El cerebro en ocasiones hace cosas sorprendentes y este caso concreto es una buena muestra de ello.
Fijaos, actualmente peso 122 kilos, os puedo asegurar que no he estado más gorda en mi vida, pero cosas del destino, circunstancias varias, me han llevado a este punto. Actualmente estoy trabajando en ello, en conseguir hacer ejercicio e intentar amueblar un poco más mi cabeza para que la maldita ansiedad me de una tregua.
El otro día quedé con mis amigas para cerrar cositas de la boda de una de ellas y empezamos a hablar sobre nuestros modelitos para el evento. Todas sacaron fotografías de las tiendas y yo decidí explicarles cómo será mi vestido ya que opté porque me lo hiciera una modista. Empecé a bromear sobre la cantidad de vestidos de fiesta que tengo en el armario y que a día de hoy no me puedo meter ni en una pierna y todas me miraron extrañadas diciéndome que eso no era posible ya que, según ellas, a día de hoy estoy mucho más delgada que hace un par de años. Aquí entro yo y digo MENTIRA. Estoy gorda, bastante más gorda.
Les dije que por favor no intentasen contentarme con cumplidos que evidentemente no son verdad pero todas alucinaban, para ellas mi yo de antes de la pandemia estaba mucho más gordo que ahora y no me lo estaban diciendo por quedar bien.
»Pues queridas mías», añadí, »peso más, unos 10 kilos más que cuando nos encerraron a todos en casa, pero la diferencia está en que ahora mismo acepto mi cuerpo y me gusta, lo adoro, con su celulitis, su curvas y su culo bien gordo. Lo quiero y por eso me muevo más, bailo y sonrío mucho más, me pongo ropa que deja ver mis formas y colores que siempre me han encantado, bien chillones».
Os puedo asegurar que más de una añadió que todo eso genial, pero que yo estoy más delgada, y yo prometo que no me estoy inventando nada. La actitud, amigas, eso lo es todo.