Antidisturbios es una serie que hay que ver. Hay que verla porque, aunque sea una ficción, nos habla de cómo (de mal) funcionan las cosas cuando existen intereses ocultos individuales en las instituciones públicas. Hay que verla porque es muy incómoda; tan incómoda que hay capítulos en los que la respiración se entrecorta automáticamente por la dureza de las imágenes. Hay que verla porque los actores y las actrices están enormes. Hay que verla por los pequeños detalles, las miradas, los objetos, las palabras y los prejuicios. Hay que verla por Laia Urquijo (aka Vicky Luengo, amor absoluto), un personaje principal femenino que rompe con muchos estereotipos sexistas tradicionales. Hay que verla para ver cómo funcionan las relaciones entre señores en un marco tan íntimo y extremo como puede ser una lechera. Hay que verla, en definitiva, porque nos descubre una realidad bastante desconocida que nos hace cuestionarnos cosas y eso siempre es bien.

Sí, Antidisturbios me gustó mucho. Me la ventilé en dos días muy tranquilamente y creo que la construcción de los personajes es brutal. Me hizo llorar de rabia y de tensión y eso para mi siempre es un caballo ganador. Pero amigas, hay una cosa que no aporta absolutamente nada a la ficción y que me ha enfadado un poquito. Aviso de que a partir de aquí empiezan algunos spoilers, por si hay quien no quiere seguir leyendo.

Una escena de sexo en concreto. Que ojo, no es que yo tenga nada en contra del sexo como recurso narrativo cuando haga falta, pero creo que meterlo con calzador resta más que suma. Y en este caso resta mucho, porque te saca absolutamente de la hiperrealidad del relato. De repente un metesaca cutre entre la investigadora y uno de los antidisturbios (el más guapo normativamente hablando, qué cosas) casi revanchista y sin mucho sentido. Entiendo que la idea es hacer hincapié en las contradicciones internas de la protagonista, pero eso se va viendo muy claramente en el transcurso de cada capítulo de la serie. Lo único bueno es que es Laia la que toma la iniciativa e incluso «exige» su propio placer, pero ya está… no aporta ninguna complejidad a la trama. En mi opinión tiraron de lo fácil… ¿cómo iba a renunciar una serie de acción a un poquito de sexo gratuito?

Todo esto me hace pensar en la hipersexualización de nuestros tiempos. El sexo vende y vende mucho. Enciendes la tele y está por todas partes: realities, películas, anuncios de perfumes o desodorantes… ¡pero si utilizan el sexo hasta para vender un helado! (recordemos el anuncio «sexy» de Magnum, por ejemplo).

Luego está la obsesión con meter subtramas de carácter romántico o sexual (o las dos cosas) en cualquier contenido audiovisual. Y casi siempre heterosexual, claro. Como si no fueran posibles las relaciones sin tensión sexual de algún tipo entre hombres y mujeres.

Lo problemático es que esto crea imaginario y de esos barros estos lodos.

No estoy planteando que haya que censurar nada, ni que tenga que ser todo light, planteo la reflexión porque me parece que el contexto y las formas siempre son importantes. Que en un anuncio de preservativos se intuya sexo me parece lógico. Que en la trama de una película el sexo tenga un peso importante por lo que sea también me parece chachi (una de mis películas favoritas de la vida es La Pianista, no os digo más). El humor burdo y hormonado también me perece bien (a veces). Pero quizás sea enriquecedor no utilizar ese recurso por sistema cuando la historia no lo necesita. Sería genial que las personas que se dedican al guión se preguntaran lo siguiente:

¿Una escena de sexo altera en algo la historia?

¿Aporta una tensión, estética o de guión, positiva para la trama?

De verdad, no pasa nada por prescindir del sexo. Que el sexo es algo que debemos tratar con naturalidad y no hay que forzar el tema como si fuera un requisito a cumplir. Y con el amor exactamente lo mismo, gracias.

Pero sí, Antidisturbios hay que verla.