Recuerdo en mi epoca de universidad mis profesores y compañeros decirme que tenia talento. Que llegaría muy lejos. Mis padres estaban muy orgullosos, tenían una hija que pronto sería ingeniera informática, inteligente, estudiosa, trabajadora.
Y yo quería llegar lejos. Quería ser importante, ser una gran mujer para dar la razón a los que creían en mí y para callar la boca a los envidiosos. Tan lejos como mis compañeros: unos dueños de sus empresas, otros jefes de… , otros gente importante. Mientras yo seguia siendo la pringada tecnicucha que iba por ahi de cliente en cliente. Es que yo no tenía autoestima para establecer contactos y ascender. Yo lo único que tenía era mi cabeza y mi infinita curiosidad y necesidad casi compulsiva para aprender. Y llegue a odiar esa cabeza porque me frenaba, porque yo era buena en lo mio y eso me encasillaba. Me odiaba a mi misma porque no tenía lo que se necesita para «triunfar». Yo era una perdedora.
Entonces vino una oportunidad de dirigir un proyecto. Por fin parecia que iba a llegar lejos como habían predicho mis profesores. Era un reto que me aterrorizaba porque yo no tenía experiencia, y en el fondo pensaba que era un coñazo de trabajo y que no tenia ninguna habilidad para ello. Pero lo importante triunfar, lo que fuera que eso significara.
Y fracasé. Afortunada y estrepitosamente. Y poco a poco, con delicadeza me apartaron del proyecto.
Pero curiosamente no me sentí destrozada. Fue como un click en mi cabeza: «Nena llevas 20 y pico años equivocada. Ya has llegado lejos, muy lejos, pero que no te habísa dado cuenta!!!» Mirando en retrospectiva ¡¡¡¡Coño, si soy muy buena en lo mio!!!!! Soy una técnica excelente, lo que no soy es jefe de proyecto, ni jefe de nada: Se me da fatal tratar con la gente. No soporto el puñetero teléfono. Estoy hasta los ovarios de redactar actas e informes para que todos los ignoren. Soy super desordenada y no me gusta hablar en público. ¿Por qué iba ahora a dedicarme a esto si me produce una ansiedad brutal?
En cambio, hasta ahora llevaba 20 años haciendo algo que se me da fenomenal, y encima soy afortunada, porque me encanta lo que hago. Me abstrae, me relaja y puedo hacerlo con facilidad y pasión.
Muchas veces pensamos que el triunfo es una carrera hacia lo más alto, o una competencia para cumplir expectativas. Pero la realidad es mucho más simple. Las expectativas son difíciles (por no decir imposible) de cumplir porque éstas no vienen de nuestro corazón, sino de los deseos o impresiones ajenas. Me miro ahora y veo que estoy tranquila, que estoy feliz, y que puedo disfrutar – por fin – de mi vida. La realidad es que no hay expectativas. Que me encanta mi cabecita hiperactiva, con su curiosidad infinita y su necesidad casi compulsiva de aprender.
Igual ahora mis profesores y mis compañeros me ven y piensan: ¡pobre perdedora, y parecía que llegaría lejos! Y talvez sea verdad. No he llegado muy lejos en lo que respecta a poder y renombre. Pero he ganado paz de espíritu y un gran autoconocimiento y autoestima, cosa que no habia ni atisbado a lo largo de mi vida. Y después de unos años viviendo en este lugar… creo que seguiré siendo una perdedora hasta el fin de mis días.