Por fin, después de toda una vida iba a cumplir mi sueño: tras tantos años de formación y experiencia, al fin había llegado el momento de emprender mi propio negocio basado en mi vocación y mi pasión.

Llevaba siglos planeando e imaginando cómo serían todos los detalles. Ahora todo se iba a materializar y ya tenía fecha para la inauguración.

Llevaba invertido mucho, sobre todo a nivel material, suponiendo un gran ahorro económico de bastantes años y también muchísima de mi energía, tiempo y esfuerzo.

Y ahora, el parto estaba a punto de suceder después de tanto tiempo gestándose la idea de mi vida…

 

cuernos

 

Había invitado a mucha gente al acto de inauguración. La mayor parte de ella eran allegados, familiares, amigos y compañeros de esa aventura que había sido mi camino hasta ese momento.

Pero también había invitado oficialmente a personas del sector importantes y reconocidas: gente que me podía dar orientación y proyección en caso de que se interesasen por mi trabajo.

Os concreto que mi proyecto estaba relacionado con el mundo del arte y que el apoyo oficial de la administración hasta entonces había sido bastante escaso.

Por eso, cuando recibí la confirmación de uno de estos ilustres invitados en representación de una de las entidades relacionadas con mi disciplina artística, mi emoción y nervios se dispararon…

 

gorda feliz

 

Al fin llegó el día. Los preparativos habían ido como la seda y todo parecía marchar a la perfección. Empezaron a llegar personas al evento, muchas de ellas conocidas, otras de ellas no tanto y algunas otras totalmente desconocidas para mí.

Pasaba el tiempo y yo llevaba bastante rato esperando al personaje que antes os he mencionado y comentaba a las personas de mi confianza mi inquietud porque a la hora que era aún no había llegado.

Y creo que había contagiado mi ansiedad a mis más cercanos porque todos parecíamos esperarlo con la misma angustia que yo…

Y de pronto, más de una hora después del inicio, apareció un señor bastante extravagante que se asomó tímidamente por la puerta y preguntó si se podía pasar.

 

 

No sé quién fue la primera persona que dio por hecho que este nuevo visitante era el hombre esperado por todos ni en qué se basaría…

Pero como en el mejor de los juegos del teléfono roto, empezó a correrse la voz de que aquel era el señor súper importante que acudía a la presentación de mi proyecto.

Yo, que estaba en la otra punta de la estancia como anfitriona, fui informada de esto y sin contrastar nada, acudí en su encuentro con la mejor de mis intenciones y la más amplia de mi sonrisas.

Y me mantuve a su lado durante prácticamente lo que restó de la velada. Lo agasajé con las mayores atenciones y en todo momento mantuvo un sitio de honor.

El hombre, que parecía muy interesado y muy aficionado al ámbito al que yo me dedicaba, comentaba mi obra con gran profesionalidad y amabilidad. Se sentía agradecido por ese trato tan especial y debía estar flipando por ello.

 

Al final del evento todo el mundo se fue despidiendo y marchando. Y cuando le tocó el turno a este individuo fue cuando descubrí el gran error:

Se despidió alabando mi obra y mi trato y fue entonces cuando aprovechó para dejarme su tarjeta de visita.

Cuando la miré, me quedé clavada en el sitio al darme cuenta de que este ser era una persona totalmente anónima que simplemente había pasado por allí y a la que yo había acabado colmando de agasajos.

 

 

Mis ilusiones se estamparon contra un muro creyendo que había perdido una gran oportunidad.

Obviamente, al espontáneo invitado no le dije nada de esto. Le sonreí y me despedí con el mismo cariño con el que le había tratado durante toda la noche.

El personaje ilustre real definitivamente no apareció ni dio señales ni se disculpó nunca por el plantón.

Pero ¿sabéis qué? Mi negocio funcionó igualmente precisamente gracias a esa confusión pues este señor se acabó convirtiendo no solo en uno de mis mejores clientes hasta la fecha, sino en uno de los que más me dieron publicidad en esos inicios y me ayudaron a difundir y asentar mi empresa.