Mi madre y yo nunca hemos tenido problemas, pero tampoco tuvimos una relación de esas de hablar todos los días ni es la primera persona que llamo cuando necesito un consejo. Realmente me fui de casa pronto y nos vemos con cierta frecuencia, pero si coincide que no nos vemos, pues tampoco pasa nada.

Cuando mi novia y yo nos fuimos a vivir juntas, me sorprendió la relación tan cercana que tenía con su madre. Hablaban cada día después de comer (que era la hora a la que llegaba mi novia del trabajo y en la que mi suegra estaba a punto de irse al suyo), se veían cada semana como mínimo, se contaban todo… Al principio me parecía algo un poco raro, pues yo no estaba acostumbrada a eso, pero cuando profundicé en mi relación con mi suegra, debo admitir que yo también me uní un poco a esas quedadas de chicas (pues mi suegro pocas veces venía con ella) que hacían cada semana.

Mi suegra era una persona muy abierta y cariñosa y siempre estaba pendiente de su hija y, ahora, de mí también. Cada vez que nos veíamos me proponía invitar a mi madre también, pero yo sabía que ella no tenía mayor interés en venir con nosotras de compras o a tomar té. Un día vino y, decir que estaba como pez fuera del agua es quedarse corta.

El caso es que hace un año, mi novia y yo decidimos ser madres. Teníamos claro que el embarazo lo tendría yo, por un problema de salud que tiene ella relacionado con su aparato reproductor, así sería más seguro para la madre y para el bebé que todo saliese bien, aunque no haya nada escrito. Yo no quería contarlo hasta que hubiese un embarazo y nos diesen alguna garantía de que todo iba bien. Mucha gente espera al primer trimestre para anunciarlo. Pues mi suegra me llamó el mismo día de la inseminación para preguntarme cómo me encontraba. No me pareció bien que mi novia se saltase nuestro acuerdo así, sin avisarme, pero ella me dijo que para ella era inconcebible empezar algo tan importante y no compartirlo con ella. Tuvimos que hacer 3 intentos hasta que se produjo el embarazo. Esas dos reglas que confirmaron que el proceso no había funcionado no llegaron con mi novia y yo abrazadas, sino con mi novia al teléfono consolando a mi suegra que, al parecer, estaba muy disgustada. Una razón más por la que no debíamos contar nada todavía.

La primera discusión llegó cuando, el día de la primera ecografía, mi suegra estaba en la sala de espera antes que nosotras. Dijo que no había podido evitar acudir a darnos apoyo y, si podía ser, que la dejasen ver algo. Yo miré muy seria a mi novia, ella se emocionó por la implicación de su madre y no fue consciente de mi enfado.

Cuando pasé a la sala de exploración, le pedí expresamente que ella no pasase. Me desnudé y la doctora me preguntó si venía acompañada. Yo le dije que mi pareja estaba fuera y ella pidió a la enfermera que la hiciese pasar. Entonces oí la voz de mi suegra “Yo soy la abuela, ¿podría pasar también?” y la enfermera abrió la puerta del todo. Yo estaba tremendamente enfadada, pero entonces la doctora me informó de que sería una eco vaginal, al estar de tan poco tiempo, se vería mejor. Me empecé a enfurecer cada vez más al verme allí, con las piernas abiertas esperando a que la doctora introdujese aquel aparato por mi chumino mientras mi suegra cogía de la mano a mi hija, emocionada. Entonces le pedí que parase y le dije “Lo siento mucho, Fernanda, pero tienes que salir. Yo no estoy cómoda y esto es una prueba médica.” Mi suegra se quedó paralizada unos segundos, como esperando que su hija dijese algo, pero ésta había visto al fin mi gesto de querer matar a alguien y no dijo ni mu, así que, con lágrimas en los ojos, salió de allí triste y taciturna.

Mi novia no quiso ni darme la mano mientras oíamos por primera vez los latidos de nuestro bebé, estaba demasiado preocupada por su madre. Nos dieron dos fotos de nuestro garbancito, nos dijeron que todo estaba bien y, antes de que pudiera vestirme, mi novia ya había salido a enseñarle las fotos a su madre. La bronca al llegar a casa fue monumental. Ella me reprochó haberle hecho tanto daño a mi madre y yo no cedí ni un poco en mi cabreo por no haberse dado cuenta de lo privado, íntimo y especial que era aquello para mí y que creía que debía ser algo de nosotras dos.

Este episodio fue el preludio de todo lo que vendría después. Cada paso fue una lucha: la elección de cuna, de muebles, de carro… En todo tenía la misma voz y el mismo voto que yo, que era la madre de la criatura. La discusión más fuerte fue cuando mi suegra me dijo que darle el pecho al bebé sería muy egoísta por mi parte porque marcaría demasiado la diferencia entre una madre y otra y que le robaría la oportunidad a su hija de alimentar al bebé. En esta ocasión fue mi novia quien se metió, al fin, a defender mi postura. Las dos seríamos madres, pero claramente hay una gran diferencia entre ambas con respecto al bebé, una gesta, la otra no, una lacta, la otra no… Viendo lo dictatorial que se ponía su madre, al fin mi novia empezó a ponerle límites en sus opiniones con respecto a nuestra maternidad.

Pero entonces llegó la niña. No os puedo contar la cantidad de veces que he tenido que enfadarme porque entrase en la habitación del hospital sin llamar, pillándome en pelotas, durmiendo o incluso en el váter mientras su hija me ayudaba a sentarme. En casa fue un descontrol al principio hasta que le quitamos la copia de las llaves, le prohibimos venir sin llamar y de cada tres llamadas, le dejábamos venir una, que viene siendo una visita casi diaria igualmente, pero al menos nosotras decidimos.

Pues bien, esto, por un lado. Pero es que, por el otro, está mi madre, que no vino al hospital “por no agobiar”. Vino a conocer a su única nieta cuando ya tenía una semana y no volvió en casi un mes. Vive cerca, está jubilada y toma el café con sus amigas en una cafetería muy cercana cada día después de comer. He dejado de mandarle fotos y vídeos, ya que no los aprecia en absoluto y ni siquiera se ha dado cuenta.  Debo reconocer que me duele bastante y que esperaba un poco de ese apoyo y cariño durante la larga dilatación, los primeros días de post parto o cuando la lactancia se me complicó al principio. Pero mi madre venía de visita, tomaba café, cogía un rato a la niña y se iba…

Ojalá pudiese quitarle un poquito de intensidad y apego a mi suegra y ponérselo a mi madre. Pero no, tenemos que aguantarnos con las abuelas extremas que le tocaron a mi hija.

 

Escrito por Luna Purple basado en la historia real de una seguidora.

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