El jefe baboso que quería cenar conmigo

El acoso laboral no es nada nuevo, por desgracia. Pero claro, no te esperas que te vaya a pasar a ti, sabes que está ahí, pero no te imaginas que te vaya a salpicar hasta que lo hace, y de una manera sutil que no te la ves ni venir.

Durante un tiempo trabajé en remoto para una empresa, en un puesto de mucha responsabilidad. Por encima de mí estaban los dueños y socios fundadores, para que os hagáis una idea. El puesto no requería presencialidad por mi parte, pero sí era cierto que en el primer mes todo resultó bastante caótico porque, precisamente al ser teletrabajo, no tenía a nadie a quien acudir para preguntarle las dudas. Aun así, el jefe con el que mantenía más trato me llamaba por teléfono o hacíamos videollamadas y, más o menos, la cosa se iba sobrellevando. 

A finales de ese mes caótico, tuve que ponerme en contacto con el otro jefazo que era, además, el que supervisaba todas las cuentas, precisamente para coordinar con un él un tema importante a nivel administrativo. Acordamos una cita telefónica y al principio todo bien hasta que me empezó a preguntar que cuándo nos íbamos a conocer en persona. Contextualizo: yo vivía a una hora en coche de donde estaban las oficinas y no había ninguna necesidad justificable de que yo tuviera que desplazarme hasta allí, así que me resultó raro. Le pregunté directamente si era necesario acordar una reunión presencial a lo que me contestó: “No mujer, si es por vernos las caras. Pero yo no te digo de vernos aquí, sino de ir… pues no sé, a tomar algo. Yo estoy saliendo de aquí a eso de las ocho, voy a mi casa, que vivo aquí al lado, me ducho, me arreglo y vamos a cenar.” 

Yo me quedé flipando. ¿Tomar algo por ahí? ¿Qué vivía cerca? ¿Por qué necesitaba saber que vivía cerca de las oficinas? ¿Ducharse? ¿Arreglarse? Pero faltaba la guinda del pastel. Ante mi silencio, el tipo añadió:

“Vamos, que yo no sé tú, pero que yo no tengo problema en quedarme a cenar ¿eh? Que yo estoy soltero, NO TENGO PERRO QUE ME LADRE.”

¿Qué coño contestas a eso? Por lo pronto me mantuve firme y seca. Le dije un no rotundo y que si hiciera falta quedar de forma presencial sería en horario de oficina y que nos reuniríamos allí mismo. Lo dejé planchado… pero solo por un tiempo. Por un lado me quedé satisfecha de cómo lo había gestionado, pero también me asaltaba la duda de si sería una exageración mía, si quizá lo había malinterpretado, quizá fuera un tío muy familiar con sus empleados…

Como acababa de empezar y con el tipo este tan solo tenía que hablar una vez al mes para temas de contabilidad no quise darle más vueltas, y más teniendo en cuenta de que podía tratarse de una gilipollez puntual. Lo que sí me asqueaba es que en la web de la empresa había una foto mía y el tipo me ponía cara, así que no, no quería quedar conmigo para ver qué aspecto tenía porque ya lo sabía.

Más adelante me encontré en la tesitura de tener que acudir puntualmente a las oficinas para supervisar unos cursos que se impartían. Mi obligación era avisarle de cuando iba porque tenía que dejarme la llave, etc. Pues siempre que iba intentaba enredarme y preguntarme si me quedaba a comer con él, que no me ponía cara… siempre la misma mierda. Yo le preguntaba directamente: ¿Hay algún problema con mi gestión? ¿Algo que necesites tratar conmigo cara a cara? Y se quedaba callado, no me mandaba ni un solo WhatsApp. Con el tiempo trató de seguirme en todas las redes sociales en las que me encontró y lo acabé bloqueando. 

Poco antes de despedirme, porque sí, al final se dieron un cúmulo de circunstancias y decidí irme de aquella empresa, tuve que volver de nuevo para supervisar uno de los cursos. Fui en horario de oficina en día laborable y me abrió él mismo la puerta. No me miraba a los ojos. Sin mucha insistencia me preguntó si había comido, que me invitaba. Le dije educadamente que no, que tenía el tiempo justo para preparar los materiales y firmar documentos antes de empezar el curso.

La siguiente vez que hablamos fue porque me envió un audio echándome la bronca y acusándome indirectamente de un fallo de contabilidad que, posteriormente, se demostró que no tenía nada que ver conmigo. Me pareció mucha casualidad, pero desde luego me vino de perlas para terminar de darme cuenta de que me merecía algo mejor y me despedí al día siguiente.

Ele Mandarina