El otro día estaba con mi chico en casa, tirados en el sofá viendo la serie Modern Love (por favor, vedla, es preciosa). Habíamos abierto una botella de vino barato que compramos en el PrimaPrix y él me estaba dando un masaje de pies. No celebrábamos nada, pero estábamos felices.

Su mano empezó a subir lentamente y sus dedos comenzaron a acariciar mi entrepierna. Una cosa llevó a la otra y yo acabé con los pantalones y las bragas por el suelo. Me comió el coño tan bien que no puedo olvidarlo.

Hay días en los que me come el coño sin más. No lo hace mal, ojo, siempre me corro porque el chico tiene un don (o conoce mi cuerpo bien, que también puede ser). Simplemente noto que lo hace porque sabe que a mí me pone a mil, aunque él también disfrute. Esta vez era diferente. Lo hizo porque era él el que estaba cachondísimo, y la diferencia era palpable. Estas son las comidas de chochamen que molan, las que marcan la diferencia.

Ayer llegué a casa con la cabeza en otra parte. En realidad no podía parar de pensar en esa comida de coño, para qué os voy a mentir. Deseaba con todas mis fuerzas que se repitiese.

Abrí la puerta y olía a ajo que tiraba para atrás. Di cuatro pasos y en la cocina estaba él. Por toda la encimera tenía cortada cebolla, ajo, carne bien picada, calabacín, zanahoria, setas y brotes de soja. En la vitro había una cazuela con arroz.

¿No estarás haciendo…? Pregunté yo.

Bibimbap, sí. Respondió él con una sonrisa en la cara.

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El bimbimbap es un plato de comida asiática que me apasiona. Fue la primera receta que hizo para mí cuando estábamos empezando a salir. Lleva su tiempo porque cada alimento se cocina por separado. El resultado es un bol de arroz con diferentes ingredientes por encima y un huevo frito en el centro. Una delicia.

¿Te ayudo con algo?

– No, guapa. Siéntate que tú hoy no haces absolutamente nada.

Y en ese momento pensé que comerte el coño pueden hacértelo muchos, pero cocinar para ti es otro nivel. Sentada en la mesa de la cocina con el móvil en la mano recordé todos los tuppers que me ha preparado para que comiese en el trabajo, el arroz con calamares de los domingos, las pizzas caseras, la lasaña vegetal, los champiñones rellenos, el cocido, las lentejas, los chuletones y los bizcochos, brownies y galletas.

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Todas y cada una de las veces acompaña sus recetas con un “creo que me ha salido mal”. Podría ser falsa humildad, pero no, él se piensa que no está a la altura. Yo me río y le digo que se presente a Masterchef, porque incluso antes de coger la cuchara o el tenedor y el cuchillo ya sé que estaré delicioso. No falla.

Mientras mi mente está viajando por el pasado recordando nuestras citas, nuestras cenas y nuestras risas, él termina el bibimbap. Pone la mesa y me dice su típico “creo que esta vez no está muy allá”. Yo me vuelvo a reír y le beso. Al fin y al cabo no hay demostración de amor más bella que una buena comida, ya sea de coño o de lo que surja.