Un día recibes una terrible noticia, tu anterior jefe se casa y estás invitado. Es terrible porque las bodas y tú no sois compatibles y lo pasas fatal. Tu que eres de forma rara pero bonita, y te cuesta horrores encontrar algo para ponerte y más si es ‘elegante’ te planteas si asistir en chándal o lanzarte de lleno de nuevo al increíble mundo de comprar ropa para asistir a magnos eventos como estos.

La última vez qué fuiste a una boda fue hace ya unos cuantos años, cuando aun disfrutabas de la vida en pareja, con compromisos sociales y familiares,  y tus zapatos decidieron autodestruirse de forma misteriosa en el momento en que te subías al coche para ir a la boda, así que tienes que improvisar, y la abuela de por aquel entonces tu pareja te venda el pie y te pone unas zapatillas de andar por casa del abuelo para hacer el paripé y no ir descalzo ya que encontrar un par de zapatos del 47 en un radio de 10km a la redonda, con el tiempo pegado al culo, es jodido. La experiencia como podéis ver, te deja algo traumatizado y desde entonces tienes pánico a estos eventos sociales y siempre lo asocias a andar haciendo el cojo sexy.

 

Vestido para la ocasión con lo que has podido conseguir te dispones a arrasar en el bodorrio en una finca con un castillo, un monasterio y todas esas cosas que hacen mucha ilusión pero luego son de cartón piedra y te da mucho status entre tus colegas y tus primos y tus cuñados. Después de sudar un rato en el atasco de rigor de la nacional y llegar a la finca, un carrito de golf te recoge a alta velocidad para llevarte a tus ‘aposentos’ cual princeso de barrio y comenzar el acicale. Tampoco es que haya mucho que acicalar pero bueno te mentalizas en la ducha un rato y te dices a ti mismo que hoy va a ser un gran día a pesar de que tienes muy pocas ganas de ver gente y hacer como que te importan sus vidas y lo feliz que es todo. Un par de discursos y lagrimitas acompañadas de unas copas, unos cuantos ‘vivan los novios’  y las puertas del salón comedor con el ágape se abren ante ti.

 

 

Te sientan en la mesa y hay caras que nunca llegas a ubicar. Entre esas caras a las que vas haciendo el escaner para ver de que palo van, te encuentras a una chica que se ha quedado sola y no quiere pasar la cena comiéndose el solomillo con reducción de algo y patatitas esferizadas en la mesa de los niños. La chica es despampanante, vestida con la tela de las enaguas de una falda o tela de encaje, como prefiráis, pero dejando ver hasta el infinito y más allá. La atención de todos los asistentes la tiene garantizada. Comienza hablando de su trabajo, de las copas que sirve, de su vida en el mundo de la noche, de la cantidad de celebrities que conoce. Te aburre y tienes conversaciones más interesantes a las que atender. Entre sorbo y sorbo de la crema de bichos, el resto de bichos a la plancha o cocidos que se comen, su atención se dirige hacia ti ya que tu no comes de ‘eso’, con comentarios como ‘pensé que alguien como tu comía de todo’ o ‘pues tu te lo pierdes’ o ‘con lo gordo que estás algo tendrás que comer’. Educadamente le explicas que no te gusta y que prefieres esperar a la carne y a la tarta de chocolate, que a pesar de no ser muy fan, tiene buena pinta, pensando que así quizás te deja continuar con la interesante charla que tienes con tu compañera de mesa sobre el último disco de Gregory Porter, que es magnífico y perfecto para compartirlo con la luz baja (guiño guiño)

 

Pues no, tiene que rematar la faena sacando al tema la escena del niño gordo la película de Matilda descrita con pelos y señales y con muchos aspavientos y exageraciones y sobre todo lo que les gusta a los gordos el chocolate, todo ello acompañado de un coro de risas. Tu compañera te agarra de la pierna por debajo de la mesa a modo de «no le des juego» y tu boca está a punto de soltar ‘yatuputamadretambien’ pero en el fondo eres un caballero y la sonrisa que a veces te falta en esta vida se la tienes que dedicar a quien menos se lo merece.

Después del postre te vas a quemar unas cuantas calorías bailando al ritmo de ‘La gozadera’, ‘Picky’, ‘Eres mía’ o ‘Propuesta indecente’ y por supuesto con 5 mojitos te bailas lo que haga falta y más si entre los asistentes cuentas con las chicas dominicanas mas guapas que has visto en tu vida (y no es por el efecto del alcohol, ojo!) y se lo bailan contigo. Unos cuantos caderazos, culazos, ‘arrimaos’ después, la ‘mesa camilla’ (a.k.a la chica de antes) se acerca furtivamente hacia tu lado y comienza la batalla de bailes con sus competidoras latinas para ver quien se mueve con más gracia, pero es derrotada estrepitosamente por una ‘mamasita’ de 50 años que deja a todos los presentes embobados coronándose como la reina de la noche. Mientras te vas graciosamente a por otro mojito, la ‘mesa camilla’ te sigue un paso por detrás hasta que te alcanzó y suelta otra bomba:

‘No sabía que a los gordos os gustase bailar’

Tu respuesta es bastante cordial, ya estás acostumbrado, y más si llevas una buena cantidad de mojito encima y lo único que quieres es o bien seguir bailando o irte a la cama (con alguien para que te arrope):

‘Lo cierto es que es algo innato, es escuchar música y mi cuerpo no puede resistirse al ritmo, y aunque sea me muevo como un pato o como un robot. Dicen que me sobran unos kilos, pero eso no me impide moverme ni hacer otras cosas, además ¿a quien no le gusta bailar con una dominicana que baila como dios?’

Esta noche ya has sonreído unas cuantas veces a quien no lo merecía pero es que estas situaciones se presentan muy pocas veces en la vida.

‘¿Y yo no te gusto?

En ese momento la sensación que recorre tu cuerpo fue la de haber visto las cartas del oponente en una partida de poker, pero lo mejor es no jugársela.

‘Que va, no eres mi tipo’

La cosa se te va de madre y el alcohol ya supura tus poros, miras el reloj y ya son las 5:30, el momento perfecto para acabar la noche. Coges tu chaqueta y lo que queda de tu corbata y notas como una mano te agarra del brazo y te susurra repetidamente ‘me quiero ir a la cama, vente que te quiero enseñar una cosa’. La sonrisa picarona del gordo que no come chocolate apenas, ni bichos del mar, y que se marca unos bailes dignos de un niño con serios problemas de motricidad, se va dibujando poco a poco en tu rostro y mientras vuelves haciendo la culebrilla sexy por el camino empedredado de vuelta a sus aposentos ya que ‘me tenía que enseñar una cosa’. Al llegar a su puerta, comienza a buscar las llaves nerviosamente y las encuentra no sabes donde ya que no tiene nada para guardarlas, te las da y abres la puerta con mucha calma y seguridad y de un empujón abres la puerta y se mete dentro soltando por los aires sus zapatos. Acto seguido lanzas la llave en la cama, cierras la puerta y con paso lento y seguro continuas tu camino hasta tu cama, a escasos 5 minutos caminando de donde te encuentras gracias a tu asombrosa orientación nocturna.

 

 

A pastar chata.