Relato: Los días lluviosos

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  • RitaPantalón
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    RitaPantalón on #499290

    Los días lluviosos la gente de la capital corre a los soportales a refugiarse. No importa si hay un paso de cebra, un charco-lago, personas cargadas con bolsas… ¿El objetivo? No mojarse.

    Martín volvía de la autoescuela tan ensimismado que no notó que estaba lloviendo hasta que metió el pie en un charco. Como todo el mundo sabe, correr con una mochila a la espalda es difícil, correr con zapatillas de tela y suela fina es complicado y no tener paraguas ni gorro es duro; pero todo junto es imposible. Entre resbalones llegó al paso de cebra de la carretera general, siempre abarrotada, y se paró a esperar que cambiara el semáforo.

    A Celia la vuelta a casa siempre le costaba, por eso, se lo solía tomar con calma. Asomó la cabeza y miró el cielo esperando ver el anaranjado de todos los días, pero aquella tarde no le esperaba ese color. “Tengo tiempo hasta que empiece a llover”, pensó confiada. Pero, de pronto, recordó que había prometido a su padre llegar a casa temprano. Como si ese día las nubes se hubieran puesto en su contra, cuando aceleró el paso cayeron las primeras gotas. Abrió el paraguas (suerte que de vez en cuando abandonaba su mundo de partituras y conectaba con la realidad) y comenzó a correr.

    Martín y Celia levantaron la cabeza a la vez para pedir disculpas. Al verse, la lluvia dejó de molestar, los coches de pitar, la gente de empujar… Aquellas dos caras se conocían.

    Martín se mudó a la capital para estudiar en la universidad. A la madre de Celia le habían ofrecido un aumento de sueldo y un ascenso si se mudaba a la capital. La oferta le resultó imposible de rechazar y Celia lo vio como la oportunidad para seguir sus estudios de piano en el conservatorio más prestigioso del país.

    A pesar de que habían vivido en la misma ciudad no se veían o hablaban desde hacía cuatro años. Al mirarse se reconocieron al instante y se sonrieron. Fue entonces cuando escucharon el pitido del coche.
    El semáforo se había puesto rojo y estaban en mitad del paso. Corrieron al otro lado y se volvieron a parar. La lluvia seguía sin importarles.
    Cuando consiguieron articular palabra e ir a una cafetería cercana, estaban empapados. Ni lo notaron.
    Los minutos se convirtieron en horas y las palabras no se agotaban. Tenían cuatro años que recuperar. Les habían pasado muchas cosas desde la última vez que hablaron, habían terminado el instituto, dejado su ciudad, cambiado de casa… e inevitablemente se sentían solos.

    Martín llevaba ya dos años fuera de su ciudad y cabría suponer que ya estaba plenamente acostumbrado, pero no era así. Seguía echando de menos a sus amigos, su casa y, sobre todo, a su familia; así que encontrarse con Celia significaba estar más cerca de sus orígenes. Un recuerdo alegre del pasado. Celia llevaba un año en la capital. El piano siempre le había dado vida y su familia estaba allí, pero le estaba costando acostumbrarse al ritmo de una ciudad tan grande. Encontrarse con Martín significaba hablar con alguien que comprendía cómo se sentía lejos de su tierra. Esa sensación de estar fuera de lugar.

    En esa pequeña cafetería. En aquella gran ciudad. Lo que parecieron segundos, habían sido horas. De pronto, sonó un móvil. El padre de Celia la llamaba preocupado. Ambos se tenían que ir, pero se dieron los teléfonos y las direcciones, no querían volver a perder el contacto. En la puerta se empezaron a despedir. A pesar de conocerse y de haber estado hablando cuatro horas, las palabras eran apenas monosílabos nerviosos. Sin darse cuenta sus cabezas se fueron acercando hasta que el espacio entre ellos fue inexistente. El mismo aire, las mismas ganas y la misma necesidad de apagar algo que no sabían que estaba encendido.

    De camino a casa volvieron a la realidad, quizás a una de más colores y en la que se adivinaba algo. Sus bocas dibujaban una de esas sonrisas perennes, la de quienes no saben nada, pero lo sienten todo. Antes de llegar a sus casas, en un móvil sonó un zumbido: “Hay que repetirlo. Mañana. En el mismo sitio. Sin chocarnos.» Otro zumbido cruzó de vuelta: «O sí, pero que esta vez sea a propósito y al sur de la frente”.

    ********************
    En días lluviosos ocurren situaciones que no se esperan. Llamémoslas interesantes. Momentos que te hacen flotar sin despegarte del suelo, que te dan vértigo sin necesidad de altura y que no sabes, ni quieres (seamos sincer@s), explicar. Explicar supone pensar y esto, a su vez, racionalizar algo que no entiende de certezas.

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    N
    Invitado
    N on #502024

    Q bonitony q romántico! ?? Gracias por el relato!!

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    RitaPantalón
    Invitado
    RitaPantalón on #502327

    A ti por valorarlo!

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Respuesta a: Responder #502327 en Relato: Los días lluviosos
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