Hace años, en mi época universitaria, tuvimos un problema con los bichos en el piso compartido. El edificio era muy viejo y, al tiempo de mudarnos, nos encontramos con un agujero en el techo del salón. Sí, sí, tal cual, un agujero junto al cajón de la persiana, que nos entraba el agua de la lluvia y todo. El casero nos dijo que se haría cargo, pero se lo tomó con calma, así que mientras que se arreglaba y no, se nos coló alguna que otra cucaracha y demás bichos no identificados

Más allá del sinvivir de las cucarachas esporádicas, en realidad me perturbaba más el resto de los bichos.

A la cucaracha la veías venir y yo la mataba de un chancletazo sin contemplaciones, crack. Pero claro, como soy muy alérgica me daba miedo que alguna araña o similar me picase, porque ya lo viví de pequeña y se me puso la rodilla como una pelota de baloncesto: enorme y con granulitos. Así que mi mayor temor en aquellos días era acostarme como una persona normal y amanecer al día siguiente como un extra de Monstruos S.A.

Cómo será de caprichosa la vida, que una mañana me despierto y siento dificultad para abrir el ojo izquierdo, vamos, que el párpado me iba a ralentí. Pensé que habría cogido un poco de infección por las lentillas y me fui tan pichi al baño. He de aclarar que soy una persona de despertar lento, que yo recién levantada no proceso bien la información y necesito desayunar mirando a un punto fijo sin que nadie me hable. Así que cuando salí al pasillo y mi compi, al verme, empezó a gritar, no solo me asustó, sino que mi cerebro explotó.

― ¡Una picura! ¡Una picura!

Por su cara de espanto me esperaba que detrás de mí apareciera un espectro de los de Expediente Warren. Tengo que decir que la chica era extranjera y dominaba el español así asá, por lo que la palabra “picura” no me decía nada, y yo, insisto, recién levantada tampoco doy para más.

Al ver que mi reacción era mirar para atrás todo el rato, empezó a señalarme el ojo malo mientras repetía una y otra vez lo de la picura. Me sentí como cuando en una peli descubren que uno de los del grupo está maldito o le ha mordido un zombi. Acojonada, me metí corriendo al baño y cuando me vi en el espejo entendí el horro de aquella chica. No sé qué clase de insecto sádico y sediento se había colado en mi cuarto aquella noche, pero vamos, se había puesto las botas.

Efectivamente, tenía una señora picadura en el párpado izquierdo que me hacía de tope y me impedía abrir el ojo totalmente, por lo que se me veía un ojo bastante más grande que el otro. La mitad de mi cara era de un anime y la otra mitad de un personaje de Snoopy. Ahora bien, el párpado tenía vida propia, no sabía si ir a la farmacia a por una pomada o a empadronarlo directamente.

No contento con eso, el bicho me picó en la frente. Otra señora roncha que me hacía parecer frentuda y cabezona, bueno, más que cabezona, con la cabeza irregular, como el deforme de Los Goonies. Como colofón final, me había levantado con dolor en las lumbares y el bajo vientre porque me tenía que bajar la regla, así que caminaba con el cuerpo un poquito encorvado hacia delante. En resumen, que parecía el puñetero Quasimodo, pero no cuando estaba ágil saltando por el campanario, sino después de que medio París le hubiera dado una somanta de palos. Normal que la Erasmus gritara.

La parte positiva de todo aquello es que le mandamos fotos al casero de mi reacción alérgica y aquello aceleró el proceso para tapar el agujero de una vez. La parte negativa es que tuve que ir al centro de salud a que me pincharan Urbason y encima de aquella guisa. La pobre de la Erasmus me acompañó, ¡más maja! Aquel día se quedó para los restos como “El de la picura”.

Ele Mandarina.