Amigas, en estas vacaciones tuve la mejor idea del mundo. ¡HACERME SURFERA!

Lo vi claro, iba a ser mi nuevo hobby. Ya me veía encima de la tabla surcando las olas, subiendo fotos de revista a mis RRSS y viviendo como una hippy de playa en playa buscando que el viento soplase a mi favor.

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Y os juro que lo vi tan claro, que me apunté a un cursillo de surf ¡durante una semana!. ¿Para que iba yo a probarlo un día y sino me gustaba quedarme mejor en la toalla panza arriba? ¿qué somos? ¿unas gallinas? ¡NO!. Si las cosas se hacen, se hacen bien, como decía mi abuela.

En ningún momento antes de llegar a la escuela, mi condición de culo gordo me impidió soñar con esas fotos maravillosas que iba a subir embutida como un roast beef en el neopreno. No tuve ningún complejo cerebralmente hablando para sentirme como una australiana en pleno Cádiz.

Pero todo lo bonito se acaba y a mi se me acabó  en cuanto me dieron ese aparato de tortura llamado neopreno. Al principio tuve miedo de que no hubiese de mi talla ¿EN QUE COÑO PENSABA CUANDO ME APUNTÉ?. Me dieron la talla 10. Que debe ser equivalente a “este neopreno nadie nunca antes lo ha utilizado, es la XXXXL del surf, firme un papel por si le ocurre algo mientras se lo pone, no nos hacemos responsables”. Me embutí en el mono acuático con muchos sudores y sin ayuda sintiendo que todos los hombres de mi alrededor se apartaron por si petaba.

El reparto de tablas fue un momento entrañable. Me llamaron la primera y no por cortesía. Es que me iban a dar la única tabla ¡PARA GORDOS! (eso pensé yo, nadie lo dijo en alto jamás) ¡la más grande!, ¡la más estable!… ¡la de idiotas! .—dije para mí misma— o lo que es lo mismo “nena como no te pongas de pie en esta tabla, te dan el premio a la más inútil”. Ese “mamotreto” era tan grande, que no podía ni llevarlo hasta “el mar” no os digo más.

Las clases teóricas fueron muy bien, yo aprendí mucho. Desde los nombres y partes de la tabla hasta los tipos de vientos y de olas. Muy interesante. Pero amigas, cuando pasamos a la parte práctica yo empecé a dudar de mis posibilidades.

Primero aprendimos a subirnos en la arena para luego ir al agua y deslizarnos como si hubiésemos nacido para esto. En esas prácticas fui consciente que esa agilidad mágica que tenían todos mis compañeros yo no la tenía, cosa imprescindible para los pocos minisegundos que tienes cuando llega una ola y debes ponerte de pie… (esto lo sabría más adelante).

Allí también fui consciente de mi poco glamour y que compararme con las australianas surferas había sido venirme muy arriba. Las niñas que me rodeaban con risitas tontas suspirando por el musculado monitor, eran unos pivones del quince, con esas melenas que incluso mojadas les quedan sexys…

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Pero os juro que no me desanimé, iba súper convencida de que mi gran idea llegaría a buen puerto, ¡estaba a tope con el surf!

Hasta que me metí en el agua.. hasta que luché incansablemente en la orilla con las olas rompiendo mientras tiraba del mamotreto que ahora llevaba atado a mi tobillo. Hasta que perdía el equilibrio con menos erótica que Carmen de Mairena retozando en el barro y me llevaba la corriente, la tabla y la vida de vuelta al punto de inicio.

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Mis compañeros ya cogían olas y yo solo tragaba agua. En pocas ocasiones llegué al punto exacto en el que el “profe” te ayudaba a coger una ola. Y la cogí, y me tiró, y me revolcó y me ahogó.

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Con el paso de los días añadí agujetas a todos mis problemas y empecé a pensar que hubiese sido mejor irme a la playa y ver como surfeaban otros.

Salía del agua mareada, me bajaba el neopreno hasta la cintura y me tumbaba en la arena cual Barbie violada a esperar que terminase la clase.

Os juro que no lloré, pero casi. Pensé que mi poco fondo físico y mi constitución no eran el conjunto perfecto para aquella maravillosa foto que tanto deseaba. Estaba cogiendo un moreno “agroman” que nadie envidiaría en mi oficina y me iba a la cama antes que ningún día de mi vida. ¡MENUDA IDEA DE MIERDA HABÍA TENIDO!

¿Pero sabéis que pasó?

Pasó que aprendí a reírme de mi misma, bauticé mi estilo como el estilo “croqueta verano 2015”. Supe que mientras que otros se bajaron del barco o tiraron la toalla yo me embutí todos los días en mi neopreno talla 10 y me metí en el mar a tragar agua.

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Aprendí a caerme con estilo, o sin él.

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Aprendí que da igual como sean las demás chicas que lo intentan, porque lo importante es que estaba intentándolo yo.

Aprendí que los libros o estadísticas podrán decir que una persona bajita y delgada tiene mas aptitudes para el surf, pero nunca hablarán de la ACTITUD que hay que tener para enfrentarse a ese deporte, tengas la talla que tengas.

Aprendí que nunca hay que desechar ideas por muy locas que sean.

Aprendí que no tendré la mejor foto de las RRSS pero ¡QUE LA TENGO! Porque estuve, porque LO INTENTÉ!

Y espero que si un día decides hacer un curso de surf, de pádel, de tenis o de petanca, no tires la toalla porque la experiencia te servirá para toda la vida.

¡NUNCA DEJES DE CONFIAR EN TI MISMA!

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Autor: Srta Invertida