Hola a todos y todas. Hoy vengo a contaros algunas experiencias que, por suerte, no son tan “graves” como muchas que he leído pero que jamás he contado en casa porque sé que mi madre se preocuparía. Por supuesto a cada uno nos afecta de una manera, y es por eso que yo en su momento pasé mucho miedo. Todas hemos sufrido “piropos” incómodos, a todas nos han tocado el culo o lo que fuera (o intentado al menos) en la calle, el metro o La disco. A todas nos han dicho cosas y a veces hemos sabido responder (como aquella vez con 16 años en plena calle Montera, en Madrid, que por si no lo sabéis, arriba de la calle suele haber prostitutas aunque nosotras estábamos abajo esperando a cruzar y un tío le dijo a mi amiga: y tú cuánto cobras? A lo que le dije: pregúntale a tu madre que es la madamme), pero a veces (demasiadas) pasamos MIEDO.
Con unos 16-17 años estaba en el centro de Madrid (en esa época nos dio por ir allí a dar una vuelta por la tarde pues teníamos toque de queda y a la una había que estar en casa y vivimos en un pueblo donde el transporte no es tan frecuente) con una amiga, estábamos paseando, cotilleando tiendas, tomando un helado… lo típico de unas adolescentes de hace 15 años. De repente vimos que dos HOMBRES nos seguían. Al principio creíamos que era casualidad, hasta que anduvimos más rápido… y ellos también. Estuvieron siguiéndonos un buen rato. No sabíamos qué hacer, ni a quién pedir ayuda. Fijaos, qué cosas, con la de policía que hay siempre en el centro, pero quién nos iba a creer. O eso pensábamos. Logramos entrar a una tienda y entre la gente, la ropa y demás logramos darles esquinazo. Estábamos temblando. Jamás se lo contamos a nadie ni volvimos a hablar de ello entre nosotras. Lo enterramos para siempre. Pero yo no lo olvido. Recuerdo hasta la ropa que yo llevaba ese día.
Pasaron los años y he tenido mis encontronazos, como todas, mis contestaciones a imbéciles… cosas así.
Pero hace un par de años, volviendo a casa del trabajo era ya tarde, y estaba yo sola por una calle de doble sentido. Un coche pasó por mi lado y aminoró hasta casi parar. Me dijo algo, y aunque yo iba con los cascos y no le entendí bien, supe que no era nada bueno. Era un coche oscuro con un hombre dentro. Aceleró, y al llegar al final de la calle tienes que girar a derecha o a izquierda, no hay más. Pues hizo “la pirula”, dio media vuelta y vino hacia mí. Me acojoné viva. En ese momento no supe qué hacer y llamé a mi novio asustada para que bajara y viniera a por mí. Yo andaba cada vez más deprisa y el coche venía hacia mí, como enfadado por no haberle hecho caso. Pero debe ser que vio La Luz del móvil encendida, me vio hablar con alguien, y finalmente dejó de venir a por mí y se fue. El trayecto hasta casa son menos de 10 min, pero se me hicieron 10 horas en las que no dejaba de mirar hacia atrás y le pedía a mi novio que por favor no me colgara. Desde ese día, cada vez que paso por ahí y veo un coche, memorizo matrícula, color, marca y modelo. Por miedo. Recuerdo que los días siguientes hacía ese trayecto hablando por teléfono con mi novio. Y con miedo. Mucho miedo. Y tengo que agradecer que tuve suerte. Podría haber sido peor. Pero otras muchas (demasiadas) no pueden decir lo mismo. De hecho, no pueden ni contarnos sus experiencias porque ya no están. Hermanas, compañeras, amigas, conocidas y desconocidas, tenemos que seguir con esta lucha y que se haga justicia. YO SÍ OS CREO.