Hace unos cuatro años que empecé a hacer deporte. A mí nunca me ha gustado salir a correr, me da pereza y además está el tema del tiempo (hace mucho calor, mucho frío, llueve…). Así que ir al gimnasio me pareció la opción perfecta para moverme un poco. Probé varios y casi todos me parecieron igual. Una parte de cardio, con sus cintas y sus bicis y la temida sala de máquinas, donde solo con entrar sentía que todo el mundo me miraba, aunque no fuese así. También estaban las clases, pero ahí todo el mundo parecía que venía estudiado de casa y que se sabían cada movimiento.

Me acercaba a las máquinas, las miraba de cerca, de lejos, de perfil… ¿Y cómo me subo aquí? ¿Dónde meto la pierna? Que sí, que allí había siempre un entrenador para preguntarle, pero entre tanto macho haciendo pesas me daba vergüenza y tampoco me sentía cómoda con ese hombre pegándose tanto para explicarme cómo hacer un movimiento.

Porque además las posturas de las máquinas no son nada cómodas. Que si en una te abres totalmente de piernas, que si en otra te tienes que agachar y se te ve el canalillo… Y claro, te sientes más observada que en Gran Hermano.

El caso es que, aunque me gustaba ir porque me sentía bien conmigo misma, también me agobiaba. Me sentía torpe, evitaba ponerme shorts por mucho calor que hiciera, no hacía ciertas máquinas como la de poner el culo en pompa para hacer gemelos… En fin. Que no estaba aprovechando bien el gimnasio. Hasta que descubrí un gimnasio solo para mujeres. 

Al principio no estaba segura pero menos mal que me animé. Me sentí muy a gusto desde el primer momento, por fin podía ir con ropa cómoda a hacer deporte, me sentía segura, rodeada de mujeres de todas las edades que querían cuidarse. Además, perdí la vergüenza a preguntar a mis monitoras, porque el trato era muy cercano y personalizado. Se sabían todos nuestros nombres, no éramos simples números y no nos dejaban empezar sin antes tener un primer entrenamiento donde nos explicaban cómo funcionaba cada máquina y para que servía. Así sí.

Así que, chicas, si no os animáis a ir al gimnasio por vergüenza, como me llegó a pasar a mí, os animo a que busquéis algún gimnasio o clases que sean para mujeres. Por experiencia propia os digo que en este tipo de actividades te sientes mucho más tranquila y acaban saliendo amistades preciosas. De hecho, fue así como animé a hacer deporte a mi madre y tanto ella como yo hemos hecho nuevas amistades.

 

Rocío Martínez