Un ataque de pánico es, según la sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, “una reacción de ansiedad muy intensa, acompañada de la sensación de falta de capacidad para controlar esta reacción, e incluso la convicción de que uno puede llegar a morir en ese momento.” También añade que “estos ataques suelen producirse tras un período en que la persona ha sufrido de una ansiedad elevada y constante, como si el ataque fuera una válvula de escape de todo el estrés acumulado en el cuerpo

Hace tres años tuve mi primer ataque de pánico. No fue como en las películas en las que la protagonista se pone a llorar desconsoladamente y a romper cosas. Eso ni siquiera es un ataque de pánico en realidad, pero es lo primero que se me venía a la cabeza cuando pensaba en uno. Por eso cuando entré en la consulta del médico, el diagnóstico me pilló totalmente por sorpresa. Esperaba de todo: problemas cardíacos, porque se me había acelerado el corazón de repente, quizás vértigos, ya que me había mareado un poco, o incluso una gripe, que justificaría las nauseas que de repente me habían entrado y el dolor de cabeza. Había imaginado cualquier dolencia física que fuera la culpable, pero nunca alguna mental. Porque, sí, siempre había sido un poco nerviosa, pero nunca habría pensado que pudiera causarme algo más que un poco de insomnio. Así que, aunque esperaba salir de la consulta con un par de recetas, el médico lo único que me dio fue un consejo: «Tienes que relajarte.»

Me fui a casa con una mezcla de vergüenza y frustración, pero tengo que admitir que bastante más de la primera.  Sentía que no era una persona válida por tener ansiedad y sentir pánico, porque las personas “normales” simplemente se tragaban sus preocupaciones y seguían hacia delante. No necesitaban ir al médico para resolver sus problemas y mucho menos que alguien les enseñara a relajarse.

Yo siempre había pensado que era rara, pero es que ahora igual era más que eso. Igual ahora aparte de rara también era débil, incapaz, frágil e inmadura.

En cuanto llegué a casa me tumbé en el sofá e hice lo más parecido que sabía a estar relajada: hacer un maratón de Harry Potter (porque, sí,  soy  inmadura, pero es que tengo solo 22 años, así que me quedan todavía unos años más hasta que deje de ser comprensible) y aunque había visto las películas miles de veces,  hubo una escena en concreto de la primera película que me llamó especialmente la atención: Harry, Ron y Hermione caían encima de una planta mágica parecida a una enredadera que rápidamente empezaba a enroscarse alrededor de cada uno de ellos con la intención de estrangularles. Harry y Ron empezaban a forcejear con la planta intentando zafarse sin mucho éxito, pero entonces Hermione intervenía: “Es un lazo del diablo. Si te resistes, te estrangula con mayor rapidez.” Los dos chicos, no muy convencidos por esta teoría, seguían intentando librarse, pero Hermione volvía a insistir: “Tenéis que relajaros.”

Y Hermione tenía razón… Igual que mi médico. En un ataque de pánico, igual que con un lazo del diablo, la única salida es aprender a relajarse a pesar del pánico. No antes o después de que pase el ataque, durante.

La gran mayoría de ataques de pánico no se producen porque un asesino te esté persiguiendo, un oso esté a punto de devorarte o una planta mágica amenace con asfixiarte. Usualmente no hay ninguna amenaza real, pero el cerebro reacciona como si la hubiera por la gran cantidad de estrés que ha acumulado. Por esta razón, la única solución es tratar de calmar al cerebro como calmarías a un niño aterrorizado incapaz de razonar: “No pasa nada. Está bien. Respira… Vuelve a respirar. Estamos bien ¿lo ves?”

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Parece muy evidente y simple ¿verdad? El problema viene cuando tienes que conseguir razonar con tu propio cerebro mientras un monstruo invisible te ahoga. ¿Cómo voy a oír las palabras si solo puedo escuchar mi propia taquicardia? ¿Cómo voy a respirar si siento que me estoy quedando sin aire? ¿Cómo voy a calmarme si tengo miedo de volverme loca?

