Hola a todas,
Hoy vengo a contaros mi historia. No sé con qué propósito exactamente: darle voz a mi historia, buscar un poco de consuelo, escribirlo y dejarlo salir, quizá hacerle sentir a alguien que no está sola.
Hace cinco meses perdí a mi bebé. Mi bebé murió antes de nacer. Qué antinatural, ¿verdad? Que tu fecha de fallecimiento sea un día antes que la de tu nacimiento. Mi bebé ya estaba preparado para venir al mundo. Faltaba solo una semana para salir de cuentas. Tenía todo preparado: su cuna, su moisés, su hamaca, su bañera, su ropa, su carrito… pero sobre todo, tenía preparadas millones de expectativas, de imágenes inventadas que iban a hacerse realidad, de situaciones que vivir juntos. Tenía kilos y kilos de ganas de encontrarnos, de vernos la cara por primera vez. Yo si pude vérsela. Él a mi no.
Se paró su corazón. Y ya está. Fue una muerte súbita. No había infección, ni vuelta de cordón, no había ninguna puta explicación. Su corazón dejó de latir antes de conocer a su papi, a sus abuelos, a sus tíos, a todos los que le esperaban. Su corazón dejó de latir antes de llorar, de comer del pecho de su mami, de reír, de aprender a hablar, a andar, a patear una pelota. Antes de vivir.
Y yo tuve que parirlo. Tuve que traer al mundo a mi bebé fallecido. Su último regalo fue darme un parto “fácil”. Lo entrecomillo porque obviamente es la peor pesadilla que me ha tocado vivir, pero al menos fue rápido, poco doloroso, y solo tuve un pequeño desgarro interno. Ojalá nunca nadie tuviera que sentir lo que sentí cuando salió y se lo llevaron.
Luego le conocimos, le vimos su cara preciosa. Creo que era un ángel y por eso tuvo que irse directo al cielo. Recuerdo el peso de su cuerpo sobre mis brazos, la temperatura de su cuerpo, el tamaño de su nariz. Le reconocería entre un millón de bebés.
¿Y ahora? Repetir el mantra “todo pasa y todo llega”. Después de meses de dolor, de rabia, de preguntas, de llorar hasta quedarnos sin lágrimas, de simplemente ser incapaces de creer que esto nos haya pasado; ahora solo queda dejar que el tiempo siga curando la herida. Y que el tiempo no tarde en traer a nuestro bebé arcoíris. A nuestro segundo hijo.
Si a alguien de vuestro círculo le pasa, por favor, no cometáis el error de decir que de todo hay que sacar algo positivo, que la vida es sabia, o que son jóvenes para volver a intentarlo. No lo hagáis, por favor. No hay nada que podáis hacer para calmar nuestro dolor. Nada. Es suficiente con decir que lo sentís y que estáis ahí.
Gracias por leer hasta aquí. Ahora queda en la tierra otra huella más de Álex.