Ha vuelto a pasar. El domingo, Samanta Villar fue una de las protagonistas de Chester in Love, el programa de Risto, dedicado a la libertad. Aunque trató varios temas, el más polémico (como siempre) ha sido su versión de la maternidad.

No es la primera vez que Samanta comenta cómo ha cambiado su vida desde que se convirtiese en madre. Incluso ha escrito un libro sobre el tema. Pero, da igual cuántas veces lo haya hecho, cada vez que repite su punto de vista se monta la de San Quintín. En este caso, la afirmación más comentada en redes sociales y medios, ha sido la siguiente:

“Mi madre no me dijo que al ser madre iba a cambiar de profesión. Pasas de ser periodista a hacerte cuidadora. No me interesa este tipo de trabajo. 24 horas al día, no remunerado y sin vacaciones”

He de decir que no soy especialmente fan de la periodista, no estoy de acuerdo con muchas de sus opiniones, ni siento una gran simpatía por ella (tampoco antipatía, simplemente me da igual). Pero es este caso estoy 100% de su parte. Así, sin medias tintas. Y no porque yo comparta lo que dice, sino porque creo que todas tenemos derecho a decir cómo nos sentimos, a dar nuestra opinión, a quejarnos de lo que no nos guste, y no ser juzgadas por ello.

Porque Samanta no te dice que no tengas hijos porque te arrepentirás, te dice que ELLA igual se lo hubiese pensado dos veces si llega a saber que es tan duro. Habla de cómo ha sufrido ELLA la falta de sueño y de cómo ELLA ha sentido que no puede más.

Es curioso que con este discurso se le echen tanto al cuello, ¿no? Es decir, ¿se supone que tiene que mentir? ¿Tiene que fingir que todo es maravilloso para no ofender a nadie? Lo que me hace plantearme algo mucho más grave: ¿y si tenemos una imagen distorsionada de la maternidad, porque cuando alguien se queja se la comen viva?

En un momento del programa, una madre argumentó en contra de Samanta y ella le preguntó: ¿tú duermes? A lo que la mujer contestó que sí, que su hija dormía bien desde los seis meses. Claro. Es fácil criticar cosas que una no sufre. En mi caso, tengo un bebé que es un santo, duerme genial y come lo que le des, pero no se me ocurre menospreciar el cansancio de esas madres (y padres) que se tiran horas intentando que su retoño deje de llorar. Porque no necesito compararme, no tengo que demostrar que soy mejor que nadie.

Existe una costumbre muy extendida entre las madres de poner verdes a otras con experiencias diferentes. Si dices que tu parto dolió horrores, llega una que dice “vaya quejica, yo parí sin epidural ni chorradas y tan pichi”. Si dices que estás agotada de la lactancia, aparece otra que te mira por encima del hombro y suelta “pues yo di teta tres años y no monté tanto drama”. Si lo que pasa es que echas de menos tener vida social, habrá quien diga “yo es que lo que más disfruto es estar con mi hijo, si no puedo salir con mis amigas pues no es para tanto”. Que sí, señoras, que sí. Pero es que NO SOMOS TODAS IGUALES, COPÓN.

Por eso necesitamos más Samantas, más mujeres que se atrevan a hablar abiertamente de los pros y los contras. Para quitarnos un poquito de sentimiento de culpa cuando decimos “estoy harta”. Porque en algún momento todas lo estamos, por mucho que queramos a nuestros hijos. Y sí, compensa, pero eso no significa que no podamos expresarnos con libertad y que haya días que incluso echemos de menos nuestra vida pre-niños. Eso no es ser mala madre, eso es ser sincera con una misma.