Aquí va una historia de mierda literal.

Llevaba una rachita bastante mala, no os voy a mentir. Yo soy higienista dental y hasta hace unos meses, estaba trabajando en la misma clínica que cuando empecé. Es decir, llevaba 10 años en la misma clínica.

Pues resulta que formábamos parte de una cadena mucho más grande, que decidió, de un día para otro, que ya no quería tener abierta allí sucursal porque no era rentable. Así, chin pum. Y pensaréis:

  • Bueno, pero al menos te habrán dado tu finiquito.

Pues no titis, estamos toda la plantilla y yo con procesos legales porque no nos han pagado ni el último sueldo ni lo que nos pertenece por el despido.

En fin, que me lío. La cuestión es que estaba en el paro por primera vez en mucho tiempo, con todos los nervios de volver al mercado laboral y de las denuncias contra mi ex-empresa, y, por si fuera poco, con una gastroenteritis que me pegó mi sobrina.

Me pasé varios días siendo un grifo con salida múltiple hasta que por fin pude empezar a comer sólido sin que me sentara mal, también me estaba tomando una medicación para estreñirme y tenía mucha hambre y ganas de vivir un poco, la verdad.

Total, que decidí apuntarme a una cena con unas amigas, que se iban a juntar después de un tiempo, y habían decidido ir a un restaurante mexicano.

Esa misma tarde me llamaron para una entrevista de trabajo y lo vi como una señal del destino. La programamos para dos días después y en la cena lo celebré como una cría. No tomé picante, por si acaso, pero me puse hasta arriba de tacos.

Al día siguiente no fui al baño, ni si quiera me fijé, estuve ocupada con tareas del piso y no caí en que era raro, después de todo mi proceso gastrointestinal, que de repente no pisase el baño. Pero vamos que pasé el día tan normal mientras dentro de mí, se mascaba la tragedia.

El día de la entrevista me puse monísima, con mi CV impreso por si acaso y con toda la alegría de que quizás se acababa por fin esa mala racha. Llegué a la nueva clínica, me hicieron sentarme en la sala de espera y me puse a mirar el teléfono.

No llevaba allí ni 5 minutos cuando llegó el primer retortijón. Un retortijón que se oyó perfectamente por toda la sala de espera. Incluso el recepcionista se giró a ver de dónde había venido ese ruido.

Yo me hice la loca, pero empecé a sudar de la vergüenza y procuré que no se me notase. Pero entonces llegó el segundo retortijón, este más largo e igual de sonoro.

Estaba claro, necesitaba ir al baño. Pero me daba infinita vergüenza preguntar dónde estaba o levantarme después de haberme delatado con el ruido. Que sí, que sé que todo el mundo caga, pero nadie lo va anunciando con los dos avisos previos.

Me dije a mí misma que tenía que aguantar. No podían tardar mucho más y la entrevista no sería tan larga. ¿No?

Pero aquello empezó a apretar y yo a acordarme de cada taco que me comí. Caí en que no había ido al baño el día anterior y me imaginé el drama que se estaría montando ahí dentro.

Empecé a sudar más y al final me atreví a levantarme y buscar el baño. No puedo asegurarlo, pero noté los ojos del recepcionista en mi nuca mientras me iba.

Encontré el baño. Estaba libre, limpio y tenía papel. Una fantasía. Para asegurarme que no iba ni a salpicar ni a dejar mancha, puse varios dobladillos de papel en el fondo de la taza. Todo estaba listo, pero la alegría me duró poco, porque lo que traje a este mundo no pensaba venir sin pena ni gloría.

Se escucharon mis gases por toda la consulta. Me moría de vergüenza, pero es que no los podía parar. Yo allí era una espectadora más que la protagonista. Dolió la vergüenza y dolió aquello al salir, en mi mente era enorme y me tuve que agarrar a la taza para darme la fuerza necesaria. Un espectáculo que para mi fue eterno pero que quizás duró unos 10 minutos, como mucho, y que tuvo un final feliz, o eso pensé, porque entonces llegó lo peor.

Cuando tiré de la cadena, el agua empezó a subir, pero no se llevó nada. Se quedó todo tal cual estaba, pero inundado. Me quería morir. Tiré de la cadena una vez más, aún no se por qué, supongo que por desespero, y el agua casi desbordó.

Me puse nerviosa y agarré la escobilla, hurgué en el fondo de ese baño como si me fuera la vida, pero nada mejoraba. El agua seguía hasta arriba y el causante de todo estaba en el fondo. Seguí usando la escobilla como si fuera un desatascador y solo conseguí romper y descomponer todo. Ahora no sólo estaba inundado, sino que el agua era muy turbia.

Me lo quedé mirando un rato sin saber que hacer. Ya no podía huir, y tirar de la cadena otra vez, estaba descartado. Para empeorar la situación, alguien hizo el gesto de abrir y se encontró que estaba cerrado con pestillo, grité “ocupado” y cogí el móvil a ver si encontraba algún remedio para desatascarlo.

Vi videos con desatascador y con fregonas, pero nada me servía. Estaba atrapada. Ya llevaba mucho rato dentro, una persona quería entrar y quizás ya me habían llamado para la entrevista. Cogí el único camino que vi viable y volví a probar suerte tirando de la cadena.

Para sorpresa de nadie, el agua subió y se desbordó, manché todo el suelo y me dio mucho asco. Pero esta vez salí despavorida como si no hubiera sido mi culpa y le dije a la mujer de fuera que mejor no entrase, que se había desbordado y estaba muy mal.

Fui al recepcionista y le dije que, al tirar de la cadena, el baño había hecho un ruido raro y había empezado a sacar aguas sucias. Ambos sabíamos que era mentira, pero el chico fue muy amable y me dijo que ahora avisaría al servicio de limpieza.

Volví a sentarme y al rato me llamaron, la entrevista fue muy breve y, por una suerte infinita, me dijeron que el puesto sería para otra clínica, que en esta tenían la plantilla completa. A mí me pareció increíble, yo me hubiera ido a otra ciudad en ese momento, así que acepté y me dio otra cita con recursos humanos ya en la clínica definitiva.

Cuando salí estaba el carrito de limpieza lidiando con el drama que yo había montado, pasé como si nada y me fui.

Ahora me río de todo aquello, pero en ese momento lo pasé muy mal. Lo bueno es que esta anécdota nos ha dejado una costumbre, y ahora, cada vez que alguien tiene una entrevista en mi grupo, decimos “mucha mierda”.