisíaco, de fotografía. El destino que todos quieren visitar al menos una vez en la vida. Vacaciones infinitas. ¿Quién no iba a tener envidia de nosotros? Lo que pocos saben es que las fotos de las agencias no hacen del todo justicia, por ejemplo no avisan de los inconvenientes del clima tropical.
Meses atrás, desde el tragaluz de la buhardilla, avisté unas nubes densas negras que se acercaban lentamente. Nunca pensé que aquello se convertiría en lo que es a día de hoy. ¿Quién podía imaginarlo? Ya se sabe que no hay que fiarse mucho de las predicciones meteoroilógicas, pero todos nos las creemos. ¿Tan estúpidos son los “hombres del tiempo”? En cambio, tu, con esa intuición que tanto te caracteriza decidiste, viendo lo que se avecinaba, marcharte. El viento que ya empezaba a levantarse impidió que escuchara hacia donde ibas. Por lo que decidí quedarme para que al menos supieras donde estaba yo.
Desde que no estás pongo la radio cada día a todas horas. Estoy atento por si hay noticias tuyas pero solo llega ruido e interferencias. Me informaron al poco de marcharte que esas nubes negras llegaban en forma de huracán y que era uno de los más descomunales de los últimos tiempos. Al ser mi primer huracán y ante tal estado de alarma empecé a temer por mi vida. Los periodistas, que les encanta poner nombres y etiquetas a todo, decidieron bautizarlo. Siguieron el orden alfabético y se toparon con la letra “O”. Se pusieron de acuerdo y decidieron, no sé si por sus características o por hacer un chiste malo, llamarlo “Olvido”.
Hace más de un mes que está sobre nosotros y parece que ha decidido quedarse más días de los que me gustaría. Hablé con los vecinos. Decían que aquí no había nada que hacer, que lo mejor era irse, que me fuese con ellos. Unos se han ido en bici y otros en cohete a planetas lo más alejados de aquí. Han decidido largarse no sé muy bien a donde y me han llamado loco por quedarme.
No quiero parecer un masoquista o un melodramático, pero ¿a dónde iría si creo que mi sitio es este? ¿Y si el huracán me persigue allá donde vaya? ¿Y si ha venido a por mí a arrasar con todas mis catástrofes? Si quiere entrar que entre, romperé las ventanas yo mismo, le facilitaré el paso.
Y además, he oído que el estado quiere enviar un ejército de mariposas para acabar con él. Esperemos que tengan razón. Parece que es la última esperanza que queda por aquí.
Ahora mismo solo estamos él y yo. Miro al huracán a su ojo, justo encima de mí. No te voy a engañar, parece eso que las religiones llaman infierno. Habla conmigo, un alarido insoportable. Me amenaza. Quiere arrasar desde los cimientos nuestro hogar, con todos los recuerdos dentro. Y tiene toda la fuerza para hacerlo. Yo le digo que no va a hacer honor a su nombre. No lo va a hacer nunca. Me niego. Me vuelve a amenazar. Desata toda su furia y todo se empieza a tambalear. Las estanterías empiezan a caerse. La casa se derrumba, pero a mí es incapaz de moverme. Clavo los pies en el suelo y echo raíces. Se llevará todo lo innecesario, pero a mí y a mi memoria no. No lo va a conseguir.
Solo puedo quedarme quieto, ser fuerte y esperar a que pase. El viento es muy molesto, cierro los ojos y empiezo a ver. Me pregunto si es la vez que más nítido he visto en mi vida.
Me encuentro en otro lugar, esta vez sin huracanes. Es una casa, deseando convertirse en tu hogar otra vez. Abro las ventanas cada mañana para que entre luz y aire fresco. Me acuerdo de regar las plantas y procuro que todo esté más ordenado, aunque casi siempre se me olvida guardar el embudo del agua en el armario de la cocina. No hay mucho espacio y aún quedan habitaciones por amueblar. Se han fundido algunas bombillas y me encuentro buscando los recambios. De mientras uso una linterna a la que voy cambiando las pilas. Lo coloco todo a mi manera para intentar que sea acogedor. Ya sabes que me gusta la decoración sencilla. Se han quedado algunas paredes blancas vacías en la que colocar cuadros, pero no me aclaro, no sé que poner. Ya sabes que tu eras la experta en eso.
Si un día pasas por delante y quieres entrar, dejo unas llaves debajo del felpudo. Ojalá lo que encuentres dentro sea el lugar al que siempre quieras volver.