Todas sabemos –la mayoría en primera persona– que la obesidad es un problema complejo, con múltiples causas, algunas de ellas contrarias entre sí: la glotonería de las personas gordas –porque ya sabemos que todos los gordos nos pasamos la vida zampando–, el entorno que nos induce a una sobrealimentación de mala calidad y al consumo excesivo de productos azucarados, la escasa actividad física, la consideración de la obesidad como una enfermedad o la tendencia a aceptar que todos tenemos cuerpos diferentes e igualmente válidos. Ah, espera, esto último es apología de la gordura, ¿no?

 

Sin embargo, en Reino Unido –donde las cifras de obesidad son prácticamente iguales a las de España– señalan entre los culpables a la industria alimentaria y a la industria publicitaria. En ambos países, una de cada dos personas está por encima del peso recomendado según el Índice de Masa Corporal (IMC), como explica en su blog Juan Revenga, pero nuestros vecinos británicos parece que están decididos a tomar medidas.

El comité de salud de Los Comunes presenta una estrategia general contra la obesidad basada en el trabajo de más de 20 organizaciones y colegios de medicina. Todos estos colectivos creen que la autorregulación publicitaria no es suficiente y defienden una serie de normas impuestas desde fuera.

Por una parte, estudian subir los impuestos a los alimentos con un alto contenido de azúcar. La Federación de Bebidas y Comestibles británica contraataca con una encuesta –realizada entre 2.000 ciudadanos– según la cual, más de dos tercios de las personas encuestadas cree que el impuesto del azúcar sólo penalizaría a las personas que consumen estos productos de forma responsable.

 

Y yo no es que quiera defender a esta multinacionales pero, vamos, me temo que acabaré comprando los mismos refrescos y me costará más dinero, simplemente. Ellas ganarán más y para mí supondrá un esfuerzo mayor… ¿Gracias por hacerme más difícil meter caprichos en mi carro de la compra, señores y señoras del comité de salud? Porque ya contamos aquí que hay otros muchos hábitos nocivos que no son comer.

Sin embargo, me surge una pregunta para las grandes multinacionales: ¿es necesario que todos los preparados, incluso los que aparentemente no tendrían por qué llevar una cantidad extra de azúcar, la lleven en cantidades ingentes? El año pasado, la campaña –también británica– Action on sugar trató de concienciar sobre la presencia de azúcares en productos aparentemente sanos, como los anunciados como «libre de grasa». Porque no tienen grasa pero sí azúcar.

 

Por otra parte, en las propuestas que hacen estas organizaciones preocupadas por nuestra salud, valoran si ampliar la limitación horaria de la publicidad de comida «basura»: actualmente está prohibida en horario infantil y quieren ampliar la prohibición hasta las nueve de la noche. Además, la estrategia incluye también otras medidas como limitar las ofertas de 2×1 y el “rellena gratis”, parar el aumento del tamaño de las raciones, o controlar que determinados alimentos no se vendan junto a las cajas de los supermercados o en las cabeceras de los pasillos.

 

Esta parte enfocada a regular la publicidad no me parece mal porque es cierto que las ofertas y las técnicas de marketing son muy agresivas. Y si yo quiero comprar alimentos con alta concentración de azúcar estoy en mi derecho pero no hace falta que me los metan a todas horas por los ojos. Es lo mismo que se ha hecho con la publicidad de alcohol, por ejemplo.

¿Qué pensáis vosotros? ¿A favor o en contra de estas medidas? ¿Creéis que realmente son útiles para reducir la media de obesidad?