Imagina llegar de nuevas a un trabajo y encontrarte en la reunión de inicio de temporada con que tu crush, ese que hace que te salgan chiribitas de los ojos (y de lo que no son los ojos) cada vez que le ves, está también allí. Casi me caigo de culo, me sonrojé hasta las orejas, agaché la cabeza muerta de vergüenza y busqué un sitio lo más lejos posible para centrarme en lo que la coordinadora nos tenía que decir sin que se me fuera la vista constantemente hacia él. El trabajo iba a ser de socorrista, y uno de los puntos a tratar en la reunión era precisamente la asignación de piscinas. Yo me puse de los nervios, faltaría más, porque ojalá me tocase con él, pero por otra parte ojalá que no porque madre mía, no sabría de qué hablar con él tantas horas, me daba miedo meter la pata y quedar en ridículo.

Nos asignaron piscinas distintas y yo suspiré de alivio, menos mal pero qué pena por otra parte, en fin, mejor así no fuera a ser que a alguien le diera un infarto en el agua y yo estuviera demasiado distraída mirando esos ojos azul-verdosos, esa desenfadada barbita de tres días o ese cuerpo esculpido por los mismísimos dioses del Olimpo.

Todo fue muy bien y a mí casi se me había olvidado que ese chico era compañero mío de trabajo hasta que la segunda o la tercera semana llega el cuadrante y veo que ese lunes le toca trabajar conmigo sustituyendo a mi compañera, que se había cogido ese día de vacaciones. Casi me da algo, me puse atacadita y a punto estuve de decir que estaba malísima y que no iba a poder ir a trabajar, pero conseguí serenarme y convencerme de que no pasaba nada, que éramos compañeros y que no importaba si congeniábamos mejor o peor porque iba a ser sólo ese día.

Y llegó el lunes, y con él mi nuevo compi al que le quedaba tan bien la camiseta roja de socorrista, con esa sonrisa tan bonita y esa simpatía que irradiaba por cada poro de su cuerpo, y yo tuve que controlarme muy mucho para sonreírle con cordialidad y sin que se me pusiera cara de gilipollas perdida. La mañana fue bastante bien, la verdad, fueron los cuatro abuelillos que iban a nadar por las mañanas y poco más, así que nos entretuvimos charlando un poco y revisando el móvil de vez en cuando. Lo malo vino por la tarde, cuando empezó a llegar la gente, y con ella, los comentarios de mierda de mi compañero, comentarios sobre el cuerpo de prácticamente cada mujer que pasaba por delante.

El primero fue sobre el bikini de una mujer de unos 45 años, que por cierto tenía un tipazo y llevaba un bikini chulísimo; nos saludó muy maja y, cuando se alejó, mi compañero soltó por la boquita que muy simpática la señora, pero que ya tenía una edad para llevar según qué tipo de bikinis. ¿¿PERDÓN?? No sabía yo que la ropa tuviera un límite de edad. Me quedé tan descuadrada que sólo acerté a decirle que bueno, que cada cuál que se ponga lo que quiera. No podía yo imaginarme que aquello sólo podía ir a peor: que si qué asco la celulitis de esa, que si qué pena que esa lleve un bañador tan cerrado, que qué pena aquella lo gorda que está con la cara tan guapa que tiene…yo me fui un par de veces a dar una vuelta con el pretexto de vigilar la piscina desde otros ángulos o de echar un vistazo a la piscina pequeña, porque si por la mañana me había costado controlar mis nervios ante la presencia del que había sido mi crush durante tiempo, lo que me estaba costando en ese momento era no pegarle cuatro voces delante de todo el mundo. Llegó por fin mi turno de merienda y aproveché ese ratito para tratar de tranquilizarme, diciéndome a mí misma que quedaban sólo un par de horas y que con un poco de suerte no tendría que volver a trabajar con ese cretino nunca más. Pero claro, obviamente en esas dos horas que quedaban el buen señor no iba a callarse la boca, así que evidentemente acabé saltando.

Fue poco después de salir del turno de merienda, él se había levantado para dar una vuelta alrededor de la piscina y se había detenido a hablar con una usuaria habitual de la piscina; cuando regresó, me preguntó si sabía cómo se llamaba y si tenía Instagram, porque le había gustado. Le dije que se llamaba Carla pero que ya se podía ir olvidando de intentar nada con ella, porque era lesbiana y estaba felizmente casada. Él se rió, y con aire de suficiencia, dijo que no le importaba, que seguro que si pasaba una noche con él se le pasaría la tontería. Y ahí ya no pude más: ‘’Cállate’’, le dije en voz baja. ‘’Perdona, ¿qué has dicho?’’ preguntó, sin estar seguro de si había oído realmente lo que acababa de oír.’’ ‘’Digo que te calles de una maldita vez, que me tienes ya hasta el coño de tus comentarios de mierda y una cosa te digo: si no cierras la boca yo me quedo sin trabajo, pero tú te comes el tablero espinal, ¿estamos?’’ Se quedó pálido, quietecito como una estatua y no volvió a abrir la boca en lo que quedó de tarde. 

¿Sabéis lo mejor de todo esto? Que acabó fuera de la empresa a mitad de verano más o menos, porque yo me quejé de él a la coordinadora, pero cuando soltó comentarios similares delante de otras compañeras y compañeros, también se quejaron de él. Nadie soportaba trabajar con él, ni chicos ni chicas, así que sí, mi crush pasó de ser mi crush a ser uno de los tipos más repugnantes que he conocido, pero me alegra haberme encontrado con una tolerancia nula a ese tipo de comentarios misóginos y gordófobos por parte de casi toda la plantilla.

 

Con1Eme

Envía tus movidas a [email protected]