Si algo ha cambiado el curso de la historia sin lugar a dudas eso ha sido la aparición de internet en nuestras vidas. Para las que nacimos a lo largo de los 80 la llegada de esta tecnología supuso un antes y un después para nuestros estudios, nuestro ocio o simplemente la forma de comunicarnos con los demás. Hasta entonces las cosas eran bien diferentes. Pasábamos las horas muertas sin estar pendientes de una pantalla, inventando y ocupando nuestro tiempo como buenamente podíamos y lo cierto es que no estaba nada mal.

Digámosle ahora a un pre-púber que pase toda una semana sin conexión a internet. Ellos han crecido de otra manera, dependiendo de alguna forma de ese mundo digital que para nosotras no existió hasta la adolescencia. Veíamos la televisión – que dicho sea de paso emitía contenido de mucha más calidad -, recurríamos a los videoclubes y nos echábamos a la calle cuando no éramos capaces de localizar a nuestros colegas. Eran otros tiempos y es innegable que todas estas formas de divertirnos nos han curtido a base de bien.

Pasar el sábado por la noche viendo ‘El Juego de la Oca’

Era el programa semanal por excelencia. Toda la tarde-noche del sábado giraba en torno a sentarnos en familia a pasar un buen rato de risas de la mano de Emilio Aragón, Lydia Bosch y Patricia Pérez. Desde las casillas con pruebas en la piscina, a ver saltar a los concursantes subidos en sus ‘Moonshoes’ a la mítica casilla del Fleki. Todas queríamos ser Oquets para bailar la sintonía del programa y sobre todo para jugar al beso o tortazo. ¡Vaya tiempos más buenos!

Hablar horas y horas por el teléfono fijo

Imagen de Pinterest

Y eso, amigas, era un peligro que nos llevaba a broncas aseguradas con nuestros padres. Cuando todavía no se conocían aquello de las tarifas planas y cada minuto al teléfono contaba. Mi madre me veía agarrada al teléfono y me preguntaba quién había llamado, por supuesto siempre decía que yo no (y mentía). A final de mes cuando llegaba la factura telefónica todas en casa temblábamos. Real que llegamos a tener que subrayar cada una con un rotulador de color las llamadas que habíamos hecho para ver quién se había pasado de la raya.

Ir al videoclub cada dos por tres

Imagen de Pinterest

Las visitas a estos establecimientos eran como el Netflix de ahora. La quedaba de la tarde empezaba en la puerta del videoclub y una vez dentro, el tiempo parecía detenerse. Unas querían una comedia romántica, otras preferían una de terror… La decisión era difícil y al final siempre se resolvía de la misma forma: alquilando la misma película que ya habíamos visto un millón de veces. Daba igual, lo importante era pasar una buena tarde comiendo patatas y palomitas tiradas en el sofá.

Grabar cada sábado por la mañana la lista de Los 40

Tony Aguilar en sus inicios, imagen de Los40

Había que tener lista la cinta de cassette porque sabíamos que durante esa mañana sonarían los temazos del momento y querríamos volver a reproducirlos en nuestro walkman. En nuestro caso, los sábados eran también el momento de la limpieza general de la casa, así que el recuerdo total es tener la música puesta a todo volumen y salir corriendo para darle al ‘rec’ cuando al fin sonaba una de esas canciones que tanto nos gustaban. Para variar, Tony Aguilar jamás dejaba terminar el tema sin comentar algo por encima y nos tocaba cagarnos un poco en sus muelas por esa maldita necesidad.

La visita de rigor a los recreativos

Esta sala de recreativos está a la venta en Wallapop

Allí, donde más máquinas de videojuegos había, era donde se reunían los más guays de la ciudad. Los recreativos eran ese lugar en el que tontear con el chico que te gustaba, echarte unos buenos futbolines o gastarte la paga de la semana jugando al OutRun o al Street Fighter. Los empleados de los recreativos conocían todos los cotilleos: quiénes se habían liado, quién le había dado ya la primera calada a un cigarrillo y por supuesto, quién le gustaba a quién.

Inventarnos coreografías

Si tenemos que comparar estos momentazos con la actualidad, lo que nosotras hacíamos delante del espejo de nuestra habitación sería más o menos como el Tik Tok de ahora. Con la salvedad de que no lo publicábamos y los demás no podían criticarnos por ello. Poníamos esa canción de moda, que perfectamente podía ser el Mambo Number 5 de Lou Bega, y allí que empezábamos a darle a los pasos como si acabásemos de salir de la academia de Fama. Cuando nos los queríamos currar de verdad también nos poníamos un modelito a base de un top brillante de esos que tanto lo petaban en los 90 y una mini falda vaquera. Y así horas y horas ¿quién quería un gimnasio?

Mi Instagram: @albadelimon