Qué vergüenza que pasé aquel día, de verdad, pasé tal bochorno que han pasado años desde entonces y no he sido capaz de volver a entrar en el Corte inglés de mi ciudad. Y eso que yo no tenía pensado comprarme nada, yo sólo iba a acompañar a mi hermana a buscar modelito para una boda a la que sí, yo también iba, pero ya tenía ropa y por tanto cero necesidad de meterme en camisa de once varas, nunca mejor dicho. Es que para colmo había cogido peso en aquella época y a veces una no se da cuenta hasta que no se encapricha de un vestidito monísimo y le da por probárselo dando por hecho que le va a servir la misma talla que le valía hace un año, claro que sí, Mari, que aquí hemos venido a jugar.

Y es que tal cual os lo cuento: yo ese día no tenía nada que hacer, mi hermana necesitaba modelito porque se echaba encima la fecha de la boda y aún no había encontrado nada que le apañase y ahí que me fui yo con ella, dispuesta a patearme todas las tiendas habidas y por haber con tal de que dejase de darme la turra con sus ‘’es que no tengo nada que ponermeeeee’’. Entramos en el Corte inglés pues qué sé yo por qué, por mirar supongo, porque mi hermana ni siquiera sabía qué era lo que buscaba y total, mejor revisar primero un centro comercial grandote y luego ya mirar en tiendas pequeñas (aunque yo prefiero estas últimas, sinceramente.)

Total, que andamos, buscamos, rebuscamos y revisamos y acabamos con un cargamento de vestidos, conjuntos y complementos que ríete tú de la Milán Fashion Week y ahí íbamos, derechas al probador cuando vi un vestido monísimo, ajustadito de arriba y luego ya suelto de abajo, chulísimo y por qué no decirlo, ideal para una boda en verano como a la que íbamos a asistir, y como ya estábamos ahí dije ‘’pues venga, pues pa’ alante, me lo pruebo’’.

Llegamos al probador y nos pusimos al lío, y de esto que me comenta mi hermana que igual yo debería haber cogido una talla más, que ese vestido me iba a quedar demás de justo, y yo ‘’nooo mujer, si la gracia precisamente es que de arriba quede justo y de abajo la falda quede más suelta’’. Ja ja JA. Sí, entrar en el vestido entré bien, me costó un poquito subir la cremallera pero bueno, las prendas nuevas ya se sabe que suelen necesitar un poco de tiempo para adaptarse y tal. Y una leche. Yo no estaba cómoda con el vestido porque lógicamente me quedaba pequeño y me apretaba por todos lados, así que pedí a mi hermana que me desabrocharse la cremallera y bueno, para empezar poco más y se la carga porque ESO NO BAJABA, se me quedó atascada a mitad de la espalda y no había manera humana ni divina, o eso parecía hasta que mi hermana tuvo la genial idea de irme apretando los michelines según iba bajando para que la cremallera pudiera correr hacia abajo.

‘’Bueno, lo más difícil ya está’’, dije yo. Sí, mis ganas: intenté sacarme el vestido por arriba, pero se había agarrado a mis caderas con más ganas que un divorciado borracho en una discoteca, así que ni hablar de intentarlo por abajo. Yo entré en pánico, mi hermana propuso pedir ayuda a una dependiente, yo dije que ni de coña, que me moría de la vergüenza si llamaba a alguien y ahí seguimos un buen rato…hasta que apareció una dependienta sin necesidad de que nadie la llamase, porque claro, llevábamos ya un buen rato ahí y seguro que a esas alturas se nos estaba empezando a escuchar montar jaleo. No nos quedó más remedio, claro está, que mostrar a la pobre dependienta la situación, y ella, un encanto, se puso manos a la obra a intentar ayudarnos, pero nada, que no había manera. Tras unos minutos de forcejeo y las tres sudando como pollos, la dependienta dijo: ‘será mejor que llame a mi encargada, a ver qué podemos hacer’’. A mí a esas alturas me daba igual que me viera una persona más, ocho u ochenta, yo lo único que quería ya era desprenderme de aquel vestido del demonio y salir de allí lo antes posible, así que dije ‘’venga, pues que venga la encargada’’, y la dependienta salió rauda y veloz a buscarla. Ya pensábamos que la muchacha había cogido carretera y manta y nos había abandonado a nuestra suerte cuando apareció acompañada de una mujer de mediana edad que me miró con ojo experto y sentenció: ‘’va a haber que cortar’’.

Y dicho y hecho: se sacó una tijera del bolsillo y ‘’¡chas, chas!’’ me liberó de aquel kraken de tela. La dependienta flipaba, mi hermana no sabía si reír o llorar y yo no podía más que darle las gracias y pedir perdón. La encargada, muy amable, me dijo que no me preocupara, que esas cosas pasan, y se fue junto con la dependienta para dejar que mi hermana y yo termináramos de cambiarnos. La verdad es que tardamos más de la cuenta en salir, porque claro, a ver con qué cara nos acercábamos al mostrador, mi hermana entre descojonada e indignada conmigo diciendo que hay que ver, que si no soy la protagonista exploto, yo contestado que lo que casi explota es el vestido conmigo dentro, ella queriendo que saliera yo delante y yo diciendo que no, que saliera ella, imaginando las dos un pasillo a la entrada de los probadores conformado por la encargada, todas las dependientas y hasta el personal de seguridad esperando para señalarnos de manera acusadora en nuestro camino hacia la humillación eterna. Pero no, queridas, cuando salimos todo era normal, el vigilante estaba en su sitio, la dependienta estaba atendiendo a otras personas y la encargada estaba en la caja ayudante a una dependienta con una devolución tan tranquilamente, como si no acabase de salvarme de las garras mismas de la muerte. 

Llegamos a la caja coloradas como un tomate, mi hermana con el vestido que se iba a llevar y yo con el monedero ya en la mano dispuesta a pagar el vestido roto, del cual por cierto ni siquiera había mirado el precio porque total, me lo probé un poco porque sí y sólo si me hubiera gustado puesto me habría planteado comprarlo realmente. Nos atendió la encargada, que me preguntó muy amable que si ya estaba más tranquila, y yo le dije que sí, le di las gracias un millón de veces y le pedí perdón aproximadamente otro millón, y ella me dijo que no me preocupara, que esas cosas pasan. Cuando le pregunté el precio para pagarlo me dijo que no era necesario, que de verdad que sabía que había sido un accidente y que además la tienda tenía contempladas ese tipo de pérdidas, por lo que no tenía que preocuparme. Yo de todos modos me sentía tan mal que me llevé un bolso y un chal que me iba con el vestido de la boda, porque ya que habían tenido que romper un vestido por mi culpa qué menos que hacer algo de gasto. Pagamos, nos fuimos, dimos las gracias otra vez y salimos de allí echando leches y con la cabeza agachada, como dos quinceañeras robando un caprichito. Ni qué decir tiene que poco tiempo después robé a la novia todo el protagonismo en su boda, pero no porque fuese yo divina de la muerte (que lo iba), sino porque mi hermana se dedicó a contar a todo el que quisiera escucharla (y a quien no, también) la historia de por qué llevaba yo ese bolso y ese chal tan monísimos. 

Y aquí viene cuando os recomiendo que os aseguréis de la talla antes de probaros una prenda, pero claro, es que tampoco te puedes fiar del tallaje de la mayoría de los sitios, así que me limitaré a deciros que si algún día os veis en una situación similar es mejor pedir ayuda que morir de manera embarazosa en un probador.

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