Tengo una hija que este verano ha cumplido 10 años. Desde siempre tuve claro la educación que iba a darle, sobre todo inculcándole principios tan importantes como la igualdad, la libertad, aportándole la información que quizás a mí en mi infancia no me dieron.
Nunca podrá borrar de mi cabeza el día que mi madre me llevó por primera vez a depilarme las axilas, las piernas y las ingles. Tenía yo unos 11 años y mis pelos me daba absolutamente igual, pero a ella no. Era junio, íbamos a ir con el colegio de excursión a la playa, y ella esa tarde me dijo que me vistiera para llevarme a su esteticista. Sin preguntarme nada, solo me dijo que íbamos a quitarnos los pelos y yo como una idiota me dejé llevar aunque lloré del dolor durante toda la sesión. Ellas, mi madre y su amiga esteticien, pasaron ampliamente de mis lágrimas incluso llamándome débil o haciendo bromas sobre quién me vería a mí pariendo. Repito, 11 años tenía.
Después de aquello le dije a mi madre que no me volvería a hacer la cera nunca jamás. Ella me dijo que perfecto, pero que entonces me tendría que rasurar con una cuchilla y que me saldrían pelos gruesos y negros horribles. Le comenté que me era indiferente, que a mí el pelo no me importaba, y ella solo se reía y me decía que era una cochina por opinar de esa manera.
La cuestión fue que me pasé toda la adolescencia enganchada a una Venus, rasurándome desde el sobaco hasta las ingles, vigilando que no hubiese nunca jamás ni un pelo de más en mi cuerpo. En invierno pasaba por completo, era libre, y qué cosa más mágica, a pesar de no depilarme tampoco olía mal, cosa que mi madre siempre me repetía: »es que con el pelo se huele a sucio».
Así que cuando me independicé dejé de depilarme. Ni axilas, ni piernas, nada, ni siquiera las ingles. Fue como una liberación absoluta aunque mi madre me veía todos los veranos en bañador y le recorrían los siete males. Es que además de gorda y »feminazi» también le había salido cochina. Creo que durante una temporada se le dio por comentar con mis tías que quizás todo aquello indicaba que era lesbiana, su gran pesadilla. (He de decir que siempre la quise muchísimo, pero nuestras ideas jamás tuvieron nada que ver).
Debió darse una sorpresa enorme cuando decidí casarme con mi novio, el cual me quería tal y como era, con mi vello y mis mollas. Fui una novia original y preciosa y dos años más tarde tuve a mi hija Adara. Y como os decía, cuando Adara nació tuve claro que no le haría pasar por todo aquello, pero ni en cuanto al tema del pelo ni nada por el estilo. Así que Adara creció con información, eligiendo ella su camino, siendo libre de decidir dentro de sus opciones.
Hace un par de veranos Adara vio en el pueblo a una de mis hermanas peleándose con un bote de cera depilatoria en el baño. La entrevistó sobre si dolía, sobre los resultados, el por qué pasaba por aquel dolor… No dijo nada más pero conociéndola supe que aquello no se iba a quedar solo en mera curiosidad. Unas semanas después vino a mí para preguntarme por qué yo no me depilaba, con lo preciosa que tiene la piel la tía, y yo solo le dije que porque a mí mi pelo no me molesta, que eso va en cada uno.
Durante todo el curso la vi varias veces en la zona de droguería del supermercado cotilleando las cuchillas y los packs de depilación, así que un día le pregunté yo a ella si quería depilarse. Me dijo que sí, que ella quería tener la piel como su tía, y creí mejor la maldita Venus que empezar ya con la cera. Así que ella se enganchó feliz a aquel instrumento. Se llenaba las piernas de espuma y feliz las acariciaba.
Y todo bien, cada una con sus elecciones, hasta que a principios de este verano nos preparábamos para ir al pueblo. Adara entró un día en mi habitación y me ofreció depilarme las piernas. No comprendí nada y su explicación me dejó muy loca: »Mamá, no puedes ir por la vida con esos pelos, tienes piernas de hombre, las mujeres vamos depiladas». Que en mi casa se escuchase algo así me dejaba de piedra.
Me dijo que todas sus amigas lo decía, que todo el mundo sabe que el pelo no es cosa de mujeres y que enseñar las piernas o los sobacos peludos no es nada femenino. Me enfadé tantísimo… Pero tampoco podía reñirle, había que hablar las cosas. La senté a mi lado y le expliqué lo mal que yo lo había pasado por culpa de todas esas creencias obsoletas, le pedí que lo pensase de nuevo ¿en qué se diferencia el pelo del hombre del de la mujer? En nada. Es solo una cuestión estética más, como el llevar el pelo corto o largo ¿soy menos femenina por llevar el pelo más corto? Adara se quedó meditando un rato y después se volvió a su habitación tras pedirme perdón.
Ha pasado el verano pendiente de sus piernas y de su vello, contándole a su tía lo mucho que se depila. Yo solo espero que esto sea una etapa, que para ella el depilarse sea una manera más de sentirse mayor. Lo que no quiero es que se obsesione o que se vuelva loca con unos cánones que jamás debieron existir.