Mi yo adolescente que aún habita en mi interior y que está saliendo de nuevo a la luz cuando ha visto que los anillos enormes de plasticucho de colores han vuelto sin ser necesario, me ha recordado hace unos días varias situaciones que hemos vivido y que, estoy segura, no pueden haberme pasado a mi sola.

Fliparse es muy necesario en esta vida pero, como todo, hasta un límite.

Límite desconocido en la adolescencia y cuyo desconocimiento me permitió fliparme hasta más allá de donde mi presente hubiera querido. Y como he dicho al principio, me niego a estar sola en esto. No puede ser que éstas cosas solo me ocurrieran a mí, es imposible que solo exista yo en este nivel de flipamiento adolescente, así que si estáis ahí, hacedme saber que no estoy sola.

 Flipadas adolescentes de una niña de los 80

Beber cocacola pensando que es vino para emborracharte

Empecemos por todo lo alto.

«es vino, es vino, es vino….»

Recuerdo tardes y tardes de viernes, viendo entrenar a los chicos de turno en un viejo campo de arena, sentadas en el banquillo con botellas de dos litros de cocacola. Alguna de nosotras dijo algún día que si la bebíamos pensando que era vino, nos emborracharíamos. Con un par. Lo hicimos. Y hubo quién se fue de aquel campo de fútbol algún viernes haciendo eses y con mucho calor a pesar de que fuera invierno. El poder de la mente.

 

Ponerse una escayola, la ayuda perfecta para entrar a la discoteca

Ésta no la hice yo, pero podría.

Todas sabemos que ir a las discotecas tenía más magia cuando no tenías la edad para entrar. Era cumplir la edad legal y la gracia de ir a ellas se diluía.

No sé en qué momento se nos ocurrió al conjunto poblacional adolescente que si tenías un brazo escayolado aparentabas más edad y el portero de turno seguro que no te pedía el carnet. Lógica adolescente de sábado por la tarde. A los scouts siempre le deberemos habernos enseñado a enyesar, y alguno de nuestros amigos tenía su escayola de quita y pon, decorada con firmas, que era lo que se llevaba, y que lucía sábado tras sábado a las puerta de la discoteca.

Escayola, camiseta de El Niño y llaves colgando: look oficial.

Algún día funcionó pero también algún día al portero le pareció que aquella fractura era más larga que la historia interminable.

Y nos vamos a la siguiente flipada…

 

Intentar entrar en el garito de moda con el carnet de otra

Ella es pelirroja, tú morena.

Ella llena de pecas, tú solo tienes un lunar.

No os parecéis ni en el blanco de los ojos pero te has aprendido todos los datos de su DNI. ¿Qué puede salir mal? Nada. Recitas el nombre de sus padres, el número de identificación, la dirección y hasta la fecha de caducidad del documento y aún así, el señor portero te mira sospechando, como si no fueras tú. Ojalá haberse aprendido los temas de Historia para el examen tan bien como el número del equipo de expedición del carnet de la chica de dos cursos por encima que se ha enrollado y te ha dejado su carnet arriesgándose a que el portero se lo confiscara.

Fliparse era pensar que ese plan iba a funcionar sábado tras sábado.

 

Me está cantando a mi

Concierto de más de 20.000 personas con Alejandro Sanz sobre el escenario.

Estadio de fútbol abarrotado y chica adolescente, yo, que comparte segunda o tercera fila con sus amigas y tropecientas desconocidas, qué tiempos aquellos. Cantante que se acerca al borde del escenario para estar aún más cerca de sus fans y entona uno de sus estribillos más conocidos.

Lo que ocurre después, puede ser lo que pusiera mi lápida sí de mis amigas dependiera.

Chica adolescente, yo, se gira hacía sus amigas y les grita «¡me está cantando a mí, me está cantando a mí!» ante la perplejidad de las otras que son fan, pero no fan, fan.

Han pasado más de 15 años pero ha sido mi flipada por excelencia, la que le contarían a mis hijos si un día los tuviera pero estoy segura de que no puedo ser la única muchacha de este país a la que su cantante favorito le cantó solo a ella. Manifestaros. No hay vergüenza, si acaso lo que hay es envidia porque a ellas no les han cantado en la intimidad de 20.000 personas. XD.

 

Creerse sexy bailando La Bomba de King África

Puede que sea la menos flipada, puede que lo sigamos haciendo hoy pero algo me dice que sí pudiéramos vernos durante unos segundos con la perspectiva del tiempo, querríamos desaparecer.

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Bailábamos igual que Camila, no me digáis que no.

Allá por el 2000, nos veíamos como Diosas del Olimpo contoneándonos con nuestro mejor outfit de la semana al ritmo de «un movimiento sexy… suavecito para abajo…una mano en la cintura…y ahora empiezo a menear».  El tiempo, y las generaciones posteriores, vinieron a demostrarnos que aquella interpretación de la coreografía de moda no tenía nada de sexy. Por mucho que tú la bailarás mirando directamente a los ojos del chico que te gustaba.

Estábamos más cerca de los Teletubbies que de ser sexys pero joder, qué actitud teníamos.