El día que me lavé los dientes con su cepillo del chumino

(Relato escrito por una colaboradora basado en hechos reales enviados por una lectora)

 

A mí no me pasan cosas normales. La gente va la caja de la gasolinera a pagar el carburante y se va sin ponerlo, se queda dormida en el bus y aparece en la parada que no es, busca un objeto que hace rato tienen en la mano o intenta abrir la puerta de la casa dándole al botoncito de la del coche. Esas cosas son normales. Las cuentas y te echas unas risas por el despiste crónico que llevamos encima, y que no es más que estar a mil cosas. Incluso la gente con más foco tiene alguna de estas. 

Pero lavarse los piños con el cepillo que una amiga usa para darse placer sexual no es normal. No le pasa a nadie, pero me pasó a mí. Y, la verdad, no son cosas que se olviden fácilmente

  • Los hechos

Hace unos meses que me quedé en casa de un amiga a dormir. Salimos juntas por una zona de marcha cerca de su casa y, para evitarme el trayecto de vuelta hasta la mía, que está en la otra punta, me propuso quedarme. Yo acepté encantada y agradecida, por evitarme la vuelta a las tantas sin ninguna compañía y porque desde pequeña he sido muy de las fiestas de pijama

Volvimos de la noche de fiesta en un estado más o menos pasable. Ya sabéis, diciendo tonterías y riendo por chorradas, pero no desfasadas. Cuando me pongo a buscar en mi neceser, compruebo que no me he traído mi cepillo de dientes, la clásica ausencia cuando se duerme fuera. Pero yo, después de la fiesta, no me puedo dormir sin el aseo bucal de rigor, porque me noto los dientes gordos y el aliento de Barney Gumble. Además, en cierta ocasión me dijeron que cepillarse los dientes después de andar de fiesta, por mucha pereza que te dé, alivia la resaca del día siguiente. Evidentemente esto no tiene ningún rigor científico, pero, si no te la alivia, al menos te vas a dormir con un aliento fresco.

Por todos estos motivos, desistí de usar el dedito con la pasta, que es otro clásico, y le pregunté a mi amiga si me podría dejar un cepillo de dientes. No uno usado, joder, y menos uno con el que se da placer sexual a sí misma. Uno de esos que está sin estrenar y aún se guarda en el paquetito de dos o tres que hay en todos los súper. 

Al momento de darme su respuesta negativa, ella se estaba cepillando los dientes con su propio cepillo eléctrico, con ribetes azules, y vi que tenía otro eléctrico en el lavabo, con su cabezal y todo. Así que, medio ebria como iba y sabiendo que vive sola, se me ocurre preguntar:

-¿Y ese? ¿Ese de quién es? 

A lo que ella responde:

-Ehhh… Ese no… Ese no lo uso. 

Fui consciente del titubeo, claro. Y me extrañó. Pero esto es como cuando se te cae al suelo un bombón de chocolate, que sabes que hay bacterias al acecho, y pelos de gato, y pelusas. Pero le das un soplidito, te lo comes y listo. Pesó la euforia por haber encontrado algo con lo que cepillarme los dientes, y ni caí en el verdadero uso que aquel objeto tenía

  • ¿Pero cómo diablos…?

Mi amiga procede a ponerse el pijama en su habitación y yo a darle un enjuagón al cepillo bajo el grifo antes de usarlo. Cuando ella vuelve al baño y me ve usarlo, se queda pálida como un fantasma

 

-¿Qué pasa? -le pregunto.

Ella emite un balbuceo y acaba diciendo:

-Ehh… Nada, nada. 

Total, que yo sigo. 

Cuando por fin me meto en la cama tras la rutina de noche, ella se acerca sigilosamente a mi habitación y me dice:

 

-Tía, te tengo que confesar una cosa, pero, por favor, no te vayas a enfadar. 

-Dime -contesto, pensando que me va a decir algo sobre el tipo que me gusta. 

-El cepillo de dientes que has usado es el que yo utilizo para…

 

No terminó la frase. Puso cara de circunstancias esperando que yo entendiera, pero como yo estaba perdida como Vicky Beckham en un rastro, abrí los ojos esperando más información:

 

-Para… Ya sabes, tía -insistió ella.

-No, no sé -dije, ya desesperándome. 

-Tía, es el cepillo que uso para masturbarme. 

No daba crédito. Quería hacerle muchas preguntas, quería gritarle por que no se le hubiera ocurrido decírmelo antes, quería reírme y, sobre todo, quería ir al baño a lavarme la boca con jabón de manos, como mínimo. Pero me pareció feo y no quería que se sintiera mal, así que me limité a decirle, muy seria:

-Bueno, no pasa nada. 

No dormí en toda la noche. ¿Porque me daba vueltas la cama, con el alcohol? No. Porque me la pasé pensando en cómo diablos alguien usa su puto cepillo de dientes para darse placer. Porque he oído cientos de historias de remedios caseros para aliviar las libidos subidas, algunas de ellas con el final de rigor en Urgencias. ¿Pero un cepillo de dientes para estimular un chumi? ¿ESO CÓMO ES?

Se me ocurrió que usara el mango a modo de dildo, lo que tiene todo el sentido, por la acción vibradora. O que reposara suavemente las cerdas sobre el clítoris y zona aldedaña. O el mango vibratorio en esa misma parte. Pero iba descartando opciones, puede que por falta de creatividad.

 

“No, eso es muy cutre”. 

“No, eso es doloroso”. 

“No, eso es físicamente imposible”. 

 

Y, mientras tanto, me iba y me venía un pensamiento machacón: te acabas de lavar los dientes con lo que tu amiga se mete en el papo

No puedo explicar la sensación que me invadía cuando, al día siguiente, desayunamos juntas. Como la primera vez que ves a tu mejor amigo después de haberte liado con él. ¿Exagero si digo que me sentía como si le hubiese comido el coño?

 

Anónimo