No es fácil en absoluto, y Ron no consigue hacerlo. Harry y Hermione ya se han liberado del abrazo de la planta, pero él no puede. Cada vez se está poniendo más nervioso y a la vez, el lazo del diablo cada vez aprieta más. Pero en ese momento Hermione recuerda que hay otra forma de acabar con la planta: El lazo del diablo muere cuando le da la luz del sol. Entonces, de la varita de Hermione sale un brillante rayo de luz que impacta directamente contra la planta y libera por fin a Ron.

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La ansiedad y los ataques de pánico, como el resto de enfermedades mentales, son todavía un tema tabú. Igual que el lazo del diablo, crecen en la oscuridad, y se alimentan de miedo, vergüenza y mucha, mucha falta de información. La buena noticia es que, también como la planta mágica, mueren cuando los sacamos a la luz: cuando dejamos de hablar de ellos en voz baja y sin mirar a los ojos, cuando paramos de justificarnos ante los demás, cuando ya no nos da miedo lo que nos pasa, cuando dejamos de sentir vergüenza y cuando buscamos ayuda. No son soluciones mágicas, por supuesto, pero hacen que todo sea mucho más fácil y simple.

 

 

«¿Y CÓMO PUEDO REALIZAR YO MI PROPIO HECHIZO CONTRA EL LAZO DEL DIABLO PÁNICO?»

  1. Respira. Es el primer paso y el principal. Respira siendo consciente de que lo estás haciendo. Céntrate solamente en llenar todos tus pulmones de aire y luego en expulsarlo. Y olvídate de todo lo demás, aunque solo sea durante diez minutos al día.
  2. Escribe. La escritura es terapéutica y no hace falta que seas Cervantes para empezar. Puedes escribir sobre lo que te preocupa, cómo te has sentido en un determinado momento, algo que te haya provocado ansiedad… O simplemente puedes anotar las cosas que tienes que hacer al día siguiente y que no te dejan dormir. Al dejar todo sobre el papel, le das al cerebro la sensación de que todo está bajo control y empieza a tranquilizarse.
  3. Aprende a desconectar. Si sufres ansiedad o eres especialmente nervioso/a, habrás soltado una carcajada irónica al leer este punto. Relajarse no es fácil y desconectar menos, lo sé, pero es absolutamente imprescindible aprender a decir “STOP” al cerebro. Si no lo haces, al final terminas metida en una espiral de pensamientos catastróficos que no conducen a nada y que solo sirven para agotarte mentalmente, y a veces también físicamente. Una vez leí una frase que decía: “Preocuparse es como sentarse en una mecedora: te da algo que hacer, pero no te lleva a ninguna parte.” Es imprescindible aprender a bajarse de la mecedora cada vez que nos viene a la cabeza una preocupación, aunque para eso primero tendremos que darnos cuenta de que llevamos mucho tiempo subidos en ella.
  4. Pide ayuda. Aunque lo he puesto en último lugar, pedir ayuda nunca debería ser el plan B. El estigma que hay sobre la figura del psicólogo es completamente absurdo y además peligroso si somos conscientes de que las cifras de personas con depresión aumentan cada año.

 La salud mental tiene la misma importancia que la física y es igual o más compleja. Si tienes un accidente y te rompes una pierna no vas a casa y te la entablillas tú, te vas sin dudar al hospital y te pones en manos de un médico. Si te has roto por dentro, a nivel emocional o mental, te mereces recibir el mismo tratamiento. Sin estigmas, sin vergüenza y sin tener que justificar tu decisión.

Por último, no puedo cerrar el post sin recalcar algo: No, no eres débil ni un cobarde por pedir ayuda si tú solo no puedes. Para pedir ayuda primero hay que reconocer ante nosotros mismos que tenemos un problema, y solo eso ya es de valientes.  Por favor, vamos a empezar a quitar estigmas y tabúes sin sentido que solo entorpecen la lucha de tantas personas. Vamos a intentar extender la mano y ofrecer ayuda, sin juicios. Con un oído que escuche es más que suficiente (aunque si va acompañado de una manta calentita y mucho chocolate, mejor.) Si conseguimos esto, estoy segura de que podremos ganar la batalla. Y a nosotros no nos hará falta magia para conseguirlo.