A pesar que estas Navidades han marcado un antes y un después en como vemos las fiestas y fechas destacadas y a valorar a la familia más que nunca; una idea fija no deja de rondar por mí cabeza en los últimos años.
Aquellas personas que, como yo, son muy cariñosas y que en navidades o fiestas en general, se convierten en osos amorosos con ganas de “achuchar” a ese alguien especial me entenderán.
A pesar de amar infinitamente a mí familia, a pesar de en más de una ocasión a ver roces y discusiones, no es ese tipo de cariño al que me refiero.
Ha habido días que en las noches he sentido la necesidad de que hubiera esa persona especial a mi lado, a quien pudiera abrazar mientras dormía. Sin buscar nada más, es decir, simplemente, alguien que ese ahí, sin ir más allá. Que después puedes o no, hacer otras cosas para entrar en calor, pero que en si no esté ahí con esa finalidad. Sino que ese ahí para todo, desde estar contigo comiendo en la mesa con tu familia, que juegue con tus sobrinos pequeños cuando estos no paren quietos o que se emocione más que los niños cuando caguen el “tío de Nadal”. Ese alguien quien te pase los polvorones de contrabando por que no puedes comer más o esa persona a quien besar a las doce de noche en fin de año…. En definitiva esa persona por la que tu corazón se desboque salvajemente cuando la ves compartir y convivir con la gente importante en tu vida.
Supongo, que ese sentimiento surge a raíz del significado de estas fechas y de la gran brecha social cada vez más grande que nos está dejando la pandemia, pero a pesar de ello este año tengo claro que es lo que deseo.
¿Si lo pido a los reyes magos, tal vez, me lo traigan para el año que viene?