Siempre he tenido el pelo extraño. Ni liso ni rizado. Más bien es una mezcla entre ondulado y tieso. Mi madre siempre ha dicho que lo tengo motoso. Parezco una escarola pocha. En la adolescencia odiaba mirarme en el espejo y ver mi cabellera indomable. Por las puntas ondulada, a la mitad con mucho volumen y el casco liso. Unos años después fue cuando descubrí el mundo de las planchas de cabello. Ese aparato mágico que prometía transformar aquel desastre en una melena lisa y sedosa, al estilo de las estrellas de cine. Pero, como en muchas historias de amor, lo que comenzó como un romance se ha convertido en una adicción que está destruyendo mi pelo.

Cuando la usé por primera vez, quedé fascinada. Pasar la plancha y ver cómo mi cabello cambiaba de textura era casi hipnótico. Al principio, solo la usaba para ocasiones especiales, pero pronto me encontré planchando mi cabello cada vez más seguido. El ritual de alisar cada mechón, ver cómo las ondas se desvanecían y sentir la suavidad de mi pelo recién planchado se convirtió en una necesidad diaria.

Con el tiempo, empecé a notar las primeras consecuencias. Mis puntas estaban secas y quebradizas, y mi cabello comenzó a perder su brillo natural. Pero mi dependencia ya era absoluta. No podía salir a la calle con mi pelo al natural. Me miraba al espejo sin planchar y no podía soportar ver mi cabello que cada día estaba más feo y, si alguna vez las ondas que tenía habían tenido alguna gracia, ahora estaban destrozadas del todo. La plancha se había convertido en mi mejor amiga y mi peor enemiga.

Intenté buscar soluciones para reducir el daño. Compré protectores térmicos, mascarillas hidratantes y productos reparadores, pero nada parecía ser suficiente. Cada vez que veía una nueva herramienta o producto en el mercado que prometía reparar el cabello dañado por el calor, lo compraba con la esperanza de que esta vez funcionara. Sin embargo, el verdadero problema no era la falta de productos adecuados, sino mi incapacidad para dejar de usar la plancha.

Recuerdo un día en particular cuando me di cuenta de todo el daño que me estaba haciendo. Me estaba alisando el cabello como de costumbre cuando noté un mechón que simplemente se rompió en mis manos. Sentí una mezcla de tristeza y frustración, pero incluso ese momento no fue suficiente para hacerme parar. La idea de enfrentar el mundo con mi cabello al natural me aterrorizaba.

He intentado dejar la plancha en varias ocasiones, pero siempre recaigo. Es un ciclo vicioso: me convenzo de que puedo dejar de usarla, me hago una coleta, aguanto unos días y luego un evento social o una salida con amigos se convierte en la excusa perfecta para volver a alisar mi pelo. Y así, el daño continúa acumulándose.

A veces pienso en las razones detrás de mi adicción. Tal vez sea una cuestión de autoestima, una necesidad de encajar en un ideal de belleza impuesto por la sociedad. Vivimos en un mundo donde el cabello liso es visto como el estándar de belleza, y es difícil no sentirse presionada a cumplir con esas expectativas. Sin embargo, sé que esta dependencia no es buena y que estoy sacrificando la salud de mi pelo por una apariencia temporal.

Recientemente, he comenzado a explorar alternativas. He descubierto el método curly, intento realzar mis ondas naturales y estoy tratando de aprender a cuidarlas. He encontrado comunidades en línea de personas que, como yo, han decidido abrazar su textura natural y dejar atrás las herramientas de calor. Estas comunidades son una fuente de inspiración y apoyo, y me han ayudado a entender que el camino hacia la recuperación no será fácil, pero es posible.

Estoy en un proceso de redescubrimiento, intentando aceptar y amar mi cabello tal como es. No voy a mentir, hay días en los que es extremadamente difícil resistir la tentación de agarrar la plancha, especialmente cuando me miro en el espejo y parezco la cola de una gallina. Pero estoy dando pequeños pasos hacia una relación más saludable con mi cabello. He empezado a reducir la frecuencia con la que uso la plancha y a invertir más tiempo en tratamientos naturales y cuidados que me ayuden a verme bien.

Sé que la recuperación será un viaje largo y lleno de altibajos. Aceptar mi cabello natural implica mucho más que cambiar mi rutina de belleza; es un cambio de mentalidad y una aceptación de mí misma. Estoy aprendiendo a ver mis ondas no como un problema a corregir, sino como una parte hermosa y única de quien soy.

Mi historia con la plancha de cabello es un recordatorio de cómo las presiones externas y las inseguridades pueden llevarnos a hábitos que nos perjudican. Espero que, al compartir mi experiencia, pueda ayudar a otras personas que estén luchando con problemas similares a reconsiderar sus propias rutinas y a buscar un equilibrio más saludable. Porque, al final del día, la verdadera belleza radica en sentirnos auténticas y en querernos tal y como somos.

 

Lulú Gala.